Aunque en nuestros días avanza su despenalización en gran parte del mundo, la “hierba” está lejos de ser tan inocente como el pan o la cerveza.
Sin duda resulta una ironía: la marihuana disponible hoy es, en gran medida, bastante más dañina que la aterrorizaba a la sociedad en los años 60 y 70. Eso se debe que las variedades actuales contienen más principio activo (THC) que las de esas épocas: hasta 30% contra 3 a 10%. No obstante, se calcula que en 130 a 230 millones de personas usan esta droga recreacional en el mundo (2013). Entre los efectos secundarios que afectan a sus usuarios diarios, se encuentra el que, tanto la memoria retrospectiva como la prospectiva, se ven afectadas. Según una investigación, algunos, aunque no la totalidad de estos déficits asociados con el consumo son reversibles.
El peligro inmediato mayor, sin embargo, reside en que, al menos en algunas personas, las variantes más “duras” o el consumo más intenso pueden gatillar episodios psicóticos. No es claro si se trata de un “empujón” entre quienes están ya predispuestos o los provoca también en quienes no poseen tal precondición.
Por el lado positivo, se trata de una droga que no tiene sobredosis ni casos relacionados con ella y de la cual también se obtienen moléculas de uso medicinal.
Yendo al pasado, en esta nota de julio de 1971, podemos ver la primera reacción al schock de la masificación de su consumo.
Doctor, ¿qué nos dice de la marihuana?
Hace seis años, el Dr. Walter Lehmann recibió la visita de un joven desesperado, adicto a las drogas, cuya familia lo había echado del hogar. El Dr. Lehmann dio hospitalidad al joven enfermo, y así empezó para este médico una nueva carrera de consejero de jóvenes toxicómanos. Este especialista distinguido dirige hoy un centro de rehabilitación donde reciben tratamiento 120 adictos a los estupefacientes. El Dr.Lehmann y sus colaboradores han tratado a más de 2.000 pacientes, que han acudido por voluntad propia, o enviados por los tribunales, la policía, los padres de los enfermos o por ex adictos.
Pregunta. Doctor Lehmann, sabemos todos que hay una gran polémica en torno a la marihuana. ¿Es realmente dañina? ¿Qué nos dice usted al respecto?
Respuesta. Es increíble que cualquier persona que haya trabajado en el tratamiento de los jóvenes “marihuanos” (así en el original) pueda afirmar que esta droga no es dañina. Debo decir que no soy un investigador y ya sé que algunos investigadores estarán en desacuerdo conmigo conmigo;
pero también sé que, en un lapso de más de cinco años, he tratado médicamente a unos 200 jóvenes, en los que he observado incoordinación muscular, distorsiones en la percepción del tiempo y del espacio, pérdida o disminución de la memoria e incapacidad de formular juicios y tomar decisiones, causado todo ello por la marihuana. Su abuso puede producir alucinaciones tan intensas como las que induce el LSD. Aunque no produce hábito fisiológico, la marihuana puede hacer que el consumidor dependa psicológicamente de ella, y ser causa de reacciones paranoicas y esquizofrénicas que requieren tratamiento psiquiátrico urgente.
P. ¿Qué saben al respecto otros especialistas de este campo?
R. Lo mismo que yo, y algo más. El doctor Keith Yonge, presidente de la Asociación Psiquiátrica Canadiense y jefe del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Alberta, afirma que todos los psicotrópicos (drogas que alteran el funcionamiento de la mente, como la marihuana) provocan cambios en el metabolismo de las células cerebrales. Por su parte, el Doctor Henry Bruyn, director de los servicios de sanidad de la Universidad de California, describe en sus trabajos estados agudos de angustia, psicosis prolongadas, alucinaciones recurrentes y episodios de histeria, como resultado del uso de la marihuana.
Uno de los hechos más aterradores se desprende del trabajo del doctor William Geber, de la Facultad de Medicina de Augusta. Inyectó en hembras de cricetos (hamsters) y conejas preñadas altas dosis de marihuana, y los animales dieron a luz fetos muertos, o crías con malformaciones en el cerebro, en las extremidades, en la médula espinal y en el hígado. Aunque no sabemos todavía si la “yerba” causa trastornos genéticos en seres humanos, los resultados de estas investigaciones son terribles.
P. ¿Entonces por qué hay controversias? ¿Por qué no se han dado al público pruebas convincentes de que el uso de la marihuana es peligroso?
