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Obesidad: una bomba de tiempo

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No solo es una emergencia sanitaria; se trata de un problema social.

Hace cinco años, Wim Tilburgs era incapaz de caminar 500 metros sin perder el aliento. Con 1,77
metros de altura y 125 kilogramos de peso, estaba —según los parámetros
oficiales— terriblemente obeso. Cada vez que tenía un viaje de trabajo, el
exitoso consultor empresarial holandés reservaba el asiento del pasillo porque
le era imposible abrirse paso con comodidad entre los pasajeros del avión.

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“Todos me odiaban, estoy seguro —señala—.
Sudaba de manera profusa y, cuando me quedaba dormido, roncaba. Bien fuerte”.

Aunque los médicos le habían advertido que
el sobrepeso era la raíz de muchos de sus males, como la diabetes tipo 2 y la
hipertensión, Wim no adelgazaba. De hecho, utilizaba la comida para sentirse un
poco mejor. Le brindaba una alegría efímera que podía durarle toda la tarde o
apenas unos minutos. Era un adicto, ya no pensaba. Estaba fuera de control.

“El mundo me parecía sombrío”, relata, a
sus 58 años, el habitante de Helmond, en el sur de Holanda. “No encontraba la
salida”.

En 2015, mientras comía una bolsa de papas
fritas, su hijo menor, que por aquel entonces cursaba la secundaria, señaló que
su padre tal vez no viviría para verlo graduarse. De algún modo, el comentario
despertó a Tilburgs de su negación. Si no podía hacerse cargo de sí mismo,
¿cómo esperaba cuidar de su familia? Su estilo de vida dejaba sentir su efecto
sobre todo y todos a su alrededor: desde los pasajeros de un vuelo hasta su familia
y el saturado sistema de salud pública.

Había pasado a formar parte de la
estadística en un país, un continente y un mundo lleno de casos similares. Para
la Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad es un asunto médico
urgente, y existe incluso quien la coloca entre las tres principales cargas
sociales autoimpuestas a nivel mundial, junto con el tabaquismo y la guerra. Se
trata de una crisis que ha aumentado en más de 50 por ciento desde 1980.

Por lo menos unas 2.100 millones de
personas (aproximadamente 30 por ciento de la población mundial) presentan
sobrepeso; de estas, un tercio alcanza el grado de obesidad ya que pues su
índice de masa corporal (IMC) —cifra obtenida a partir del peso y la estatura
cuyo valor orientativo es, a decir de los especialistas, mejor que el del peso—
es igual o mayor que 30.

Basta con recordar que los niveles
saludables de IMC son aquellos entre 18,5 y 24,9 puntos para entender el porqué
de los males de Wim, cuya cifra llegaba a 40. Era como si pasara cada minuto de
cada día y cada noche metido dentro de un traje de ladrillos que oprimía
órganos, articulaciones y músculos. “Tarde o temprano, uno colapsa
irremediablemente”, explica Hanno Pijl, catedrático del Departamento de
Medicina Interna de la Universidad de Leiden.

El trastorno deja un saldo anual que
incluye el cinco por ciento de las muertes en el mundo y 2.100 millones de
dólares en costos directos e indirectos (por ejemplo, atención médica,
ausentismo e incapacidad laboral). “Este no es un problema médico, sino un
fenómeno social que rebasa la capacidad de los sistemas de salud pública”,
asevera Pijl. “Estos fueron diseñados para hacer frente a enfermedades
infecciosas; las no transmisibles jamás se contemplaron”.

Obesidad: una bomba de tiempo

De hecho, ni la diabetes tipo 2, ni la depresión,
ni los 12 tipos de cáncer asociados a la obesidad —entre los que se encuentran
el de mama, páncreas y esófago— pueden remediarse con antibióticos o pastillas.
Lo mismo sucede con la artrosis, la hipertensión, la arteriopatía coronaria, la
demencia e incluso la formación de depósitos grasos en la región posterior de
la lengua, cerca de la garganta, fenómeno que dificulta la respiración.

Según un informe de la OMS, unos 41
millones de niños menores de cinco años y más de 340 millones de niños y adolescentes
(de 5 a 19 años) tienen sobrepeso o son obesos.

Una de las cuestiones que más preocupan es
la creciente incidencia de esteatosis hepática entre jóvenes con obesidad.
Carl-Erik Flodmark, experto en obesidad pediátrica y profesor en la Universidad
de Lund, Suecia.

La esteatosis hepática impide a las
personas eliminar el exceso de grasa que se acumula en el hígado, lo cual
propicia la formación de cicatrices que pueden derivar en cáncer. “Necesitamos
enfrentar la epidemia con acciones sanitarias y sociales que involucren a las
industrias alimentaria y publicitaria”, afirma.
 

