Conocé más de la historia de los cóndores andinos.
Son las 9 de la mañana del 5 de diciembre de 2007. En el pequeño centro de incubación artificial del zoológico de Buenos Aires se encuentran trabajando los biólogos Luis Jácome y Vanesa Astore, dos de los responsables del Programa Binacional de Conservación del Cóndor Andino Chile-Argentina (PBCCA) que se ocupa de la crianza en cautiverio de jóvenes cóndores para devolverlos a los ambientes naturales porque se encuentran en peligro de extinción.Acompañados por las voluntarias Rocío Lapido y María del Mar Contaldi, dos estudiantes de Biología de la Universidad de Buenos Aires, Luis y Vanesa pasaron las últimas tres noches en este centro —desde que el pichón de cóndor cascó su huevo— manteniendo las condiciones ideales que el huevo necesita mientras se halla en la incubadora. Es que este huevo representa todo para los biólogos. Dentro de pocos minutos, después de 57 días de incubación, nacerá de él un nuevo cóndor.Para la voluntaria María del Mar llegó el gran día. Luis acaba de anunciarle que será ella quien sacará al animal del huevo, realizando así el importantísimo proceso de asistencia al nacimiento del pichón similar al que, en la naturaleza, hacen los padres del pájaro con sus picos de borde cortante.
Fuera del recinto, Apolinar Ramos Quispe, líder espiritual y curandero de la comunidad de los Kallawaya, entona cantos rituales junto a otros miembros de su grupo, y todos queman hojas de coca y grasa de llama para darle fuerza al cóndor. Para los Kallawaya, así como para todos los pueblos tradicionales de la cordillera, el cóndor es sagrado, ya que al volar a unos 10.000 metros de altura permite una comunicación más cercana entre los hombres y los dioses.El condor andino está considerado el ave voladora más grande del planeta. Con una población estiamada de 2300 ejemplares, se encuentra a lo largo de la cordillera.La operación de asistencia al nacimiento empieza. En el centro de incubación, rodeada por varios voluntarios y familiares, todos ansiosos por presenciar el evento, María del Mar retira poco a poco y con mucha emoción la cáscara del huevo para liberar al pichón de cóndor. Veinte minutos después, el desenlace de la historia: la hembra Pacha Qhawaq respira por primera vez el aire del exterior. Su nombre, elegido por los Kallawaya, significa “observador del tiempo y del espacio”. Dentro de un año, junto con dos otros pichones nacidos en este período y un ejemplar de cóndor silvestre, que fue rescatado cuando era pichón, serán liberados en la sierra patagónica de Paileman. Una experiencia única en el mundo.
Minutos después del nacimiento, María del Mar se muestra exultante: “Fue un momento muy especial, una recompensa por todo el sacrificio que representa cada cóndor, como las noches enteras que uno pasa cuidándolo. Cuando sostenemos al pichón en la mano y se sienten sus primeros movimientos, es una emoción enorme: te deja sin palabras”. Al igual que para los más de 80 voluntarios del proyecto de reintroducción, para María del Mar y Rocío el cóndor andino es mucho más que un simple pájaro y esta tarea, más que una actividad profesional: “Son parte de nuestras vidas —comenta la primera—. Se comienza alimentándolo, y se sigue pensando en él en tu casa, incluso cuando te vas a dormir. El cóndor es mágico”.¿Por qué todos estos esfuerzos de gente tan diferente reunida por la causa del cóndor andino? Esto se debe a que Vultur gryphus, nombre científico del cóndor andino, se encuentra amenazado a lo largo de todo su hábitat natural, la Cordillera de los Andes. Hay varios responsables de esta situación: en primer lugar, los pastores de las montañas que lo cazan ya que creen que el cóndor mata a sus ovejas o sus llamas. Esto es falso: el cóndor es carroñero y se alimenta únicamente de animales muertos; muchos campesinos al querer matar a los zorros que atacan al ganado envenenan cadáveres de animales pero terminan perjudicando a los cóndores que se alimentan de estas carroñas envenenadas; por último, los traficantes ilegales que venden al animal dentro y fuera del país a zoológicos que no respetan las normas internacionales de protección o a coleccionistas privados. En la actualidad, el cóndor andino figura en el apéndice I del convenio de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites) lo que implica que está en peligro de extinción.
Como reacción frente a esta grave amenaza, biólogos argentinos y chilenos decidieron crear en 1991 el PBCCA, con base en Buenos Aires. Luis Jácome, actual director, cuenta el origen del proyecto al que dedica toda su energía y gran parte de su vida personal y profesional. “Era 1982. Llegué a la cima del cerro López, en Bariloche, a una altitud de 2.075 metros. Recuerdo que era una fría tarde de otoño, y me parecía estar en una catedral de la naturaleza, era emocionalmente muy fuerte. De repente, aparecieron seis cóndores que empezaron a volar por encima de mi cabeza. Nunca voy a olvidar el ruido del viento en sus alas. Por eso, cuando me enteré de que su existencia estaba amenazada, entendí que perder al cóndor es como perder la nieve de la montaña, una parte esencial del patrimonio natural y cultural de nuestra tierra”, explica.
