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Tatuajes: ¿listo para un compromiso de por vida?

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No todas las personas están conformes con sus tatuajes 20 años después (algunas, ni siquiera 20 minutos después).

Por Lenore Skenazy

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En la mitad de la sesión de tatuaje de las palmas de sus manos, Angela Sarro, una madre de Long Island, se dio cuenta de algo: esto era un gran error. Iba en busca de las píldoras azul y roja de la película Matrix, una en cada palma; la roja representaba el anhelo de la verdad, aunque resultara perturbadora, y la azul garantizaba la dicha de la ignorancia.

“Bajé la mirada y comencé a llorar”, dice Sarro. La roja se veía como una gomita. Le pidió al tatuador que se detuviera. “Y él dijo: ‘No. Ya pagaste. También te llevarás la azul’”. Dichosa en la ignorancia, pero próxima a conocer la verdad, accedió a continuar.

Unas semanas más tarde, cuando su hijo comenzó cuarto grado, la nueva maestra la saludó a la distancia, pero “me sentí avergonzada de responder el saludo”, dice Sarro. No quería que nadie más viera aquellas manchas amorfas en sus manos. “¡Ni siquiera tenían la misma forma!”.

Las semanas pasaban y “yo seguía llevando las manos cerradas apretadas como puños, tan apretadas que me dolían los dedos y tenía que desanudarlos al terminar el día”, recuerda. Y luego su inseguridad llegó a un nivel aún más profundo que la tinta. “¿Soy una mala madre? ¿Qué clase de persona soy? Estas cosas te llevan a cuestionarte mucho sobre tu persona, como: ¿Por qué me dejé llevar por este impulso? ¿Qué mensaje transmite esto sobre mi criterio a los que me rodean?”.

Mientras buscaba desesperadamente en Google cómo deshacer el tatuaje que se había hecho, Sarro encontró una cadena nacional de salones de remoción de tatuajes llamada Removery. No solo contaban con una sucursal en Manhattan, ¡sino que estaban contratando! Se presentó allí para una consulta y una entrevista de trabajo al mismo tiempo. Cuando el encargado le preguntó por qué quería trabajar allí, ella respondió: “Porque comprendo lo que estas personas sienten. Lo entiendo a la perfección”.

Especialistas en borrar tatuajes

Y hoy, dos años más tarde, con los tatuajes de las palmas de sus manos casi eliminados por completo, aún es posible encontrarla en el mismo local de Removery. Ahora trabaja allí como consultora en remoción de tatuajes, donde recomienda a otros pares arrepentidos qué tatuajes eliminar y de qué manera hacerlo.

La descripción de su puesto suena muy similar a la de un terapeuta. Para sus pacientes “puede haber muchas lágrimas”, dice Sarro, y, por encima de todo, un pasado que es preciso abordar. Y debe tratarse de un pasado que estén desesperados por olvidar, porque el proceso no es económico.

En Removery, los precios se fijan por superficie cubierta: la remoción completa de un área de unos 6 centímetros cuadrados cuesta alrededor de 1300 dólares; un área de aproximadamente 600 centímetros cuadrados, lo que podría ser, por ejemplo, una espalda, tiene un valor aproximado de 4400 dólares; y existen distintos precios en el medio de este rango.

El costo contempla todas las sesiones que sean necesarias para realizar el trabajo, cualquiera sea la cantidad. En la mayoría de los casos, borrar un tatuaje requiere de cinco a diez sesiones. Y es preciso esperar de dos a tres meses entre sesiones, ya que el láser descompone la tinta en partículas diminutas que el organismo luego debe absorber y eliminar. Este proceso lleva tiempo. La buena circulación facilita esta dinámica por lo que, en general, cuánto más cerca se encuentre el tatuaje del corazón, menos tiempo tardará en borrarse.

Por más extraño que parezca, la tinta negra es la más fácil de eliminar con láser y los colores claros son los más difíciles. Aun así, afirma Sarro, con suficiente tiempo (y cierta tolerancia al dolor, además de comprender claramente que es preciso utilizar equipos adecuados, técnicos capacitados y dos días de cuidados responsables postratamiento), es posible remover la mayoría de los tatuajes sin dejar siquiera cicatrices.

El tatuaje, una foto del momento

Tatuajes: ¿listo para un compromiso de por vida?

Ante la explosión de la moda de los tatuajes, el trabajo tanto en Removery como en otros centros de remoción de tatuajes se encuentra en auge. Esto se debe a que cada tatuaje cuenta una historia, y el 25 por ciento de quienes poseen uno quieren cambiar la suya.

Las razones por las que los clientes llegan a las puertas de Removery y de otros sitios especializados en remoción de tatuajes son muchas y el espectro contempla desde malas expresiones artísticas hasta cambios de vida. Y, como somos humanos, también se producen errores que es preciso reparar.