Corría la primavera de 2015. Glenn McMullin, instructor de vuelo entonces de 50 años, vivía
entre Toronto y Terranova, Canadá, donde trabajaba. Pesaba 154 kilos y todas
las noches utilizaba una máquina de presión positiva continua para vías
respiratorias (CPAP, por sus siglas en inglés), que le permitía respirar
mientras dormía. Un día por la mañana se detuvo en un restaurante de comida
rápida de camino al trabajo para comprar un grasoso sándwich que sería su
desayuno.

Le dio una mordida, masticó y tragó. Pero
el bocado se quedó ahí. Era un bulto duro atorado en el esófago. “Más vale
consultar al médico”, le dijo a su esposa. El doctor le solicitó varios
exámenes; estos arrojaron resultados positivos para cáncer esofágico. El
diagnóstico dejó a Glenn impactado. “Pero aquello no duró mucho; en mi empleo
aprendí, desde muy joven, que el pánico es un enemigo —asegura—. Elegí vivir al
máximo y no sucumbir ante el miedo ni un solo día”.

Antes de someterse al procedimiento
quirúrgico de nueve horas que los médicos le practicarían en junio, Glenn
recibió 23 ciclos de radioterapia y cinco de quimioterapia a fin de encoger el
tumor. Y entonces empezó a correr. Al principio lo hacía unos cuantos minutos,
lo suficiente para poder incrementar la distancia un poco todos los días. ¿Su
objetivo? Adelgazar lo suficiente como para desprenderse de la máquina. “El
especialista me informó que no podría utilizarla después de la cirugía y que,
si hacía falta, me intubaría —recuerda Glenn—. Habría sido una situación
terrible”.

Para el día de la operación había bajado
27 kilos. Desde entonces decidió abandonar su antiguo desayuno, sustituirlo con
avena y no dejar de correr, medidas que le han permitido rebajar casi un tercio
de su peso para ubicarse, hoy, en los 107 kilos.

Desde Londres, Susannah Brown, jefa del
programa científico de la organización World Cancer Research Fund
International, explica que la demasía de tejido adiposo altera el perfil
hormonal, lo cual, a su vez, altera la fisiología del organismo. Con el tiempo,
esto estimula la producción de factores de crecimiento, lo cual acelera la
división celular y crea el ambiente perfecto para que las células cancerosas
formen un tumor.

Para McMullin la decisión de salir a
correr y modificar sus hábitos alimentarios de modo radical ha supuesto una
nueva oportunidad de vida. Ahora, tras haber ganado la batalla contra el
cáncer, comenta: “Si logro convencer a una sola persona de que es posible
cambiar para mejorar, eso sería suficiente para hacerme feliz”.

Cuando uno sufre obesidad, la artrosis —desgaste del cartílago que protege las articulaciones—
avanza más rápido en respuesta a los cambios en la marcha y la presión. Según
la doctora Sarah Kingsbury, líder del Proyecto Estratégico contra la Artrosis
lanzado por el Instituto de Reumatología y Medicina Musculoesquelética de la
Universidad de Leeds, la cruel paradoja es que el único antídoto que permite
retrasar el progreso del trastorno es el movimiento constante, lo cual supone
un reto para quienes tienen sobrepeso.

“Hasta el momento, no hay manera de
regenerar el cartílago perdido —señala—. Es por eso que, en algunas ocasiones,
la cirugía bariátrica (reducción del estómago de pacientes gravemente obesos)
es la mejor opción”.

En el caso de Marianne Lund Kristofferson,
de 60 años, fue un viaje a Mallorca en 2006 lo que finalmente la llevó a
resolverse. La antigua empleada de supermercado y madre de tres originaria de
Tønsberg, en el sur de Noruega, pesaba unos 120 kilos y padecía dolores todo el
tiempo dada la sensibilidad e inflamación de sus articulaciones. “Al llegar a
casa, contacté a una clínica privada en Oslo e hice las gestiones necesarias
para operarme en el otoño —relata—. Esa primera semana bajé diez kilos y, a lo
largo del año siguiente, 47 en total”.

Si bien aún sufre al moverse, no deja
pasar un solo día sin algo de actividad; le gusta la caminata y el senderismo
ligero. Bajar de peso le devolvió la libertad para disfrutar la vida con su
familia y su perro. “Hoy todo es más fácil —comenta—. Es fantástico”.

Durante años, Claudine Canale subía y
bajaba de peso. Hoy, a sus 58 años, la consultora empresarial que llegó a pesar
140 kilos —no obstante que su talla es baja— recuerda cómo jamás logró deshacerse
por completo de los kilos de más que le dejó el embarazo hace 27 años. Dada su
rápida evolución, la artrosis pronto le ocasionó problemas para caminar. En la
imaginación de Claudine, la gente se le quedaba viendo con una expresión de
asco en el rostro.

