Vivencias y anécdotas que ilustran al hombre que llegó a convertirse en la máxima autoridad de la Iglesia católica.
Un flechazo
Tenía 12 años cuando le confesó en una carta a su amiga Amalia una de las clásicas tribulaciones de adolescente. “Si no me caso con vos, me hago cura”, le escribió a la vecina de Flores, barrio porteño donde vivía. La anécdota no fue más que eso, según explicó la hermana del Papa, María Elena Bergoglio, cuando la historia se conoció. “¿La novia? La verdad es que nunca ha existido. Pero si esta señora lo dice, y es feliz así, ¿por qué no dejar que cuente esta historia?”, dijo, al relativizar la seriedad de la propuesta.
Más allá de esa anécdota, a Bergoglio nunca se le “cruzó por la cabeza” casarse. Así lo aseguró: “Cuando era seminarista me deslumbró una ‘piba’ (chica) que conocí en el casamiento de un tío. Me sorprendió su belleza, su luz intelectual… y, bueno, anduve ‘boleado’ (distraído) un buen tiempo, me daba vueltas la cabeza. Cuando volví al seminario, después del casamiento, no pude rezar a lo largo de toda una semana porque cuando me predisponía a hacerlo aparecía la chica. Tuve que volver a pensar qué hacía. Todavía era libre porque era seminarista, podía volverme a casa y chau. Tuve que pensar la opción otra vez”. Frente a una situación de confusión que puede plantearse a una persona que está en el camino de su vocación sacerdotal, Francisco tuvo una posición muy clara: “Cuando a algún seminarista le pasa algo así, lo ayudo a irse en paz, a que sea un buen cristiano y no un mal cura”.
Medicina del alma
En la iglesia de San José de Flores, recibió Jorge Bergoglio, a los 17 años, el llamado de la vocación sacerdotal, al que respondió con firmeza, luego de una reflexión muy meditada que lo llevó a poner en práctica su decisión cuatro años después, cuando entró efectivamente en el seminario.
“Me pasó algo raro, no sé qué fue, pero me cambió la vida; yo diría que me sorprendieron con la guardia baja”, fue la explicación que dio Bergoglio en el libro El jesuita, al intentar descifrar un misterio que lo sorprendió el 21 de septiembre de 1953, cuando los jóvenes de su edad —y él mismo, con un grupo de amigos— se aprestaban a celebrar el día de la primavera. Contó más de una vez que en esa confesión Dios lo primereó, se le anticipó. “Uno lo está buscando, pero Él te busca primero. Uno quiere encontrarlo, pero Él te encuentra primero”, reveló una vez.
La reserva acerca de su vocación sacerdotal era profunda y llegaba, incluso, a su hogar. Su madre Regina se enteró de su decisión de ingresar en el Seminario cuando encontró libros de teología en el cuarto de su hijo, que había terminado el secundario con el título de técnico químico.
—Jorge, ¿no me dijiste que ibas a estudiar medicina?
—Sí, mamá.?
—¿Por qué me mentiste??
—No te mentí, mamá. Voy a estudiar medicina del alma. ?
Su padre ya conocía su decisión. A la madre le costó asimilarlo, a tal punto que en los primeros años no iba a visitarlo al Seminario, a pesar de que se trataba de una mujer de fe y practicante.
Un hombre austero
En un gesto por demás significativo, cuando sucedió al cardenal Antonio Quarracino, Bergoglio jamás utilizó la residencia reservada para el arzobispo en Olivos, en las afueras de la ciudad de Buenos Aires, a la que le dio otro destino. “Prefirió vivir en un cuarto de la Curia porteña, donde habitualmente residen los sacerdotes retirados que no tienen dónde ir. Era uno más de ellos”, explicó Federico Wals, quien desde 2007 lo acompañó en la Oficina de Prensa de la arquidiócesis. “Por su condición de cardenal, además, le correspondía tener custodia. La recibió para no despreciar el gesto, pero al muy poco tiempo la agradeció y la devolvió. El auto oficial que tenía lo regaló y al chofer lo reubicó en otra función”, confió Wals. A pesar de movilizarse en el transporte público, nunca sufrió ataques o agresiones, ni siquiera en los momentos de mayor crispación que vivió la Argentina.
