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Como me cambió el 11 de septiembre

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Tadeusz Hanc y Elizabeth Turner relatan cómo cambió sus vidas la tragedia del 9/11

Tadeusz Hanc

En 2001 trabajaba para el World Trade Center como ingeniero. Regresó a su país natal, Polonia, y desde entonces vive allí. 

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“Hacía casi una hora que estaba en mi oficina, en el piso 86 de la torre norte, cuando de repente vi un avión volando justo hacia mi ventana. Estaba tan cerca que alcancé a ver los rostros de los pasajeros. Luego, en el último instante, dobló a la derecha y se estrelló en el edificio, varios pisos más arriba.

Se apagaron las luces y todo se llenó de polvo, pero mi oficina no sufrió daños. Llamé a mi esposa para avisarle que yo estaba bien; luego me tomé unos minutos para juntar mis papeles, y salí tranquilamente por la puerta. Habían caído paneles del techo en el pasillo, pero seguía tranquilo mientras bajaba la escalera; por momentos me detenía para dejar pasar a los bomberos, que subían con tanques de oxígeno y escaleras de mano.

Cuando llegué al piso 14, el edificio se estremeció violentamente. Todo se volvió negro y hubo más polvo. Usé mi linterna para orientarme en la oscuridad. Una multitud empezó a seguirme, mientras otras personas nos hacían señales con linternas desde los pisos inferiores para ayudarnos a encontrar el camino.

Cuando salí a la calle oí gritos y ruidos, como de autos que chocaban con paredes. Eran personas que saltaban desde arrriba de la torre. Alguien me dijo que tenía la camisa manchada de sangre. No era mía, así que debió de haber sido de alguien que saltó.

No había transporte público. Yo iba caminando por la orilla del río Hudson cuando de pronto vi caer la torre norte. Empecé a correr, pero las piernas se me doblaron; entonces me quedé en medio de la calle, llorando. Un desconocido me dio agua, y luego me fui a sentar junto al río. Me quedé horas mirando la destrucción, tratando de recuperar la compostura.

Tardé unas cinco horas en llegar a casa, a 11 kilómetros de las torres gemelas. Un vecino me dijo que me veía 10 años más viejo y que mi pelo había encanecido.

Desde los ataques terroristas, la vida de Tadeusz, hoy día de 58 años, ha cambiado por completo. “Ya tenía algunos problemas cardíacos antes del 9/11, pero desde ese día mi corazón se volvió errático y latía desbocadamente. Vivir en los Estados Unidos me estresaba mucho, así que siete años después opté por la jubilación anticipada, volví a Polonia y compré un departamento en las montañas.

Mi esposa se quedó en Nueva York, pero seguimos siendo buenos amigos. Ahora prefiero vivir solo. Paso la mayor parte del tiempo leyendo, viajando y practicando excursionismo en las montañas. Mi corazón está mucho mejor, pero cuando veo las torres gemelas en la televisión, me pongo muy tenso y empiezo a llorar”.

Elizabeth Turner

Tenía siete meses de embarazo cuando su esposo tuvo que viajar de Londres a Nueva York por motivos de trabajo.

 “Mi esposo, Simon, trabajaba en una editorial de libros técnicos, y en septiembre de 2001 voló a Nueva York con 16  colegas para  asistir a una conferencia en el restaurante Windows of the World, en el piso 106 de la torre norte del World Trade Center.

En esa época yo trabajaba en recursos humanos para el Canal 4 [de la televisión británica]. Acababa de entrar al  comedor de la oficina para almorzar cuando en una pantalla vi el primer avión chocar contra la torre. Luego fue alcanzada la segunda torre, y todo el mundo dijo que se trataba de un ataque terrorista.

Sentí pánico y traté de llamar a Simon. No lo logré. Desde ese momento percibí todo como si fuera una pesadilla.  Creo que mi  trauma era tan enorme que pudo haberme matado, así que lo bloqueé.

Elizabeth se quedó en la estación todo el día, en espera de noticias. “A eso de las 7 de la noche, mi hermana menor  y   su esposo me pasaron a buscar y me llevaron a casa. Ellos, mis otras dos hermanas, mi hermano y algunos amigos se organizaron por turnos día y noche para que no me quedara sola. Tenían miedo que se me adelantara el parto.

Nunca me enteré oficialmente de que Simon había muerto, pero su hermano y nuestro padrino  de boda viajaron a  Nueva York para averiguarlo. El 21 de septiembre me dijeron por teléfono que mi esposo no volvería a casa. No había señales de él. Mi dolor era insoportable. No quería seguir adelante sin Simon y pensé en el suicidio, pero no podía matarme porque estaba embarazada. También me daba terror dar a luz y ser una madre soltera. Al final nació mi bebé,  William, en la fecha prevista.

En marzo de 2002, cuando William tenía cuatro meses de vida, lo dejé con una amiga mía y fui a Nueva York. Con mis propios ojos vi el horror de lo que había ocurrido. Fue tan traumático que cuando volví a casa busqué ayuda para manejar el dolor. Probé todos los métodos disponibles. El reiki [terapia de sanación basada en el tacto] y las consultas con un psicoterapeuta que trataba a personas que han sufrido experiencias que cambian la vida fueron las únicas cosas que me ayudaron algo.

Adoro a William, que se parece físicamente y en sus gestos a Simon. Desde los tres años de vida me ha hecho preguntas sobre su papá, las cuales cambian a medida que aumenta su conocimiento del mundo. Perder a mi esposo me llevó a hacerme grandes cuestionamientos acerca de la vida. Ahora creo que la ira y los sentimientos vengativos que me asaltan por mis circunstancias no ayudarían a nadie. En lugar de eso, he tomado las cartas que me ha dado el destino y he elegido reafirmar la vida y hacer algo positivo todos los días”.

Elizabeth Turner narra cómo hizo frente a su dolor en el libro The Blue Skies of Autumn, publicado por Simon & Schuster. 

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