Inicio Historias Reales Inspiración Salvado por el fútbol

Salvado por el fútbol

370
0

Conmovete con la historia de vida de Luis Miguel Castañeda, un hombre que cambió los malos vicios por el deporte.

El campo de fútbol se ubica en una concurrida avenida del sur de la Ciudad de México, delimitado por una valla de hormigón. Esta mañana, 15 jugadores se reúnen sobre el pasto artificial y practican mover y pasar la pelota. Pocos llevan puesto algo que parezca un atuendo deportivo; para algunos, un pantalón roto y un par de remeras es toda la ropa que poseen. Estos jóvenes, hombres y mujeres, se encuentran aquí bajo los auspicios de Street Soccer México, A.C., agrupación que usa el fútbol para transformar la vida de jóvenes indigentes.

Publicidad

Casi todos ellos aún son adolescentes; muchos huyeron de casa y hoy día sobreviven haciendo changas, pidiendo limosna o cometiendo delitos menores. Dentro de este grupo de chicos perdidos se destaca un jugador. Delgado, fuerte, de tez morena y facciones aguileñas, Luis Miguel Castañeda Martínez, de 30 años, maneja la pelota con una destreza incomparable. Vestido con camisa y pantalón deportivo blancos, zigzaguea entre los novatos, y de vez en cuando entrechoca palmas con ellos en señal de aprobación. Los chicos lo admiran. Antes, Luis Miguel era exactamente igual a ellos, y si él pudo volverse un personaje, un hombre de valor, quizás ellos lo logren también.

Luis Miguel nació en un pueblito situado a 65 kilómetros al oeste de la capital mexicana, hijo de un hombre alcohólico y una mujer soltera que solía estar ausente. Sus abuelos los criaron a él y a sus tres hermanos en una casa de dos habitaciones, donde vivían también varios familiares más. La comida escaseaba, así que Luis Miguel realizaba tareas para los vecinos: alimentaba las vacas, hacía mandados y le daba a su abuela lo que ganaba. El lugar donde se sentía más feliz era un campo de fútbol que había del otro lado de la calle, donde jugaba con otros chicos del pueblo.

Se fue de casa a los 12 años, con la esperanza de ganar suficiente dinero para ayudar a su abuela. En la Ciudad de México se instaló en una casa en ruinas ocupada por gente sin hogar. Pronto se unió a un grupo de muchachos que limpiaban parabrisas por algunas monedas en los semáforos de la plaza de San Fernando, un pequeño parque ubicado junto a una iglesia del siglo XVIII.

A los 15 años, Luis Miguel ya tomaba mucho alcohol y consumía drogas. “Me sacaban la soledad”, dice. También ahuyentaban el hambre y el frío. Él y sus amigos se sentaban en los bancos del parque e inhalaban aguarrás hasta que los vapores les producían un estado parecido a la somnolencia. Si les alcanzaba el dinero, terminaban ingiriendo alcohol y tomando un poco de cocaína. Luis Miguel disfrutaba los partidos de fútbol que jugaban afuera de la iglesia, con piedras o botellas como postes de los arcos; sin embargo, los partidos a menudo terminaban en peleas y eran una cruel parodia de aquellos que lo habían deleitado de chico.

Cuando tenía 20 años conoció a Karina, una vendedora de golosinas menudita y de mirada dulce. No tardaron en enamorarse. “Ella me aceptó tal como era yo”, señala Luis Miguel. “Le gustaba que trabajara mucho; no le importaba que limpiara parabrisas”. No obstante, Karina le pidió que dejara las drogas y el alcohol. Al enterarse de que ella estaba embarazada (decidieron que sería el primero de dos hijos), Luis Miguel intentó cambiar de vida, pero pronto volvía a la plaza con sus amigos y recaía en sus viejos hábitos.

