El conductor que se cuela en el tráfico, el vecino que no recoge los desechos de su perro, son situaciones como estas las que hacen que nos hierva la sangre.
La rabia resulta incómoda, aunque también es normal y saludable. “Se le hizo mala fama. Muchas personas piensan que tienen que deshacerse de esta reacción”, lamenta el doctor Patrick Keelan, psicólogo, de Calgary, Canadá. “La ira, sin embargo, es una emoción inherente a los humanos cuya finalidad es señalar que algo debe ser atendido”. Prestarle atención a dicho aviso nos permite solucionar el problema subyacente, lo que reditúa en un mayor bienestar.
Es una emoción que he experimentado cuando mi esposo y yo no encontramos un lugar de estacionamiento para discapacitados. Él utiliza una furgoneta adaptada para usuarios de sillas de ruedas y necesita un espacio más amplio a fin de entrar y salir del auto. Por desgracia, los lugares que cumplen con estas características son limitados. Hace dos años nos enojamos al descubrir que el vivero local había eliminado uno de estos sitios; ahora usaban una parte para almacenar tarimas con bolsas de tierra. Mantuvimos la calma y hablamos con el gerente, quien nos aseguró que la zona sería despejada. No obstante, un mes más tarde, cuando regresamos y vimos que no solo las bandejas de carga seguían ahí, sino que además habían colocado un muestrario de piedras a un costado. Perdimos los estribos. Tomé fotos, se las mandé por mail a los dueños del negocio y les explicamos el problema redactando una nota muy clara en la que nos aseguramos de incluir la siguiente afirmación: “Su compañía está violando la ley en materia de derechos humanos que prohíbe a los establecimientos discriminar a clientes con discapacidad”. En tan solo 24 horas los obstáculos habían sido retirados y dicho espacio ha permanecido libre desde entonces.
¿Por qué nos enojamos?
Los cambios fisiológicos que experimentamos cuando nos enfadamos (es decir, el incremento en la presión sanguínea, una respiración acelerada y la secreción de hormonas del estrés, como la adrenalina y el cortisol) son detonados por la amígdala, que hace las veces de los “servicios de emergencia” en el cerebro: es la primera en reaccionar. El proceso evolucionó por una razón, afirma Diane McIntosh, psiquiatra de Vancouver, Canadá: “Son varios los sistemas biológicos que trabajan en conjunto con el propósito de estimular una respuesta de lucha o huida. Peleará con la gente porque está molesto o huirá porque tiene miedo”.
En la sociedad actual no solemos arreglar mediante peleas físicas los problemas con los conductores tercos o los dueños de perros desconsiderados, pero eso no significa que hayamos dejado de lado nuestras emociones. “Podemos responder a nuestra ira de manera adecuada —asevera Keelan—. Si alguien ha hecho algo que me molesta, puedo llamar su atención de una manera calmada, pero contundente”.
Reprimir la rabia puede hacerle daño
Desafortunadamente, muchos de nosotros hemos sido educados para contener nuestras reacciones. “La ira es uno de los siete pecados capitales”, explica la doctora Cheryl van Daalen-Smith, profesora de Enfermería y Estudios de la Mujer en la Universidad de York, en Toronto, Canadá. Sin embargo, cada vez son más las investigaciones que demuestran que soportar nuestro enojo puede ocasionar algún daño posterior, incluyendo enfermedades vinculadas al estrés, como las afecciones autoinmunitarias. Los científicos de la Universidad de Rochester, en Nueva York, Estados Unidos, incluso han revelado que es posible que la gente que habitualmente reprime sus emociones tenga una menor expectativa de vida. McIntosh señala que cuando la respuesta al estrés está perpetuamente activa, el organismo puede volverse resistente a los efectos antiinflamatorios del cortisol, lo cual le hace sufrir un estado de inflamación permanente y lo vuelve más propenso a desarrollar padecimientos físicos, como la diabetes, y mentales, la depresión.
Y si cree que le está haciendo un favor a sus seres queridos al refrenar su enojo, considere esto: “Si sigue conteniendo podría terminar explotando como un volcán”, asevera McIntosh. En lugar de tener una conversación a tiempo con objeto de resolver lo que le está molestando, terminará con un conflicto.
Desahogarse también puede ser nocivo
¿Entonces es mejor gritar y rumiar cada vez que algo lo haga enojar? Quizá se dará cuenta de que desahogar su cólera no es más satisfactorio que tragarse la rabia. De hecho, al igual que contener las emociones, acarrea consecuencias negativas para nuestra salud física y mental..
“Cualquier emoción extrema implica repercusiones físicas: jaquecas, dolor de estómago, cansancio”, afirma Nancy MacDonald, responsable de un grupo de control de la ira. Un estudio hecho en 2016 por la Universidad McMaster, en Ontario, Canadá, encontró que tenemos más del doble de probabilidades de sufrir un infarto de corazón tras un estallido de furia.