En 2010, apenas si podía andar. Siempre le
faltaba el aliento. Y entonces, una noche, mientras veía la televisión en su
casa de Saulx-les-Chartreux, suburbio a las afueras de París, se enteró de que
en Francia existían centros con equipos multidisciplinarios especializados en
obesidad, pérdida de peso y cirugía bariátrica. El procedimiento de manga
gástrica que le redujo el estómago se llevó a cabo en septiembre de 2011.

Desde entonces, Claudine ha perdido 45 por
ciento de su peso inicial. Agradecida por la intervención, se vale de caminatas
y clases de CrossFit para enfrentar el dolor. “Aunque uno adelgaza, la huella
de la obesidad persiste. Mis articulaciones todavía están lesionadas. Con la
asesoría adecuada, puedo manejar esta situación”.

En febrero del año pasado, el médico Carlos Piñeiro retó a los residentes de Narón, su pueblo
natal en el noroeste de España, a perder 100.000 kilos en dos años. Casi una
cuarta parte de los 40.000 habitantes presentaban sobrepeso y otros 3.000 eran
obesos, de acuerdo con los parámetros oficiales. La propuesta consistía en
modificar el estilo de vida, lo cual implicaría elevar el nivel de actividad
física, hacer cinco comidas pequeñas al día, acudir a consulta médica con
frecuencia y un elemento fundamental: apoyarse unos a otros.

“Cuando la gente comprendió que se trataba
de un proyecto serio cuyo único objetivo era mejorar su calidad de vida, las
cosas empezaron a marchar”, apunta el doctor Piñeiro. Teresa Rodríguez
Fernández, abuela y ama de casa de 56 años, forma parte de esa comunidad junto
con sus 1,53 metros de estatura y, hasta marzo pasado, sus notables 84 kilos.
Ella siempre estaba cansada, padecía diabetes tipo 2, tenía dos hernias y
caminaba con dificultad. “Me sentía inservible… y, por si fuera poco, debía
usar pantalones talla 50”, lamenta. Así que cuando Piñeiro le sugirió unirse al
reto, aceptó.

Lo más difícil fue renunciar a los
alimentos grasosos y salados, como los embutidos, y a los lácteos, incluido el
queso. Su alimentación empezó a tener su base en el pescado, las frutas y el
pan tostado sin manteca; hoy en día, después de haber adelgazado 20 kilos, está
conforme con su nueva dieta. “Aún regreso a consulta para que el especialista
me pese; sin embargo, ahora todo está bien e incluso he suspendido el
tratamiento para controlar la glucemia”, indica.

Teresa ha redescubierto la libertad que
brinda el ser capaz de moverse, ir al gimnasio y tomar clases de baile. “Tengo
un grupo de amigos con quienes camino 90 minutos, tres veces por semana; entre nosotros
competimos para ver qué tanto peso hemos perdido —afirma—. Hace poco
organizamos un concurso con vecinos de otros barrios con el mismo fin”.

A tan solo un año de que iniciara el reto,
los participantes ya han superado la meta de 40.000 kilos en los 12 primeros
meses. Y, a decir de Piñeiro, la comunidad sigue adelgazando 2,5 kilos por
persona, en promedio, al mes. Todo esto le está ahorrando al pueblo más de dos
millones de euros al año en costos sanitarios y sociales; si el reto se
extendiera a las clínicas de todo el país, asevera, “los ahorros resultantes
elevarían la viabilidad financiera del sistema de salud pública sin la
necesidad de hacer recortes”.

A decir de Hanno Pijl, de la Universidad
de Leiden, si no hacemos algo ahora, los costos de la atención sanitaria se
elevarán “por los cielos”. “Para la mayoría de la población, los precios serán
impagables, lo cual, en resumen, llevará a las sociedades a la quiebra”,
asegura. “Millones de personas vivirán apesadumbradas por enfermedades crónicas
prevenibles”.
 

Wim Tilburgs inició una dieta cetógena, que consiste en descartar los carbohidratos casi por completo, el
3 de junio de 2015. A los dos días, consiguió liberarse de las inyecciones de
insulina; un mes después, se deshizo de 10 kilos. Desde entonces, sigue el
régimen con cierta disciplina y ha logrado bajar más de 30 kilos. Convertido en
un atleta, Wim ha abandonado sus viejos hábitos: un ejemplo perfecto de lo que,
según Hanno Pijl, el resto del mundo debería hacer con objeto de salvarse.

“Antes, me alimentaba como un niño
pequeño. No fue sino hasta los 55 años que probé una ensalada”, admite Wim.
“Ahora ayudo a otras personas a mejorar su vida”.

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