Conocé las historias de vida que pueden cambiar y mejorar la calidad de la tuya. Seguí sus consejos para no pasar lo mismo que ellos.
El infarto la agarró desprevenida
La noche de un domingo de agosto de 2004, Cindy Steger terminó una caminata de cinco kilómetros bajo un calor opresivo. Había hecho un buen tiempo, pero de repente sintió náuseas y mareos, y quedó empapada en sudor. Debo estar deshidratada, pensó, y se fue a descansar.
El martes ya se sentía lo suficientemente bien como para hacer su caminata habitual, pero al llegar a su casa una ola de debilidad la hizo recostarse en el piso del hall. Llamó a su médico, pero este no tenía tiempo para recibirla. De todas formas sus síntomas no parecían graves. Steger no estaba muy inquieta. Aunque su padre y su hermano habían muerto de enfermedades cardíacas, la investigadora federal de 49 años, que vive con su esposo en Williamsburg, Virginia, mantenía un peso saludable, cuidaba su dieta y hacía mucho ejercicio.
Además, cinco meses antes había hecho una prueba de esfuerzo porque se sentía mareada y exhausta, y le habían dicho que todo estaba bien. Ese fue un error casi fatal. El jueves, un esfuerzo excesivo le provocó un dolor punzante en los brazos y tuvo que ser internada. Las pruebas revelaron que había sufrido un infarto.
Privado de oxígeno durante días, parte de su músculo cardíaco había muerto. Por desgracia, la experiencia de Steger no es inusual. Aunque los expertos llevan años advirtiendo que los síntomas de un infarto en las mujeres pueden ser sutiles y pasar inadvertidos, los estudios revelan que los médicos siguen realizando diagnósticos lentos.
Y para colmo, las pruebas utilizadas para detectar el problema no siempre descubren las obstrucciones de los vasos sanguíneos en las mujeres. La gran novedad en salud cardíaca de los últimos años: las mujeres deben prestar atención a sus riesgos particulares. Y también los hombres.
Por increíble que parezca, también los niños y los adolescentes deben estar atentos, o al menos los padres que quieran mantenerlos sanos. Hace algunos meses, un impactante estudio sugirió que el sobrepeso en los niños afecta sus vasos sanguíneos e incrementa sus riesgos de sufrir problemas cardiovasculares en el futuro.
Por suerte, los hallazgos en relación con los puntos débiles de cada miembro de la familia han dado pie a importantes avances para descubrir las estrategias de prevención y las herramientas de diagnóstico ideales para hombres, mujeres y niños. Así que ahora, más que nunca, la mejor defensa de su corazón es la información. Podríamos decir que es un asunto de vida o muerte.
Lo que deben saber los hombres
No tengo por qué estar aquí. Ese fue el primer pensamiento de Brian Bishop cuando despertó en la unidad coronaria de un hospital cerca de su casa en Pelham, Nueva Hampshire. Sí, tenía sobrepeso—mucho sobrepeso—, pero era un hombre de 28 años que nunca había estado enfermo. Aun así ahí estaba, rodeado de pacientes cuatro décadas mayores que él.
La noche anterior, Bishop se había sentido dolorido y mareado. Primero pensó que tenía gripe, pero cuando comenzó a temblar sin control llamó al 911. Cuando el médico de guardia le dijo que estaba sufriendo un infarto, Bishop pensó que era mentira.
“Lo agarré por las solapas y le dije que no le creía. ¡Era demasiado joven!”. El jefe de cardiología fue categórico. “Me dijo: ‘Depende de usted si quiere vivir o morir’”, recuerda Bishop. “No tuve más remedio que prestarle atención”. En la sala de operaciones, los cirujanos le insertaron un pequeño tubo metálico llamado stent para abrir su arteria bloqueada.
Eso le salvó la vida, pero lo que vivió es la pesadilla de cualquiera: un paciente sin antecedentes familiares de males cardíacos cuyo primer síntoma es un infarto masivo. Según la Asociación Americana del Corazón (AHA, por sus siglas en inglés), por lo menos la mitad de las personas que mueren repentinamente cada año por males coronarios ignoraba su problema.
Lo anterior ha dado pie a la errónea y generalizada idea de que la mitad de los infartos llega de improviso. No es cierto, dice la cardióloga JenniferMieres, vocera de la AHA. Un estudio de 2004 con más de 29.000 personas reveló que por lo menos el 90 por ciento de los primeros infartos puede ser atribuido a problemas como colesterol alto o diabetes.
“Si investigamos un poco —dice la doctora Mieres, directora de cardiología nuclear de la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York—, casi siempre detectamos un factor de riesgo no descubierto, pasado por alto o mal atendido”.
Ese fue el caso de Bishop. Aunque había practicado deportes en la universidad, subió 35 kilos por comer a las apuradas, por no hacer ejercicio y por trabajar sin descanso durante el auge inmobiliario en Boston a principios de esta década. Cuando se hizo una prueba de colesterol después de su infarto, sus números superaban todos los límites; su LDL (colesterol malo) era demás de 200mg/dl (el indicador de riesgo comienza en 190), y el HDL, que limpia las arterias, era de 18 mg/dl (lo ideal para los hombres es 40 o más).