Fútbol en todas partes
Durante su misión como arzobispo de Buenos Aires, Francisco priorizó el acercamiento con otras confesiones religiosas, especialmente con la comunidad judía. Lo hizo en sintonía con el pensamiento y la acción de Juan Pablo II, el primer Papa en pisar una sinagoga en Roma, pero también como resultado de su formación jesuítica, una de cuyas características es el encuentro con quienes expresan los mismos valores desde otra perspectiva cultural.
Uno de los referentes de la comunidad judía que más cerca estuvo del papa Francisco en los últimos años es el rabino Abraham Skorka, lúcido intelectual y promotor del diálogo interreligioso.
“Hicimos muchos cosas juntos, incluso antes de que él fuera cardenal. Nuestra amistad surgió a la luz de la búsqueda de Dios, en diálogos sobre cómo acercarse al Señor, cómo mejorar la condición humana y cómo percibir la manifestación de Dios en nuestra humanidad”, comentó el rabino.
Se conocieron en los años 90, cuando Skorka representó al culto israelita en el tedeum del 25 de Mayo, en la Catedral, por una invitación que recibió del presidente de la Nación. “Antes de comenzar el servicio religioso, el arzobispo solía acercarse a saludar a las personas que iban a participar del tedeum, en un gesto informal con el que salía del protocolo. La Secretaría de Culto había establecido que estuviéramos parados a un costado, junto con el nuncio apostólico, para poder hacer un breve saludo al Presidente. Yo no pude con mi genio e hice una referencia a un ver- sículo bíblico que Bergoglio había citado en la homilía. Cuando nos saludamos, mientras me tenía la mano me miró profundamente a los ojos y con gran seriedad me dijo: “Me parece que este año vamos a comer sopa de gallina”. Tardé unos segundos en reaccionar, porque me saltó de la Biblia al fútbol. San Lorenzo, su equipo, estaba bien, y River Plate (el equipo es popularmente llamado “gallinas”), el mío, andaba mal…”
“Esto es cizaña”, le dije. Y el nuncio apostólico exclamó: “Esa palabra no se puede decir en este lugar”. Yo repetí: “¡Cizaña!”, y Bergoglio le aclaró al nuncio: “Estamos hablando de fútbol”. Entonces, el representante del Papa afirmó: “Ah… entonces sigan, no hay ningún problema”. Todo fue muy risueño y me quedó grabado. Yo sentí que no estaba frente a alguien que se erige sobre un pedestal, sino alguien que se pone en el llano, junto al otro”, comentó Skorka.
Junto con la gente en la tragedia
Una de las jornadas que marcó el acercamiento de Francisco a la gente fue la tragedia de Cromagnon, la noche del 30 de diciembre de 2004, cuando el incendio de una discoteca porteña provocada por el lanzamiento de una bengala durante un recital segó la vida de 194 jóvenes y dejó secuelas a más de 700 heridos, en un local que no contaba con los requisitos para ser habilitado y que tenía sobrepasada su capacidad. Mientras las autoridades gubernamentales demoraban en dar explicaciones, Bergoglio concurrió de inmediato y recorrió hospitales para acompañar a las víctimas y sus familiares.
