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Ahogados rumbo al altar

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En cuestión de segundos, el auto fue arrastrado por las
aguas colina abajo.

Ilustraciones de Steven P. Hughes

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Marjon van Eijk estaba increíblemente emocionada. Esta holandesa de 57 años de Oss, Países Bajos, acaba de aterrizar en la isla española de Mallorca con su familia para la boda soñada de su hija Iris. Sabía que iba a ser muy especial.

Al día siguiente, 10 de octubre de 2018, tendría lugar la ceremonia íntima con solo 21 invitados en una impresionante villa situada en las colinas, cerca de la pintoresca ciudad de Sant Llorenç des Cardassar, a menos de una hora en coche del aeropuerto. “No puedo esperar al asado de esta noche, olvídate de la boda” dijo Marjon a su madre, Bets. Bets, de 84 años, era cariñosa pero no estaba en un buen momento de salud. Un año antes, había tenido que someterse a una cirugía de emergencia a causa de una perforación en el intestino y ahora llevaba una bolsa de colostomía. Tenía que caminar con muletas a causa de unos problemas de cadera. Pero estaba encantada de asistir a la boda de su nieta Iris, de 24 años, en un entorno tan increíble. La familia había llevado una enfermera, Marjon Theunissen, para ayudarla.

Las tres mujeres y el marido de Marjon, Pieterjan, salieron del aeropuerto alrededor de las seis de la tarde y subieron a un coche de alquiler. Iris y su prometido, Coen, estaban esperando en la hermosa propiedad en las colinas, encantados con la perspectiva de compartir un evento tan mágico con sus seres queridos.

Ahogados rumbo al altar

En el camino a Sant Llorenç, la familia contempló el escarpado paisaje de Mallorca, con sus ondulantes pendientes rocosas salpicadas de hierbas y árboles bajos verdes. Mientras atravesaban el paisaje montañoso, empezó a anochecer y a llover intensamente. Pero eso no restó valor a la belleza de la isla, frente a la costa este de España. Conversaron felizmente. Pieterjan, historiador tranquilo pero divertido e inteligente, los mantuvo entretenidos con observaciones ingeniosas desde el asiento del conductor.

No tenían ni idea de que la lluvia (caerían más de 230 mm durante esa jornada) ya había alcanzado niveles peligrosos. Al pasar la población de Sant Llorenç y subir por la sinuosa ruta unos 800 metros hacia las colinas, la lluvia se hizo más fuerte y el cielo se tornó más oscuro. Se acercaban a un puente sobre lo que normalmente era un arroyo pequeño cuando, sin previo aviso, una ola de agua sucia se precipitó sobre la parte superior del mismo. En cuestión de segundos, el torrente lanzó el pequeño coche blanco por el embravecido río y lo envió ladera abajo.

Todo sucedió tan rápido que Marjon y su familia estaban demasiado conmocionados incluso para gritar. A medida que el auto iba dando tumbos y vueltas con el agua, y el techo chocaba contra la parte inferior de un par de puentes, se agarraron a los asientos y las puertas con una incredulidad paralizante.

La fuerza de la riada llevó el auto de vuelta a Sant Llorenç, que ahora estaba cubierto por varios centímetros de agua. El vehículo continuó avanzando hacia un matorral que se encontraba a unos cientos de metros al sur de la localidad donde, finalmente, se detuvo ante en un objeto sumergido en medio del torrente. Marjon, la madre de la novia, sintió que el agua se arremolinaba alrededor de sus pies y miró hacia abajo. Un agua marrón turbia estaba inundando el auto y el nivel subía rápidamente. Aunque era bastante pequeña y llevaba gafas, era una persona fuerte con un gran corazón, siempre decidida a proteger a su familia. Sentada en el asiento trasero con la enfermera de su madre, sabía que tenían que salir rápido antes de que las aguas subieran demasiado dentro del coche y se ahogaran todos. Forzó la puerta trasera para abrirla y saltó al torrente. Le siguió la enfermera de Bets, de 52 años. Marjon agarró la manivela de la puerta principal y trató de abrir la puerta para llegar a Pieterjan y Bets sentados en los asientos delanteros, pero el agua ejercía demasiada presión en contra. De repente, el agua que seguía subiendo, volcó el auto y lo dejó bocabajo, y a Pieterjan y a su suegra colgando de los cinturones de seguridad mientras el agua ascendía hacia ellos. Este es el fin, pensó, aterrorizada. Pero entonces, con la misma rapidez, otro torrente de agua le dio de nuevo la vuelta al auto. Con la ayuda de la corriente, Marjon consiguió agarrarse de la manivela de la puerta trasera y, con todas sus fuerzas, pudo abrir la puerta. Arrastró a Pieterjan y a Bets por los asientos delanteros y los sacó fuera del vehículo, tosiendo y balbuceando. Pero el peligro no había terminado en absoluto. Los cuatro se aferraron a la parte trasera del auto mientras el agua, que ya les llegaba a la altura del pecho, se precipitaba sobre ellos. Les golpeaban escombros, incluyendo ramas y piezas de metal. El cielo estaba oscuro, iluminado solo por ocasionales destellos de relámpagos, mientras seguía lloviendo a cántaros. Las aguas de la riada cubrían una superficie de más de 75 metros de ancho y los turistas holandeses estaban atrapados casi en el medio. Pieterjan gritó pidiendo ayuda. No creo que nadie pueda vernos, y mucho menos escucharnos, pensó su esposa. No tenemos ninguna posibilidad.

