Miles de mujeres en Europa son sometidas e incluso mueren en nombre del honor familiar.
Una historia que se repite…
Todos los años, miles de mujeres de toda Europa son sometidas a un matrimonio forzado, sufren violencia e incluso algunas llegan a morir en nombre del honor familiar.
6 de febrero de 2011, Oberlandgarten (Berlín). Una multitud silenciosa, cargada con ramos de flores se reúne alrededor de una placa conmemorativa, en una parada de ómnibus, en el distrito de Tempelhof de la capital alemana, como han hecho durante los últimos seis años. Fue aquí, el 7 de febrero de 2005, donde una madre de 23 años, Hatun Sürücü, fue tiroteada en esta avenida de bananos deshojados y anodinos bloques de departamentos.
La placa conmemorativa está inscrita a la memoria de Hatun Sürücü y de “las otras víctimas de la violencia de esta ciudad”. El asesinato de Hatun no fue un crimen común: fue un asesinato por cuestiones de honor.
Los asesinatos y la violencia en nombre del honor en los que las chicas (y ocasionalmente los chicos) son “castigados” por actuar en contra de la familia y las tradiciones culturales y tribales, en particular en contra del matrimonio forzoso, es un problema grave en Alemania. La canciller Angela Merkel declaró el pasado año que el intento del país por construir una sociedad multicultural integrada había sido un “fracaso completo”.
Alemania no es el único país que está luchando con este problema. Durante la última década, una práctica que siempre fue tabú por siniestra, se ha revelado como endémica en muchos países europeos que tienen grandes comunidades de inmigrantes como Francia, Italia, Dinamarca, Bélgica, Holanda y el Reino Unido. En 2009, un comité de influencia del Consejo de Europa informó que “durante los últimos 20 años, los crímenes en nombre del honor se han vuelto cada vez más comunes en Europa”. Las cifras exactas son difíciles de determinar porque muchas muertes en Europa hasta hace poco se han considerado erróneamente suicidios o asesinatos convencionales. Algunos expertos hablan de un número global de asesinatos por honor que asciende a 100.000 casos.
Lo que nos produce más impresión de los asesinatos por honor es que son tan premeditados como los homicidios. “No se pueden explicar como un trágico crimen pasional”, afirma el abogado británico Nazir Afzal, especialista en casos de crímenes en nombre del honor.
“La realidad es que la familia completa, madres y hermanas incluidas, se sientan alrededor de una mesa y deciden con calma que una hija o una mujer merece un castigo o la muerte. Se preparan todos los detalles: se identifica al asesino, dónde y cómo va a ser asesinada y cómo se desharán del cadáver”.
Volviendo a 2005, Hatun Sürücü, de 23 años, pensó que por fin estaba libre. En 1999 había huido de un matrimonio de abusos con un primo suyo mucho mayor que ella en Estambul —con el que tuvo un hijo, Çan—que le fue impuesto por su familia cuando tenía 16 años. De vuelta a Berlín, se mudó a un centro de madres solteras y más tarde se mudó a su propio departamento, muy cerca del lugar en el que murió, donde criaba a su hijo.
De pelo azabache, bonita y con una atractiva sonrisa, Hatun estaba a punto de finalizar su formación como electricista. Rechazaba el chador y ahora podía ponerse la ropa que quisiera llevar, ir a bailar y al cine: las cosas que las mujeres europeas dan por sentado pero que para su familia devota y tradicional kurda suní traspasaban todos los límites.
Hatun tenía ocho hermanos, todos nacidos en Alemania menos dos. Sus padres habían llegado del este de Anatolia (Turquía) a principios de los setenta, cuando su padre, Keram, consiguió un puesto de trabajo como jardinero al obtener el permiso de trabajo.
Educó a sus hijos para que fueran estrictamente religiosos, así que la comunicación con Hatun se cortó por completo cuando esta optó por un estilo de vida occidental. Pero ella sentía que estaba más cerca de reconciliarse con su familia. Le acababa de dar a su madre una banqueta de madera que había hecho en el colegio.
