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El tiempo no espera

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¿Quie?n decidio? que nuestra vida debi?a estar compuesta de segundos, minutos, horas, di?as, semanas, meses y an?os? ¿Cómo se medía el tiempo antes de estas invenciones? 

Entonces, ¿que? es el tiempo? Si nadie me pregunta, lo se?; si trato de explicarlo, no lo se?.” Esto afirmaba San Agusti?n (354-430 d. C.), el gran Padre de la Iglesia. La naturaleza del tiempo ha fascinado a filo?sofos y fi?sicos por igual. Mientras Isaac Newton formulaba sus leyes del movimiento en el siglo XVII, concibio? el universo como un mecanismo que funcionaba, por asi? decirlo, en una corriente de tiempo que se mueve a un ritmo constante para todos los observadores. Esa idea de mecanismo de relojeri?a fue aceptada por muchas generaciones de cienti?ficos y todavi?a hoy parece intuitivamente verdadera para la mayori?a de nosotros. Pero en 1905, la teori?a de la relatividad de Albert Einstein propuso una visio?n radicalmente diferente, que parecía desafiar todo sentido común. Mediante una matemática sofisticada, demostró que el ritmo del tiempo, medido con un reloj, no es el mismo para diferentes observadores, en distintos marcos de referencia. El espacio y el tiempo están íntimamente conectados y forman un continuo de cuatro dimensiones: largo, ancho, profundidad… y tiempo. 

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Pero a la mayoría de nosotros, estas grandes cuestiones conceptuales no nos complican demasiado la vida cotidiana. Las leyes del mecanismo de relojería son aún hoy lo suficientemente precisas para que sincronicemos nuestros relojes y lleguemos al trabajo, tomemos un tren o nos encontremos para cenar más o menos a la misma hora. 

Las sociedades tribales más primitivas desarrollaron formas de medir el tiempo que eran suficientes para las necesidades de su vida cotidiana. La medición comenzó con referencia al Sol y la Luna. La unidad básica era el día, el tiempo que le llevaba a la Tierra girar en su eje alrededor del Sol. El aparente avance del Sol en el cielo se midió mediante la observación de su posición, o el largo de su sombra. Así se hizo posible discernir el mediodía, el momento en que el Sol estaba directamente sobre la cabeza y la sombra tenía su mínima longitud. Un día natural completo podía entonces registrarse de mediodía a mediodía. Se usaba cualquier poste erguido para verificar la dirección y la longitud de la sombra del Sol; estos postes se empleaban ya en el 3500 a. C. 

En las civilizaciones antiguas, se diseñaron relojes de sol más elaborados que, durante muchos siglos, sirvieron al mundo occidental para tener registro del tiempo. De hecho, todo lo que se movía a un ritmo constante podía usarse como medida. En el antiguo Egipto, los intervalos breves se medían por el flujo de agua a través de un agujero en la parte inferior de un recipiente calibrado con una escala de horas. Se dice que el rey anglosajón Alfredo usó lo que tardaba en consumirse una vela para medir el tiempo. El paso de arena a través de un reloj de vidrio se utilizó en la Edad Media, y todavía se usa en la cocina para hervir un huevo. 

Unidades de tiempo

¿De dónde viene el concepto de la hora? El ciclo diario natural se divide en 24 horas, de acuerdo con una convención bastante arbitraria establecida por primera vez en antiguas civilizaciones, como Egipto, la India y China. Quienes mantenían el registro del tiempo subdividían el día en un doceavo del tiempo entre la salida del Sol y el ocaso, o en una vigésimo cuarta parte de todo un día. Ambas divisiones reflejaban el uso de números que tenían como unidad el 12, el llamado sistema numérico duodecimal, que emplea la docena en lugar del 10 como base. 

Donde “día” significaba la duración de las horas de luz (en lugar del ciclo completo de 24 horas) surgieron algunas anomalías. Incluso en la Europa medieval, antes de que se usaran los relojes mecánicos, una hora era un doceavo del período de luz, de modo que en invierno las horas eran más cortas que en verano. Los grandes relojes que aparecieron en las catedrales desde el siglo XIV ayudaron a difundir el concepto de horas fijas entre la gente común. Estos relojes no tenían agujas o cuadrante, sino que hacían sonar una campana cada hora.