Karina dio a luz un niño en 2002, y a una niña dos años después. Luis Miguel consentía a sus hijos y se aseguraba de que jamás pasaran hambre. Con todo, la atracción de la calle era demasiado poderosa para resistirla por mucho tiempo. “Yo encontraba a Luis Miguel durmiendo en el parque”, cuenta Karina. “Lo llevaba a casa, pero volvía a desaparecer”. Luego, un día de febrero de 2009, un grupo de hombres vestidos de traje llegaron al parque y se pusieron a repartir volantes y a hablar con los jóvenes. Eran representantes de Street Soccer México, una liga de fútbol afiliada a la asociación Homeless World Cup, la cual organiza un torneo anual para chicos indigentes de todo el mundo. Ese año, explicaron los hombres, el campeonato se celebraría en septiembre, en Milán, Italia. La selección de México estaría integrada por los ocho mejores jugadores callejeros de todo el país. Las pruebas para el equipo de la Ciudad de México empezarían pronto. El grupo de la plaza de San Fernando podría entrar. Hacía mucho que Luis Miguel, entonces de 26 años, había dejado de creer en los cuentos de hadas.
—Esos tipos deben creer que somos idiotas —le dijo con sorna a un amigo—. Nadie te regala un pasaje a Italia sólo porque sí.
Los hombres insistieron, e invitaron a todos a un partido de exhibición en una zona elegante de la ciudad.
—Vamos a ver —sugirió un chico—. ¿Qué podemos perder?

Cuando Luis Miguel se sentó en las gradas con Isaac, su hijo de seis años, se sorprendió al ver cantantes y deportistas famosos entre la gente. Los jugadores en la cancha se parecían a él y a sus amigos, pero jugaban con precisión y en equipo. Se volvió hacia Isaac y de pronto vio en sus ojos una imagen que lo estremeció: en su mente, embotada por el alcohol y las drogas, se abrió una puerta. Entendió que le estaban ofreciendo una oportunidad para empezar de nuevo. En las pruebas, los solicitantes tuvieron que anotar en un formulario sus condiciones de vida, como el consumo de drogas y alcohol. Luego participaron en un torneo de dos días. Con tantos años de maltratar su cuerpo, Luis Miguel tenía una pésima condición física; a los tres minutos de correr, estaba exhausto. No obstante, los jueces de Street Soccer buscaban personas que ansiaran un cambio verdadero, y notaron su determinación. Al final del torneo, hablaron con los participantes que prometían más.
—Dime, ¿por qué quieres estar en el equipo? —le preguntó a Luis Miguel un directivo.

—Porque veo una oportunidad para una vida distinta —contestó él—. Porque deseo cambiar por mí y por mi familia.

Luis Miguel fue seleccionado. Durante los dos meses siguientes, él y sus compañeros de equipo practicaron todos los miércoles y los sábados. En cada sesión, hacían con un psicólogo talleres sobre temas como la higiene personal, el respeto y la responsabilidad. Luis Miguel empezó a reducir su consumo de alcohol y drogas y a pasar más tiempo con Karina, Isaac y Yamileth, su hija de cuatro años. Al principio, por efecto de la abstinencia de licor y drogas, sentía mucha ansiedad, y veces terminaba otra vez en algún banco de parque, aletargado por los vapores de un balde de solvente. Sin embargo, al transcurrir las semanas, su ansiedad empezó a ceder. También mejoraron de manera notable sus habilidades futbolísticas. “Cuando empezó, Luis Miguel era uno de los peores jugadores”, comenta Gerardo Partida, cofundador de Street Soccer México, “pero su compromiso lo llevó a sobresalir”. Cuando se celebró el torneo nacional ese verano, el equipo de la Ciudad de México quedó en tercer lugar. En la ceremonia de clausura, un locutor leyó la lista de los jugadores elegidos para el campeonato mundial. Cuando Luis Miguel oyó su nombre, él y su familia se pusieron de pie de un salto y dieron gritos de alegría. Luis Miguel abrazó a Yamileth con tanta fuerza, que la nena le dijo: —¡Papi, me estás lastimando!

