Los síntomas de la enfermedad renal pueden ser difíciles de detectar, pero esto es lo que debe saber.
Por Zoë Meunier
Mientras visitaba al médico por una hemorragia nasal en 2017, Carey Penn, que entonces tenía 44 años y era de Hamilton, Nueva Zelanda, mencionó que últimamente se sentía un poco cansado, así que su médico le hizo algunas pruebas. Carey no estaba muy preocupado: como hombre en forma, había relacionado su cansancio a su ajetreada vida como gerente de una empresa de servicios eléctricos y padre de niños pequeños.
“Dos días después recibí un mensaje que decía: ‘Será mejor que venga el lunes, porque tiene insuficiencia renal en estadio 4’“, recuerda Carey. Como cualquier persona, Carey y su esposa Gemma exploraron Google para saber más. “Por supuesto, encuentras las peores historias en Internet, y recuerdo estar sentado allí con mi mujer con lágrimas cayendo por nuestros rostros, pensando: ‘¿Qué he hecho para merecer esto?’“.
Aunque muchas personas no se dan cuenta de que la padecen, la enfermedad renal no discrimina: afecta a hombres y mujeres de todas las edades y etnias. De hecho ocupa el octavo lugar como causa de muerte en todo el mundo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En la Argentina, según la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud, un 12,7 por ciento de la población adulta padecería de Enfermedad Renal Crónica (ERC) en alguno de los cinco estadios, lo que involucraría a más de cuatro millones de personas: es decir que una de cada ocho personas adultas presentarían algún grado de la enfermedad.
¿Por qué la enfermedad renal es tan prevalente?
Porque las dos causas más comunes de la enfermedad son la hipertensión (tensión arterial alta) y la diabetes, y estas se han generalizado, a la par que la epidemia de obesidad. Entre las causas menos comunes se encuentran las infecciones y las afecciones genéticas; los cálculos renales también pueden aumentar el riesgo de padecer una enfermedad renal crónica.
La enfermedad renal se define por un par de parámetros, explica la doctora Karen Dwyer, directora clínica de Kidney Health Australia. Si la función renal desciende por debajo del 60 por ciento y eso se mantiene durante al menos tres meses, es una prueba de disfunción renal o enfermedad renal crónica. Otros signos pueden ser la pérdida de proteínas en la orina o la presencia de sangre en la orina.
La mayoría de la gente no sabe lo importantes que son sus dos riñones para la salud en general. Cuando funcionan correctamente, estos órganos filtran los desechos y el exceso de líquido del torrente sanguíneo, convirtiéndolo en orina. Pero el exceso de azúcar en la sangre como consecuencia de la diabetes daña con el tiempo los filtros de los riñones.
“Cuando se tiene diabetes y se alcanzan niveles elevados de azúcar en sangre, los vasos sanguíneos se vuelven muy rígidos y gruesos, por lo que el riñón no recibe tanto riego sanguíneo y, por tanto, oxígeno como lo haría normalmente”, explica Dwyer. “Y la hipertensión arterial no controlada puede acabar provocando que las arterias que rodean los riñones se estrechen, debiliten o endurezcan, lo que dificulta que suministren suficiente sangre al tejido renal”.
También existe una relación significativa entre la enfermedad renal crónica y las cardiopatías. De las personas con enfermedad renal crónica, “morirán más por enfermedad cardiovascular que las que realmente evolucionen a insuficiencia renal, así de fuerte es el vínculo”, afirma Dwyer. “Por eso es tan importante la detección precoz: frena la progresión de la enfermedad renal, protege el corazón y evita la muerte prematura”.
Cómo detectar la enfermedad renal
A partir de los 50 años, los riñones pierden eficacia gradualmente y, después de los 60, una pérdida moderada de función puede ser normal, siempre que no haya otros signos de enfermedad renal. Dado que la enfermedad renal crónica suele ser asintomática y que se puede perder mucha función renal antes de que aparezcan los síntomas, Dwyer afirma que es muy importante ser proactivo en la detección de la enfermedad renal.
“Si se puede identificar que alguien padece una enfermedad renal crónica, hay datos que demuestran que podemos ralentizar su progresión hasta en un 50 por ciento poniendo en marcha ciertas medidas, lo que es realmente significativo”.
