La búsqueda de una ciudad perdida en la jungla brasileña. Mato Grosso significa «selva densa» en portugués.
¿Una civilización en el infierno verde?
Mato Grosso significa «selva densa» en portugués, un nombre apropiado para la provincia brasileña, sin costa, casi tres veces más grande que Texas. Hasta la segunda mitad de este siglo, los únicos habitantes de estas junglas casi impenetrables fueron los indios y pocos hombres blancos intentaron cartografiar su terreno.
Tres exploradores se atrevieron a internarse, en abril de 1925, en este paraje lleno de especies desconocidas para los zoólogos y tribus nativas cuya existencia ni siquiera se sospechaba. Se enfrentaban a serpientes venenosas, peces carnívoros, nubes de insectos que picaban y a una incierta bienvenida de los nativos. Todo para buscar una elusiva ciudad perdida, conocida por ellos con un enigmático nombre en clave: «Z». Cinco semanas después de salir de la capital, Cuiaba, el líder del grupo escribió a su esposa en Inglaterra, desde un lugar cuyo ominoso nombre era Campamento Caballo Muerto (donde su montura había muerto en una expedición anterior): «Esperamos salir de esta región en unos cuantos días… No temas que algo salga mal.» Éste fue el último mensaje del explorador de la jungla.
¿Descorriendo el velo?
Al coronel Percy Harrison Fawcett le obsesionó durante dos décadas resolver los misterios de la jungla brasileña. Fue comisionado por el gobierno boliviano para cartografiar su frontera con Brasil entre 1906 y 1909, y regresó varias veces en los años siguientes al inhóspito paraje conocido popularmente como «Infierno verde».
Los conquistadores españoles de América del Sur nunca hallaron al legendario Eldorado ni la tierra de las mujeres guerreras conocidas como amazonas, pero las historias persistían. En 1911 llegaron las electrizantes noticias de que un estadounidense, Hiram Bingham, había descubierto Machu Picchu, la ciudad perdida de los incas, en las alturas de los Andes del Perú.
Había otras ciudades perdidas, decían los nativos a Fawcett durante sus siguientes exploraciones. En Chile oyó hablar de la Ciudad de los Césares, aún habitada, de calles pavimentadas con plata y casas con techos de oro. Se suponía que sus habitantes llevaban una vida hedonista, guiados por un rey sabio, y que una propiedad mágica la hacía invisible a aventureros indeseables del exterior. En Río de Janeiro, Fawcett halló el informe del olvidado descubrimiento, en 1753, de las ruinas de una monumental ciudad de roca. No había registros de visitas ulteriores.