Que un hombre con graves problemas de felicidad sea conocido por pintar imágenes de innegable alegría podría parecer irónico.
Norman Rockwell creó algunas de las imágenes más emblemáticas de los Estados Unidos en el siglo XX. Sus pinturas, como la serie Las cuatro libertades, de la Segunda Guerra Mundial, y El problema que todos vivimos, sobre el movimiento por los derechos civiles, pretenden despertar lo mejor en quienes las vean: esperanza, solidaridad, valor, justicia. Pero gran parte de su obra también inspira felicidad. Como Shiner: una niña con un ojo morado sentada afuera de la dirección escolar, mostrando una sonrisa que indica que salió victoriosa del combate.
He visto estos cuadros toda mi vida, comenzando con un gastado tomo de lujo ilustrado con las mejores obras del artista, que era muy apreciado por mi abuelo. Él operaba una imprenta en Longview, Washington, y no era ningún experto en arte, pero hizo la siguiente valoración de Rockwell: “Estos cuadros me hacen sentir feliz”.
Sin embargo, al pintor le costaba ser feliz. En 1953 se mudó a Stockbridge, Massachusetts, un bucólico pueblo en la región montañosa de Berkshire, no por la belleza natural y su paz, sino porque ahí estaba un hospital psiquiátrico donde él y su esposa podían recibir tratamiento para la depresión crónica. En ese lugar fue paciente del mundialmente famoso psicoanalista Erik Erikson, con quien Rockwell acumuló una deuda de terapia tan elevada que tuvo que hacer anuncios para Kellogg’s en revistas.
Que un hombre con graves problemas de felicidad sea conocido por pintar imágenes de innegable alegría podría parecer irónico. De hecho, esto no es nada raro. Las investigaciones muestran que no solo se puede alegrar a los demás, aunque uno sea infeliz, sino que hacerlo es una forma de mejorar el bienestar propio.
La clave está en actuar feliz, aunque uno no se sienta así. El año pasado, especialistas de la Universidad de California en Riverside pidieron a personas que actuaran de forma extrovertida o introvertida por una semana. Quienes fueron extrovertidos a propósito (que es uno de los rasgos más comunes de las personas felices, como han probado décadas de investigación) tuvieron un aumento notable en su bienestar (mientras que la introversión provocó un descenso). Del mismo modo, se ha demostrado que gastar dinero en los demás y hacer voluntariado aumenta el nivel de felicidad propia.
Una explicación plausible es que la conducta pro social induce una disonancia cognitiva: me siento infeliz, pero actúo feliz. Las personas lo resuelven en el subconsciente, sintiéndose más felices. Richard Wiseman, psicólogo de la Universidad de Hertfordshire, en el Reino Unido, llama a esto el “principio de como si”: si uno quiere sentirse de cierta manera, debe actuar como si ya se sintiera así y el cerebro le dará esa sensación, al menos por un rato. Es decir, “finja hasta conseguirlo”.
Por supuesto, no sugiero que la idea de “finja hasta conseguirlo” reemplace al tratamiento tradicional con el que muchos médicos combaten la depresión. Rockwell se mantuvo en terapia formal durante casi toda su vida adulta. Sus cuadros felices eran una parte fundamental de su proceso.
Aunque no sea de forma literal, si está triste puede probar la fórmula de Rockwell para alegrarse y también a quienes lo rodean. Para empezar, piense en qué hace una persona feliz para arreglar las cosas. ¿Cómo saluda en la primera llamada del día? ¿Cómo escribe un correo electrónico? ¿A quién llama solo para saludar? Si no lo sabe pregunte a las personas felices que conoce sobre las pequeñas cosas que hacen por sus conocidos.
Después haga un plan para cumplir con todo lo que acaba de imaginar. Antes de una reunión por Zoom o una llamada telefónica, escriba tres ideas de saludos muy amables en una nota adhesiva y péguela en la pantalla de su computadora. Redacte un borrador de correo electrónico en tono alegre y úselo como plantilla. Si se prepara para alegrar a propósito a quienes lo rodean, como lo hacen de manera espontánea las personas felices, creará las condiciones para producir su propia felicidad de forma natural y dar ese mismo regalo a los demás.