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El baile, beneficioso para el cerebro

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El baile está mejorando la vida de personas con trastornos neurocognitivos y de movimiento como enfermedad de Parkinson, esclerosis múltiple y lesiones cerebrales.

VESTIDA DE NEGRO y sentada sobre una mullida silla otomana blanca en su living en Toronto, Sarah Robichaud está enseñando una rutina inspirada en danza clásica moderna a un grupo de 80 alumnos vía Zoom.

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Esta bailarina entrenada en el Bolshoi estira sus brazos con movimientos exagerados al compás de un cover lento de I’m Gonna Be (500 Miles) de The Proclaimers, mientras sus alumnos replican la rutina.

“Vamos a comenzar con un suave balanceo, hacia adelante y hacia atrás”, les dice. “Quiero que imaginen como si tuvieran un hilo sujeto a sus muñecas y alguien estuviera tirando de ese hilo de un lado a otro”.

Muchos de los alumnos de baile de Robichaud también están sentados. Más de la mitad de ellos tienen enfermedad de Parkinson y suelen experimentar dificultades para moverse, pero cuando tratan de imitar sus movimientos fluidos y armoniosos, una expresión de tranquilidad colma sus rostros.

“Es profundo”, afirma Robichaud, fundadora del programa sin fines de lucro Dancing With Parkinson’s de Canadá, una iniciativa que ofrece clases diarias gratuitas de baile online y presenciales. “Hago esto desde hace 16 años, y todas las semanas en algún punto mientras estoy dando una clase observo a alguno de los bailarines y, literalmente, debo disimular las lágrimas”.

Los beneficios del baile para el cerebro

Baile y cerebro

Cada vez surgen más evidencias de que bailar ayuda a estimular la salud cerebral y a manejar los síntomas de trastornos neurocognitivos y de movimiento, como enfermedad de Parkinson, esclerosis múltiple (EM), enfermedad de Alzheimer, demencia e incluso lesiones cerebrales, y cada vez son más los programas de danza accesible y los terapeutas especializados en movimiento que están ayudando a mejorar las vidas de millones de personas.

Robichaud ha visto los beneficios del baile de primera mano. Después de completar un programa de enseñanza innovador en el Mark Morris Dance Group en Nueva York en 2007, dio comienzo a organización como una forma de retribución a su comunidad de Toronto.

Unos años más tarde, a su abuelo le diagnosticaron enfermedad de Parkinson. Lamentablemente, falleció en 2013, pero Robichaud llegó a bailar con él en el hogar de cuidados paliativos donde pasó sus últimos días. Esos recuerdos vuelven a encenderse en ella cada vez que da una clase, comenta Robichaud.

La compasión y el cariño que siento por nuestros alumnos se debe a que todos ellos son mi abuelo”. Recientemente, uno de los participantes de sus clases, un hombre de unos 50 años que antes de probar el programa insistía en que el baile no era para él, dijo que ahora posee más destreza en sus manos y, en general, puede moverse con mayor libertad.

Sus alumnos no imaginan todo esto. Son varios los estudios que muestran que aquellas actividades que se enfocan en habilidades como equilibrio, coordinación, flexibilidad, creatividad y trabajo con la memoria pueden mejorar los síntomas de la enfermedad de Parkinson.

Y para muchas personas, bailar es una de las formas más entretenidas de lograrlo: en un estudio de la Universidad de York realizado en 2021 se señaló que un entrenamiento de danza semanal mejoraba la función motora y la vida diaria para individuos con enfermedad de Parkinson leve a moderada.

¿Por qué hay que bailar?

Entonces, ¿qué diferencia una clase de baile de una caminata a paso rápido? La danza como medicina Helena Blumen, científica cognitiva de la Escuela de Medicina Albert Einstein de Nueva York, afirma que la intrincada multiplicidad de tareas mentales que requiere la danza pone en funcionamiento varias partes del cerebro a la vez, lo que puede llevar al fortalecimiento de conexiones neuronales entre diferentes regiones del cerebro.

Básicamente, la danza exige más “capacidad intelectual” que simples ejercicios repetitivos. “Es una actividad exigente social, cognitiva y físicamente”, explica Blumen. Cualquiera que haya sentido alguna vez ese deseo irrefrenable de balancearse al ritmo de su canción favorita sabe que combinar música y movimiento, lo que un investigador describió como “doble placer”, puede mejorar el ánimo y aliviar el estrés.

Sin embargo, es mucho más lo que sucede en el cerebro cuando una persona trata de seguir incluso la coreografía más simple. “En la danza, debemos aprender patrones, pensar simétrica y asimétricamente, y recordar secuencias”, explica David Leventhal, director del programa y docente fundador del programa de baile especializado en personas con Parkinson Dance for PD.

El efecto se extiende más allá del baile y atraviesa el mundo real. Tareas como recorrer la cocina o caminar hasta la parada del ómnibus pueden ser más fáciles si se las piensa como una coreografía.

Los mecanismos del baile en el cerebro

Si bien los científicos aún tratan de comprender cómo funcionan en el cerebro los mecanismos del baile, está comenzando a surgir una idea mucho más clara de este fenómeno.

En 2018, investigadores de la Universidad Otto von Guericke en Magdeburg, Alemania, realizaron resonancias magnéticas a adultos mayores que habían participado en dos programas durante seis meses: un grupo practicaba danza y el otro realizaba un programa de ejercicio tradicional con ciclismo y entrenamiento de fuerza.

Los integrantes de ambos grupos mejoraron su estado físico, pero quienes bailaban desarrollaron mayor cantidad de materia gris y blanca en las partes del cerebro responsables de los procesos cognitivos, como memoria de trabajo, atención y razonamiento de alto nivel.

