Las ballenas jorobadas se ponen en peligro para salvar las vidas de otras especies.
Los
relatos de primera mano sobre animales que salvan a otros animales son poco
frecuentes. Robert Pitman, ecologista marino de la Oficina Nacional de
Administración Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos, describe un
revelador encuentro que presenció en la Antártida en 2009.
Un
grupo de ballenas asesinas estaba atacando a una foca y la había hecho caer de
un témpano de hielo. El animal nadó frenéticamente hacia un par de ballenas
jorobadas que se habían unido. Uno de los cetáceos giró sobre su espalda y la
foca, de 180 kilos, se deslizó hasta su pecho, entre sus enormes aletas. Al
acercarse las orcas, la ballena jorobada arqueó el pecho y sacó a la foca del
agua. Cuando esta empezó a resbalar, según Pitman, el cetáceo “le dio un suave
empujón con la aleta para devolverla hasta su pecho. Momentos después, la foca
se escabulló y nadó hasta la seguridad de un hielo flotante.
“Ese
incidente fue lo que me convenció —dice el ecologista—. Las ballenas jorobadas
hicieron algo que no podemos explicar”.
Pitman
empezó a pedir a otros investigadores y observadores de cetáceos que
compartieran relatos similares. Pronto, el científico leía detenidamente las
observaciones de 115 encuentros entre ballenas jorobadas y orcas registrados a
lo largo de 62 años. “Hay algunos videos bastante asombrosos de ballenas
jorobadas arremetiendo contra ballenas asesinas”, señala.
En un
artículo de 2016 publicado en Marine Mammal Science, importante revista
científica, Pitman y sus coautores describen este comportamiento y confirman
que tales actos bienintencionados son comunes. Han sucedido durante mucho
tiempo y se han visto en lugares de todo el planeta. “Ahora que las personas saben
qué buscar, especialmente aquellas que salen a observar ballenas en
embarcaciones, presencian esto con bastante frecuencia —comenta Pitman—. Hoy,
todos entienden que esto pasa”.
Sin
embargo, saber que algo sucede y entender por qué son dos cosas distintas.
Pitman y sus coautores reflexionan sobre el significado de estos encuentros.
“¿Por qué —escribieron— las ballenas jorobadas se enfrentarían deliberadamente
a las ballenas asesinas, invirtiendo tiempo y energía en una actividad
potencialmente perjudicial, sobre todo cuando las orcas arremetían contra
presas de otra especie?”.
Las
ballenas asesinas que se alimentan de mamíferos atacan a ballenas jorobadas
jóvenes, de modo que es posible que esta especie agreda a la primera como un
comportamiento generalizado contra los depredadores. También podría deberse a
que ciertas ballenas que han sobrevivido a un ataque de orca cuando eran
jóvenes o han perdido a una cría por los depredadores, respondan a estos
traumas mostrándose a la defensiva. Fred Sharpe, investigador de ballenas
jorobadas de la Fundación para las Ballenas de Alaska, está de acuerdo en que
la gravedad de una interacción pasada podría afectar a un individuo.
Una
ballena jorobada adulta, de 30 a 40 toneladas de peso, presenta una
extraordinaria fuerza contra una orca, que pesa un máximo de 6 toneladas. Cada
una de las enormes aletas de las jorobadas puede medir hasta 5 metros: casi la
mitad de la longitud de un poste de teléfono. Afiladas protuberancias cubren el
borde de estas extremidades, que los cetáceos blanden con destreza. Las
jorobadas son la única especie de ballenas barbadas que poseen un armamento
ofensivo y defensivo. Aunque las orcas poseen dientes y son más ágiles, un
golpe de una gigantesca cola o aleta de una ballena jorobada podría ser fatal.
Curiosamente,
estos cetáceos no se topan por casualidad con los ataques de las orcas. Se
dirigen a toda velocidad hacia ellos como un bombero a un edificio en llamas.
Y, al igual que los socorristas, las ballenas jorobadas no saben quién está en
peligro hasta que llegan al lugar. Esto se debe a que el sonido que las alerta
de un ataque no es la lastimera voz de la víctima, sino el ruido de los
perpetradores. Pitman cree que las ballenas jorobadas tienen una sencilla
instrucción: “Cuando escuches que una orca está atacando, corre a detenerla”.
Pero
las ballenas jorobadas también muestran una notable habilidad para ser sutiles.
Sharpe las llama “seres hiperculturales”, haciendo alusión a su adaptabilidad y
a lo buenas que son para aprender unas de otras. “Su capacidad para captar los
matices sociales a veces supera con creces la nuestra”, asegura.
Cuando
le pregunto si las ballenas jorobadas son conscientes del sufrimiento de los
demás, una de las principales características de la compasión, el experto
comparte la historia de una ballena que murió en Hawái hace aproximadamente
diez años. “El cetáceo tenía la cabeza dentro del agua y ya no respiraba
—comenta—. Atrajo un gran e inusual interés de otras ballenas jorobadas que se
acercaron a ella y le hicieron arrumacos”.
Se ha
observado un comportamiento similar en ballenas madres que llevan consigo a sus
crías muertas durante horas, aparentemente reticentes a dejarlas ir.