Así que cuando su hermano de 18 años, Ayhan, fue a verla a su casa, se alegró. Hablaron en la pequeña cocina y a Ayhan le gustó ver que Hatun tuviera una alfombra para la oración. Entonces, le pidió que lo acompañara hasta la parada del ómnibus de Oberlandgarten.
Por el camino, Hatun se compró un café. Entonces, de pronto, Ayhan le pidió que “renunciara a sus pecados” y dejara su estilo de vida si quería reconciliarse con su familia. Al haber abandonado a su marido, tener novios y no llevar la ropa tradicional, Hatun había “manchado el honor de la familia”, que se encarnaba especialmente en la integridad sexual de las mujeres.
“Saldré con quien me guste”, insistió. Cuando Hatun se negó a oír sus peticiones, Ayhan tranquilamente sacó una pistola de 7,65 mm y le disparó tres tiros en la cara. Hatun cayó muerta en la vereda.
Cuando llegaron los servicios de urgencia y la policía, el café que llevaba se había mezclado con la sangre. Un paquete de cigarrillos franceses que sobresalían del bolsillo superior de su campera de pana llevaba el eslogan “Liberté toujours”.
Dos días después de matar a Hatun, el 9 de febrero de 2005, Ayhan Sürücü estaba en una de las muchas confiterías turcas de aroma dulce de Kreuzberg. A este distrito lo llaman la “pequeña Estambul ” porque un tercio de la población es de origen turco. Su familia vivía en un departamento de cuatro habitaciones y rezaba cinco veces por día.
Ayhan estaba de buen humor mientras le contaba a su novia de 18 años, Melek, que había tenido que matar a su hermana Hatun porque despreciaba su deshonrosa forma de vida. “Con la muerte de mi hermana —le dijo a Melek—, he dormido mejor que en varios años”.
La muerte de Hatun conmovió a Alemania, aunque no a todos. Poco después, en el patio de un colegio, no lejos de donde murió Hatun, los chicos de secundaria de la comunidad de inmigrantes aplaudieron la muerte de Hatun. “Se lo merecía —dijo uno— por vivir como una alemana”.
Ayhan ha cumplido la mitad de la condena de 9 años en una prisión juvenil; pero dos de sus hermanos fueron absueltos de conspiración de asesinato. Abandonaron el tribunal haciendo la “V” de la victoria y anunciaron que celebrarían una fiesta. En 2007, cuando el Tribunal Superior de Alemania dio el fallo absolutorio, los dos hermanos estaban en Turquía.
La muerte de Hatun Sürücü es como un faro que recuerda un vil crimen. “La violencia diaria contra las mujeres es un tema grave y no hay suficiente protección para ellas”, afirma Gülsen Celebi, un abogado de 38 años de Düsseldorf, de origen kurdo, que defiende a las víctimas de los crímenes por honor.
Una de sus clientas, que huyó de un matrimonio obligado violento y que luchó por la custodia de sus tres hijos, fue asesinada por su ex marido turco tras una vista en el tribunal de Mönchengladbach, a pesar de que estaba sometido a una prohibición de acercamiento y pesaba sobre él una orden de detención. Mató también a su hija de 18 años cuando esta llamó a la policía. “Desde su punto de vista —afirma Celebi—, tanto su mujer como su hija lo habían deshonrado: su mujer porque se había divorciado de él y la hija porque se había revelado contra su despotismo”.
“La violencia por causa del honor puede ser anterior al Islam, como lo es la mutilación genital”, afirma la antigua miembro del Parlamento holandés, Ayaan Hirsi Ali, nacida en Somalia. Pero como muchos de los casos se dan entre las comunidades inmigrantes turcas, kurdas, paquistaníes o de Bangladesh, cree que el asesinato por honor es un problema predominantemente islámico.
En 2006, Hirsi Ali fue nombrada Europea del Año por Reader’s Digest por su lucha a favor de las mujeres oprimidas en su país de adopción, tras haber huido de un matrimonio obligado. Reconoce que “los asesinatos por honor ocurren también entre los cristianos coptos, los gitanos, los sijes y los hindúes”. Pero denuncia que la violencia es una parte integral de la disciplina social islámica.