Afortunadamente, la prueba de detección de enfermedad renal es sencilla: consiste en un análisis de sangre, un análisis de orina y un control de la tensión arterial. Dwyer lo aconseja para cualquier persona en riesgo, que para empezar, es cualquiera mayor de 60 años. “Pero a cualquier edad, si padece diabetes o hipertensión, sin duda debe someterse a la prueba”, afirma. Otros factores de riesgo son ser fumador, tener sobrepeso, padecer una enfermedad cardiaca conocida o haber sufrido una lesión renal aguda en el pasado.
Tratamiento de la enermedad renal
Dependiendo de la gravedad, las personas pueden necesitar simplemente vigilar su estado y tener en cuenta factores relacionados con el estilo de vida, como la dieta, la actividad física, dejar de fumar o limitar la sal en la dieta. Si se requieren medicamentos, estos incluyen los inhibidores de la ECA y los ARA, dos clases de fármacos hipotensores que ralentizan o previenen un mayor daño renal.
Una nueva clase de fármacos, los inhibidores SGLT2, se prescriben para la diabetes y limitan la absorción de sal por el organismo, lo que ayuda a la función renal. Sin embargo, incluso con estas medidas, la función renal puede seguir disminuyendo y progresar hasta la “insuficiencia renal”. Esto ocurre cuando la función renal se sitúa en torno al diez por ciento, dependiendo de otros factores. “Suele ser entonces cuando empezamos a hablar de cosas como la diálisis o el trasplante”, explica Dwyer.
Cuando diagnosticaron por primera vez a Carey —cuya insuficiencia renal fue provocada por una nefropatía por IgA—, su función renal era del 24 por ciento y en sus revisiones periódicas seguía cayendo en picado.
“Con un 19 por ciento aún hacía pruebas de 50 kilómetros de bicicleta de montaña a campo traviesa”, dice, “luego bajó al 14 por ciento en noviembre de 2019, y después al 9 por ciento en diciembre. Mi consultor me explicó que cuando tu riñón funciona al 20 por ciento, ese porcentaje hace todo lo que hace un riñón normal, así que es como hacer funcionar un motor a tope de revoluciones constantemente, lo que significa que va a fallar antes”.
La diálisis, un tratamiento para la enfermedad renal

En febrero de 2020, la función renal de Carey estaba al 5 por ciento y se le indicó que iniciara la diálisis. La diálisis hace lo que deben hacer los riñones: eliminar los desechos, la sal y el agua sobrante para evitar que se acumulen en el organismo; mantener el potasio y el sodio en niveles seguros; y ayudar a controlar la tensión arterial.
Existen dos tipos diferentes de diálisis, la hemodiálisis —en la que la sangre se bombea desde su cuerpo a una máquina de riñón artificial y se devuelve a su organismo mediante tubos que le conectan a la máquina— y la diálisis peritoneal —en la que el revestimiento interior de su propio vientre actúa como filtro natural—.
Para este método, se coloca quirúrgicamente un catéter en su vientre, a través del cual entra y sale un líquido limpiador estéril. Para Carey, la elección fue sencilla. “Cuando vi el tamaño de las agujas para la hemo, no tuve ninguna duda, ¡me iba a someter a diálisis peritoneal!”.
Sin embargo, fue un camino lleno de baches para él, que para entonces ya se sentía muy mal. Su cuerpo reaccionó contra el primer líquido utilizado y tuvo que someterse a una segunda operación para insertarle un nuevo catéter tras experimentar algo llamado “dolor de drenaje”. Luego acabó en una sala de urgencias después de que se filtrara líquido por el sitio del tubo.
Pero con el tiempo se acostumbró a la rutina, variando entre hacer un intercambio manual de bolsas y utilizar una máquina ‘cicladora’, que cicla los litros por la noche. “Aunque la cicladora era genial porque significaba que no hacías diálisis durante el día, por la noche no dormías bien porque estabas conectado a una máquina que te bombeaba líquido dentro y fuera”, dice.
Para Jenny Skentzos, de 55 años, de Sidney, empezar la hemodiálisis fue bastante abrumador. Aunque esta asistente ejecutiva había vivido con una enfermedad renal crónica durante más de una década, el deterioro de sus riñones había sido muy lento y había tenido poco impacto en su vida.