Bishop ignoraba el riesgo que corría porque no había ido al médico en años. Los hombres evitan las consultas médicas mucho más que las mujeres, dice el cardiólogo J. James Rohack, presidente electo de la Asociación Médica de Estados Unidos (AMA, por sus siglas en inglés), así que ni siquiera conocen sus niveles de colesterol. “Es habitual”, dice el cardiólogo StephenNicholls, de la Clínica Cleveland, en Ohio.
“Los hombres desconocen sus factores de riesgo y sufren ataques cardíacos prematuros”. Bishop era joven para sufrir un infarto; aunque los hombres suelen desarrollar males cardíacos 10 o 15 años antes que las mujeres, no entran en la zona roja de riesgo hasta los 45.
Aun así, era el arquetipo de las víctimas de calamidades cardiovasculares. Para empezar, su vientre era muy grande. Los hombres suelen acumular grasa en el centro del cuerpo, lo que es mucho más peligroso que la forma de pera común entre las mujeres. “Las células de grasa en el vientre son más dañinas, pues liberan ácidos grasos y otras sustancias que viajan directamente al hígado”, dice el doctor Rohack.
Según un estudio con más de 350.000 personas, un hombre con una cintura de más de 100 centímetros tiene el doble de probabilidades de morir prematuramente que otro cuya cintura mida menos de 85. (Para las mujeres, más de 90 centímetros es una bandera roja.) Bishop además roncaba.
Esta característica, mucho más común en los hombres, no es sólo una causa de insomnio para sus esposas; a menudo es una señal de un peligroso trastorno llamado apnea del sueño. Los afectados (dos tercios de ellos hombres) dejan de respirar por entre 10 y 30 segundos o incluso por más tiempo, hasta 400 veces por noche. La falta de oxígeno mata neuronas en regiones que regulan la presión arterial, dice el doctor Ronald M. Harper, neurólogo y especialista en apnea del sueño de la Facultad de Medicina David Geffen, de la Universidad de California, en Los Ángeles.
Eso puede generar hipertensión o grandes variaciones en la presión arterial, lo que endurece los vasos sanguíneos. Pero aunque los hombres tengan más probabilidades de padecer males cardíacos—por lo menos hasta los 65 años, cuando las mujeres los alcanzan—, cuentan con una ventaja para resolver el problema.
Los cambios de estilo de vida (adoptar una dieta saludable, hacer ejercicio frecuente, evitar el tabaco, bajar de peso) son la primera línea de defensa, aun si también se requieren fármacos, y una vez que los hombres lo deciden se deshacen más fácilmente que las mujeres de los kilos demás, pues su metabolismo es más rápido, aseguran los expertos.
“Tiré todo lo que había en mi cocina (galletitas, comida chatarra) y comencé a leer etiquetas”, dice Bishop. Junto con su esposa y su perro, comenzó a caminar 15 cuadras cada noche; después agregó una hora en una bicicleta fija, y más tarde dos. En poco más de un año bajó 50 kilos y redujo su cintura de 125 centímetros a menos de 80. Ahora, a cuatro años de su infarto, compite en triatlones. Sólo toma una dosis baja de un fármaco con estatinas, y su colesterol malo ha bajado y el bueno se incrementó. Su actitud es otra.
“Después del infarto, pensé que todo había terminado. Tenía miedo de caminar una cuadra y provocarme otro ataque”, dice. “Saber qué hacer me cambió la vida. No es una ciencia; sólo se necesita motivación”.
Lo que deben saber las mujeres
Cuando el infarto de Cindy Steger fue diagnosticado al fin, su condición era mala. Sin embargo, tenía algo a su favor: como era una ávida deportista, su cuerpo había ido compensando la obstrucción gradual de sus vasos sanguíneos, desviando la sangre a venas más pequeñas.
Esa red vascular “colateral” la salvó cuando un coágulo bloqueó su arteria. “Me dijeron que si mi estilo de vida hubiera sido distinto, no habría sobrevivido”, dice. Su historia hace notar los peligros de salud cardíaca que enfrentan las mujeres. La ignorancia es de los primeros (la de la paciente y a veces también la de los médicos). Según un estudio de 2004, menos de uno de cada cinco médicos sabe que los males cardíacos matan cada año a más mujeres que hombres.
En las salas de guardia, ellas esperan más tiempo que ellos para hacerse un electrocardiograma, y tienen menos probabilidades de recibir anticoagulantes. Para empeorar aún más las cosas, la prueba típica para la gente con dolor de pecho es menos confiable en el caso de las mujeres.
El angiograma coronario, en el que se inyecta una sustancia de contraste en las arterias para estudiarlas con rayos X, es útil para detectar bloqueos, sobre todo en los hombres, pues estos suelen desarrollar acumulaciones de placa, pero en las mujeres los bloqueos son más difusos y menos perceptibles; además, sus arterias coronarias son más pequeñas y a veces no se dilatan cuando deberían, restringiendo aún más el flujo sanguíneo.