Los niveles de materia gris y blanca suelen descender con el envejecimiento, lo que retrasa la comunicación en el cerebro y vuelve más difícil ciertas tareas cognitivas como resolución de problemas y realización de tareas simultáneas. Además, quienes practicaban danza registraron un aumento en su plasma sanguíneo del factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF), una proteína que desempeña un rol crucial en el desarrollo de la plasticidad cerebral.

Combinados, según conjeturas de los investigadores, estos cambios en el cerebro contribuirían a brindar mayor neuroplasticidad, esto es, la capacidad del cerebro para desarrollar conexiones y secuencias nuevas.

Imagine que su cerebro es como una ciudad con miles de calles y rutas. La neuroplasticidad se asemeja a la capacidad de una ciudad para construir calles nuevas, reparar las más antiguas e incluso modificar la dirección del tránsito según la frecuencia con la que se utilicen las rutas y sus necesidades específicas.

Entonces, de la misma manera que las ciudades se adaptan y cambian con el paso del tiempo para responder a las necesidades de quienes las habitan, el cerebro puede realizar remodelaciones y ajustes según las experiencias y aprendizajes del individuo.

En un estudio diferente realizado en 2022, Blumen y otros investigadores de la Escuela de Medicina Albert Einstein señalaron que, en comparación con una rutina de caminata en cinta, practicar baile de salón como entretenimiento social entre adultos mayores de 65 años se asociaba con menores niveles de atrofia en el hipocampo, una región del cerebro clave para el funcionamiento de la memoria que se ve particularmente afectada por la enfermedad de Alzheimer.

En otras palabras, el centro de memoria de quienes practican danza no se encoje tan rápidamente, lo que potencialmente desaceleraría el avance de la enfermedad y mejoraría la calidad de vida general del paciente. En estudios similares se muestran los beneficios de la danza respecto de otros problemas de salud desde EM y enfermedad de Huntington hasta autismo y depresión.

El baile, antídoto contra todo

La terapia de baile incluso puede ayudar a personas con lesiones cerebrales. En un estudio finlandés en el que participaron once personas con lesiones cerebrales traumáticas graves se señaló que la rehabilitación con danza podía mejorar su movilidad, las habilidades cognitivas y el bienestar.

Además de los beneficios físicos y neurológicos de esta práctica, la danza también puede ayudar a las personas que viven con una enfermedad a aceptar aquello que sus cuerpos pueden o no pueden hacer. “Bailar es amigarse con el cuerpo, como un catalizador para desarrollar conciencia de uno mismo, voluntad, motivación y aceptación”, sostiene Erica Hornthal, terapeuta especialista en danza y movimiento de Chicago.

En lugar de tratar de controlar, o “reparar”, lo que no funciona, el baile se enfoca en desarrollar mayor conciencia del propio cuerpo y moverse según la propia capacidad, independientemente de cualquier diferencia física o cognitiva, explica.

Dawnia Baynes, de 44 años, recibió su diagnóstico de EM en 2006, cuando era una joven de veintipico, luego de que su cuerpo quedara paralizado del pecho para abajo. Unas dos décadas después, aún no puede mover las manos y experimenta rigidez muscular severa y problemas de equilibrio, lo que le genera grandes dificultades para caminar y mantenerse de pie.

Recientemente se sumó a un programa de baile online organizado por la Universidad de Florida para personas con EM. No solo mejoró su coordinación y rango de movimiento, sino que, además, le permitió superar su miedo a ser juzgada por cómo se mueve, tanto en la clase de baile como en el mundo.

“Ver a otras personas que se mueven como yo”, dice, “y saber que no es preciso ser profesional en mi manera de bailar, ni tener que asegurarme de levantar la pierna de determinada manera, hace que me sienta más cómoda con mi presente”.

El baile como comunidad

Tal vez uno de los mayores beneficios de la danza es el sentido de comunidad que genera. Bailar con otros no solo ayuda a que las personas se sientan menos diferentes en cuanto a sus capacidades cuando se trata de trastornos neurológicos y de movimiento, sino que también ayuda a combatir la soledad y el aislamiento social de aquellos que viven con enfermedades crónicas.

Posibilitar esas conexiones más amplias es uno de los motivos por los que muchos programas inicialmente pensados para personas con enfermedad de Parkinson y EM se han abierto a todos aquellos que quieran participar.

En relación con este sentimiento, Leventhal dice estar muy sorprendido por la cantidad de participantes que consideran estas clases como una especie de sostén. Desde que comenzó a enseñar hace ya más de 22 años, el modelo Dance for PD ha sido adoptado por 300 comunidades en 28 países del mundo.

Algunos, como India y Corea del Sur, han incorporado sus propias danzas culturales al modelo de entrenamiento. “Estas clases se han vuelto una parte esencial del manejo del Parkinson para algunas personas. No se trata de una actividad extra que hacen porque les gusta, se ha vuelto parte de ellos”, dice, y explica que, para muchos participantes, bailar se ha convertido en un elemento esencial para su calidad de vida.

Aun así, los investigadores afirman que el uso terapéutico de la danza tiene un gran potencial, solo falta comprobarlo con estudios de mayor alcance. Aquellas personas que no se sienten atraídas por el baile pueden probar otras actividades físicas que también estimulan el cerebro, como tai chi o yoga, aunque las clases virtuales de danza permiten bailar desde la tranquilidad de sus casas.

La misión de Robichaud con la danza es generar sentido de comunidad y familia. Su mensaje de esperanza es: “Queremos que se sientan alegres, que se involucren más con la comunidad que los rodea, que exploren las infinitas posibilidades que existen para el resto de su vida”.

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