La tragedia de Cromagnon estuvo siempre presente en su recuerdo. Oró junto a los familiares de las víctimas en los encuentros personales que tuvo con ellos y en la Catedral, al cumplirse un mes de la tragedia. Ordenó luego celebrar misas los 30 de cada mes y no dejar de acompañar a los padres, hermanos y amigos que murieron en el recital. Al cumplirse un año del incendio en la discoteca, presidió la celebración y dijo: “Hace un año, nuestra ciudad sufrió la bofetada de una tragedia. Hace un año este camino de esperanza de tantas madres para con sus hijos fue segado. Esos hijos no están más. Esta ciudad hace un año que viene tratando de hacerse cargo pero, como en la cruz, es feo estar junto a la tragedia. Es difícil como hombre o como mujer hacerse cargo de una tragedia. Con amor. Solamente el corazón de ustedes, mamás, sabe, y puede hablarnos de lo que es una tragedia. Solamente el corazón de ustedes, papás, puede ayudarnos en este camino de fidelidad a la verdad en una tragedia”.
Dios lo sorprendió
El jesuita argentino había presentado en diciembre de 2011 su renuncia al arzobispado de Buenos Aires, como lo establecen las disposiciones canónicas para todo obispo que llega a los 75 años. Esperaba, de un momento a otro, su aceptación por parte de Benedicto XVI, aunque también era consciente de que el Papa anterior quería que se mantuviera activo. A la espera del momento en que su renuncia fuera aceptada, Bergoglio ya había planificado su mudanza al Hogar Sacerdotal de Flores, una residencia para sacerdotes retirados, donde se dedicaría a la oración. Tenía programado, además, ir con frecuencia a la Basílica de Luján para confesar y celebrar misas los fines de semana, como un sacerdote más, siguiendo una vida austera, dedicándose a estudiar y a escribir.
“Esa era la vida que él tenía pensada. Pero Dios lo sorprendió. Los cardenales lo vieron para que asumiera como sucesor de Pedro. Todos le han dicho: “Pensamos en ti”. Y él les dijo: “Aquí estoy” expresó, ante una consulta, el presidente del Episcopado argentino, monseñor José María Arancedo, que viajó a Roma una vez que Francisco fue elegido.
El Papa de la gente
Mariano De Vedia
Condensado del libro Francisco. El Papa del pueblo
Vivencias y anécdotas que ilustran al hombre que llegó a convertirse en la máxima autoridad de la Iglesia católica.
Un flechazo
Tenía 12 años cuando le confesó en una carta a su amiga Amalia una de las clásicas tribulaciones de adolescente. “Si no me caso con vos, me hago cura”, le escribió a la vecina de Flores, barrio porteño donde vivía. La anécdota no fue más que eso, según explicó la hermana del Papa, María Elena Bergoglio, cuando la historia se conoció. “¿La novia? La verdad es que nunca ha existido. Pero si esta señora lo dice, y es feliz así, ¿por qué no dejar que cuente esta historia?”, dijo, al relativizar la seriedad de la propuesta.
Más allá de esa anécdota, a Bergoglio nunca se le “cruzó por la cabeza” casarse. Así lo aseguró: “Cuando era seminarista me deslumbró una ‘piba’ (chica) que conocí en el casamiento de un tío. Me sorprendió su belleza, su luz intelectual… y, bueno, anduve ‘boleado’ (distraído) un buen tiempo, me daba vueltas la cabeza. Cuando volví al seminario, después del casamiento, no pude rezar a lo largo de toda una semana porque cuando me predisponía a hacerlo aparecía la chica. Tuve que volver a pensar qué hacía. Todavía era libre porque era seminarista, podía volverme a casa y chau. Tuve que pensar la opción otra vez”. Frente a una situación de confusión que puede plantearse a una persona que está en el camino de su vocación sacerdotal, Francisco tuvo una posición muy clara: “Cuando a algún seminarista le pasa algo así, lo ayudo a irse en paz, a que sea un buen cristiano y no un mal cura”.
Medicina del alma
En la iglesia de San José de Flores, recibió Jorge Bergoglio, a los 17 años, el llamado de la vocación sacerdotal, al que respondió con firmeza, luego de una reflexión muy meditada que lo llevó a poner en práctica su decisión cuatro años después, cuando entró efectivamente en el seminario.