Gento Galmés miró por la ventana de su pequeña casa de verano con incredulidad. El administrador del ayuntamiento, de 57 años, curtido y de pelo oscuro, acababa de realizar un angustioso viaje en coche de 1,5 kilómetros desde Sant Llorenç en medio de una lluvia tan torrencial que era casi imposible ver. El estrecho arroyo, casi siempre vacío, que se encontraba a 90 metros más o menos, se había desbordado y el agua ahora estaba inundando todo el terreno rocoso que llegaba hasta su propiedad. Había ido a buscar a su hija, Margalida, de 24 años, con la intención de volver a su casa de Sant LLorenç y reunirse allí con su esposa, que trabajaba como empleada doméstica en la ciudad. Pero las aguas de la riada lo detuvieron. Su vecino Miquel Montoro salió de su casa de verano. Eran más de las siete de la tarde y estaba oscuro, pero iluminado por un relámpago, Miquel pudo vislumbrar diez coches o más en la riada. De repente, por encima del rugido del agua, escuchó gritos procedentes de un coche blanco, a 30 metros o más en el torrente. Gento también los escuchó y se apresuró a unirse a su vecino. “Tenemos que hacer algo” le dijo a Miquel. “Si no lo intentamos, puede que oigamos esos gritos durante el resto de nuestras vidas”, contestó Miquel. Miquel apuntó con los faros de su furgoneta a través del agua hacia el auto para tener una mejor idea de lo que tenían que hacer. Pero incluso a pesar de los faros, seguían sin poder ver ningún detalle, ni siquiera cuántas personas había que rescatar. Sin embargo, podían ver hasta dónde tendrían que adentrarse en las vertiginosas aguas. Se ataron con una soga como hacen los escaladores: Miquel, un herrero fuerte de 47 años, actuaría de sostén y le iría soltando cuerda a Gento mientras se adentraba en la riada. Gento, al igual que su vecino, se había amarrado la cuerda alrededor del cuerpo, pero había dejado un extremo libre, para poder tirarlo a las personas que necesitaban ser rescatadas. 

Se adentraron en el agua en dirección al coche. La familia holandesa vio los faros y empezaron todos a gritar aún más fuerte pidiendo ayuda. Junto con el ocasional destello de los relámpagos, sus gritos eran los únicos elementos de guía reales para que Miquel y Gento pudieran saber exactamente dónde se encontraban. Los dos hombres estaban hundidos en el barro, pero según el plan acordado, Miquel se mantuvo firme mientras Gento luchaba contra la corriente para seguir avanzando. Gento era fuerte, pero apenas media más de 1,60 cm de altura, por lo que el torrente le llegaba hasta el pecho. “No sigas avanzando” gritó Miquel. “La corriente te llevará.” Pero Gento no podía detenerse, no mientras hubiera gente desesperada casi a su alcance.

