Obligados por el mercado internacional y por la conciencia, las viñas chilenas crean los primeros «vinos carbono-neutros» en América Latina.
“¡Qué tiempo más raro!”, es el comentario repetido de esta temporada. El problema es que también lo es de cada nueva temporada. Y, aunque nos resulte absurdo pensarlo, comerse un plato de erizos saboreando una copa de vino blanco en Valparaíso, Puerto Montt o Santiago tiene algo que ver con ello. Porque, aunque no todos los caprichos del clima que observamos sean su causa, cada vez resulta más cierto que el calentamiento global es la fuerza detrás de los más permanentes. El planeta se está calentando. Todos nosotros lo estamos calentando. ¿Cómo? Al emitir los llamados gases de efecto invernadero (GEI), en particular dióxido de carbono (CO2).
Y no se trata de los gases que se acumulan en el cuello de la botella de cualquier vino, precisamente.
Los seres humanos, las organizaciones sin fines de lucro, las empresas productivas, todos en el planeta liberamos CO2 a la atmósfera debido a nuestras actividades cotidianas o a la producción y comercialización de bienes. Es decir, cada persona o actividad crea una cierta cantidad de este gas. Al encender el calefón, al subirse a un avión, al comprarse una polera. Esta “huella” es la que delata cuánto contaminamos. Definida por la Fundación Carbon Trust, la huella es “la totalidad de gases de efecto invernadero emitidos por efecto directo o indirecto de un individuo, organización, evento o producto”. La frase surge en el Reino Unido, donde se han preocupado intensamente del tema.
Medir la huella sirve porque su tamaño permite determinar qué es posible hacer para reducirla. O eliminarla, que sería lo ideal, llegando a productos carbono neutro. De hecho Carbon Trust, en conjunto con el British Standard Institute (BSI) y el departamento de Agricultura, Medioambiente y Desarrollo Rural del Reino Unido, han diseñado la metodología más consultada en el mundo para su cálculo. Y los mercados internacionales de diversos productos, principalmente los de Europa, pero también en los Estados Unidos, están estableciendo estándares obligatorios que dejan afuera a los productos que mantienen altas emisiones en sus procesos.
Poco que es mucho
Según Patricio Cavieres, ingeniero agrónomo de la Comisión de Agroenergía de Chile, y Guillermo Fuentes, técnico industrial en recuperación de CO2, “la emisión de CO2 per cápita nacional alcanza a 5 toneladas por persona por año, mientras que el desafío mundial establecido para el año 2050 es de una tonelada anual por persona, única forma de evitar que el colapso ambiental sea irreversible”. En términos globales, “Chile participa con menos del 0,3 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono del planeta, con aproximadamente 75 a 80 millones de toneladas por año”.
Un estudio reciente de la Universidad Alberto Hurtado indica que, de esa cifra, la industria vitivinícola es responsable sólo del 0,5 por ciento del consumo energético del sector industrial y minero chileno. Pero, según los expertos Cavieres y Fuentes, “el vino es, después de la uva de mesa y la manzana, probablemente el que presenta mayores emisiones de CO2, considerando los procesos completos de producción de uva y vino. Sin embargo, el dióxido de carbono liberado en el proceso de producción de la uva se considera neutro”. ¿Por qué? “Porque el carbono es reciclado durante la fotosíntesis, y las emisiones liberadas durante la vinificación pueden ser capturadas y utilizadas en una serie de procesos agroindustriales, reduciendo su impacto ambiental”.
Obligados por diversas causas
Chile y la industria vitivinícola han reaccionado al desafío. Es lógico: el país está en el lugar número cinco del ránking de exportadores mundiales de vino, habiendo cambiado la brújula del sector desde el mercado interno al externo. Y se sabe que, a mediano plazo, será imposible exportar si la huella de carbono de los vinos nacionales es superior a la de los mayores competidores del Hemisferio Sur.