“Me pasó algo raro, no sé qué fue, pero me cambió la vida; yo diría que me sorprendieron con la guardia baja”, fue la explicación que dio Bergoglio en el libro El jesuita, al intentar descifrar un misterio que lo sorprendió el 21 de septiembre de 1953, cuando los jóvenes de su edad —y él mismo, con un grupo de amigos— se aprestaban a celebrar el día de la primavera. Contó más de una vez que en esa confesión Dios lo primereó, se le anticipó. “Uno lo está buscando, pero Él te busca primero. Uno quiere encontrarlo, pero Él te encuentra primero”, reveló una vez.
La reserva acerca de su vocación sacerdotal era profunda y llegaba, incluso, a su hogar. Su madre Regina se enteró de su decisión de ingresar en el Seminario cuando encontró libros de teología en el cuarto de su hijo, que había terminado el secundario con el título de técnico químico.
—Jorge, ¿no me dijiste que ibas a estudiar medicina?
—Sí, mamá.?
—¿Por qué me mentiste??
—No te mentí, mamá. Voy a estudiar medicina del alma. ?
Su padre ya conocía su decisión. A la madre le costó asimilarlo, a tal punto que en los primeros años no iba a visitarlo al Seminario, a pesar de que se trataba de una mujer de fe y practicante.
Un hombre austero
En un gesto por demás significativo, cuando sucedió al cardenal Antonio Quarracino, Bergoglio jamás utilizó la residencia reservada para el arzobispo en Olivos, en las afueras de la ciudad de Buenos Aires, a la que le dio otro destino. “Prefirió vivir en un cuarto de la Curia porteña, donde habitualmente residen los sacerdotes retirados que no tienen dónde ir. Era uno más de ellos”, explicó Federico Wals, quien desde 2007 lo acompañó en la Oficina de Prensa de la arquidiócesis. “Por su condición de cardenal, además, le correspondía tener custodia. La recibió para no despreciar el gesto, pero al muy poco tiempo la agradeció y la devolvió. El auto oficial que tenía lo regaló y al chofer lo reubicó en otra función”, confió Wals. A pesar de movilizarse en el transporte público, nunca sufrió ataques o agresiones, ni siquiera en los momentos de mayor crispación que vivió la Argentina.
Fútbol en todas partes
Durante su misión como arzobispo de Buenos Aires, Francisco priorizó el acercamiento con otras confesiones religiosas, especialmente con la comunidad judía. Lo hizo en sintonía con el pensamiento y la acción de Juan Pablo II, el primer Papa en pisar una sinagoga en Roma, pero también como resultado de su formación jesuítica, una de cuyas características es el encuentro con quienes expresan los mismos valores desde otra perspectiva cultural.
Uno de los referentes de la comunidad judía que más cerca estuvo del papa Francisco en los últimos años es el rabino Abraham Skorka, lúcido intelectual y promotor del diálogo interreligioso.
“Hicimos muchos cosas juntos, incluso antes de que él fuera cardenal. Nuestra amistad surgió a la luz de la búsqueda de Dios, en diálogos sobre cómo acercarse al Señor, cómo mejorar la condición humana y cómo percibir la manifestación de Dios en nuestra humanidad”, comentó el rabino.