Hirsi Ali argumenta: “Como mujer musulmana, simplemente salir a la calle sin tu hermano o tu padre puede dar lugar a un asesinato”. Por ser muy directa y resuelta, Hirsi Ali viaja con guardaespaldas desde que recibió amenazas de muerte.
Los crímenes por honor no tienen nada que ver con la religión, insiste Sibylle Schreiber, experto en crímenes por honor del respetado grupo alemán “Tierra de Mujeres”, que lleva 30 años ayudando a mujeres. “El noventa por ciento de las chicas que piden ayuda nunca mencionan la religión como un problema, y ninguna religión impone el crimen por cuestiones de honor”.
Un chico y una chica se conocen en el colegio y se enamoran por mensajes de texto y por e-mail, pueden ser los dos musulmanes. Pero los problemas también surgen si no pertenecen a la misma tribu, pueblo o estrato social. Cuando se descubre su secreto, el honor de cada familia se llena de vergüenza, especialmente el de la mujer.
“El crimen por honor surge de tradiciones obsoletas y de la violación de los derechos femeninos”, afirma Schreiber. “Las chicas que nacen y se educan en Occidente entran en conflicto con sus padres, que nacieron en sus países de origen”. También se trata de una doble vara de medida. Los varones turcos y kurdos disfrutan de sexo prematrimonial aunque esperan tener, cuando se casen, una novia virgen de su propia cultura.
¿Qué ocurre en los países islámicos?
Y las mujeres que sufren abusos o que están en peligro de ser asesinadas por cuestiones de honor no reciben mucha protección de los tribunales islámicos que aplican la Sharia que están surgiendo por toda Europa. Solamente en el Reino Unido, hay 85. Según las leyes británicas, están autorizados a arbitrar en cuestiones civiles en las que las dos partes estén de acuerdo en someterse a arbitraje.
Aunque el código civil de la Sharia —basada en el Corán— prohíbe los matrimonios forzosos, el testimonio de una mujer en un tribunal de la Sharia vale la mitad que el de un hombre y su contrato matrimonial se hace entre su tutor y su marido. Si vuelve a casarse, perderá la custodia de sus hijos y no se puede casar con alguien que no sea musulmán.Un hombre puede tener cuatro esposas; y todos los hijos con menos de siete años le pertenecen a él, aunque exista un historial de violencia.
La batalla contra los crímenes por honor se combate de tres maneras: mediante la protección, mediante la condena y con un cambio radical de las percepciones dentro de las comunidades en las que se perpetra.
La seguridad es primordial para las mujeres que huyen, y están surgiendo centros de acogida por toda Europa. Papatya, en Berlín, es un centro residencial seguro pionero fundado en 1986 que ofrece también un servicio de asesoría telefónica y por email, muy utilizado. Ofrece refugio a unas 65 chicas por año.
“Se estima que entre 1996 y 2009 se han cometido 88 asesinatos por cuestiones de honor en Alemania”, afirma Eva, directora del centro, que no quiere dar su nombre completo por verdadero miedo a que las familias de las chicas sepan dónde vive y lleguen hasta el albergue.
Hazal Ates es una de las beneficiarias agradecidas a los servicios de Papatya. Comprometida desde los 13 años, Hazal fue obligada a casarse a los 16 con un primo mayor en Turquía, esto la llevó a sufrir abusos sexuales y psicológicos a diario. “Se reía cuando yo lloraba y me obligaba a cubrirme cuando salía”, recuerda. Desesperadamente infeliz, Hazal planeó escaparse, pero era incapaz de volver con su familia. “Mi padre me dijo: ‘Es un buen marido para ti’, y que si volvía a casa me mataría”.
Entonces Hazal descubrió que estaba embarazada. “Me quedé destrozada. Ya no había esperanza”. Con la ayuda de una profesora, encontró la dirección de la residencia de Papatya, en Berlín, pero tuvo que ir al hospital para el parto. Perdió al bebé. “La familia de mi marido, no sé cómo, encontró el hospital en el que estaba y empezó a llamar. Me acusaron de matar al bebé y me amenazaron con matarme en represalia”.
A Hazal le aterraba que pudieran encontrarla en Berlín. Moviéndose con rapidez, Papatya encontró un lugar para Hazal en otra gran ciudad de Alemania. Eso fue hace dos años y Hazal, que tiene ahora 19 años, está formándose para convertirse en vendedora.
