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El pueblo donde una escuela recuperó los sueños

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Energía es un pueblo que tuvo 500 habitantes en la década de los cuarenta, cuando el tren permitía la comunicación y el traslado de la producción. 

Un grupo de alumnos de la escuela rural de Energía, un pueblo del partido de Necochea, en el sudeste de la provincia de Buenos Aires, ha decidido tomar el destino de la localidad y transformarla. El pueblo, en la vera de la Ruta Nacional 228, está desdibujado por el olvido que sufren estos territorios que han padecido el éxodo de sus pobladores, pero así y todo se resiste a irse del mapa. 

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Al contrario, algo se está gestando aquí. Tiene 128 habitantes, pero cuando entro en la escuela parece que viven mil; los jóvenes van y vienen, debaten, hablan, se interpelan. Como el pueblo no tenía una plaza, hicieron una y hoy un mástil construido allí tiene la bandera flameando. Trabajando por la identidad recuperaron los antiguos carteles ferroviarios y uno de ellos se puede ver en la ruta: por la noche se ilumina gracias a un panel solar que acumula energía durante el día. “Algo tan simple como un cartel… La gente ahora pasa y sabe que estamos”, reflexiona Ángel Vallejos, vicedirector de la escuela y líder rural. Lejos de pensar en irse, los jóvenes están pensando en cómo hacer para quedarse. “Nos conocemos desde jardín, este es nuestro lugar en el mundo”, cuenta Marcia, de sexto año. En Energía hay una historia que reta a la realidad. Una escuela desafía al mundo y está ganando la cruzada. 

Energía es un pueblo que tuvo 500 habitantes en la década de los cuarenta, cuando el tren permitía la comunicación y el traslado de la producción. El país se intercomunicaba, lo que generaba trabajo y ampliaba el horizonte. Había un hotel, carnicería, un almacén de ramos generales y estación de servicio. De todo eso no queda nada; el paso del tiempo hizo desaparecer los cimientos, lo poco que se puede ver configura las ruinas de un modelo de país que ya no existe. Nada es casual aquí, los hilos de muchas vidas se unieron para convertir a la escuela en un eje de recuperación. Todo comenzó cuando llegó Ángel y tomó el cargo. Convencido de que el acto educativo es un hecho político pero no partidario, entendió que lo primero que había que hacer era escuchar a los alumnos: “Sabemos muy bien que ellos son los verdaderos protagonistas”. Entonces surgió la necesidad de comenzar a tender puentes e iniciar el camino de realización de sueños. “Había que visualizar lo invisible”, agrega Ángel. En un terreno baldío, el desafío fue hacer una plaza, un lugar de encuentro que el pueblo no tenía; pero, como toda plaza, necesitaba un mástil, y lo hicieron. Un 25 de Mayo se izó por primera vez la bandera argentina en la plaza de Energía. Los jóvenes lograron lo que nadie pudo. 

“Si a lo comunitario lo trabajamos bien, la comunidad va a estar comprometida. Y lo que nos pongamos como meta, lo vamos a lograr”, afirma Ángel. Por votación decidieron llamar a la plaza Corazones de Energía, para la que los alumnos fabricaron asientos con material reciclado. Este primer logro potenció las ganas de tener otros. “Pero solos no podíamos avanzar y trabajamos en red, para crear lazos”, sostiene Ángel. Los padres, pueblos vecinos, estancias de la zona y la Municipalidad intervinieron en este camino iniciado por los jóvenes de Energía. “Nosotros no queremos irnos de acá”, se esperanza Marcia, quien sueña con ser chef y tener un emprendimiento en su pueblo. Juego de palabras, Energía atrajo energía, y se acercó Gisela Barbieri, quien concibió un plan de desarrollo local para lograr encaminar todos los proyectos de los alumnos. Se establecieron como metas recuperar el patrimonio cultural de Energía, capacitar a los emprendedores del pueblo y crear planes de negocio para potenciar los proyectos. La familia de Marcia tiene un puesto de comida en la ruta y otro alumno quiere hacer facturas de cerdo, otro sueña con la apicultura. “Tenemos que poder leer el territorio, que es un mapa que nos habla todo el tiempo”, reflexiona Gisela, quien asesora ad honorem.

