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Rescates impensables

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Estas dos historias de determinación pero, sobre todo, de mucha valentía nos demuestran el valor y la fuerza que se adquieren en momentos críticos para lograr rescatar a seres queridos.

El guardaespaldas de Joey

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Por Meera Jagannathan

 

En un nublado día de primavera en 2013, Joe Welch, fotógrafo publicitario, y su hijo, Joey, estaban comiendo unos sándwiches en un refugio silvestre en el Parque Nacional Everglades, en Florida. Joey, de seis años, no tenía clases ese día, y Joe, de 50 años, había organizado pasar el día juntos y pasear en canoa por el inmenso pantano del parque, un lugar que se encontraba a 45 minutos de viaje de su hogar en Pompano Beach. Joe nunca antes se había aventurado en esas aguas lodosas famosas por los cocodrilos que allí se escondían. Había investigado qué hacer si se encontraban con uno, solo por si acaso. (Golpear un remo contra el bote para asustarlos, había leído.)

Welch embadurnó a su hijo con protector solar y leyó cuidadosamente la cláusula de exención de responsabilidad del contrato de alquiler del bote en el mostrador del puesto ubicado a menos de 6 metros de la orilla del agua. Segundos después, escuchó el sonido de una zambullida y un grito.

Joey se había resbalado sobre  un junco y había caído de cabeza al agua. Cuando su padre se dio vuelta, vio el brazo derecho de su hijo dentro de la boca de un cocodrilo que debía tener por lo menos unos 2,5 metros de largo y pesar cerca de 90 kilos. El tiempo parecía haberse detenido mientras Joe corría hacia su hijo y se metía en el agua que tenía como mínimo un metro de profundidad. Mientras Joey gritaba y se sacudía, Joe pasó su brazo izquierdo alrededor del pecho del muchacho  y comenzó a empujarlo hacia la orilla. Con su mano derecha, golpeó  el hocico del cocodrilo con todas  sus fuerzas. Pero era como golpear ladrillos. “Ni siquiera retrocedía”,  recuerda.

Un joven que estaba en el puesto de alquiler corrió hacia allí, mientras le gritaba a Joe que sacara a su hijo del agua. Pero Joe temía lo que podía pasar con el brazo de Joey si tiraba demasiado fuerte. Entonces Guió a Joey hasta el espolón arrastrando al animal junto con él.

Mientras Joe repartía puñetazos a la cabeza de la bestia, el otro hombre golpeaba el abdomen del animal. Al cabo de tres o cuatro golpes, el cocodrilo soltó a Joey y volvió a sumergirse en el agua. Joe levantó a su hijo y vio que solo tenía unos pocos cortes y rasguños desde el omóplato hasta la muñeca, increíblemente no había ninguna herida punzante. Joe agradeció al extraño y regresó velozmente a su casa. Los médicos del hospital cercano concluyeron que Joey estaba bien, aunque Joe tenía un ligero esguince en la mano.

Mientras tanto, de acuerdo con lo dispuesto por las reglamentaciones de la Comisión de Conservación de Peces y Animales Silvestres de Florida, el animal fue capturado en el pantano y sacrificado.

Joe intentó localizar al buen samaritano que lo ayudó a salvar a su hijo, pero luego de averiguar en el refugio y en el Servicio de Vida Silvestre de los Estados Unidos se enteró de que se trataba de un boxeador español que había viajado al país para visitar a unos familiares. “Es como un ángel para mí”, dice Joe.

La capacidad de recuperación de su hijo sorprendió a Joe. Una semana después del accidente, el niño fue de excursión con su clase a una reserva natural. Su maestra, que lo observó de cerca durante la visita a los reptiles, le contó a Joe que se había comportado como cualquier otro de los niños. “Gracias a mi papá, cada vez tengo menos miedo de los cocodrilos”, dice Joey. “Él es mi guardaespaldas”.

 

Levantar un auto para salvar una vida

Por Alyssa Jung

 

Casi dos años atrás, Lauren Kornacki salió hasta la entrada de su casa en Glen Allen, Virginia, para pedirle prestado el auto a su padre. Mientras entraba al garaje, Lauren, que tenía 23 años, vio a su padre, Alec, tirado en el piso inconsciente, atrapado boca debajo del BMW modelo 1995. El auto se había caído del gato que lo sostenía mientras cambiaba las pastillas de freno en la rueda trasera izquierda.

Lauren gritó a su madre que llamara al 911, y luego corrió hacia el auto. “Pensé que iba a perder a mi papá”, recuerda.

Sin saber bien qué hacer, espontáneamente metió ambas manos debajo del espacio que había quedado después de que Alec quitara la rueda y tiró hacia arriba con todas sus fuerzas. Para su sorpresa, logró levantar el auto. Luego lo sostuvo con un brazo, y con el otro, tomó una de las patas del pantalón de su padre y lo empujó hasta sacarlo de abajo del vehículo.

Alec no estaba respirando, entonces Lauren, que era guardavidas certificada en RCP, comenzó a hacerle compresiones en el pecho. En unos segundos, Alec recuperó el aliento y abrió los ojos.

“Tranquilo —le susurró Lauren—. Solo hay que seguir respirando”.

Los médicos que atendieron a Alec le encontraron cinco costillas rotas, fractura de esternón y una vértebra quebrada, pero logró volver a su trabajo como profesional de Tecnología de la Información dos meses más tarde. Lauren, hoy ingeniera en sistemas, dice que nunca dejó de pensar. “Todos tenemos un instinto de ayudar a quienes amamos”, afirma.

 

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