“Uno de mis pacientes llegó al consultorio con un tatuaje de una frase en coreano”, recuerda la dermatóloga Michele Green de Nueva York. El paciente había pedido la frase “¡Está bien perder la cabeza!”. Sin embargo, debido a un carácter mal escrito, el tatuaje anuncia al mundo: “¡Mitch también está bien!”.

Un cliente de Lorenzo Kunze Jr. de Nueva York, cofundador de Inkless, otra cadena especializada en remoción de tatuajes, llegó al consultorio con un tatuaje que él pensaba que decía “sobreviviente”. Y, en realidad, comenta Kunze, decía “hot dog”.

Una búsqueda rápida en internet arroja muchos más ejemplos de metidas de pata de este estilo, como el tipo que se tatuó “QEPD” por una chica que luego descubrió que estaba sana y salva, y el abuelo que se hizo un tatuaje en la década de 1970 que debía decir “Perdedor de nacimiento”. Pero, y casi como para marcar el punto, el tatuador escribió “Flojo de nacimiento”.

Años después, su nieto escribió en Reddit: “Mi padre y yo nos hicimos un tatuaje de nuestro escudo de armas familiar y debajo del dibujo agregamos ‘Flojos de nacimiento’ en latín, como homenaje a este tonto error”.

Las separaciones, por supuesto, se encuentran entre las principales razones que llevan a muchas personas a arrepentirse de lo que en algún momento grabaron en su cuerpo. “Diría que los mayores culpables son los nombres”, afirma Jeff Garnett, cofundador de Inkless y quien se dedica a remover tatuajes desde hace más de una década. “Borramos tantos nombres que cada febrero ofrecemos una promoción especial: Al diablo con el Día de San Valentín. Borramos con láser el nombre de tu ex por $ 50”.

Por supuesto que también es posible evitar el costo y el dolor de remover el nombre de un ex e internar la otra alternativa: incorporar un nuevo diseño al antiguo tatuaje. En una foto que circula por internet se puede ver a un tipo con el nombre “SARAH” que cruza su espalda en enormes letras góticas. Cuando se separaron, él decidió agregarle “CHA”. Ahora se lee “SARAHCHA”, en una clara referencia a su amor por cierto condimento picante.

¿Más viejos y, tal vez, más sabios?

Gran parte del arrepentimiento en materia de tatuajes se puede reducir a la frase: “Ya no soy quien era a los 18 años”. Muchos tipos maduros de mediana edad advierten que sus diseños alguna vez innovadores y llamativos ahora se han vuelto casi tan provocadores como los medicamentos para el colesterol.

En el ámbito de los tatuajes, como en cualquier declaración de moda, existen tendencias. En la década de 1990 era el para hombres, y el tramp stamp, un delicado tatuaje en la parte baja de la espalda para mujeres. Luego llegaron los símbolos del infinito y aquellos donde “alguien sopla un diente de león y las semillas se convierten en siluetas de pájaros”, comenta Garnett.

Estos diseños ya están pasando de moda. “Uno de mis clientes se está quitando un oso de peluche que tiene dos “X” en sus ojos”, dice Sarro. ¿Por qué? “Simplemente ya no quería llevar un oso muerto en la pierna”. A veces, una broma solo sigue su curso. Por ejemplo, “el bigote en el dedo”, dice Kunze. ¿Qué? Años atrás, algunas personas pensaban que era muy gracioso tatuarse un bigote en el dedo para después posarlo debajo de su nariz. Claro, no da risa para siempre.

Y también está el caso de Derek Conlon. Derek fue suspendido de la universidad durante un semestre por ser demasiado molesto. (“Teníamos un caño de stripper en nuestra habitación”, dice.) Cuando llegó el momento de regresar, comenta, “pensé que sería gracioso decir ‘Mientras no estaba, me tatué tu nombre en el trasero’”.

Hacía esto cada vez que conocía a una chica bonita en una fiesta. “Y durante las primeras dos semanas de clases, siempre funcionaba y todas decían: ‘¡No puede ser!’”. ¡Claro que sí! Él entonces se bajaba los pantalones y allí, en tinta negra, se podía ver la frase: “Tu nombre”. “Lo mostraba y al segundo todos sacaban sus teléfonos. Debe haber unas 500 fotos en los celulares de las personas con las que estudié con la imagen de mi trasero”.

Lamentablemente, dice, el rumor corrió a tal velocidad que, en menos de dos semanas, cuando intentaba esta táctica durante una fiesta, “todos me decían, ‘¡Ah! ¡Eres ESE tipo!’”, a lo que él respondía con bochornosa resignación, “Sí, ese soy yo”.

Mientras que con el paso del tiempo algunos tatuajes pasan de moda, otros directamente dejan al portador en una situación incómoda. “Algo que suele suceder con bastante frecuencia, en especial con los tratamientos de contorno corporal, es que cuando alguien con muchos tatuajes en el área de la ingle o en la parte baja de la cintura o el abdomen se hace una liposucción, el tatuaje queda cortado a la mitad”, comenta Gregory A. Greco, anterior presidente de la Sociedad Americana de Cirujanos Plásticos.