Entonces, en octubre de 2019, experimentó síntomas como “niebla en el cerebro, picazón en la piel, sabor metálico en la boca, dolores corporales”. “Estaba tan cansada que no podía recordar nada y me costaba hilvanar frases”, recuerda. “Después de estar siempre muy animada, tenía que tumbarme en el sofá durante dos días seguidos. Toda mi vida cambió”.
A las dos semanas, Jenny empezó con la diálisis y dice que al principio era “tanto con lo que lidiar” que consiguió que las enfermeras lo hicieran todo por ella en el hospital. Pero a medida que se fue familiarizando, recibió “una formación muy militar y precisa” para enseñarle a dializarse en casa, algo en lo que ahora se ha convertido en una experta.
Aun así, admite que es “un compromiso muy grande”. “Estoy cinco horas en la máquina: se tarda una hora y media en montarla y algo menos de una hora en desmontarla, así que son siete horas y media como mínimo, cada dos o tres días”, dice Jenny. “Es duro, solo tienes que encajarlo en tu estilo de vida. Si me han invitado a salir a cenar con las chicas, tengo que pensar: Bien, ¿cuándo voy a dializarme? porque de ninguna manera voy a renunciar a una noche de fiesta”.
El trasplante renal

La vida de Carey ha cerrado el círculo tras recibir un trasplante de donante vivo de su amigo Peter en julio de 2021. “Vino una noche y me dijo: ‘Quiero donar mi riñón’“, recuerda Carey. “Me comentó: ‘He revisado todas las estadísticas, hay un 0,03 por ciento de posibilidades de que algo vaya mal. Si algo le ocurre a mi riñón [restante], mi hermana se ha ofrecido a donármelo, y mi pareja y mi hija están de acuerdo”.
Carey dice que le asombró que alguien estuviera dispuesto a hacer “un acto tan desinteresado como pasar por una cirugía mayor y extraer un órgano de su cuerpo para dárselo a otra persona. Me siento muy afortunado de que alguien hiciera eso por mí”. Aunque la operación también tuvo su parte de complicaciones, tanto Peter como Carey se han recuperado y Carey sigue cada día más fuerte.
Para quienes no tienen ninguna oportunidad de tener un donante vivo, como Jenny, la única opción es un donante fallecido. “Estoy en la lista de espera para un trasplante, así que supongo que solo es cuestión de esperar a que salga uno”, dice. “Lo más duro es la espera. Me destroza el alma”.
“El tiempo medio para estar en la lista de espera varía de un año a otro, dependiendo de todo tipo de factores”, dice Dwyer, “pero ronda entre los 3,5 y los cuatro años, aunque no es raro que la gente espere siete o más años”. “Escuchas hablar de algunas personas que están esperando nueve años, trece años”, dice Jenny, “y piensas, no sé cómo voy a hacer esto. Pero no vale la pena pensar en la alternativa”.
Cómo reducir el riesgo de enfermedad renal
Por suerte, puede tomar medidas que le ayuden a reducir el riesgo de padecer una enfermedad renal. Además de controlar la hipertensión, evitar la diabetes y mantener un peso saludable, visite a su médico con regularidad.
Y es importante que cualquier persona, no solo los enfermos renales, vigile su consumo de sal. El exceso de sal eleva la tensión arterial y hace que los riñones trabajen más. Consumir menos de cinco gramos de sal al día podría salvar 2,5 millones de vidas al año. Dado que la mayor parte de la sal que consumimos está en los alimentos envasados, los estados miembros de la OMS han acordado ayudar a reducir el consumo de sal de su población en un 30 por ciento para este años, y han instituido políticas para reducir la sal en los alimentos envasados y en las comidas de los restaurantes.
Hay dos cosas más que debe tener en cuenta. En primer lugar, pregunte a su médico si debe evitar los analgésicos AINE (antiinflamatorios no esteroideos). Un estudio descubrió que el 41 por ciento de las personas con enfermedad renal tomaban AINE, sin darse cuenta del daño que podían causar. En segundo lugar, evite fumar; daña los vasos sanguíneos y acelera el deterioro de los riñones. Las personas que no fuman tienen más probabilidades de preservar la función renal.