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El espíritu olímpico

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10 historias memorables sobre la lealtad deportiva y el verdadero sentido de competir.

El 8 de agosto, en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Beijing, un competidor chino, en nombre de los 12.000 deportistas participantes, jurará respetar las reglas de los juegos “con auténtico espíritu deportivo”.
Por desgracia, en el pasado, algunos competidores han soslayado este principio y usado el dóping, ardides y trampas para tratar de ganar a toda costa. “Unas cuantas manzanas podridas arruinan todo el espectáculo”, dice el historiador olímpico John Lucas. “Es fácil olvidar que hay muchos más deportistas leales y patrióticos que tramposos y dopados”.

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Efectivamente, desde que comenzó la era moderna de los Juegos Olímpicos, en 1896, ha habido cientos de actos notables de espíritu deportivo que encarnan el ideal olímpico. Éstos son sólo 10 de los más memorables:


Segunda oportunidad
Cecil Healy (Estocolmo, 1912)


Cecil healy, uno de los primeros grandes nadadores olímpicos australianos, estuvo ante un triunfo casi seguro en la prueba de 100 metros libres cuando el poderoso equipo estadounidense llegó tarde a la eliminatoria semifinal. Como los nadadores norteamericanos atribuyeron su retraso a un malentendido y pidieron otra oportunidad de competir, el asunto se sometió a deliberación.

Healy pidió al representante de su equipo en el jurado que apoyara esa petición, y entonces se permitió a los estadounidenses competir en una semifinal especial. Duke Kahanamoku, el gran nadador hawaiano, pasó a la final, venció a Healy por dos metros y se llevó la medalla de oro. Al terminar la prueba, la multitud premió al australiano con una fuerte ovación.
La Primera Guerra Mundial puso fin a la carrera de Healy como nadador. Murió en el frente de batalla en 1918.


Un amigo en la pista
Lucien Duquesne
(Amsterdam, 1928)


Paavo nurmi, el legendario corredor de fondo finlandés, solía usar un cronómetro en las competencias para administrar su ritmo y energía. Durante una eliminatoria de la carrera de obstáculos de 3.000 metros, se cayó en un foso y soltó el aparato.

El francés Lucien Duquesne se detuvo, levantó a su rival y lo ayudó a sacar el cronómetro del agua.
En vez de tomar la delantera, Nurmi corrió el resto de la competencia jun-to a Duquesne. En la línea de meta le ofreció al francés que cruzara primero, pero éste no aceptó.


El buen perdedor
Ralph Hill (Los Ángeles, 1932)


En una de las carreras más controvertidas de la historia olímpica, el estadounidense Ralph Hill pasó de ocupar el último sitio en los 5.000 metros a desafiar al líder, el finlandés Lauri Lehtinen, que tenía el récord mundial. Con 50.000 espectadores alentándo-lo, Hill intentó dos veces rebasar a Lehtinen, pero éste le bloqueó el paso y ganó la competencia por unos cuantos centímetros.

Aunque era evidente que se trató de una falta al reglamento, Hill no quiso presentar una protesta formal. Comentó que no podía creer que su adversario lo hubiera hecho a pro-
pósito. “Además, ¿qué tiene de malo ganar una medalla de plata?”, declaró al New York Times.
Su noble gesto se conoció en todo el mundo, y el diario sueco Dagens Nyheter lo llamó “el ídolo de los niños y las niñas que practican deportes en las escuelas”.


Por amor a un caballo
Shunzo Kido (Los Ángeles, 1932)


Shunzo kido, miembro del equipo ecuestre japonés, iba a la cabeza en la prueba de obstáculos cuando notó que su caballo, Kyu Gun, estaba cansado y empezaba a flaquear. Para evitarle una lesión, Kido se retiró de la competencia. Dos años después, una sociedad humanitaria de California develó una placa en Riverside para recordar la acción del japonés. Al proteger a su caballo, dice la placa, “escuchó la suave voz de la clemencia en lugar del imperioso llamado de la gloria”.


Espíritu de camaradería
Luz Long (Berlín, 1936)


Adolph hitler veía los Juegos Olímpicos de Berlín como una vidriera de la superioridad de la llamada raza aria, y aunque les prohibió a los atletas alemanes que confraternizaran con los competidores negros, uno de ellos se atrevió a desobedecer.

Jesse Owens, el formidable atleta negro estadounidense, había cometido falta en sus dos primeros intentos en una ronda preliminar de salto en largo. Si fallaba también en el tercero, sería descalificado.
Owens contó más tarde que el atleta alemán Carl Ludwig “Luz” Long se acercó a él y le aconsejó que empezara su salto unos centímetros antes; así, aunque el salto sería más corto, podría pasar a la ronda final. Owens siguió el consejo, clasificó para la final y ganó la medalla de oro (junto con otros tres). Posteriormente comentó: “Podrían fundir todos mis trofeos y medallas y no obtendrían ni un gramo de la amistad de 24 quilates que siento por Luz Long”.
Long murió durante la Segunda Guerra Mundial. Se le concedió póstumamente la Medalla Pierre de Coubertin, que se otorga por actos especiales de espíritu deportivo en honor del fundador de los Juegos Olímpicos modernos.