Vestida a la moda, tiene su propio departamento y sus ojos brillan. No hay signo externo del tormento que ha sufrido. “Mi cabeza ahora es mía”, sonríe. “La libertad es algo a lo que hay que acostumbrarse pero he ganado confianza en mí misma porque puedo tomar mis propias decisiones”.
Alrededor del 70 por ciento de las chicas que vienen a Papatya —algunas sólo tienen 13 años— empiezan a vivir nuevas vidas en unas pocas semanas o meses con la ayuda de un equipo multirracial de trabajadores sociales, un psicólogo y un especialista en educación.
¿Y el otro 30 por ciento? “Algunas vuelven a casa porque vienen de familias muy unidas y por muy mal que vayan las cosas, no pueden vivir sin sus hermanas”, explica Eva.
“A otras las aterra la idea de que puedan hacer daño a sus hermanas porque ellas han huido. Requiere mucho valor empezar una nueva vida cuando no conoces a nadie y cuando se te ha prohibido aprender a vivir independientemente.”
Incluso cuando se escapan, las familias las localizan —introduciéndose en los archivos de la seguridad social y en los registros de empleos— y las engañan para que vuelvan, con falsas historias de que sus madres o hermanas están muy enfermas. Luego de varios años de investigaciones poco profundas, las fuerzas policiales europeas ahora reúnen muchas más pruebas no solo de los asesinos, generalmente los más jóvenes de la familia, como Ayhan Sürücü, quienes recibirán una condena más leve debido a su edad, sino de los conspiradores de la familia que ponen el arma en manos del asesino.
En 2006, un jurado de Copenhague hizo historia cuando por primera vez condenó al menos a seis miembros de una familia pakistaní por disparar a Ghazala Khan, de 18 años, dos días después de que se casara con un afgano en contra de la voluntad de ellos.
Los políticos también son cada vez más conscientes del problema que suponen los asesinatos por honor. Este año, vence el plazo para que la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa presente un Convenio sobre la prevención de la violencia contra las mujeres que incluye una referencia específica a los asesinatos relacionados con el honor.
“Tenemos que dejar muy claro que estos crímenes no tienen cabida en una sociedad democrática”, afirma José Mendes Bota, presidente portugués del Comité de la Asamblea para la Igualdad de Oportunidades entre Hombres y Mujeres. “Esta barbaridad debe ser erradicada”.
Los especialistas en crímenes de honor creen que corresponde a los hombres poner fin a la opresión que ejercen los hombres sobre las mujeres y que ha sido aceptada durante siglos en las culturas patriarcales. Ese es el tema central del Proyecto Héroes, que funciona desde 2007 en el distrito de Neukölln, en Berlín, que tiene el porcentaje más alto de inmigrantes árabes y turcos de la ciudad pero se está librando de la etiqueta de gueto.
Los Héroes forman a los jóvenes para que vayan al colegio, al instituto y a los centros juveniles a mostrar a sus colegas que hay un modo de hacer diferente en lo que se refiere a derechos humanos, democracia, sexualidad, virginidad e igualdad entre géneros.
Ahora hay 22 Héroes. Uno de ellos es el Héroe Deniz, un descendiente de turcos-kurdos de 21 años que nació y se crió en Neukölln. “Quiero demostrar a los jóvenes de Turquía y de las culturas árabes, llamadas al igual que otras ‘las culturas del honor’ que podemos ser diferentes de lo que la mayoría piensa que somos”, afirma. Ocho ciudades alemanas, incluidas Hamburgo y Düsseldorf, están planeando establecer sus propios proyectos Héroes. Pero antes de que alcemo los hombros y decidamos que los crímenes por cuestiones de honor son problemas de otros, nos llega una advertencia de Eduardo Grutzky, director del proyecto SHIELDS, con sede en Estocolmo, que ayuda a los jóvenes trabajadores y profesores a debatir sobre el crimen por honor con los jóvenes de todas las culturas. “Tenemos que hacer entender a toda la sociedad que ya no es un problema de los inmigrantes. Es nuestro problema”.