R. Es preciso entender que estamos ante una de las cuestiones más controversiales, ante un problema en cuyo enfoque hay profundo desacuerdo entre hombres de ciencia prominentes y distinguidos médicos. También hemos de reconocer que en esto influye mucho la actitud de los padres de familia, que eluden la política de mano de hierro cuando saben que sus hijos consumen marihuana. Temen advertir al chico que sufrirá un grave daño si fuma marihuana, porque, si no lo sufre, el hijo desoirá las advertencias que le hagan después contra otras drogas más peligrosas.
P. ¿Qué resultados ha obtenido usted de sus propias observaciones?
R. No hay nada sospechoso en la apariencia de los muchachos que acuden a mi consultorio por su propia voluntad. La mayoría ofrece a mi vista un cuadro de buena salud. Los muchachos acuden porque están asustados con lo que han empezado a notar en sí mismos. El caso típico es el del adolescente que fuma en exceso y cada vez se aparta más de la realidad y de los problemas diarios a que debe enfrentarse en la escuela, en el hogar y en su círculo social. Estos problemas se van acumulando en torno de él y quedan sin solución. El muchacho no puede concentrarse en nada; se vuelve apático y deja de luchar para resolverlos. En otras palabras, deja de “crecer” y se detiene su
desarrollo hacia la madurez. Esto, en sí, ya es muy grave. Pero en algunos la situación es mucho más grave. Consideremos el caso de un adolescente de 15
años de edad que ya ha fumado marihuana, pero que se abstiene durante
la época de clases. Empezó a fumar durante las vacaciones, a mediados del semestre o del año escolar, y lo hacía diariamente en grandes dosis.
Luego dejó de fumar, como se lo había propuesto, unos días antes de que empezara el siguiente período de clases; sabía que tenía que abstenerse
para que su cabeza funcionara bien.
Pero ocurrió que empezó a tener alucinaciones, y luego le sobrevino una profunda depresión. Cuando llegó a mi consultorio, tuve que disuadirlo
de sus impulsos suicidas; durante algún tiempo los que lo tratábamos médicamente nos sentimos al borde del abismo.
Hay otro peligroso error muy difundido entre los muchachos. Algunos, que ya han estado tomando LSD (ácido lisérgico) y que han experimentado “viajes” desafortunados, piensan que pueden quitarse el vicio del LSD sustituyéndolo con la marihuana. ¡Deberían pensarlo dos veces! Uno de mis pacientes, adicto al LSD, había logrado abstenerse por completo, sin reincidir una sola vez, durante casi seis meses. Luego, una noche, fue a una fiesta fuera de la ciudad y fumó marihuana. Pensó que, después del LSD, la marihuana sería un juego de niños, pero la yerba desencadenó en él un “viaje” violento y pernicioso como los que había experimentado con el LSD. En el tren, de regreso a su casa, empezó a sufrir extrañas alucinaciones. Sus amigos tuvieron que contenerlo para que no se arrojara del tren en marcha y hubo necesidad de hospitalizarlo.
Otro hecho importante: de casi 1.000 víctimas de drogas fuertes que he tratado médicamente, todas, menos una, empezaron fumando marihuana. Esto no quiere decir necesariamente que el fumador de marihuana de hoy sea el heroinómano de mañana, pero si indica que es un candidato
viable para alguna toxicomanía. Hace poco un adicto a la heroína, de 18 años, me rogó que contara a los demás pacientes lo que le había ocurrido. La marihuana parecía tan inocente que alguien lo indujo a probarla, y pronto estaba fumándola con regularidad. Esto lo llevó al ámbito de las drogas, donde todo está a disposición del cliente y donde los amigos insisten en que se pruebe algo más. Una noche, después de una depresión, en su casa, decidió “viajar a la luna” con heroína. Desde entonces se inyecta esta droga con mucha frecuencia, y está hecho una piltrafa humana. Desgraciadamente su caso es el de muchísimos jóvenes.
P. ¿Cómo se enteran los padres de que su hijo está fumando marihuana?
R. En la etapa inicial, no hay signos claros que delaten el vicio. Los cambios ocurren gradualmente con el uso constante y aumentado. Los padres de familia que han estado en estrecha relación con sus hijos empiezan a notar un cambio de actitud en el fumador respecto a la familia, a los maestros, al trabajo escolar, a sus amigos de siempre. Puede haber hostilidad, marcada apatía, mala conducta en la escuela, descuido en los estudios, abandono total del trabajo escolar… Acaso se observe en el paciente pérdida de la memoria, especialmente de acontecimientos actuales, ligera confusión, mucho miedo, suspicacia y ocultamiento.