El investigador Sergio González, del Instituto Nacional de Investigación Agraria (INIA/Ministerio de Agricultura) y también integrante del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, indica que “a futuro, nuestras exportaciones serán evaluadas por los consumidores extranjeros en función de su huella de carbono”. Esto implica “un etiquetado que informe sobre la cantidad de CO2 emitido al hacer el producto, así como ahora vienen las calorías y los ingredientes”. Por eso, y como dicen en el sector, la preocupación por el medio ambiente es hoy “un dato de la causa en la industria vitivinícola”. ¿Qué significa esto? Que tanto las organizaciones como Vinos de Chile —que agrupa al 95 por ciento de la industria— como la Corporación Chilena del Vino, y las viñas en particular —pasando por el propio gobierno— toman cartas en el asunto. No sólo por un tema de mercado.
“Si hay una industria que está viviendo en pleno las manifestaciones del cambio climático, ésa es la del vino”, explica Elena Carretero, gerenta general de los Consorcios Tecnológicos Vinnova/Tecnovid, de la Asociación de Vinos de Chile A.G. Sucede que “su producción es altamente susceptible a factores ambientales como la radiación solar, las precipitaciones y las condiciones del suelo. Por lo mismo, no resulta extraño que las empresas de este sector marchen a la vanguardia en el desarrollo de iniciativas que buscan enfrentar este fenómeno global”, asegura.
Las exigencias del mercado
Y si de huella de carbono se trata, las exigencias no son para mañana, pero sí para pasado mañana. Por ejemplo, a partir de enero de 2011, Francia aplicará la llamada Ley Grenelle 2, que exige declarar la huella tanto de los productos a la venta en todo el país, como de sus embalajes. Por cierto, la regla regirá también para aquellos que deseen ingresar desde el extranjero.
“Si miramos el vaso medio lleno, podemos considerar que esto trae grandes oportunidades para Chile”, comenta Didier Vidal, experto de la filial chilena de la empresa australiana certificadora de Carbono Neutro, Green Solution. “Nos están avisando lo que viene, por lo tanto estamos todavía a tiempo de actuar para comenzar por medir la huella de carbono y poco a poco implementar medidas de reducción de emisiones. Aquí existe gente con experiencia en esto”. Claro, el asunto “puede ser una amenaza si no se aborda con rapidez y eficiencia. Ya que corremos el riesgo de quedar fuera de mercado y perder toda competitividad”.
No sólo Europa está atenta y actúa en consecuencia. También lo hace los Estados Unidos, donde el presidente Barack Obama presentó al Congreso un proyecto de ley que considera aplicar, desde 2020, aranceles diferenciados según las emisiones de carbono de los productos. El parlamento también analiza una ley que establece que los productos de importación provenientes de países sin obligaciones de reducción de emisiones similares a las existentes en los Estados Unidos, deben comprar bonos compensatorios de reducción para poder entrar al mercado. El Parlamento Europeo, por su parte, estudia una norma parecida.
En términos concretos, la cadena estadounidense de supermercados Wal-Mart ya forma parte de la iniciativa Carbon Disclosure Project, y exige a sus proveedores trazar sus huellas de carbono.
Primeros en América Latina
En Chile, el vino Nuevo Mundo, de la Viña De Martino fue el primero en declarar sus emisiones y proclamarse Carbono Neutro. Un dato importante, aunque al comprador local todavía parezca importarle poco.
“El año pasado decidimos lanzar este vino que considera la totalidad de las emisiones de CO2 generadas en los procesos de la cadena de producción, y no sólo en la del vino propiamente tal, sino que incorporando los insumos utilizados y también el tema logístico”, explica Marco Antonio de Martino, consultor de la viña. “Para esto fuimos auditados por Green Solutions, cuya metodología es hoy la más exigente en cuanto a la industria del vino”.
De Martino se siente orgulloso. Sus mostos ya no son combustible en la caldera de la locomotora que derrite los glaciares: “Podemos decir que todas las emisiones de nuestro vino Nuevo Mundo han sido neutralizadas, transformándonos en la primera viña de Sudamérica en tener un producto de estas condiciones”. No fue fácil.