Hay dos grandes estancias cerca del pueblo, La Irene y La Otomana. La primera está abierta al turismo rural; Miriam Pedersen está a cargo del emprendimiento. Su familia, de origen danés, llegó a la zona buscando un territorio llano que se pareciera a Dinamarca; ella cursó la primaria en la escuela de Energía, recuerda los grandes bailes en el galpón ferroviario. “Hay algo acá que te atrae, irme de esta tierra me duele”, confiesa. En esta estancia hay un centro energético que provoca que se muevan cosas, nadie sabe a qué atribuirlo, pero lo cierto es que está y se puede sentir. La Otomana, de la familia Isla Casares, fue una estancia que llegó a acuñar su propia moneda; las tierras donde se asienta el pueblo son propiedad de ellos. Ambas estancias acompañan el sueño colectivo de renacimiento que sobrevuela a Energía, que tuvo un momento fundacional: cuando se recuperaron los carteles de la estación ferroviaria. “Era un pueblo sin nombre”, recuerda Ángel.

La Otomana, antes de que los carteles se deterioraran, los había guardado en un galpón. Era un mito rural que los ubicaba en los más variopintos lugares, pero Susana Faidella, la directora de la escuela, dio con el dato. Ángel fue a buscar matrícula en la estancia, con la misión de asegurarse el primer paso para regresar los carteles al pueblo. En las escuelas rurales, los maestros recorren grandes distancias, por caminos en mal estado, para buscar alumnos. Francisco Isla Casares lo recibió y lo que parecía difícil se hizo simple: no tuvo ningún inconveniente y liberó esos carteles del ostracismo. Vecinos del pueblo Santamarina, de Energía, alumnos y docentes de la escuela movieron cielo y tierra para trasladar esas moles de cemento. La Municipalidad brindó un camión. Una mañana lograron moverlos y emprendieron el camino de regreso a su pueblo. Fue un momento inolvidable. “¡Están llegando los carteles!”, la voz se desparramó y todo aquel que estaba en movimiento lo estuvo aún más.Energía volvió a recibir su nombre desde la ruta. Uno de ellos regresó a la estación de tren y otro, en la curva por donde se accede al pueblo; por la noche se enciende gracias a un panel solar. Los alumnos estuvieron detrás de todo. “Cuántos años que no estábamos nombrados”, afirma un vecino.

Con este paso dado, ahora había que pensar en movilizar a toda la región, porque en soledad no se puede crecer. El turismo fue la palabra clave. De una iniciativa de los alumnos surgió la idea de crear el Corredor Turístico Rural, un recorrido por los pueblos de tierra adentro del mapa de Necochea, un territorio hechizado por la presencia del mar y la playa, pero que se completa con la de las comunidades del interior: Energía, La Dulce, Ramón Santamarina, Juan N. Fernández y Claraz son los pueblos a los que había que unir, y lo hicieron creando un circuito que está comenzando a dar sus primeros pasos. “No queremos irnos de nuestro pueblo”, dicen. En las escuelas de las pequeñas localidades parece estar la clave de la recuperación y la resistencia rurales. 

© Desconocida Buenos Aires. Secretos de una provincia. 2018. Editorial El Ateneo. 

Leandro Vesco es periodista destacado del diario La Nación. Fundó y preside Proyecto Pulpería (proyectopulperia.com.ar), organización que trabaja en la recuperación de los pequeños pueblos. Ha recorrido durante más de una década cientos de pueblos, parajes y pulperías de la provincia de Buenos Aires y de toda la Argentina.
Desconocida Buenos Aires (
Editorial El Ateneo), tres libros con relatos de viajes donde el lector reconecta con lo simple: rutas, siestas, árboles, animales de campo y los sabores de la comida casera y fresca.

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