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El caballo doctor

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Un animal excepcional visita hospitales y asilos llevando alegría y esperanza.

Jean-Frédéric
Tronche

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“RESERVADO PARA
EL PERSONAL”, el ascensor del hospital se abre en la primera planta. Sale un
caballo. Nada inusual. Bienvenido a la residencia de ancianos Les Vergers de la
Chartreuse, en Dijon, Francia.

Es la tercera vez
que este bello animal de 1,60 metros de altura, desde la cruz, pone sus cascos
en el establecimiento para personas de la tercera edad con dependencia (EHPAD).
Acompañado por Hassen Bouchakour, su propietario, Peyo, el potro, viene a
susurrar al oído de hombres y mujeres dos días al mes a un ritmo de cuatro
pasadas: dos por la mañana y dos por la tarde, de 15 a 20 minutos cada una.

Una experiencia
inédita que al mismo tiempo es objeto de estudio. Obviamente, se requiere el
consentimiento de cada paciente, de otro modo la iniciativa no sería efectiva,
e incluso podría llegar a ser contraproducente. Los resultados parecen
prometedores. El caballo a veces libera a los pacientes de las limitaciones
propias de la edad. Un tratamiento suave administrado con largas miradas o
lametones del animal, o incluso un resoplido por los orificios nasales. Todo
está tranquilo. 

El caballo doctor

Una extraña alquimia

¡Al paciente se
le ilumina la mirada, con la mano llena de costras acaricia el brillante pelaje
del animal! Finalmente se dibuja una sonrisa entre las arrugas y, con
frecuencia, recupera el habla. Surge una pregunta: ¿qué ocurre entre estos
frágiles ancianos y esta masa de 469 músculos?

Hassen
Bouchakour, padre de la asociación Les
Sabots du cœur
(Las pezuñas del corazón) no quiere que su iniciativa se
ahogue en la equinoterapia, y advierte: “Tengamos en cuenta el
antropomorfismo”.

La veterinaria
Hélène Gateau es también cronista de televisión especializada en relaciones y
mediación entre humanos y animales. Tiene su propia explicación para esta
“extraña alquimia” entre caballo y paciente. “Los animales llegan para romper
la rutina en la que están encerrados los pacientes”, afirma. “En un universo
bastante médico, los pacientes tienden, en efecto, a encerrarse en sí mismos.
Si la visita de un simple perro puede hacer reaccionar a los pacientes, con el
imponente y delicado Peyo, este efecto se multiplica por 10”.

Todo comienza en
la entrada, a la salida de un transporte especialmente diseñado para acceder a
instalaciones sanitarias. Tras pedirle a este “señor que tratamos de usted” que
baje, Hassen comienza la preparación.

“Independientemente
de que se trate de una unidad de cuidados a largo plazo para las personas de la
tercera edad como aquí u otra para el cuidado de niños enfermos, uno no entra
en un hospital con un caballo sin tomar precauciones. La higiene es esencial.
Ayer le cortaron la crin. Nunca he tenido ningún problema al entrar en unas
instalaciones con Peyo, pero siempre le hacemos una revisión previa”.

El caballo doctor

Sin embargo, no
es la única condición previa. Es necesario que el caballo tenga el carácter de
Peyo, extremadamente singular. Esta vez Hassen se atreve a hablar de “talento y
una especie de humanidad”. Y el vínculo que el jinete ha establecido con él.

Tras un comienzo
difícil, ambos fueron a teatros, escenarios de ópera y platós de televisión.
“Después, hace cinco años, cambiamos las lentejuelas a dimensiones más
auténticas de nuestras vidas, de los proyectores a la intimidad de las
habitaciones y los pasillos de hospital. Y todos los pacientes reaccionan de forma
maravillosa.”

La propia Hélène
Gateau fue testigo de esa conexión. Primero con un perro: “El contacto con
algunos pacientes fue tan fructífero que me preguntaba si la persona estaba
realmente enferma”.

Después, con
caballos y pacientes fuera, cerca de la cárcel de Tarascon. “Ante este tipo de
animales, los genios dejan de tomar las decisiones”, afirma la veterinaria.

 

Dúo hombre-caballo

Peyo será fogoso
en un prado, pero aquí se comporta con la calma de un monje budista. Las
escaleras, pasillos y ascensores no lo asustan. Y este comportamiento con las
personas “frágiles”, su atracción, muy selecta, por un paciente en particular,
aquel que razonablemente prueba las caricias de alguien.

No lo arrastra
hasta un paciente como si se tratara de un perro obediente. Comprende la
situación. Nos acordamos de su conmovedora visita al anciano que nos dejó una
semana después.

Este trabajo, el
dúo hombre-caballo lo hacen como voluntarios, como ocurre aquí en Les Vergers,
para el bien de pacientes que con frecuencia tienen graves dolencias. El
director de cuidados del hospital, amante también de los caballos, no tuvo
problemas en convencer a todo el equipo. El director de salud Pierre-Hubert
Ducharme recuerda el momento clave: “Cuando Hassen presentó el proyecto el pasado
verano, todo el equipo se quedó embobado. El beneficio para los pacientes es
evidente. Los cuidadores ven que, aunque no funciona con todo el mundo, la
mayoría de los pacientes obtienen resultados. En paralelo, se está realizando
un estudio para observar sus reacciones y su evolución. 

Despertando recuerdos

Delphine Bardet,
del departamento de salud, también subraya los beneficios inmediatos de estas
visitas surrealistas. “¿Se da cuenta? Pregunta. Silencio. Calma. Es
reconfortante”. Se oyen menos gritos de los pacientes que, desgraciadamente, no
pueden reprimirlos. 