En lo que toca a las repercusiones sociales de externar su enfado, no se necesita tener mucha imaginación para predecir cómo una conducta violenta puede afectar las relaciones con su pareja, sus hijos o sus colegas. Esa es una de las razones de que la rabia tenga una mala reputación, pero debemos dejar de equipararlo con un arrebato. “La primera es una emoción; la agresión es un comportamiento —aclara Van Daalen-Smith—. Los sentimientos de enojo se deben expresar, y necesitamos que sea algo habitual”.
Acepte su ira
Si no debemos contener nuestra furia, y la agresividad tampoco es saludable, ¿entonces cómo deberíamos manejarnos cuando algo nos altera? “El objetivo no es impedir airarse; las emociones son normales”, señala MacDonald. Pero son los extremos los que pasan la factura, y si es capaz de emplear técnicas que disminuyan esos picos y valles, podrá gozar de un viaje más tranquilo.
Comience por explorar cuál es el origen de sus sentimientos. La ira puede dispararse por una situación irritante; sin embargo, a menudo es precipitada por sensaciones subyacentes de miedo, decepción, ansiedad y culpa. Es por eso que con frecuencia a la ira se la considera una emoción secundaria. Tal vez está furioso porque su cónyuge no ha regresado a casa y ya es tarde, pero la verdadera causa es que tiene miedo de que haya sufrido un accidente automovilístico. Ser más consciente de sus emociones primarias puede ayudarlo a reflexionar y a identificar sus pensamientos.
También puede prestarles más atención a los detonantes, esos incordios diarios, como las largas filas en el supermercado, que uno sabe que lo harán estallar. Tal vez no sea capaz de evitarlos todos, pero puede prevenirse usando ciertas estrategias. Una buena táctica es replantearse la escena. “Aléjese un poco de esa situación y mírela con una óptica distinta”, sugiere MacDonald. Cuando pienso que la gente que obstruye los lugares de estacionamiento para discapacitados no se da cuenta de por qué esos lugares necesitan ser más amplios, mi hostilidad hacia ellos se apacigua.
Formas de expresarse
Hay muchas formas de manifestar la ira sin recurrir a los golpes. Como reza el dicho: hablando se entiende la gente. Se ha demostrado que conversar sobre nuestro enojo contribuye a hacernos sentir mejor. Si bien los científicos aún están investigando los mecanismos de por qué esto funciona, las imágenes cerebrales obtenidas por la Universidad de California, Estados Unidos, han comprobado que, si asocia palabras a sus sentimientos, podría disminuir la intensidad de la actividad de la amígdala, región donde se activa la respuesta de lucha o huida.
El lenguaje es útil cuando está enojado con alguien a raíz de una actitud específica. Como McIntosh asevera: “Expresar que no le gusta lo que está sucediendo es bastante útil, ya que es una oportunidad para cambiar”.
Podría decidir tomarse un momento para calmarse antes de conversarlo; de esta manera permitirá que los efectos de la adrenalina desaparezcan y tendrá tiempo de reflexionar sobre qué es lo que lo irrita; para la persona con la que necesite hablar, este lapso le permitirá ponerse en la disposición para escucharlo. Puede hacer respiraciones o encontrar alguna actividad física con objeto de relajarse. “Hay evidencia contundente de que el ejercicio es beneficioso a la hora de tratar la ansiedad y la depresión, y además ayuda a lidiar con los sentimientos de ira”, dice McIntosh.
Cuando esté listo para acercarse a la otra parte, Keelan recomienda enfocarse en el comportamiento y la razón que lo enoja, no en el carácter del individuo. “Tiene algunos puntos muy válidos que quiere tratar”, concede el especialista. “Quiere cerciorarse de que el otro dirija su atención a estos, no que se queden de lado a raíz de una actitud agresiva”. No le ponga apodos a su contraparte ni la acuse de ser desconsiderada. Evite decir groserías, insultarla o recurrir a generalizaciones como: “¡Siempre es lo mismo!”.
“La idea es comunicar a su interlocutor los motivos en los que tiene razón de la manera en la que sea más factible obtener una respuesta constructiva, no propiciar una reacción defensiva”.
Y para aquellos que se hallan en el otro extremo, recuerden que aceptar e intentar comprender la ira de la otra persona, así como estar dispuestos a hacer un cambio si se quiere, puede resultar provechoso. Las probabilidades de que, en el futuro, el otro se acerque con la intención de abordar cuestiones de manera constructiva, en lugar de explotar, serán mayores. Y al final ambos manejarán tales cuestiones de forma más saludable.