“Quitamos la mitad de la piel y ahora el tatuaje no tiene ningún sentido. He visto mitades de peces, delfines, y nombres…”. Y también sucede lo opuesto, cuando el cuerpo se estira y se extiende. El médico recuerda haber visto crecer con el paso de los años un tatuaje de un ramo de flores hasta que comenzó a verse, dice, “como un útero”.

El tatuaje como identidad

Tatuajes: ¿listo para un compromiso de por vida?

Son muchos los pacientes que desean dejar atrás aquella vida que motivó sus tatuajes, por lo que no sorprende ver áreas en los propios salones de tatuajes dedicadas a la remoción de este tipo de arte. Si bien puede sonar similar a que un abogado de divorcios monte un puesto de trabajo justo a la salida de un registro civil, no es tan así.

 

Volver a empezar significa simplemente que la persona está lista para algo nuevo. A veces, incluso, una nueva vida. Mauricio Arias nació en Colombia. Cuando tenía ocho años, su padre fue asesinado. Al poco tiempo, él y su amado hermano mayor y protector, se mudaron a la ciudad de Nueva York. La vida no era sencilla. Arias se rodeó de pandilleros. Comenzó a consumir drogas.

“Sentía mucha furia dentro de mí”, dice. “Quería terminar con mi vida. De hecho, lo intenté un par de veces cuando tenía 14 años. Traté de cortarme las venas y tengo enormes cicatrices en mis brazos. Por ese motivo me hice los tatuajes”. No para tapar la cicatriz, sino “para expresar cómo me sentía por dentro”.

Al poco tiempo, Arias consiguió trabajo como tatuador. Con el paso de los años, se tatuó en su propio rostro una navaja. Y una manopla. Y una telaraña que representaba sus adicciones, y un F. U. porque “quería que todos vieran mi rostro y supieran qué quería decirles”.

Los tatuajes cumplieron su propósito. Pero cuando su hermano fue enviado a prisión, Arias cayó aún más profundo. En su momento más oscuro, a los veintipico, vivía en un asentamiento con otros adictos al crack y se drogaba bajo las escaleras, “me drogaba como si fuera un animal, como una rata”. De algún modo, se las arregló para conservar su trabajo como tatuador.

Un día, uno de sus clientes advirtió la foto que Arias siempre tenía cerca. El cliente dijo: “Yo conozco a ese tipo”. Arias respondió: “Ese es mi hermano”. Darse cuenta de que este hombre podía enterarse de cuán bajo había caído le produjo profunda vergüenza.

Pero el hombre tenía otros planes. Invitó a Arias a sumarse a su iglesia. Arias aceptó y ese mismo domingo llegó allí con una hebilla de cinturón con forma de calavera, un collar con calaveras y, por supuesto, su rostro. “Era como un alma sin vida”, dice. “Me despertaba vacío todos los días y lloraba por la vida”.

Pero en la iglesia, comenta Arias, Dios le habló. Le dijo que le esperaba un futuro lleno de luz, trabajo, estudio y una carrera. Todo esto efectivamente sucedió. Arias se convirtió en un devoto feligrés. Tiró su máquina de tatuajes a la basura y el pastor le consiguió algunas changas. Se reconcilió con su esposa. Y a los 30 años se inscribió en un centro de educación superior.

Él estaba avanzando, pero su rostro no. Borrar aquellos tatuajes era costoso (una sola sesión de remoción de tatuajes costaba 600 dólares, un lujo que no podía darse). Su esposa buscó en internet y encontró a Garnett, quien tenía otra empresa de eliminación de tatuajes en ese momento. Arias hizo entonces la llamada telefónica que cambiaría su vida. Dice: “Jeff atendió y dijo ‘siempre quise trabajar con alguien como tú, alguien con historia, con trasfondo, alguien que está intentando encontrar algo mejor para sí mismo’”.

Garnett hizo el trabajo gratis. Ya han pasado seis años. Arias terminó los estudios y está a punto de recibir su diploma. Hoy trabaja como asistente de gerente de proyecto en la renovación del Aeropuerto JFK, una obra de unos dos mil millones de dólares. Cada sesión de remoción de tatuajes ha sido un infierno, “se siente como bandas elásticas calientes que golpean tu rostro”, confiesa Arias. Pero también ha sido milagroso.

Desapareció la manopla. La navaja. El F. U. y la telaraña. Todo el rostro de Arias está libre de tatuajes ahora, excepto sus párpados, que presentan un problema. Borrar esos tatuajes es tan peligroso que podría perder la vista. “Así es como sé que soy feliz”, dice Arias. “Antes quería sacarme todo, incluso los tatuajes de los párpados. Pero ahora me siento satisfecho. Me siento bien. Me siento realmente feliz, feliz, feliz. Viví mi historia y si muero viéndome así, moriré feliz”.

Cada tatuaje cuenta una historia. Cada remoción, también.   

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