Es posible adelantarse al cáncer y adoptar hábitos que colaboren en evitarlo. Mirá algunas sugerencias para atacarlo con anticipación.
Tomar medidas preventivas es llevar a cabo acciones o ingerir sustancias para contrarrestar la influencia de los factores de riesgo; al adoptarlas, se evita la mutación de una célula normal en una maligna, se destruyen las células cancerosas o se impide que proliferen.
La clave para ganar la guerra contra el cáncer radica en no esperar a que éste haga su aparición, sino en adelantársele. Cuando un tumor se desarrolla en el cuerpo y se lo combate a tiempo, es posible controlarlo, extirparlo o destruirlo, pero ¿para qué esperar a que llegue ese momento? Llevar a la práctica medidas preventivas es posible si se está decidido a seguir un estilo de vida sano.
A continuación se enumeran una serie de sustancias y acciones que forman una estrategia de prevención contra el padecimiento. Recordemos consultar al médico antes de comenzar a tomar cualquier complemento.
Vitamina A y carotenoides
Los resultados obtenidos en el laboratorio con retinol (vitamina A), carotenos y carotenos mixtos (precursores de la vitamina A) han sido espectaculares, pues han mostrado tener una influencia anticancerígena poderosa, a tal grado que las células cancerosas han vuelto a la normalidad gracias a su efecto. Sin embargo, fuera del laboratorio, los resultados son menos alentadores. De cualquier modo, varios estudios sugieren que las dietas ricas en carotenoides o en vitamina A reducen el riesgo de desarrollar cáncer de esófago, laringe y pulmón. A su vez, las dietas bajas en estas vitaminas se han relacionado con el cáncer de colon, pulmón, laringe, esófago, estómago, mama, recto y boca. Lo que sí está comprobado es que esta familia de vitaminas cuenta con propiedades antioxidantes, por lo que ingerirlas en dosis adecuadas es muy recomendable.
Los alimentos que son especialmente ricos en vitamina A y carotenoides son las acelgas, el brócoli, el repollo, las espinacas, la leche, la papaya, la calabaza, el melón, el morrón rojo, la zanahoria, la naranja, el durazno, el mango, los berros, las calabazas y el tomate.
Vitamina C (ácido ascórbico)
Debido a su capacidad antioxidante, se la considera una “exterminadora” de radicales libres. Por si esto fuera poco, también incrementa la aportación de oxígeno al organismo, lo que se traduce en un fortalecimiento del estado hemoglobínico de la sangre, al contribuir a la absorción del hierro.
La lista de sus efectos benéficos es extensa: algunos científicos afirman que combate los pólipos de colon que pueden convertirse en tumores malignos; protege los pulmones de los agresores externos, como el humo y el ozono; intensifica los efectos de la radio y quimioterapia; nulifica el daño al corazón que causan fármacos anticancerígenos como la doxorrubicina y la interleucina-2; interviene en la elaboración de hormonas antiestrés y en el proceso que convierte la comida en energía; produce colágeno (una sustancia necesaria para mantener la piel, los huesos y las articulaciones en buen estado); repele las infecciones y protege las membranas celulares contra la oxidación.
Se ha comprobado que las pacientes con cáncer de útero, cérvix y ovario o con leucemias y linfomas tienen bajos niveles de vitamina C. También se ha descubierto que el cáncer de estómago y esófago es menos común entre personas que consumen una dieta rica en cítricos y vegetales con alto nivel de vitamina C.
Como ocurre siempre en la ciencia, ciertos investigadores afirman que es arriesgado atribuir a la vitamina C todas estas propiedades, ya que en realidad provienen de los componentes bioflavonoides presentes en los alimentos que la contienen, y no de la vitamina.
De cualquier forma, consumir alimentos ricos en vitamina C ayuda al organismo. Por tanto, hay que integrar a la dieta diaria alimentos como melón, papaya, naranja, frutillas, mango, kiwi, uvas, pomelo, limas, mandarina, limón, morrón rojo, hojas de nabo, papa, tomate, repollo de Bruselas; berros, brócoli, coliflor, perejil y porotos.