Sin embargo, la niña le devolvió un abrazo aún más efusivo. Luis Miguel fue a la iglesia y le juró a la Virgen que no volvería a tomar ni a drogarse. Y en septiembre subió a bordo de un avión por primera vez en su vida, para viajar a Europa. El ambiente de Milán hizo que le cabeza le diera vueltas a Luis Miguel, con las calles atiborradas de turistas y los restaurantes sirviendo platos repletos de pasta. Sin embargo, en el torneo se concentró intensamente. El fútbol callejero se juega en una cancha de un tercio del tamaño de una normal; cada equipo cuenta con cuatro jugadores, y un partido dura 14 minutos. Es un deporte vertiginoso. Luis Miguel era el delantero estrella de su equipo, y festejó su primer gol con tantos saltos y gritos que el entrenador lo mandó al banco brevemente. México ganó ese partido, y terminó la semana en séptimo lugar entre 48 países participantes. La clasificación final los colocó entre los mejores equipos del campeonato. Durante el vuelo de vuelta a casa, Luis Miguel experimentó una nueva sensación: el impulso de compartir su buena suerte. Yo me gané un viaje, pensó. Ahora quiero que mis amigos también ganen algo. Poco después de volver de Italia, le pidieron a Luis Miguel que se incorporara al personal de Street Soccer México. Iba a ser el primer trabajo verdadero en toda su vida. Empezó como mensajero, y al poco tiempo le asignaron la tarea de ayudar a dar mantenimiento a las canchas y organizar los torneos estatales.

Comenzó también a estudiar el bachillerato, y a encontrarle un nuevo sentido a su vida como padre de familia y como mentor de otros jóvenes sin hogar. A principios de 2010 regresó a la plaza de San Fernando, no para consumir drogas, sino para reclutar jugadores. Con su amigo José Alberto Hernández Villegas, afiliado también a la liga, se acercó a un grupo de limpiadores de parabrisas que perdían el tiempo en los bancos.
—¿Qué les parece si practican conmigo? —les dijo en tono cordial.
—¿No eres el que fue a Italia? —le contestó un muchacho que llevaba en la mano una botella rociadora.
—Sí, él es el suertudo —intervino José Alberto con una sonrisa.

Los jóvenes le hicieron muchas preguntas sobre el viaje. Finalmente, todos fueron con él a otra zona de la ciudad, a jugar al fútbol. Desde ese día Luis Miguel ha llevado a más de 50 jóvenes a Street Soccer, y los ha ayudado no solo con sus destrezas deportivas, sino también con sus luchas fuera de la cancha. Ellos han encontrado trabajos reales, aunque solo sea repartir volantes. Algunos se esfuerzan por superar sus adicciones, y Luis Miguel los apoya en los momentos más difíciles.

No obstante, Karina aún la recuerda bien. “Antes de que Luis Miguel empezara a jugar fútbol se pasaba varios días fuera de casa”, dice. “Ahora, ayuda a Isaac con sus tareas y asiste a las fiestas de la escuela de Yamileth”. Ella y Luis Miguel intercambian miradas amorosas mientras la niña se sube a upa de su padre. Durante octubre se celebró el décimo campeonato mundial de fútbol de HWC en la Ciudad de México. Luis Miguel participó como entrenador, y su familia lo alentó desde las gradas.

La Copa Mundial Homeless 2012 tuvo lugar en la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México, del 6 al 14 de octubre. En el torneo participaron 72 equipos nacionales —un número sin precedente—, desde la Argentina hasta Zimbabue, y también equipos femeninos de 16 países.

Cómo empezó Homeless Soccer

En 2011, el empresario social escocés Mel Young y el periodista austríaco Harald Shmied fundaron Homeless World Cup. El primer torneo internacional de esta asociación se celebró en 2003 en Graz, Austria. Hoy, más de 70 países tienen ligas afiliadas a HWC, y cado uno envía a sus ocho mejores jugadores a competir en el campeonato anual.

Artículo anterior¿El té verde ayuda a la memoria?
Artículo siguiente¿Qué vas a cocinar en Halloween?