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Con ganas de crecer

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Entre los basureros de un barrio pobre de Manila, Jane Walker siembra sueños.

De vacaciones en Filipinas, mientras un taxi la llevaba al histórico barrio español de Manila, Jane Walker, ejecutiva de 32 años de la cadena de prensa británica Reed, miró incrédula las precarias viviendas que flanqueaban la calle. ¡¿Quién puede vivir allí?!, se preguntó. La parte techada de mi jardín es más grande.

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El taxista redujo la velocidad y miró en todas direcciones.

—Déjeme aquí —le dijo Jane al notar que se había perdido.

—Pero esta zona es peligrosa —le advirtió él.
Aburrida del turismo de lujo y el encierro en su oficina en Worcester, Inglaterra, Jane se alegró de poder salir de la rutina.

—No se preocupe —le dijo al taxista y le pagó.

Al bajar sintió náuseas: un hedor acre le irritaba la garganta. Intrigada, siguió el olor por entre las desvencijadas casas y, al doblar una esquina, se quedó boquiabierta.
Ante sus ojos se alzaba una montaña de basura de 25 hectáreas, uno de los vertederos de Manila. La causa de la fetidez eran excrementos humanos expuestos al sol en bolsas de plástico. Decenas de chicos descalzos removían la basura en busca de desechos de plástico y metal. Cerca de allí, familias que se ganaban la vida vendiendo los desechos tendían la ropa junto a chozas de cartón y recalentaban sobras de comida rápida.

Los niños alzaron la vista para estudiar a su inesperada y bonita visitante blanca. Sin saber cómo reaccionar, ella sonrió
y pasó de largo. Llegó luego a un cementerio con los muertos apilados en ataúdes de hormigón. En una casa de asbesto abierta alcanzó a ver a una mujer rodeada de niños.
Jane le preguntó qué hacía.

—Les enseño a leer —respondió ella, que se llamaba Juliette Figuerio.
Quisiera ayudarlos, pensó Jane, pero el tamaño del problema…

—Voy a conseguir dinero para construirles un lugar mejor —agregó sin reflexionar.

A Juliette se le iluminó el rostro con una ancha sonrisa. Ya no puedo retractarme, se dijo Jane.
Era julio de 1996, y a los pocos días Jane regresó a casa, en Gloucester, y se puso a recaudar fondos por todos los medios: pidió donaciones a empresas, saltó en paracaídas, se afeitó la cabeza. Contenta con su labor altruista, le costó readaptarse a las exigencias y tensiones de su trabajo.

Una sonrisa le iluminó el rostro a la mujer, y Jane supo que ya no había vuelta atrás.

En septiembre le ofrecieron un puesto directivo en Mirror Group. Si lo acepto, no tendré tiempo para hacer lo que quiero, pensó. Así que declinó la oferta, renunció a Reed y se volcó a recaudar fondos. Estaba recién casada y pensaba que su esposo, Chris, y ella no pasarían estrecheces.En mayo de 1998 dio a luz a un niño, Josh. Chris, que sufría una depresión, no pudo adaptarse al cambio y la abandonó. De un día para otro Jane se vio en la condición de madre soltera sin trabajo.

Lejos de rendirse, consiguió tres trabajos contables que hacía en casa, y a fines de 1998 había juntado el equivalente de 8.350 dólares para construir un centro de lectoescritura y una guardería en el cementerio. Se inscribieron 60 chicos.

Durante cuatro años envió 470 dólares mensuales (aunque no alcanzaban) para mantener el edificio, adquirir equipo y dar algo de comida a los niños. “Los niños tienen hambre”, le decía Juliette. “Deben comer más que sándwiches. Y están infestados de lombrices”.

Para recaudar más, Jane fundó el Fondo Comunitario de Filipinas (PCF por sus siglas en inglés). El diario Gloucestershire Citizen publicó una nota sobre su labor, y ella recibió un alud de invitaciones para dar charlas en escuelas e iglesias.

Las donaciones ascendieron a 49.000 dólares en un año. En Manila preguntó a los líderes de la comunidad a qué querían destinar el dinero. Como necesitaban una escuela, Jane mandó reformar un almacén abandonado.

La demanda superaba las 400 plazas disponibles. Alrededor del vertedero vivían unas 4.000 personas.

—Empiece por los más pobres —le aconsejaron los líderes.

Jane admitió primero a los chicos huérfanos o abandonados de entre cinco y 16 años, y luego a los hijos de padres solteros o los que no podían trabajar. A los pequeños se les daban comidas saludables y vitaminas, y al final del primer año casi todos alcanzaron la medida y el peso adecuados. Como se volvió imposible dirigir el proyecto de lejos, en julio de 2006 Jane se mudó a Filipinas e inscribió
a Josh en la escuela. Su hermana Andrea dejó su trabajo y hoy dirige la oficina británica del PCF: pide donaciones a empresas y coordina un programa de niños.

Jane dirige la escuela, que ya tiene 60 empleados y 850 alumnos. El primer edificio se usa sólo como guardería. Ella supervisa todo, desde el arreglo de los ventiladores hasta la coordinación de un grupo de padres para hacer uniformes escolares.
Habla a menudo con los niños para animarlos. Algunos le dicen que se sienten culpables de ser ellos y no sus hermanos los que reciben instrucción.

—Ustedes son maravillosos —les dice—. Merecen estar aquí, y sus estudios con el tiempo acabarán beneficiando a sus familias.

A Angelika, una niña de ocho años, la animaba tanto el brío de Jane que, pese a padecer leucemia, todos los días mostraba sus avances a sus padres leyéndoles pasajes de la Biblia. “Un día saldremos de aquí gracias a mi educación”, les decía. La niña murió en noviembre de 2007, pero sus hermanos siguen su ejemplo.Otro muchacho, Noriel tenía graves traumas porque había visto al novio de su madre apuñalarla. Hoy es un joven sano y adaptado, tiene excelentes notas y quiere ser ingeniero.

Jane también dirige un programa en el que los niños juegan fútbol en una cancha profesional. En la primera clase se pusieron a dar vueltas. El entrenador les preguntó qué hacían.

—¡Es que no conocíamos el césped! —respondieron.
Para que todos los niños de la zona puedan estudiar, Jane hará otra escuela convirtiendo 86 contenedores en aulas. Además, abrió una clínica y un centro de formación para padres. “¡Quisiera haber empezado 20 años antes para tener más energía!”, dice.

Jill Beckingham, esposa del embajador británico en Filipinas y benefactora del PCF, dice: “Jane no se rinde. Gracias a ella, los niños más pobres de Manila tienen un futuro y la esperanza de sacar a su familia de la miseria”.

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