Tenemos 60 minutos en una hora y 60 segundos en un minuto porque los babilonios basaban sus números en unidades de 60 (un múltiplo de 12). Alrededor del 2000 a. C., tenían un calendario con 360 días, dividido en 12 meses de 30 días cada uno. Sus matemáticos eligieron un número base que se dividía convenientemente de muchas formas, lo que facilitaba los cálculos con fracciones. 

Así como la relación de la Tierra con el Sol nos da nuestra noción del día y de las horas de luz solar, también nos da el concepto de año. En promedio, nuestro planeta completa su órbita alrededor del Sol cada 365,24 días. Lamentablemente, éste no es un número redondo y, durante siglos, dio dolores de cabeza a quienes hacían calendarios. Un calendario era una importante agrupación de días, que ayudaba a la gente a planear actividades agrícolas, así como comerciales, fiestas religiosas y la vida doméstica. 

El año bisiesto de Julio César

Para superar el problema de un día fraccionario, se creó el “año bisiesto”. Julio César introdujo el sistema en el 46 a. C. En su “calendario juliano”, cada cuatro años se agregó un día extra, el 29 de febrero. Pero esta solución ingeniosa dejó una pequeña discrepancia que se hizo cada vez más grande con los años. En 1582, el papa Gregorio XIII enmendó el calendario juliano al agregar un año bisiesto solo en 97 años de cada 400 (una aproximación cercana a 100 de 400). El calendario gregoriano se adoptó en Inglaterra en 1752, y es el que se usa ahora en la mayor parte del mundo.

Calendarios lunares

En algunas culturas, el calendario anual se construye no en torno del Sol, sino en torno de la órbita de la Luna respecto de la Tierra. La palabra “mes” viene de la voz en protoindoeuropeo para la Luna, que tarda 29,5 días en dar la vuelta a nuestro planeta y lo hace un poco más de 12 veces en un año. El calendario judío tiene 12 meses de 29 ó 30 días y un mes extra que se inserta siete veces en un período de 19 años. El calendario hindú emplea el concepto de días lunares, que son precisamente un treintavo de un mes lunar y, por lo tanto, no coinciden con los días solares naturales. El calendario occidental estándar también se basa en el ciclo de la Luna. Pero como hay exactamente 12 meses en un año, los meses no se mantienen ciento por ciento en sintonía con las fases de la Luna.

En cuanto al concepto de semana, no hay una razón especial por la cual deba constar de siete días; en realidad, los antiguos romanos tenían originalmente un ciclo de mercado de ocho días, independiente de los meses y los años. La semana de siete días fue introducida en Roma, en el siglo I d. C., no por los cristianos o los judíos, sino por los creyentes en la astrología persa. Se asignó un día a cada uno de los cinco planetas entonces conocidos, más uno para el Sol y otro para la Luna, lo que los convirtió en siete. Cuando el cristianismo fue anunciado como la religión oficial del Imperio romano en tiempos del emperador Constantino (c. 325 d. C.), la semana bíblica judeocristiana de siete días, que comenzaba el domingo, se combinó con la semana pagana y tomó su lugar en el calendario juliano.

Rompecabezas de medidas

Crear un calendario con todas sus subdivisiones implicaba poner muchas piezas de información diferentes en un rompecabezas de medidas de tiempo. Los datos incluían movimientos del Sol, la Luna y los planetas, la necesidad de anticipar los ritmos estacionales para arar, sembrar y cosechar. Las celebraciones festivas también eran importantes. Recién en el año 336 d. C. se fijó el 25 de diciembre como la fecha oficial para celebrar la Navidad (en parte, para reemplazar el pagano solsticio de invierno que recordaba el renacimiento del Sol). 

Tiempo más preciso

Durante miles de años, mientras la mayoría de la gente vivía del cultivo de la tierra, eran suficientes unas cuantas pautas básicas. El día comenzaba con el canto del gallo; el ganado se guardaba en el corral cuando caía el sol. Las comunidades se reunían a rezar cuando doblaban las campanas de la iglesia a intervalos regulares. Hacia el siglo XVI, los miembros de la alta burguesía llevaban un reloj de bolsillo que funcionaba gracias a un muelle principal, para controlar el tiempo privado. Pero fue la era industrial la que creó una necesidad más generalizada de que el tiempo se acordara con precisión. Las diligencias, los horarios de los trenes, los cronogramas de producción, el fichaje de entrada y de salida de fábricas y oficinas; todo reclamaba sincronización, un ajuste del consenso sobre la hora del día. Los relojes de pulsera se popularizaron en Francia y Suiza hacia el siglo XX y se hicieron indispensables para los habitantes de las naciones industrializadas. 