Así que aunque el angiograma de una mujer no detecte nada, si esta tiene síntomas debería recibir tratamiento. También hay algunas consideraciones especiales para la mujer saludable que quiere seguir estándolo. Primero, no debe fumar (nadie debería hacerlo, pero el hábito es aún peor para el corazón de las mujeres que para el de los hombres).
Y si un chequeo básico deja dudas sobre el nivel de riesgo, la paciente podría hablar con su médico sobre la prueba índice tobillo-braquial (ITB, ver recuadro), dice el doctor Ezra Amsterdam, de la Facultad de Medicina de la Universidad de California. Por último, si una mujer descubre que está en riesgo, debería consultar a su médico sobre la posibilidad de tomar una estatina.
No es una decisión fácil: aunque estos populares fármacos han ayudado a millones de hombres con alto riesgo a detener la acumulación de placa, a disminuir el LDL en un 30-50 por ciento y a reducir el peligro de infartos y de muerte, hay pocas evidencias de que beneficien a las mujeres. Pero la prueba JÚPITER, un estudio a gran escala, podría cambiar opiniones.
Con casi 18.000 voluntarios de 26 países, el estudio trató de probar si las estatinas podían ayudar a pacientes con niveles de inflamación altos, aun si los del colesterol eran normales. El resultado: bajar los niveles de una proteína llamada PCR, o proteína C-reactiva, que indica inflamación, parece ser beneficioso para ambos sexos incluso cuando los niveles de colesterol son buenos.
Pero aunque las estatinas redujeron a la mitad el riesgo de padecer males ardiovasculares, sólo se siguió a los voluntarios por un par de años, de modo que no se puede garantizar su seguridad a largo plazo.Hacer ejercicio y seguir una dieta saludable también reduce el colesterol y la PCR.
Lo que deben saber los padres
Cuando Cindy Miller, de Holly, Michigan, replanteó la dieta y el estilo de vida de su familia, a principios de 2007, la técnica en emergencias de 38 años lo hacía para cuidar su propia salud, pues padecía diabetes tipo 2. Pero el principal beneficiario fue su hijo Austin, que entonces tenía nueve años, medía menos de un metro y medio y ya pesaba 76 kilos.
Ahora eso se modificó. Igual que su familia, Austin cambió las pizzas y los chocolates por una dieta rica en frutas y verduras. Ahora corre y está en un equipo de lucha, y aunque mide ocho centímetros más, pesa 20 kilos menos. “En la escuela nos hablan de las opciones saludables, pero a los chicos se les da comida chatarra todo el tiempo”, dice. “No extraño lo que comía antes, y ahora nado y corro más rápido”.
El régimen de Austin puede haberle salvado la vida. Un estudio reveló que las arterias de los niños y los adolescentes obesos se parecen a las de una persona promedio de 45 años. Los chicos con colesterol alto mostraban el mismo problema. “La obesidad en los niños es una bomba de tiempo”, dice Juan Alejos, pediatra especialista en Cardiología del Hospital Infantil Mattel de la Universidad de California.
Los nuevos lineamientos de la Academia de Pediatría de los Estados Unidos (AAP, por sus siglas en inglés) dicen que a los niños obesos o con otros factores de riesgo, como antecedentes familiares patológicos, se les deben hacer pruebas del colesterol desde los diez años, y urgen a los médicos a considerar las estatinas para los casos más serios. Las sugerencias causaron polémica, pero la AAP insiste en que su objetivo no es dar fármacos a millones de niños.
“Sólo queremos llamar la atención sobre la obesidad juvenil”, dice el doctor Frank Greer, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Wisconsin, quien ayudó a escribir los lineamientos. “Los padres deben saber que los malos hábitos de salud pueden llevar a sus hijos a sufrir infartos o apoplejías tempranas”. Los cambios de estilo de vida son la mejor estrategia, agrega. Las estatinas sólo deben ser consideradas para los niños con la peor combinación de factores de riesgo. Pero aunque un niño no tenga sobrepeso, sus padres deben asegurarse de que coma bien y se mantenga activo.
Cheryl Bland sabía que ella y su esposo, Lael, así como sus tres hijos —Kaela, de 15 años, Branford, de 12, e India, de 8— no podían dar por sentada su salud. Los afroamericanos tienen el doble de probabilidades que los caucásicos de sufrir problemas coronarios. Lamadre de Cheryl murió de un infarto a los 47 años. Lael, de 47, proviene de una familia con un colesterol alto y tenaz, a pesar de que todos son delgados y hacen ejercicio. Así que hace tres años los Bland decidieron mejorar su salud.
“Nuestro médico nos dijo que si queríamos ver a nuestros hijos graduarse de la secundaria teníamos que hacer algo”, dice Cheryl. Ahora leen las etiquetas para evitar las grasas trans y han cambiado la margarina por el aceite de oliva, bueno para el corazón. Casi nunca comen carnes rojas y evitan los restaurantes de comida rápida. “No fue fácil convencer a los chicos —dice Cheryl—, pero como perdí a mi madre cuando era muy pequeña, soy muy directa con ellos. Con la dieta y el ejercicio saben que soy inflexible”.