“Peyo evoca
actitudes verbales y no verbales —añade Delphine Bardet—, pero también
despierta los recuerdos perdidos de nuestros pacientes. Pongo como ejemplo un
señor que tomó las riendas de una forma casi profesional cuando ni siquiera
podía ya cepillarse los dientes. Recuerdo de su antiguo contacto con los
caballos.”

Tres cuartas
partes de los pacientes visitados por la pareja Hassen-Peyo han estado en
contacto con caballos en algún momento de sus vidas. “No importa si son
recuerdos de la guerra, de la finca de sus padres o de antiguas aficiones”,
afirma Delphine Bardet. Abre una ventana en la memoria. Y a veces alguna
ventana más… Pero, aunque sea una sola, ya es un avance enorme”.
 

Palabras y emociones

Cuando llega a la
primera planta, Peyo tiene un solo objetivo en mente: encontrar un señor en
silla de ruedas con un tumor en la cara. Siguiendo su instinto de olfato,
finalmente se reúne con él. Arrancado de su apatía, el paciente esboza una
sonrisa cuando el animal se para ante él. Lo olfatea. El hombre baja la cabeza,
rodeado de cuidadores que lo sujetan por los frágiles brazos.

El comportamiento
del caballo no es solo emocional, señala Hélène Gateau: “Al igual que los
perros y los gatos, los caballos están dotados del órgano de Jacobson, llamado
vomeronasal porque está situado entre el paladar y los orificios nasales.
Observamos que el animal levanta el labio superior. Es el reflejo de Flehmen el
que le permite detectar feromonas o determinados olores. Así pueden analizar la
“tarjeta de identidad” y el estado de sus congéneres. También son sensibles a
los compuestos químicos volátiles emitidos por los tumores.”

Esta facultad la
explota el Instituto Curie en el programa Kdog. En su página web, podemos leer
que los “perros, en mitad del proceso de detección, son formados por expertos
de la Unidad Canina que les hacen trabajar en la memorización del olfato en un
umbral muy bajo de detección de las células infectadas de las muestras de tumores
y después en las toallitas.

Para
Pierre-Hubert Ducharme, “el drama de la demencia es el confinamiento. Con el
tratamiento, los pacientes se vuelven a abrir. No está claro si es una terapia
a largo plazo o una mejora temporal. Quizá la respuesta esté en el estudio que
estamos llevando a cabo.  Pero el hecho
es que, cuando viene Peyo, encontramos un intercambio humano más intenso.”

Hélène Gateau va
más allá: “Esto despierta en nosotros nuestro instinto animal. Ya no estamos
juzgando qué comportamiento es socialmente adecuado y cuál no. Hablamos de
bestialidad con una connotación negativa, pero cuando nuestra parte de
animalidad es requerida, y hay ausencia de perversión animal, esta nos devuelve
sensaciones y reacciones a veces enterradas. Se estimulan la memoria, el habla
y las emociones.”

Algunos pacientes
se olvidan de la hora de comer para venir a acariciar al animal. Un residente,
agresivo y agitado el día antes, charla con un compañero de habitación y
Hassen… acerca de Peyo. Y recuerda que jugaba al polo en su juventud.

La memoria a
corto plazo, que es la que más se pierde, también se ejercita. Hay muchos
pacientes que están esperando la llegada del caballo o que recuerdan su nombre.
Es una de esas “pequeñas victorias”.

 

Una relación emergente

Aunque
excepcional, el perfil de Peyo no es único. Al menos, de acuerdo con su
propietario: “Tras tres años de investigación, creo que he encontrado a su
discípulo, su pequeño Padawan”, explica Hassen. “Bueno, dejemos que pase la
primavera porque solo tiene dos años y medio. Y entonces, empezaremos a
trabajar con él. Entrará en mi vida y yo en la suya. Esperemos que podamos
hacer lo mismo que hicimos con Peyo. Es decir, ser único.”

Hélène Gateau
expresa “algunas dudas” sobre la posibilidad de que se repita este experimento.
En su opinión, la entrada de un caballo en un hospital es el resultado de la
excepcional relación entre Peyo y Hassen Bouchakour”. Viven y trabajan juntos.
Su relación es una fusión perfecta. La personalidad de Hassen tiene mucho que
ver. Sin embargo, si tiene éxito, otros pueden verse tentados a poner en marcha
iniciativas similares apresuradamente, lo que minaría la credibilidad de este
enfoque.

Un intento en
Australia estuvo a punto de terminar en tragedia cuando un caballo se resbaló
en el suelo del establecimiento.

 

Risas y aplausos

En Dijon, esta
experiencia va por su tercera edición sin el más mínimo incidente. Peyo volverá
habitualmente. Se traslada al centro hospitalario de Calais, desde pediatría a
la unidad de cuidados paliativos, pasando por psiquiatría y Alzheimer. También
visita a los ancianos y a los niños terminales que están en sus casas.

Además, Hassen
Bouchakour está ideando una granja dotada de caballos y otros animales para
enfermos terminales y sus cuidadores, pero también para pacientes de la unidad
de quemados, con autismo o con discapacidades.

En el asilo, ha
llegado el momento de irse. Hassen da vueltas alrededor del edificio a lomos de
Peyo, y saluda al personal. Se oyen risas y aplausos. Fuera, el sol se ha escondido
entre las nubes, pero a nadie le importa.
 

Fotos de Lydie Gaillardin de L‘Obs del 6 de marzo
de 2018

 

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