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Conmoción cerebral: más que un golpe en la cabeza

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¿Se han minimizado los efectos a largo plazo de los traumatismos “leves”?

Daniel Bell, quien se crió en una granja en Kingston, Australia del Sur, fue un niño propenso a los accidentes. Sufrió 10 conmociones cerebrales, por lo menos, golpeándose la cabeza en accidentes de moto, caídas de árboles y al practicar el salto de altura en la escuela. Cuando empezó a jugar profesionalmente fútbol australiano, cada golpe en la cabeza iba produciéndole trastornos más duraderos, como visión borrosa y persistentes dolores de cabeza. Cuando el destacado deportista acudió al Instituto Australiano del Deporte, en Canberra, los médicos le diagnosticaron migraña por conmoción cerebral. Sin embargo, no fue sino hasta que lo derribaron con un golpe especialmente fuerte en un partido cuando empezó a preocuparse de verdad.

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“Terminaba de recuperarme de una fractura del pulgar y estaba jugando el primer partido luego de reintegrarme al equipo —cuenta—. Me había apoderado de la pelota y recibí un puñetazo o un puntapié en la nuca. La visión borrosa no cedía, y cuando salí de los vestuarios era incapaz de hilvanar una frase. Entendía lo que me preguntaba el médico, pero no podía concentrarme el tiempo suficiente para contestarle”.

Un examen neuropsicológico reveló que en algunas tareas cognitivas, el cerebro de Daniel funcionaba apenas a la mitad de su capacidad para una persona de su edad. Junto con otras lesiones, las conmociones cerebrales repetidas pusieron fin a su carrera en la Liga de Fútbol Australiano, y en 2012, a la edad de 25 años, lo dieron de baja.

En julio de 2012, un grupo de 75 jugadores de fútbol americano jubilados entablaron una demanda colectiva en la que alegaban que sus afecciones mentales, que iban desde fallas de la memoria hasta depresión profunda y tendencias suicidas, se debían a lesiones cerebrales sufridas durante su carrera deportiva, y que la Liga Nacional de Fútbol Americano de los Estados Unidos había ocultado deliberadamente ciertas pruebas de la relación entre las conmociones repetidas y las lesiones cerebrales permanentes.

“Antes pensábamos que, al sufrir una conmoción cerebral, la persona se sentía algo aturdida y a veces hasta perdía el conocimiento, pero que luego se recuperaba y no le quedaba ninguna secuela a largo plazo”, explica Michael Woodward, profesor adjunto y jefe de la clínica de la memoria en Austin Health, importante prestador de servicios médicos, de investigación y educación, en el estado australiano de Victoria. “El cerebro se recupera muy bien de los golpes, pero ahora sabemos que después de la conmoción hay riesgo de que quede cierto daño persistente”.

¿Qué es la conmoción cerebral?

La conmoción es un traumatismo del cerebro, casi siempre debido a un golpe en la cabeza. No se trata de un trastorno estructural del órgano, sino de una sacudida de las neuronas, el “programa informático” cerebral, lo que ocasiona una pérdida temporal de las funciones cerebrales normales. El cerebro humano es un órgano pesado que descansa sobre el delgado tallo cerebral. Flota en el cráneo protegido por el líquido cefalorraquídeo. Si una persona se golpea la cabeza, el cerebro puede rebotar en la pared del cráneo. Este golpe secundario algunas veces lesiona diminutos vasos sanguíneos y fibras nerviosas, y afecta temporalmente las funciones cerebrales normales. Los traumatismos en la cabeza también pueden lesionar las neuronas.

En el caso de golpes muy fuertes, quizás el cerebro se hinche, lo que reduce la circulación y puede producir un infarto cerebral, accidente grave que se diagnostica mejor con una tomografía computarizada o de resonancia magnética; de ahí la importancia del examen médico. Aun así, en la mayoría de los casos las conmociones cerebrales son relativamente leves. Es raro que quienes las sufren pierdan el conocimiento, aunque a menudo no recuerdan nada de lo ocurrido inmediatamente antes y después del golpe. La conmoción también puede acompañarse de una alteración del estado mental: puede ser que a la persona se le trabe la lengua, que esté confundida o sufra trastornos del equilibrio.

Casi siempre el accidentado se recupera de estos síntomas en un lapso que va de 15 minutos a 24 horas; el restablecimiento completo puede tardar entre 7 y 10 días: “Es como una computadora que, después de una sacudida, deja de funcionar: hay que dejarla descansar y reiniciarla”, advierte Gary Browne, profesor adjunto y especialista en terapia intensiva en el Instituto de Medicina Deportiva del Hospital Infantil (CHISM, por sus siglas en inglés) de Westmead, en el noroeste de Sydney. Sin embargo, hoy día investigadores como Woodward piensan que cuantas más conmociones se sufren, mayor riesgo hay de que se produzcan daños duraderos.

Los traumatismos repetidos en la cabeza pueden causar lesiones permanentes en los diminutos vasos sanguíneos y nervios del cerebro, lo que a la larga puede causar alteraciones cognitivas como pérdida de la memoria. Ahora se reconoce, además, que la capacidad del cerebro para recuperarse varía de una persona a otra. Alrededor del 20 por ciento de la población tiene cierta constitución genética que la hace tardar más que la mayoría en recuperarse de una conmoción, añade Woodward. “Aunque la cuestión todavía se discute, sabemos que sufrir múltiples conmociones puede ser nocivo para el cerebro”, explica Nicola Gates, neuropsicólogo de Sydney especializado en traumatismo cerebral. “Cualquier golpe en la cabeza aumenta el riesgo de padecer demencia a mayor edad”.

En la mayor parte de la población el riesgo de sufrir múltiples conmociones es relativamente remoto, pero en el mundo del deporte esto suele ser la norma. Algunos estudios han demostrado que incluso cabecear repetidamente una pelota de fútbol puede producir lesiones cerebrales parecidas a las de una conmoción. Cada cuatro años un grupo de especialistas asiste a la Conferencia Internacional de la Conmoción Cerebral en el Deporte, patrocinada por el Comité Olímpico Internacional, la FIFA, el Consejo Internacional de Rugby (IRB, por sus siglas en inglés) y la Federación Internacional de Hockey sobre Hielo, para revisar las últimas investigaciones y elaborar directrices a fin de atender las conmociones.

Los lineamientos más recientes, formuladas en Zúrich en 2008, estipulan que los deportistas que sufren una conmoción no deben reanudar la competencia el mismo día, y establecen un protocolo de tratamiento y de reanudación de la actividad. Esto se debe a que sabemos que la conmoción puede afectar los reflejos del jugador, su capacidad para procesar información y su memoria de corto plazo: si regresa al juego el mismo día, corre mayor riesgo de sufrir un traumatismo mucho más grave. “A simple vista puede parecer que el accidentado está bien, pero hay importantes motivos de salud para no volver al campo de juego”, advierte el profesor Gavin Davis, especialista en conmociones de la institución Cabrini Health, en Melbourne. “Las nuevas directrices protegen a los jugadores, contienen instrucciones claras para el personal médico, y también tranquilizan a los entrenadores porque les evitan correr riesgos”. El IRB y la FIFA aplicaron las normas de inmediato, y el año pasado otros reglamentos de fútbol, incluidos los de las ligas australianas de rugby, aceptaron los cambios y empezaron a ponerlos en práctica.

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