El proyecto consiste, primero, en retirar huevos de las parejas que se encuentran en los zoológicos argentinos y de Sudamérica que colaboran, y colocarlos en incubadoras. “Para que la reintroducción del animal en la naturaleza sea exitosa, el pichón de cóndor no debe darse cuenta de que son los humanos quienes lo alimentan, y tiene que asociar la comida con los propios cóndores. Habitualmente, en los zoológicos esto no es así”, comenta Vanesa Astore, coordinadora del PBCCA y jefa de Conservación del zoológico de Buenos Aires. Por esta razón, los pichones que nacen después de los 57 días de incubación, como Pacha Qhawaq, son alimentados en una nursery equipada con un vidrio espejado, a través de dos marionetas que representan cóndores adultos: el macho, con cresta y ojos marrones; y la hembra, sin cresta y de ojos rojos. También se utiliza una cazuela y un guante negro para que los pichones no puedan ver la mano del hombre.
Así, reciben su alimento cinco veces por día (en la primera jornada, dos gramos de carne por ración; en la segunda, el doble de esa cantidad y así sucesivamente). “También se controla permanentemente la temperatura y humedad de la nursery —explica Astore— para estar seguros de que el pichón está siempre en las mejores condiciones”.
Representantes de varias comunidades indígenas honran al cóndor con ofrendas (hojas de coca), cantos rituales y fuego sagrado.
De esta manera, los voluntarios del proyecto se transforman en titiriteros, tal como sucede con Marcelo Benavent, actual presidente de la Fundación Bioandina. Hace once años que se sumó al proyecto: “Yo tenía una empresa de arreglo de fotocopiadoras, y me enteré de la existencia del proyecto. Me encontré con Luis y Vanesa que necesitaban construir una nursery. Como yo tenía conocimientos técnicos, armé una con piezas de fotocopiadoras que incluso hoy seguimos usando”.
Para los voluntarios y los responsables del programa, la recompensa de tantos sacrificios llega después de varias semanas de trabajo, cada septiembre, cuando los cóndores, de siete meses y ocho kilos son devueltos a la naturaleza. Se los transporta en avión a 1.300 km al sur de Buenos Aires, cerca de Península Valdés, hasta la Sierra Paileman, en la provincia de Río Negro. Los “abuelos” de esta región aún recuerdan al cóndor, que desapareció hace más de 170 años. En los altos acantilados de esta sierra, de hermosos colores rojo y naranja, a 50 km de la ruta asfaltada, 22 cóndores ya han sido liberados desde 2003. En esta región desértica y de muy difícil acceso para el hombre, tres biólogos del proyecto cuidan de los animales y son los garantes de su buena adaptación.
Las últimas liberaciones se llevaron a cabo el pasado 18 de septiembre, con más de 200 testigos provenientes de numerosos países americanos y europeos, entre ellos los responsables del Pinnacles Condor Program, un proyecto de reintroducción del cóndor californiano, que viajaron para compartir experiencias con sus pares sudamericanos.
“Las liberaciones fueron justo el día de mi cumpleaños, y fue el más lindo regalo que me podían hacer —comenta Vanesa con una sonrisa—. Fue una mezcla de emociones increíble porque el dueño del terreno donde estamos liberando a los cóndores había fallecido una semana antes, y queríamos suspender todo. Pero fue su propia familia la que nos pidió mantener la liberación de los cuatro cóndores, Pacha Qhawaq, Inipi y Tamita (los tres pichones nacidos en 2007 en el zoológico) y Kuyana, un cóndor curado después de haber sido rescatado”.Después de las ceremonias rituales, acompañados con cantos de los representantes de las varias comunidades indígenas sudamericanas, Andresito, el hijo del fallecido propietario del terreno, junto con Walter, jefe de la base de campo, abrieron el recinto en el habían permanecido los cóndores durante dos meses con el fin de lograr una adaptación apropiada a su nuevo ambiente.Unos minutos después de ser liberados, los jóvenes cóndores incubados en Buenos Aires abrieron completamente sus inmensas alas por primera vez y entonces iniciaron su primer vuelo libre. La emoción de los participantes fue intensa. “Es increíble ver volar a un cóndor que hemos alimentado en cautiverio en Buenos Aires durante tantos días y noches. Es una mezcla de alegría, porque el proyecto es un éxito, y de tristeza, ya que perdemos de alguna manera a nuestros bebés cóndores”, comenta Rocío Lapido.Desde el principio del proyecto y en colaboración con Chile, 82 cóndores han sido liberados en 15 sitios de cinco países sudamericanos, principalmente a lo largo de la Cordillera de los Andes.En septiembre de 2009, al menos tres nuevos cóndores se reunirán con sus hermanos en Paileman. Entonces, el espíritu del cóndor soplará aún más fuerte sobre el cielo de los Andes y de la Patagonia.