Vitamina E
También conocida como tocoferol, se dice que la vitamina E es el antioxidante soluble en grasa más efectivo que hay. Al igual que el selenio, protege los tejidos contra la oxidación provocada por los radicales libres generados por el humo, la contaminación atmosférica, las radiaciones y el alcohol. Una dieta rica en vitamina E fortalece el sistema inmunológico, ayuda a que el cuerpo utilice el oxígeno, previene la formación de coágulos e interviene en el proceso de curación de heridas y cicatrización.
En una gran cantidad de personas con cáncer de pulmón, de colon y de recto se han encontrado concentraciones bajas de vitamina E, lo que hace suponer que una deficiencia en su consumo eleva el riesgo de padecerlos. Sin embargo, los complementos dietéticos de vitamina E y otros antioxidantes podrían interactuar con la quimioterapia y la radioterapia. Las personas que reciben tratamiento contra el cáncer deben consultar a su médico u oncólogo antes de tomar complementos de vitamina E o de otros antioxidantes, en especial en concentraciones elevadas.
La vitamina E se encuentra en alimentos como el repollo, el aceite de oliva, el mango, las acelgas, el germen de trigo, las alubias, los frutos secos, los porotos, los cereales integrales, el atún y el salmón.
Vitaminas del grupo B
Este grupo de vitaminas cuenta con muchas propiedades protectoras y funcionales que el organismo requiere: ayudan a desintoxicarlo del humo del tabaco y de otras toxinas, mantienen los huesos sólidos al retener el calcio, intervienen en la transportación del oxígeno en la sangre y son esenciales para la producción de energía, la digestión y la actividad cerebral. Está formado por vitaminas que comparten características similares. Entre ellas están la vitamina B1 (tiamina), la B2 (riboflavina), la B3 (niacina), la B6 (piridoxina) y la B12 (cianocobalamina). El arenque, el salmón, el atún, las sardinas, los ostiones, los camarones, los huevos, los berros, los espárragos, la lechuga, el repollo, el coliflor, el tomate, los repollitos de Bruselas, la banana, los nopales, los porotos, las lentejas, las alubias y la cebolla contienen algunas de las vitaminas pertenecientes a este grupo.
Selenio
El selenio tiene propiedades protectoras contra el cáncer, en especial contra el de mama y de colon. Sus propiedades son similares a las de la vitamina E y, al igual que ésta, impide que las grasas poliinsaturadas que forman las membranas celulares se oxiden. Este mineral se encuentra en los mariscos, la carne roja y el ajo.
Calcio
La mayor propiedad que se le atribuye es la de reducir el riesgo de osteoporosis. Pero, según estudios, cuanto mayores sean las concentraciones de calcio en el organismo, menores serán las posibilidades de desarrollar cáncer intestinal.
Lo contienen el brócoli, el repollo, el tofu, las sardinas, el salmón, los porotos, los higos secos, el queso, el yogur, la crema y la leche.
Aceite de oliva
El aceite de oliva pertenece a la categoría de las grasas insaturadas, básicamente monoinsaturadas. Este tipo de grasas, que favorecen el sistema cardiovascular, también se halla en la palta, las semillas y los frutos secos. El aceite de oliva es el que tiene una mayor proporción de grasas monoinsaturadas de todos los que se utilizan comercialmente.
Las investigaciones han mostrado, hasta la fecha, que el aceite de oliva no incrementa la incidencia de tumores o la rapidez con la que éstos crecen. A otros aceites, en cambio, se los culpa de influir en el desarrollo del cáncer. Tal es el caso del aceite de maíz y del de girasol cuando se consumen en exceso.
Como conclusión, resulta más que aconsejable incrementar el consumo de aceite de oliva y utilizarlo como sustituto de los otros tipos de aceite. Además de saludable, el aceite de oliva tiene un sabor especial y permite aderezar diversos platos.
Ajo
Las propiedades curativas del ajo son bien conocidas desde la antigüedad. El ajo es uno de los pilares en que se basan algunas medicinas tradicionales, como la china. De hecho, los médicos chinos recomiendan ingerir un diente de ajo al día, de preferencia en ayunas o durante el desayuno. La ciencia ha podido confirmar sus propiedades medicinales. Se sabe que el ajo contiene diversos antioxidantes, entre ellos el selenio, y otras sustancias benéficas para el organismo, como las isoflavonas y el sulfuro de alilo. El ajo es conocido por reducir el colesterol malo (LDL o LBD), pero también es bueno para combatir el cáncer, ya que fortalece el sistema inmunológico.
