Una simple sonrisa puede ser el primer paso para sentirse feliz.
Norman Rockwell creó algunas de las imágenes más icónicas de los Estados Unidos del siglo XX. Sus cuadros, como la serie de Las cuatro libertades de la Segunda Guerra Mundial y El problema que todos vivimos, del movimiento por los derechos civiles, pretendían evocar los mejores sentimientos en las personas: esperanza, solidaridad, valor, justicia. Gran parte de su obra también inspiraba felicidad con las imágenes de alegría despreocupada que plasmaba.
A pesar de esto, el mismo Rockwell luchaba por ser feliz. En 1953, se mudó a un pequeño pueblo bucólico, no por su belleza natural y pacífico entrono, sino porque el sitio albergaba un hospital psiquiátrico donde él y su esposa podían recibir tratamiento para su depresión crónica. Ahí Rockwell fue paciente de un famoso psicoanalista, con el que acumuló numerosas facturas.
Puede parecer irónico que un hombre que haya peleado tanto para ser feliz sea conocido por pintar imágenes de innegable alegría. Pero, a decir verdad, esto no es nada raro. Las investigaciones demuestran que, a pesar de no ser feliz, se puede alegrar a los demás y hacerlo es una manera eficaz de mejorar el propio bienestar.
La clave consiste en actuar como lo haría una persona feliz, aunque no nos sintamos así. En 2020, investigadores de la Universidad de California en Riverside pidieron un número de personas que se comportaran de forma extrovertida o introvertida durante una semana. Quienes actuaron intencionalmente de forma extrovertida —algo que, según han demostrado décadas de investigación, es una de las características más comunes de las personas felices— sintieron una notable mejoría en su bienestar. (En cambio, la sensación de bienestar disminuyó en quienes actuaron de forma introvertida). Igualmente, se ha demostrado que gastar dinero en los demás y participar en voluntariados eleva los niveles de felicidad.
Una posible explicación es que el comportamiento altruista induce a una disonancia cognitiva —no soy feliz, ¡pero actúo como si lo fuera!— a la que respondemos inconscientemente con una sensación de felicidad. Richard Wiseman, psicólogo de la Universidad de Hertfordshire, en el Reino Unido, lo llama «el principio del como si»: si quiere sentir una emoción específica, actúe como si ya la sintiera y su cerebro le concederá tal sensación, al menos por un rato.
Por supuesto, esto no sustituye al tratamiento médico tradicional para la depresión. Rockwell recibió terapia formal durante casi toda su vida adulta. Pero sus alegres pinturas eran claramente parte de su tratamiento. Como señala su biógrafa, Deborah Solomon, “pintaba… lo que anhelaba”.
A pesar de que no sea de forma literal, puede utilizar la fórmula de Rockwell para alegrarse a usted y a las personas que te rodean cuando estés deprimido. En primer lugar, piense en qué harían las personas felices en su lugar para que las cosas mejoraran para ellos y los demás. ¿Cómo saludarían a alguien en la primera llamada del día? ¿Cómo escribirían un correo electrónico? ¿A quién llamarían solo para saber cómo están? Si no sabe qué hacer, pregunte a las personas felices que conoce sobre las pequeñas acciones que hacen por los demás.
Después, elabore un plan para hacer lo que acaba de imaginar. Escriba tres borradores de saludos especialmente amables en un papel y léelos antes de hacer una llamada telefónica. Redacte un mail de prueba como piensa que lo escribiría una persona alegre y úselo como modelo.
Si se prepara de forma consciente para alegrar a la gente que lo rodea como lo haría una persona feliz, creará el entorno en el que podrá producir naturalmente su propia felicidad y regalar alegría a los demás.