Se conocieron en los años 90, cuando Skorka representó al culto israelita en el tedeum del 25 de Mayo, en la Catedral, por una invitación que recibió del presidente de la Nación. “Antes de comenzar el servicio religioso, el arzobispo solía acercarse a saludar a las personas que iban a participar del tedeum, en un gesto informal con el que salía del protocolo. La Secretaría de Culto había establecido que estuviéramos parados a un costado, junto con el nuncio apostólico, para poder hacer un breve saludo al Presidente. Yo no pude con mi genio e hice una referencia a un ver- sículo bíblico que Bergoglio había citado en la homilía. Cuando nos saludamos, mientras me tenía la mano me miró profundamente a los ojos y con gran seriedad me dijo: “Me parece que este año vamos a comer sopa de gallina”. Tardé unos segundos en reaccionar, porque me saltó de la Biblia al fútbol. San Lorenzo, su equipo, estaba bien, y River Plate (el equipo es popularmente llamado “gallinas”), el mío, andaba mal…”
“Esto es cizaña”, le dije. Y el nuncio apostólico exclamó: “Esa palabra no se puede decir en este lugar”. Yo repetí: “¡Cizaña!”, y Bergoglio le aclaró al nuncio: “Estamos hablando de fútbol”. Entonces, el representante del Papa afirmó: “Ah… entonces sigan, no hay ningún problema”. Todo fue muy risueño y me quedó grabado. Yo sentí que no estaba frente a alguien que se erige sobre un pedestal, sino alguien que se pone en el llano, junto al otro”, comentó Skorka.
Junto con la gente en la tragedia
Una de las jornadas que marcó el acercamiento de Francisco a la gente fue la tragedia de Cromagnon, la noche del 30 de diciembre de 2004, cuando el incendio de una discoteca porteña provocada por el lanzamiento de una bengala durante un recital segó la vida de 194 jóvenes y dejó secuelas a más de 700 heridos, en un local que no contaba con los requisitos para ser habilitado y que tenía sobrepasada su capacidad. Mientras las autoridades gubernamentales demoraban en dar explicaciones, Bergoglio concurrió de inmediato y recorrió hospitales para acompañar a las víctimas y sus familiares.
La tragedia de Cromagnon estuvo siempre presente en su recuerdo. Oró junto a los familiares de las víctimas en los encuentros personales que tuvo con ellos y en la Catedral, al cumplirse un mes de la tragedia. Ordenó luego celebrar misas los 30 de cada mes y no dejar de acompañar a los padres, hermanos y amigos que murieron en el recital. Al cumplirse un año del incendio en la discoteca, presidió la celebración y dijo: “Hace un año, nuestra ciudad sufrió la bofetada de una tragedia. Hace un año este camino de esperanza de tantas madres para con sus hijos fue segado. Esos hijos no están más. Esta ciudad hace un año que viene tratando de hacerse cargo pero, como en la cruz, es feo estar junto a la tragedia. Es difícil como hombre o como mujer hacerse cargo de una tragedia. Con amor. Solamente el corazón de ustedes, mamás, sabe, y puede hablarnos de lo que es una tragedia. Solamente el corazón de ustedes, papás, puede ayudarnos en este camino de fidelidad a la verdad en una tragedia”.
Dios lo sorprendió
El jesuita argentino había presentado en diciembre de 2011 su renuncia al arzobispado de Buenos Aires, como lo establecen las disposiciones canónicas para todo obispo que llega a los 75 años. Esperaba, de un momento a otro, su aceptación por parte de Benedicto XVI, aunque también era consciente de que el Papa anterior quería que se mantuviera activo. A la espera del momento en que su renuncia fuera aceptada, Bergoglio ya había planificado su mudanza al Hogar Sacerdotal de Flores, una residencia para sacerdotes retirados, donde se dedicaría a la oración. Tenía programado, además, ir con frecuencia a la Basílica de Luján para confesar y celebrar misas los fines de semana, como un sacerdote más, siguiendo una vida austera, dedicándose a estudiar y a escribir.
“Esa era la vida que él tenía pensada. Pero Dios lo sorprendió. Los cardenales lo vieron para que asumiera como sucesor de Pedro. Todos le han dicho: “Pensamos en ti”. Y él les dijo: “Aquí estoy” expresó, ante una consulta, el presidente del Episcopado argentino, monseñor José María Arancedo, que viajó a Roma una vez que Francisco fue elegido.