En 2008 completaron la construcción de una planta de tratamiento de aguas, cuya metodología presentaron ante la ONU, que la aprobó y autorizó —bajo el Protocolo de Kyoto— a Viña De Martino a emitir bonos de carbono. Los bonos de carbono son otorgados a procesos y actividades que ayudan a reducir emisiones de CO2; se transan en un mercado y son comprados por compañías o individuos interesados en neutralizar sus emisiones.
En el caso del vino Nuevo Mundo, se analizaron sus procesos de producción. Mediante una auditoría externa cuantificaron el CO2 que producían y modificaron los procesos para generar el mínimo de GEI.
“Toda producción genera carbono, por lo que no existe ningún producto que sea carbono positivo, que no emita carbono. En este punto hay que ser muy claros ya que hay empresas en el mundo del vino que dicen ser carbono positivas por tener grandes extensiones de viñedos. Pero esto no es preciso, dado que para plantar viñedos tuvieron que arrancar otras especies vegetales”, precisa el empresario.
En De Martino neutralizan el CO2 producido mediante la compra de bonos de carbono, provenientes de proyectos serios y debidamente certificados. En la búsqueda de transparencia, no utilizan para autoneutralizarse los bonos de carbono que generan con su planta de tratamiento. “Tener prácticas orgánicas en el viñedo como la no utilización de pesticidas, tratar eficientemente nuestras aguas y envasar en el destino final reduce bastante la cantidad de CO2 producido —explica De Martino—. Y con Nuevo Mundo nos hemos preocupado desde el peso de las botellas, buscando las más livianas, hasta que las tintas empleadas en la etiqueta sean amigables con el medio ambiente”. Y sin subir su precio.
¿La gente lo aprecia? En Chile mismo, no. “Sin embargo, creo que el consumidor local valorará estas diferencias en el futuro, porque en la actualidad, desgraciadamente, el tema medioambiental todavía no es tratado con la seriedad que se debiera”.
El que lee, sabe
Por suerte, en la industria, De Martino no está solo. Hace más de dos años las cerca de 90 viñas que integran los Consorcios Tecnológicos Vinnova/Tecnovid, una especie de brazo técnico de la Asociación de Vinos de Chile, trabajan el tema del cambio climático, lo que ha repercutido en resultados tangibles para el sector gracias al desarrollo de proyectos.
“Desarrollamos una herramienta nueva e inédita, en proceso de protección intelectual, que compara las emisiones por tipo de vino, ya que una viña produce diferentes tipos y cada uno de ellos conlleva un proceso energético diferente”, explica Elena Carretero, gerenta general de los consorcios.
A esta nueva herramienta de benchmarking energético la han denominado “Litro Energético Equivalente (LEE) y servirá para que las viñas puedan comparar su gestión energética año a año, y con otras bodegas, por tipo de vino”, afirma.
A lo anterior se suma la creación de una guía práctica de eficiencia energética y cambio climático en el sector vitivinícola. En un poco más de un año evaluaron las medidas concretas que habían sido aplicadas por las viñas participantes —Concha y Toro, Botalcura, Los Vascos, Ventisquero, Errázuriz, Cono Sur, Cousiño Macul, Miguel Torres, Santa Rita y San Pedro—, y dieron vida a la guía técnica que muestra el proceso energético vinculado a cada etapa de elaboración de vinos blancos y tintos, entregando recomendaciones de mejoras energéticas.
Así, en 2008 tuvieron lugar las primeras experiencias ya puntuales en el tema, vinculadas a la labor de los consorcios: la Viña Cono Sur certificó como carbono neutro; la Viña Ventisquero compensó emisiones de transporte con Climate Care; Concha y Toro calculó la huella de carbono; Viña Gracia aprovechó la energía solar; Viñedos Orgánicos Emiliana continuó su labor biodinámica; y fueron realizadas auditorías energéticas en varias empresas, directamente o gracias al instrumento de la estatal CORFO (Corporación de Fomento de la Producción).
Por ahora se trata de medidas, aunque sensacionales por lo pioneras, limitidas en su extensión. Falta que los chilenos mismos, además del precio y el paladar, evalúen en el momento de la compra de un vino su huella de carbono, y que premien a los que cuidan el planeta. Porque una cosa es dejar una huella. Y otra, aplastar todo al paso.