Entonces,
¿las ballenas jorobadas son compasivas? Los científicos, señala Sharpe, evitan usar
las mismas descripciones que empleamos para los humanos. “Lo que resulta
fascinante de estas ballenas es que orientan su comportamiento al beneficio de
otras especies”, añade. “Pero no cabe duda de que hay diferencias importantes
entre la compasión humana y la compasión animal”.
Al
hacerle la misma pregunta a Pitman, está de acuerdo. “Cuando un ser humano
protege a un individuo vulnerable que pertenece a otro grupo, lo llamamos
compasión. Si una ballena jorobada hace lo mismo, lo llamamos instinto. Sin
embargo, a veces la distinción no es tan clara”.
Actualmente,
reconocemos diferencias culturales entre las ballenas, los primates, los
elefantes y otras especies, de formas inimaginables hace unas décadas. Han
proliferado estudios sobre las emociones de los animales y, con ellos, surgido
preguntas desafiantes sobre cómo interpretar mejor lo que parecen ser compasión
y altruismo en otras especies. La manera en que estos actos difieren de nuestro
comportamiento puede ser difícil de identificar.
En un
intento por descifrar qué cualidades de compasión podrían ser exclusivamente
humanas, reviso videos de modo compulsivo. Me cautiva un material de archivo
del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, que muestra una serie de
experimentos en los que, por voluntad propia, un niño pequeño camina
tambaleándose a través de una habitación para ayudar a un investigador
aparentemente torpe que necesita ayuda para alcanzar objetos o realizar tareas
sencillas. El mismo comportamiento básico cooperativo se presenta más adelante
en el video, cuando el experimento se repite con chimpancés.
Lo que
resulta impactante de estas pruebas, según Felix Warneken, investigador a cargo
del estudio y director del Social Minds Lab del Departamento de Psicología de
la Universidad de Michigan, es que desafían la firme creencia de que el
altruismo se debe enseñar a través de normas sociales. Sus hallazgos indican lo
contrario.
Tanto
chimpancés como niños demasiado pequeños para haber aprendido las reglas de la
educación, se involucran espontáneamente en conductas serviciales incluso
cuando significa dejar de jugar o superar obstáculos para lograrlo. Los mismos
resultados se han observado en niños de Canadá, India y Perú, así como en
primates del Santuario de Chimpancés de la isla Ngamba, en Uganda, y otros
centros de investigación en todo el mundo. Los chimpancés ayudaron a personas
conocidas y desconocidas.
Entonces,
resulta que la compasión es innata y, definitivamente, no se limita a nuestra
especie. Los seres humanos y otros animales poseen lo que Dacher Keltner,
profesor de psicología en la Universidad de California en Berkeley, llama un
“instinto compasivo”.
Steve
Cole, investigador de genoma en la Universidad de California en Los Ángeles, revela una interesante
percepción de la biología de la amenaza que podría aclarar por qué las ballenas
jorobadas se involucran voluntariamente en peligrosas disputas con las orcas.
Explica que los científicos solían pensar que el sistema de circuitos para
detectar y responder fisiológicamente a circunstancias amenazantes tenía el
propósito de proteger la supervivencia de los individuos, pero no es así.
Estudios
de neurobiología de la amenaza sugieren que tales circuitos fueron diseñados
para defender las cosas que importan a las personas. “Es la razón por la que
los soldados son capaces de correr bajo una ráfaga de disparos por su país”,
señala Cole. “Estas personas se hallan en entornos adversos, pero actúan como
si estuvieran en ambientes no peligrosos, sencillamente porque tienen algún tipo
de propósito o causa mayor a su bienestar individual”.
Me
pregunto qué les importa tanto a las ballenas jorobadas como para lanzarse al
ataque contra las ballenas asesinas. Cuando interrogo a Pitman, contesta que,
básicamente, todo se reduce a preservar de manera egoísta a los suyos. El
ecologista cree que los rescates esporádicos de sus crías crean un motivo
suficientemente fuerte para que las ballenas jorobadas se apresuren a ayudar,
incluso si eso significa terminar rescatando a peces luna, leones marinos,
delfines o alguna cría de ballena gris de vez en cuando. “Se trata del efecto
neto”, explica Pitman.
Todo
altruismo implica algún beneficio para quien ayuda, coincide Cole. Según él,
resulta difícil, en términos biológicos, llamar a cualquier cosa “verdadero
altruismo” porque “ayudar a los demás casi siempre aporta algún tipo de
recompensa en cuestión de dopamina”.
La
felicidad al actuar en nombre del bien común se manifiesta en nuestras células
con una mejor respuesta inmunitaria, indica Cole. Aunque podemos sentirnos
igual de felices al comer un helado que al ofrecernos como voluntarios para
limpiar una playa, a nivel celular la felicidad de un servicio significativo
para los demás se relaciona con beneficios positivos para la salud.
Sharpe
señala que es importante dar un paso atrás y apreciar la maravilla del acto en
sí. “Resulta fácil perderse en los matices y elaborar altos estándares de cómo
interpretar este comportamiento”, añade. “Pero el hecho es que hay focas sobre
las barrigas de las ballenas jorobadas”.
De
Hakai Magazine (15-VIII-2017), Victoria (Canadá). © 2017 por Elin Kelsey.
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