Siguiendo las pautas milenarias de los chinos, se recomienda ingerir uno o dos dientes de ajo cada día. No es bueno consumirlo cuando se están tomando anticoagulantes. Puede llegar a provocar diarrea cuando se ingiere en dosis muy altas.
Fibra
La fibra es necesaria para que el organismo pueda realizar la digestión sin problemas. Éste es el motivo que explica que las dietas ricas en fibra se asocien con una baja incidencia de cáncer de colon. Para que este órgano funcione a la perfección necesita fibra. Si esta falta, la digestión se entorpecerá y existirá un descontrol celular que podría culminar en la formación de un tumor. Además, la fibra ayuda a que las heces circulen con mayor velocidad en los intestinos, por lo que los agentes tóxicos se encuentran en contacto con ellos durante menor tiempo.
Los alimentos que contienen un alto porcentaje de fibra son las ciruelas, papaya, frutillas, kiwi, melón, naranja, uvas, porotos, brócoli, papa, coliflor, repollo, nabo, zanahoria, germen de trigo, arroz integral, pan integral y otros productos integrales.
Agua
Las personas con cáncer suelen estar deshidratadas, lo que en parte puede explicar el surgimiento de la enfermedad. La falta de líquido inhibe el sistema inmunológico, e incrementa así las posibilidades de que una célula cancerosa surja y prolifere. El sistema linfático necesita una cantidad suficiente de agua para funcionar adecuadamente.
Todos perdemos a diario mucha agua que es necesario reponer. La actividad física y mental, la sudoración, la orina, las heces fecales, e incluso la respiración, hacen que el organismo pierda líquidos.
Descanso
Una parte esencial de un estilo de vida sano es la que se refiere al descanso y al sueño. Tanto el cuerpo como la mente necesitan reposar y recuperar fuerzas para poder funcionar a plenitud. Si no se respeta esta necesidad del organismo, lo único que vamos a conseguir es que éste se desequilibre y el metabolismo se entorpezca. La importancia de dormir bien en lo que toca al cáncer es que solo así el sistema inmunológico realizará su trabajo con total eficacia. Un descanso deficiente hace que los niveles de energía disminuyan, lo que afecta todo el funcionamiento del organismo.
Por cierto, contrariamente a lo que muchos suponen, tomar una siesta a media tarde es una costumbre positiva. Se ha demostrado que un período de sueño cuya extensión varía entre quince y treinta minutos, a mitad de la jornada, es muy bueno para la salud. De hecho, un gran número de científicos considera que el secreto de la dieta mediterránea no reside en la dieta misma, sino en la siesta, costumbre muy difundida en países como España, Grecia e Italia.
Ejercicio
Así como hay que poner atención al descanso y al sueño, también es importante no descuidar el ejercicio. El cuerpo requiere períodos de descanso y períodos de actividad física, ya que ésta fortalece el sistema inmunológico, estimula el metabolismo, elimina toxinas y optimiza la circulación. El ejercicio también ayuda a eliminar el sobrepeso, que puede ser un factor de riesgo para desarrollar cáncer. Además, favorece la liberación de endorfinas, lo cual suele dar como resultado un estado de optimismo y relajación.
Es aconsejable practicar algún deporte con regularidad. Destinar varios períodos de corta duración e intensidad a la actividad física es mejor que pocas rutinas, aunque sean intensas y prolongadas. Es decir, es mucho más recomendable caminar todos los días un par de kilómetros que pretender caminar catorce los domingos. Esta última opción es, incluso, peligrosa. El cuerpo necesita acostumbrarse y adquirir condición física. Exigirle de pronto al cuerpo una actividad intensa para la que no está preparado puede acarrear reacciones físicas como calambres, problemas respiratorios o infartos.
Los especialistas creen que con media hora diaria de actividad física es suficiente. Ahora bien, si queremos ir a lo seguro, destinemos al menos cuatro horas semanales al ejercicio físico. Se ha demostrado que aquellas personas que lo hacen reducen 50% el riesgo de desarrollar cáncer.