Segundos vitales 

La ciencia moderna requiere una precisión aún mayor en la medición del tiempo. Hoy, los relojes digitales –y también los teléfonos móviles y las computadoras– miden el tiempo con increíble precisión mediante cristales de cuarzo y sus vibraciones naturales, a 100.000 veces por segundo. El mismo segundo ha alcanzado un nuevo estatus; ya no se lo concibe como una mera subdivisión del minuto, sino como la base misma de la medición del tiempo, y se define por la frecuencia de la radiación emitida en una transmisión específica de un isótopo de cesio. 

¿Cuándo se sincronizaron los relojes?

Desde el siglo XIX, los ferrocarriles y los mensajes de telégrafo achicaron el mundo y, al hacerlo, crearon la necesidad de pensar de un modo práctico cómo medir el tiempo. Si bien los relojes de bolsillo permitían al viajero calcular intervalos de tiempo con precisión, podía haber momentos del día en que la gente no experimentara en todas partes la misma hora al mismo tiempo. Cuando es mediodía en un punto, los lugares al este de ese punto ya están en la tarde y todavía es de mañana para los que están en el Oeste. Mientras el transporte terrestre estaba confinado a los vehículos tirados por caballos, no importaba si el mediodía en Roma, por ejemplo, era un poco más tarde que en París. Pero los trenes que viajaban a un número fijo de millas por hora necesitaban un acuerdo estandarizado respecto del tiempo, lo mismo que la telegrafía; de lo contrario, un mensaje transmitido de Este a Oeste parecería llegar antes de haber sido enviado. 

Hora de Greenwich

En 1880 toda Gran Bretaña adoptó la hora local promedio de Greenwich, donde se hallaba el Observatorio Real, como su estándar: la hora de Greenwich (GMT por su sigla en inglés). No mucho después, se introdujo globalmente la sistematización de la medición del tiempo. En 1884, durante una conferencia internacional, el mundo se dividió en 24 husos horarios, cada uno de un ancho de 15 grados de longitud. Se redujeron así las anomalías para quien viajaba por el mundo, aunque la gente que navegaba de Europa a América, por ejemplo, tuvo que acostumbrarse a retrasar una hora el reloj cada vez que cruzaba un huso horario. 

Nombres de los días de la semana

¿De dónde surgieron los nombres de los días de la semana y de los meses del año?En la mayoría de las lenguas, el origen de los nombres se relaciona con la mitología pagana. En Gran Bretaña, por ejemplo, los días de la semana tomaban su nombre de los cuerpos celestes o de los dioses asociados a ellos. Así, Sunday (domingo) era el día del sol (sun) y Thursday (martes) recibió su nombre de Thor, el dios teutónico del trueno. De la misma manera, en el español, algunos de los nombres provienen de los objetos celestiales que, antiguamente, los romanos veían moverse en el cielo: lunes por la Luna, martes por Marte, miércoles por Mercurio, jueves por Júpiter y viernes por Venus. La palabra “sábado” es de origen hebreo (sabbat es el día de descanso en la tradición judeocristiana) y domingo proviene de una palabra latina que significa “el día del Señor”.

Los meses del año se basan en modelos romanos: 

– ENERO: viene de Jano (en inglés este mes se llama January), dios de los umbrales y los comienzos.
– FEBRERO: de februum, purificación, un mes de limpieza ritual.
– MARZO: por Marte, dios de la guerra.
– ABRIL: de aperire, “abrir”, el mes en que salen las hojas en el hemisferio norte.
– MAYO: por Maia, diosa de los cultivos.
– JUNIO: por Juno, diosa y mujer de Júpiter.
– JULIO: por Julio César, que reorganizó el calendario.
– AGOSTO: por el emperador Augusto.
– SEPTIEMBRE: de septem, “siete”, séptimo mes.
– OCTUBRE: de octo, “ocho”, octavo mes.
– NOVIEMBRE: de novem, “nueve”, noveno mes.
– DICIEMBRE: de decem, “diez”, décimo mes.

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