Hechos milagrosos que nos inspiran en estas navidades.
Sin pilas
Mi padrastro, Marlin, compró un arbolito de navidad bailarín a mediados de la década pasada como decoración. Marlin falleció en 2014, y mi hermana, Stacy, se quedó el arbolito. Stacy se comprometió con su novio de toda la vida la noche de Acción de Gracias.
El árbol estaba fuera de su caja, pero no tenía pilas. Aquella tarde, mientras todas las chicas estaban sentadas hablando, el árbol se iluminó y comenzó a bailar. Yo tenía el paquete de pilas vacío en la mano, y la única conclusión a la que llegamos fue que Marlin les daba su bendición con un baile.
—Norman Powers
Estados Unidos
La cinta de Navidad
En junio de 2003 enterré a mi hijo de 26 años. Las navidad siguiente estaba hundida en el dolor. Como me desperté temprano la mañana de Navidad, decidí escribir unas tarjetas tardías. Fui al cajón donde guardaba los papeles. Solo podía abrirlo un poquito; algo lo obstruía. Lo que lo atascaba era un cassette sin etiqueta. No tenía ni idea de qué había ahí grabado, así que lo puse en el reproductor. No tardé en oír mi voz diciendo: “Es la mañana de Navidad y Kyle sigue durmiendo”. Kyle, de tres años, se despierta y se da cuenta adormilado de que puede ir a mirar el árbol. Su voz infantil empieza a nombrar los regalos de Papá Noel. Las últimas palabras de la cinta son sinceras y desgarradoras. Kyle dice “¡Feliz Navidad, mamá!” Sé que mi hijo hizo que ocurriera este milagro de Navidad para alegrarme el corazón aquella mañana.
—Connie Owen
Estados Unidos
El postre de mi marido
Era la primera vez que volaba sola desde que mi marido, Sonny, murió. A pesar de mis miedos, decidí ir. Cuando volábamos juntos, Sonny y yo nos comprábamos una bebida con la comida. A cambio de mi bebida, mi marido me daba su postre. A mitad del viaje, me di cuenta de que no me había comido el postre. Cuando lo miré, no podía creer lo que ví. Impresas en negrita en la tapa metálica redonda estaban escrito “El helado de Sonny”.
—Gloria Arroyo
Estados Unidos
La llave mágica
En 1956, mi primer marido, nuestra hija de nueve meses, Pam, y yo nos mudamos a Texas. Él tenía trabajo allí y su familia vivía cerca.Encontramos un piso acogedor y no tardamos en instalarnos. Una mañana fresca, me disponía a ir a la lavandería. Encendí el motor del coche para que se calentara y puse a Pam en su sillita, que en aquel momento había que colocarla en el asiento de
delante. Cerré con llave la puerta del coche, puse la cesta de la ropa
en el asiento de atrás y cerré la otra puerta. De pronto, me di cuenta de que me había dejado las llaves y a mi hija dentro del coche, y yo me había quedado fuera. Entré en pánico. Mis vecinos se habían ido a trabajar, y en esa época no había celulares. Cuando miré a la calle, vi una furgoneta roja dirigirse hacia mí. El conductor se detuvo cuando me vio llorar y agitar los brazos. El hombre que iba en el asiento del copiloto dijo: “Tengo un coche igual; vamos a ver si mi llave abre la puerta”.
¡Y así fue! He contado a todo el mundo que Dios iba en el asiento del copiloto de una furgoneta roja en octubre de 1956.
—Evelyn Paine
Estados Unidos