Compañeros de caminata
Mi esposo y yo salimos a caminar por el barrio todos los días. Al principio de la pandemia, solíamos pasar frente a un perro que ladraba a modo de saludo y saltaba a nuestro lado desde el interior de una valla invisible. Un día, su dueño estaba afuera y le dijimos que nos encantaría llevar a pasear a su perro con nosotros de vez en cuando.
Y así, sin más, tuvimos una nueva compañera en nuestros paseos kilométricos. Marlie, una cruza de cobrador dorado y caniche, trota por el camino moviendo la cola y con la cabeza en alto. Está bien entrenada y se detiene y señala cuando ve una ardilla o un conejo.
Casi dos años después, seguimos paseando con ella casi a diario. Siempre que llega la hora de la caminata, la perra se sienta en el ventanal que da a nuestra casa, esperando vernos pasar.
—Lisa Young Stevens Point, Wisconsin
Meditación en blanco y negro
Siempre quise tocar el piano, pero nunca pensé que sería capaz de aprender. Desesperada por encontrar algo que distrajera mi mente de las incesantes noticias sobre el Covid-19, decidí aprender por mi cuenta, armada con el entusiasmo de una novata y el teclado de mi hijo. Al cabo de dos meses, mis progresos apenas notables me inspiraron a comprar un piano digital. Tocar se volvió mi meditación. Más de un año después, sigo aprendiendo algo nuevo cada día.
Estoy muy contenta por mi crecimiento y espero que pueda inspirar a otras personas a aprender cosas nuevas a cualquier edad. En abril de 2021 creé un canal de YouTube llamado Las aficiones de Jane (Janes hobbies) para mostrar mis avances con el piano y otros pasatiempos. También aprendí ajedrez y juego con mi esposo o hijo casi todas las noches.
El inglés sigue siendo mi reto más difícil. Es mi segunda lengua y sigo aprendiendo cada día. Reader’s Digest es una de mis formas favoritas de practicar, mientras adquiero habilidades, conocimientos, leo consejos y aprendo sobre formas de compartir el amor. Este ha sido el año más productivo de mi vida.
—Jane Li Saline, Michigan
Una nueva oportunidad en el amor
Al inicio del confinamiento llevaba tres años de viuda, luego de 45 de matrimonio. Mi finado esposo pertenecía a un grupo de veteranos de Vietnam, al igual que Bob. Él había estado soltero desde que se divorció en 1980. Yo veía a Bob a veces, cuando llevaba mis impuestos a su oficina de contabilidad. Él me llamó en marzo de 2020 para recordarme mi cita, y me preguntó si me gustaría acompañarlo a la iglesia donde cantaba en el coro. Yo también canto en un coro, así que me pareció bastante bien.
Antes del domingo de la cita, llegó la cuarentena mundial. Ni cenas, ni películas, ni servicios religiosos. Bob y yo empezamos a enviarnos mensajes de texto, cartas por correo postal, y a hablar por teléfono. Pasábamos horas conociéndonos todos los días y, sí, enamorándonos.
En junio nos sentimos seguros como para vernos en persona. Pensamos que sería raro abrazarnos, pero no lo fue. Nos besamos y supimos que ya no estaríamos separados por más tiempo. A los 67 y los 72 años, buscamos un futuro permanente juntos. Fuimos bendecidos con un nuevo amor en una pandemia.
—Linda Hamilton Princeton, Minnesota
Aprender a estar quieta
Nunca me perdía mi clase de yoga a las diez de la mañana. Me gustaba llegar temprano, elegir el mejor lugar para colocar mi tapete y hacer calentamientos. Llegaban algunos amigos, y nos reíamos y compartíamos nuestros planes para el día. Luego, a otra clase. Otro paseo. Otra actividad. Siempre en movimiento. Era como un pájaro: volaba aquí, volaba allá, volaba por todas partes. Hasta que la pandemia me cortó las alas. Y esta ave se posó en el alféizar de la ventana y miró al exterior, desolada. Me tomó un tiempo adaptarme.
Empecé a practicar el español. Me levantaba temprano y dedicaba tiempo a escribir. Perfeccioné mis conocimientos de fotografía y ahora tengo un portafolio envidiable. Me aficioné a la caligrafía y disfruto mucho de mi pasatiempo autodidacta.
Pero lo más importante es que me sentí cómoda con la soledad. La conciencia plena era algo sobre lo que solo había leído, pero jamás había practicado. Durante esta pandemia, hice una nueva amiga: yo. Y me agrada. Mucho.
—Natasha C. Samagond Weston, Florida
El camino menos pedaleado
Después de pasar dos semanas en el sofá, mi esposo y yo decidimos desempolvar nuestras bicicletas. Comenzamos sin otro plan más que movernos, disfrutar del aire libre y desconectarnos de nuestros dispositivos móviles. La escuela era virtual, el trabajo lento, y nos preocupaba nuestra salud. Los paseos cortos se hicieron cada vez más largos. Encontramos nuevos caminos, nos perdimos y disfrutamos de cada minuto.
Con el tiempo, dominamos la jerga de los ciclistas, compramos equipo, aprendimos sobre reparaciones y vencimos nuestros límites. Conquistamos las colinas y superamos los kilómetros. Encontramos la paz en rutas secundarias con vacas, pavos salvajes y caballos, y descubrimos una belleza que no es posible ver desde un auto. La pandemia puede ser catastrófica, pero nos impulsó a seguir un pasatiempo que amamos desde la infancia.
Ahora somos adictos al ciclismo, mucho más sanos y mucho más cercanos.
—Chris Meyer Lafayette, Indiana
El jardín de la abuela
Tuve el placer de enseñar a estudiantes de primaria durante 25 años, y me jubilé justo antes de que llegara la pandemia. Ese verano, mi nieto se preparaba para su primer año de escuela. Pero tuvo que tomar clases a distancia y estaba muy decepcionado. Él es tímido y se pierde con facilidad en el alboroto de 25 niños de preescolar que compiten por la atención de un maestro cansado.
Entonces decidimos que asistiera al “jardín de la abuela” para apoyar su aprendizaje. Usamos la plataforma Zoom durante una hora diaria y la pasamos genial practicando el abecedario y los números. Hasta el momento, me he enterado de que mi nieto quiere ser astronauta cuando crezca, que será el primer estadounidense en pisar Marte y que se detendrá en la Estación Espacial Internacional de camino para estudiar los planetas nebulosos. Vivo a cuatro estados de distancia de él y, de otro modo, jamás habríamos logrado pasar este tiempo juntos. El kínder de la abuela ha sido una de las mayores alegrías de mi vida.
—Melanie Anderson Chubbuck, Idaho
Ministro de esperanza
Un día, mi sobrina Morgan fue a mi casa para hacerme una pregunta muy importante: ¿oficiaría yo su boda? Me encantó convertirme en un ministro ordenado en línea y casar a Morgan con su prometido Trent, incluso en una ceremonia mucho más pequeña de lo que habían planeado, para respetar las normas de distanciamiento social. La preparación de la boda, la lectura de la Biblia y la oración restauraron mi fe.
—Derek Roth East Berlin, Pennsylvania