Perder la calma cuando sucede un imprevisto puede tener resultados fatales. Por suerte, usted puede entrenar para afrontar el caos.
El 15 de enero de
2009, la tripulación del vuelo 1549 de US Airways se enfrentó a un suceso
singular.
Poco menos de dos
minutos después de despegar, una bandada de barnacias canadienses (una variedad
de gansos salvajes) encontró la manera de escabullirse en los motores del avión
y pararlos en seco. En tres minutos y medio, la dotación logró detectar el
problema, decidir qué hacer y ejecutar lo que un exintegrante de la Junta
Nacional de Seguridad en el Transporte llamó “el acuatizaje más exitoso en la
historia de la aeronáutica”. ¿Cómo empezó esta hazaña del personal aéreo?
Pronunciando las dos palabras que muchos decimos en momentos de crisis: “Ay,
caramba”. La frase fue, en realidad, un tanto peor, pero entienden la idea.
Todos hemos
tenido experiencias similares: cuando usted se encuentra a quien acaba de
cancelarle una cita mientras está en una cita con alguien más, o cuando se da
cuenta de que le dio clic en “responder a todos” a un correo electrónico y
desearía revertir la acción a como diera lugar. En cualquier siniestro, ya sea
un terremoto o una emergencia médica, es probable que su primera acción sea
entrar en pánico. A todos nos sucede. Aunque muchos pensamos que mantenemos la
calma en un aprieto, la ciencia difiere. En el instante en que debemos estar
muy alertas de nuestro entorno, es posible que nuestra atención se centre en lo
más aterrador de la escena y que otros sucesos, sonidos o hasta olores
presentes en el entorno pasen inadvertidos. Los testigos no logran reconocer a
los ladrones porque no recuerdan más que la pistola empleada. Nuestra habilidad
para acordarnos de aquello que sí advertimos también se ve afectada; pudieron
habernos dicho algo y lo olvidamos dos segundos más tarde. Así es como llegamos
a conclusiones precipitadas. Cuando el pavor se adueña de nosotros, estamos
lejos de operar a nuestra máxima capacidad.
Estas reacciones
humanas pueden revertirse. A los bomberos, a los integrantes de los equipos
Mar, Aire y Tierra de la Marina estadounidense y a los francotiradores les
enseñan a disminuir con rapidez su presión arterial, su frecuencia cardíaca y
respiratoria, así como a controlar su sistema nervioso en caso de reaccionar de
forma exagerada. Hay técnicas de respiración, como la profunda, la abdominal y
la de zumbido que puede aprender en poco tiempo. Una vez que se haya calmado,
se va a topar con el desafío que tiende a ignorarse más en cualquier momento
crítico: identificar con precisión por qué tanta alharaca.
Es fácil errar el
diagnóstico en medio de la adversidad, pues no practicamos cómo enfrentarla.
Prevea para que pueda resolver cuando llegue la hora de la verdad. Por eso, las
azafatas le sugieren que ubique la salida de emergencia más cercana, antes de
despegar; así no tendrá que buscarla con afán cuando la nave se incendie o se
esté hundiendo en un río.
A veces no
contamos con los conocimientos pertinentes. Digamos que estamos de excursión y
aparece un oso. ¿Es de este animal de quién nos tenemos que alejar
retrocediendo lentamente?, ¿o era del tiburón? Sé que debo darle un puñetazo a
una de estas criaturas, pero no recuerdo a cuál. Sería mejor leer algunas
sugerencias de cómo reaccionar antes de aventurarnos a salir a la naturaleza.
Para todos
resulta cada vez más importante saber cómo actuar en una emergencia por dos
razones. Antes, en los buenos tiempos, desconfiábamos de casi todo lo que
usábamos o hacíamos todo con más cautela. ¿Una avería en los motores poco
después de despegar? Los pilotos solían agendarla para el martes. En la
actualidad, es una anomalía. Ahora imagine qué le pasa a nuestra capacidad de
respuesta cuando disminuye la probabilidad de que algo malo suceda. A menos que
nos preparemos para las eventualidades, nuestra destreza para actuar tiende a
desvanecerse. Ser tan confiados puede matarnos.
Además, los
sistemas que usamos hoy en día son más complejos. Sus componentes rara vez
están a plena vista, de forma que nos es imposible anticipar lo que podría
salir mal. Cuando los mecanismos carecen de transparencia, las desgracias
pueden surgir de la nada. Las tecnologías de apoyo al conductor que nos ayudan
a manejar, a mantener la distancia con el auto de enfrente y a alertarnos de
colisiones inminentes se han convertido en la norma. Nuestros vehículos podrían
no reconocer algo en el camino (una bandada de gansos salvajes, por ejemplo) o
sacarnos del carril. Irónicamente, los sistemas cuyo objetivo es reducir
nuestra carga de trabajo podrían requerir que nuestro estado de vigilancia
aumente a fin de sobrevivir en caso de que un siniestro ocurra —algo cada vez
más raro—. Internet promete replicar tales condiciones en nuestros hogares,
centros laborales y ciudades.
Conforme la
tecnología se incorpora a prácticamente todo y los riesgos, antes grandes, se
fragmentan, el que de vez en cuando nos den un susto de aquellos podría ser
algo ordinario. Todos debemos aprender a respirar, aislar la situación y seguir
el plan que preparamos porque fuimos lo suficientemente inteligentes como para
prevenir.
Tomado de
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