Al cabo de poco tiempo, quien ha contraído el hábito de fumar marihuana se vuelve tan apático que ya no le importa lo que los demás piensen de él. Quizá llegue a su casa con los ojos nublados y tropezándose, farfullando palabras, pero hasta que esto sucede es difícil descubrir al fumador de marihuana, porque muchos de los síntomas son parecidos a otros fenómenos normales de la adolescencia: la rebeldía, por ejemplo.
P. ¿Qué deben hacer los padres de familia?
R. Ante todo, nunca deben estallar violentamente, haciendo falsas acusaciones, pues eso equivaldría a perder para siempre la confianza del hijo. En segundo lugar, cuando los padres sepan a ciencia cierta que su hijo está fumando marihuana, es esencial que conserven la calma, que demuestren amor y preocupación por su bienestar, que le inspiren confianza. Sin actuar como fiscales de lo penal, deben averiguar hasta qué punto está el hijo hundido en el consumo de la marihuana: desde cuándo fuma, cuántas veces lo ha hecho y qué efectos ha sentido, cuál es su actitud respecto a la droga. Así se habrán puesto las bases de una discusión racional.
Antes de que surja la situación, los padres deben armarse de los conocimientos suficientes acerca de lo que es la marihuana y de sus efectos, para que puedan explicar a sus hijos, en forma creíble, las consecuencias del hábito. Cuando el joven está convencido de que sus padres saben lo quedicen, y de que quieren ayudarlo a evitar un desastre, es más fácil convencerlo de que se someta al consejo profesional, requisito necesario de toda rehabilitación cabal.
P. Los jóvenes alegan que la marihuana es menos perjudicial que el alcohol. ¿Qué se les puede contestar?
R. Es verdad que el alcohol también es potencialmente dañino, pero la mayoría de quienes lo ingieren son gente madura que lo bebe en forma disciplinada, como un relajante y “lubricante”
social. No beben para intoxicarse. Casi siempre son individuos bien ajustados, productivos, trabajadores, que ya han tomado sus decisiones más importantes en la vida.
En cambio la marihuana se usa exclusivamente como intoxicante. Es en realidad una destructora de la vida social: su consumidor habitual se expone a encerrarse cada vez más en sí mismo, lejos de los demás y lejos de la realidad. Dígase lo que se diga, y hágase lo que se haga, pienso que lo peor de la marihuana es que suscita una terrible apatía en los jóvenes, precisamente en el momento en que deben prepararse a tomar las decisiones que van a ser más importantes para el resto de su vida.
P. ¿Son reversibles los cambios de personalidad que acompañan al consumo habitual de la marihuana?
R. Es probable que así sea, pero nadie lo sabe a ciencia cierta. Lo que he observado me ha convencido de que cualquier persona que consuma esta droga en forma excesiva, durante seismeses o más, será diferente en su carácter. Después de que ha dejado de usarla, puede recuperarse totalmente, aunque queda expuesta a tener reincidencias en un período no menor de dos años.
P. ¿Qué más debe hacerse?
R. Es importante educar al máximo posible de gente y hacer entender de un modo u otro al público lo que está ocurriendo a un elevado porcentaje de toda una generación de jóvenes. Las escuelas, las instituciones y las organizaciones cívicas deben implantar programas educativos eficaces. Pero lo principal es encontrar medios constructivos para dar seguridad a los jóvenes. Los adolescentes de hoy tienen que enfrentarse a más problemas de los que tuvieron sus padres.
Cada noche se les presentan los problemas del mundo en vívidos colores; guerras, motines, pobreza, polución del aire, armas nucleares, crímenes. La tierra que van a heredar les puede
parecer bastante aterradora; no nos debe asombrar que muchos traten de escapar de ella. Por último, los padres deben restablecer la comunicación con sus hijos, y también deben implantar una disciplina apropiada, firme, pero llena de amor. La familia se ha dislocado en demasiados casos. Los jóvenes buscan fuera del seno familiar alguna orientación y encuentran (generalmente entre sus compañeros) pervertidos que los incitan a probar las drogas. Basado en mi experiencia en el trato con los jóvenes, estoy absolutamente convencido de que para la mayoría de ellos no hay nada que anhelen tan desesperadamente como llegar a ser buenos ciudadanos, capaces de enfrentarse al sinfín de problemas que acosan a su sociedad.