Heladeras, pallets e incluso árboles enteros pasaban flotando a ambos lados. Una garrafa de gas golpeó a Miquel en las costillas. Los dos sabían que algo más grande les podía impactar en cualquier momento y matarlos de manera fulminante. Pero les movía la pura adrenalina. Gento tardó diez minutos en llegar a diez metros del coche. Pudo ver cuatro siluetas aferradas a la parte trasera, con el terror grabado en sus rostros. Le pidieron ayuda en el poco español que sabían: “¡Ayuda!” “¡Ayuda!” Gento, se preparó y les tiró el extremo de la cuerda. Después de varios intentos Pieterjan, que era el que estaba más cerca, la alcanzó. Gento le hizo un gesto para que se la atara alrededor de la cintura, y luego buscó un punto de apoyo para estabilizarse y tirar del holandés hacia él. Pieterjan avanzaba por el agua dando tumbos. A causa del peso de su chaqueta mojada, perdió el equilibrio y se hundió bajo la superficie. Pero luchó para volver a ponerse de pie mientras Gento tiraba de la cuerda hasta que estuvo lo suficientemente cerca de él como para que Pieterjan pudiera abrazarse a él como si se tratara de un pulpo. Preocupado de que Pieterjan pudiera arrastrarlos a ambos bajo el agua, Gento, con la ayuda de Miquel que tiraba de la cuerda, lo llevó a un lugar seguro lo más rápidamente posible. Esperaban que este hombre alto de 60 años les pudiera ayudar a rescatar a los demás, pero Pieterjan estaba aturdido y temblando a causa de la conmoción. Gento dedicó sus esfuerzos a las tres personas que aún se aferraban al coche. Después de llevar a la enfermera de Bets a un lugar seguro, regresó a por Marjon y su madre. Luego, de repente, antes de que alguien pudiera detenerla, Marjon volvió a entrar al auto para buscar los medicamentos de su madre. Después las dos mujeres se abrieron camino a través de la riada: el agua les llegaba casi hasta el cuello. Consiguieron acercarse sanas y salvas hasta Gento y luego continuaron hasta donde se encontraba Miquel. Pero justo cuando llegaron al agua menos profunda, Bets perdió el equilibrio y cayó de rodillas en el barro. Gento y Miquel intentaron levantarla, pero pesaba demasiado y era incapaz de ayudarse a sí misma. Miquel sabía que tenían que sacarla del agua rápidamente, antes de que la riada empeorara. Se apresuró a conseguir una carretilla y, con la ayuda de Gento, fueron finalmente capaces de llevar a Bets a tierra seca.

La familia holandesa rescatada, la enfermera y Gento se reunieron en casa de Miquel. El suministro de agua no funcionaba correctamente, y Miquel no les pudo ofrecer una ducha caliente. Pero los españoles si pudieron darles mantas y la ropa que pudieron encontrar. Marjon Theunissen y Margalida, la hija de Gento, que también era enfermera, atendían a Bets. Necesitaba ser llevada inmediatamente a un hospital, pero sin señal de celular, no había manera de llamar a una ambulancia. Además, la pista que conducía a la carretera principal de Sant Llorenç estaba arrasada. Miquel no tenía otra opción que intentar restaurarla, usando su tractor.

Aproximadamente una hora después era transitable, y los españoles llevaron a la familia a una rotonda donde la policía local dirigía el tráfico para evitar el caos a causa de las rutas bloqueadas. Manejaron al grupo holandés a un refugio y luego Bets fue llevada de urgencia al hospital donde le hicieron un reconocimiento y le dieron el alta al día siguiente. Más tarde, Gento se dirigió a Sant Llorenç para reunirse con su esposa. La ciudad tenía el mismo aspecto que si hubiera habido un terremoto. Había escombros por todas partes y coches amontonados unos encima de otros. De vuelta a su residencia principal, Miquel encontró a su pareja y amigos escuchando atentamente las noticias y contactando frenéticamente con sus seres queridos. 

“Voy a darme una ducha”, dijo Miquel, con total naturalidad. “Acabo de rescatar a cuatro personas”. Trece personas perdieron la vida ese día, durante lo que fue una de las peores inundaciones repentinas que se recuerdan en Mallorca. En junio de 2019 el rey Felipe VI otorgó a Gento y Miquel la Orden del Mérito Civil. En octubre de ese año, en el ayuntamiento de Sant Llorenç con la familia holandesa presente, los dos hombres recibieron la “Medalla de honor por ayuda desinteresada”. Iris y Coen se casaron en una ceremonia sencilla en los Países Bajos. 

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