Inicio Vida Cotidiana ¿Cómo los recuerdos nos ayudan a sanar?

¿Cómo los recuerdos nos ayudan a sanar?

6
0
Recuerdos

Los recuerdos son como semillas del pasado, que pueden florecer y beneficiarnos.

Por Jack Denton Scott

Publicidad

Nuestra casa era un lugar encantador y privado, rodeado de bosques. El enorme prado que había delante era el lugar de encuentro favorito de la fauna silvestre, desde ciervos hasta cachorros de zorro.

Pero, de repente, después de 17 años, no nos renovaron el contrato de alquiler y tuvimos que mudarnos. Pensamos que lo lamentaríamos para siempre. Pero un día mi esposa me preguntó: “¿Recuerdas aquella vez que vimos a una cierva dar a luz a dos cervatillos en el prado?”. Y yo añadí: “¿Recuerdas aquellos zorrillos bailando a la luz de la luna?”.

Sin ningún plan, ese se convirtió en nuestro prado mágico de recuerdos. Recordar esas escenas nos hizo apreciar la oportunidad que habíamos tenido de presenciarlas, lo que nos proporcionó una forma segura de vencer nuestra desesperación por la pérdida.

Descubrimos la verdad que Cicerón había escrito: “La memoria es el tesoro y la guardiana de todas las cosas”. Esos prados accesibles que todos guardamos en el increíble repositorio llamado memoria pueden incluso ayudarnos a afrontar los problemas.

Mi esposa y yo aprendimos una técnica para aliviar los problemas de un amigo que utilizaba los recuerdos para hacer soportable su diálisis dos veces por semana. Su médico le había aconsejado: “Tómate un descanso para recordar. Es como una pausa para tomar café que te aporta paz mental”.

Así que nuestro amigo cerraba los ojos durante el tratamiento y volvía a pasear por las calles de París con la bruma de una lluvia primaveral en el pelo. Redescubría con alegría una valiosa antigüedad en una tienda, un objeto cuyo valor no apreciaba el empleado. Volvía a escuchar la ópera Aida, cuya música elevada lo alejaba de la antiséptica sala del hospital.

Cómo funcionan los recuerdos

Nadie sabe con certeza cómo funciona la memoria ni dónde se almacenan exactamente los recuerdos en el cerebro. Por muy misteriosa que sea la memoria, todos sabemos que no es solo una máquina de grabación visual. Implica el olfato, el oído, incluso el gusto y el tacto.

¿Recuerdas cómo se sentía el primer renacuajo que sacaste de un estanque? “Como gelatina viva”, recordaba mi hermano menor. ¿Y qué recuerdos evoca la nariz con los olores de las palomitas de maíz, las hojas quemadas, el aserrín del circo?

La memoria puede ser un pasaporte al pasado agradable, ya que la mayoría de los expertos coinciden en que recordamos más situaciones buenas que malas.

Cuando Irina Skariatina era prisionera política en San Petersburgo después de la Revolución Rusa, solía “escaparse” con frecuencia, cerrando los ojos y pensando en un viaje que había hecho hacía mucho tiempo a Nápoles.

“En mi mente —dijo más tarde—, veía poco a poco calles olvidadas y escaparates, letreros, rostros, pequeñas escenas callejeras, y en lugar de estar inmóvil, como en una fotografía, la ciudad cobraba vida, llena de color, movimiento y sonido. Cuanto más me concentraba, más claras se volvían las imágenes, hasta que al final esas horas se llenaron de placer”.

¿Cómo nos ayudan a sanar los recuerdos?

Los recuerdos pueden transportarnos lejos de la presión de la era actual de los supermercados y llevarnos de vuelta a saborear un tiempo pasado. El chef parisino Georges Masraff afirma: “Cuando las personas están preocupadas, añoran la comida de su infancia. Los platos más exitosos nos recuerdan los brazos de la madre que nos protegía”.

Esto es realmente cierto en el caso de mi esposa. Cuando prepara una sopa sustanciosa, una receta de su madre llamada pasta e fagioli (pasta y frijoles), se sienta de nuevo a la mesa de sus padres en el norte del estado de Nueva York, y el simple hecho de recordar aquellos días felices de su infancia ayuda a disipar la tristeza que nos invade a todos.

Los recuerdos también pueden realzarse con una cámara. El antiguo editor de Life, Loudon Wainwright, se emocionó al ver películas caseras de sí mismo “en pañales” patinando sobre hielo.

De repente, sintió y recordó el amor especial del fotógrafo, su padre. “El niño se cayó, la cámara se tambaleó cuando su dueño se acercó para ayudarlo y luego se estabilizó cuando el niño se levantó sonriendo. La cámara se acercó para hacer un primer plano, luego se alejó y se mantuvo fija mientras el niño patinaba, con los tobillos doblados, dando una vuelta tras otra. Décadas más tarde, la ternura del fotógrafo abrumó por completo a su sujeto”.

Mi amigo Richard también tiene recuerdos muy nítidos de su padre, especialmente durante la temporada navideña. Richard recuerda que durante la Depresión de 1929, cuando tenía ocho años, solo recibió manzanas, naranjas y una sola barra de chocolate en su calcetín de Navidad.

Se sintió lleno de autocompasión. Más tarde, en la mañana de Navidad, su padre le dijo que su regalo estaba en el patio. Richard corrió al exterior y vio una montaña de nieve de nueve metros de altura, convertida en un tobogán gigante.

Su padre había pedido al equipo de limpieza de nieve del pueblo que amontonara parte de la intensa nevada de tres días en los patios laterales de su casa. Richard recuerda que, con su propia montaña de nieve, era la envidia de todos los niños del barrio.

“Hasta el día de hoy —dice—, cada vez que nieva, siento un cariño especial por ese padre tan especial”. Los recuerdos compartidos por las familias son algunos de los mejores. “¿Te acuerdas?”, dirá uno, y ahí se irán, recogiendo la paz del pasado.

El autor británico James Barrie resumió así el valor de estos tesoros guardados en nuestra mente: “Dios nos da la memoria para que podamos tener rosas en diciembre”.