Héroe por partida doble
Eugenio Monti
(Innsbruck, Austria, 1964)


En dos pruebas de bobsleigh de los Juegos de Invierno, Eugenio Monti, capitán del equipo italiano, vio salir descalificados a varios de sus rivales por fallas mecánicas. Aunque esto aumentaba las probabilidades de los italianos de llevarse el oro, Monti y sus compañeros no querían ganar a menos que vencieran a los mejores.
Mientras competían en el bobsleigh a dos, Monti oyó que el dueto británico tendría que retirarse porque se le había roto un perno del trineo. Co-mo él y su compañero ya habían terminado la ronda, sacó un perno de su trineo y se lo envió a los británicos. Al final éstos ganaron el oro, y los italianos el bronce.
Más tarde, en la primera ronda del bobsleigh a cuatro, el equipo canadien-se impuso un nuevo récord olímpico; sin embargo, como se había dañado un eje de su trineo, corría riesgo de ser descalificado. De nuevo, Monti y sus compañeros salieron al rescate: les enviaron mecánicos italianos, quienes arreglaron el trineo a tiempo para la segunda ronda. Los canadienses
ganaron la medalla de oro y, una vez más, Monti y su equipo tuvieron que conformarse con la de bronce.


Gloria compartida
Lanny Bassham (Montreal, 1976)


En la prueba de tiro con rifle de bajo calibre en tres posiciones, el estadounidense Lanny Bassham y su compatriota Margaret Murdock empataron en el primer lugar. Tras un meticuloso análisis de todas las dianas de ambos tiradores, los jueces decidieron que Bassham había sido ligeramente mejor y le concedieron el oro.

Bassham pensó que la decisión de los jueces se había basado en un tecnicismo absurdo, así que en la ceremonia de premiación hizo subir a Murdock a la plataforma del oro y la abrazó mientras escuchaban el himno de su país. Oficialmente, ella quedó en segundo lugar, y se convirtió en la primera mujer en recibir una medalla olímpica en este deporte.


Un gran gesto deportivo
Anton Josipovic
(Los Ángeles, 1984)


El boxeador estadounidense Evan-der Holyfield noqueó al neozelandés Kevin Barry en la ronda semifinal de peso semipesado, así que era favorito para ganar la final por la medalla de oro contra el yugoslavo Anton Josipovic, pero durante la pelea lo descalificaron por cometer una falta.

Barry fue declarado ganador, pero como había sido noqueado y el reglamento no le permitía volver a pelear hasta que pasaran al menos 28 días, Josipovic ganó el oro por default.
Desoyendo la “sugerencia” de los funcionarios deportivos de su país de boicotear la ceremonia de premiación, Holyfield se presentó a recibir la medalla de bronce. Sus simpatizantes en las gradas silbaron disgustados al sonar las notas del himno yugoslavo, pero cuando Josipovic invitó a Holyfield a subir con él a lo alto del podio, el público le dio una ovación de pie.

Unos años después, Holyfield, que se había hecho boxeador profesional y ya era campeón, comentó: “He boxeado desde que era niño. Lo que hizo Josipovic fue el gesto más deportivo que he visto en mi vida”.


Al rescate
Larry Lemieux (Seúl, 1988)


Durante una regata de la competencia individual de vela de la clase Finn, el canadiense Larry Lemieux iba en segundo sitio cuando vio que un competidor de otra regata, Joseph Chan, de Singapur, manoteaba desesperado en las turbulentas aguas: su pequeño velero se había volcado, así que corría peligro de ahogarse.

Sacrificando su oportunidad de ga-nar una medalla, Lemieux cambió de rumbo y llevó a Chan de nuevo hasta su velero, donde más tarde fue recogido por una lancha de rescate.
Oficialmente, Lemieux quedó en undécimo lugar, pero el presidente del Comité Olímpico Internacional, Juan Antonio Samaranch, le otorgó después la Medalla Pierre de Coubertin al Espíritu Deportivo.


Ayuda insospechada
Bjoernar Haakensmoen
(Turín, Italia, 2006)


La canadiense Sara Renner iba a la cabeza en la agotadora prueba de sprint por equipos de esquí de fondo cuando sufrió un percance: su bastón izquierdo se rompió. Siguió adelante, pero en una cuesta pronunciada la rebasaron varias contrincantes.

Entonces ocurrió algo excepcional: un hombre se acercó a la pista desde un costado y le pasó otro bastón. Sara regresó a la carrera y recuperó parte del tiempo perdido. Al final Canadá ganó la medalla de plata.

Cuando terminó la competencia Sara pudo conocer la identidad de su benefactor: Bjoernar Haakensmoen, el entrenador del equipo noruego, que llegó en cuarto lugar.
En Canadá, Haakensmoen se convirtió en un héroe. En un diario de Montreal apareció un enorme titular de una sola palabra: “TAKK”, que en noruego significa gracias.
Haakensmoen no comprendía toda esa atención. “Tratamos de respetar el espíritu olímpico”, declaró a otro diario. “Si uno gana pero no ayuda a alguien cuando debe hacerlo, ¿qué clase de victoria es ésa?”

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