Es un mosaico cultural fascinante, con raíces eslavas y la influencia de los países vecinos.
Una guía poco conocida
Estaba anocheciendo en la ciudad eslovena de Pirán cuando el tañido de las campanas de la Iglesia de San Jorge me recordó que el concierto de piano ya iba a empezar. Apuré el paso hacia la amplia Plaza Tartini, donde los residentes devoraban cevapcici, unos embutidos balcánicos asados a la parrilla y brindaban “Na zdravje!” en cafés al aire libre. En la entrada de la Casa Tartini, una mujer robusta de pelo color fucsia me recibió con un cordial “¡Buona sera!”
Abrí el programa de mano y leí los apellidos de los pianistas: Mihailic (esloveno), Pocecco (italiano), Levanic (esloveno), Prodi (italiano)… La mezcla bicultural me desconcertó. ¿A qué tierra extraña había llegado? Mi visita a Pirán, un híbrido italoeslavo situado junto al mar, fue una sorpresa más en esta pequeña nación de unos dos millones de habitantes. Mientras recorría el país en tren y ómnibus —sus ciudades, playas y montañas—, me llevé muchas más.
Quizá la mayor sorpresa sea la existencia misma de Eslovenia. Desde la Edad Media, la tierra de los eslovenos fue anexada repetidamente por imperios y dictaduras: los venecianos, el Imperio Austríaco (después el Austrohúngaro) y por último Yugoslavia, de la cual los eslovenos se separaron en 1991 tras una guerra de diez días contra el ejército federalista. La Eslovenia independiente fue admitida en la Unión Europea en 2004, y adoptó el euro en 2007. Su aeropuerto internacional, ubicado en las afueras de Liubliana, la capital, está a la mitad de una ampliación que durará 10 años y dará a conocer más al mundo este país a menudo ignorado.
Liubliana rebosa las antiguas glorias de la Casa de Habsburgo. Tras hospedarme en el módico pero alegre Hotel Center, me adentré en callejones adoquinados bordeados de casas medievales, iglesias barrocas, majestuosos edificios decimonónicos… y adefesios de concreto dejados por el socialismo yugoslavo. Aunque la capital alberga tan solo a 280.000 habitantes, vibra de energía. Por todas partes veía pasar en bicicleta hombres y mujeres bien vestidos. Liubliana parecía una especie de Copenhague eslava, modelo de eficiencia y prosperidad.
Al otro día recorrí en ómnibus un paisaje de pinares y lejanas cumbres recortadas para ver aparecer en el horizonte uno de los secretos mejor guardados de Eslovenia: un trozo del mar Adriático. De tan solo 50 kilómetros de largo, la costa eslovena es una pequeña franja situada entre la costa de Italia, al oeste, y la de Croacia, al sur. Y ese es justamente su encanto: mientras que el turismo extranjero inunda Trieste y Dubrovnik, solo el conocedor frecuenta las rústicas aldeas costeras de Eslovenia.
Bajé en Pirán, ciudad enclavada en una lengua de tierra que apunta al mar, y una de las más encantadoras del Adriático. Los tejados de las casas, de tejas anaranjadas con visos verdes y rojos, atestan la red de calles estrechas. Había bañistas tendidos al sol sobre el murete del malecón. Adultos mayores jugaban partidas de ajedrez en bancos de madera, frente a ellos navegaba despacio un barco repleto de turistas. Mucho más atareados estaban los cocineros que asaban sardinas y preparaban pljeskavica sa kajmakom, un plato serbio de carne molida de vaca coronada con queso fresco que pedí en el restaurante Riva, construido sobre una terraza con vista al mar. Fue entonces cuando encaré la única decisión difícil en Pirán: si beber pivo (cerveza) Union o Laško. Cedí a la tentación y pedí ambas.
Más tarde me interné en los umbríos callejones. Unos turistas italianos se deleitaban con los detalles de los templos medievales de Pirán: la fachada amarilla de la Iglesia de Nuestra Señora de la Consolación, las arcadas del claustro de la Iglesia de San Francisco de Asís y la torre rectangular con reloj de la Iglesia de San Jorge, que es una réplica a escala del campanario de la Basílica de San Marcos, de Venecia.
El tiempo se puso lluvioso en el largo camino en ómnibus y tren a Maribor, pintoresca ciudad de piedra y madera de los Habsburgo, cerca de la frontera con Austria. Tras los edificios se levantan los verdes montes Pohorje, surcados de pistas de esquí y, más allá, colinas y valles sembrados de viñedos. En la Plaza de la Libertad me topé con la vinería Vinag, e hice un recorrido guiado de su cava de roca, donde reposan unos 150 toneles enormes. Sin embargo, el símbolo más famoso de la vinicultura de Maribor —reconocido por el Libro Guinness de Récords Mundiales— se yergue y extiende en la calle Vojasniska: la vid más antigua del mundo.
Plantada hace más de 400 años con uva zametovka roja, la parra sobrevivió a la invasión de los turcos otomanos, resistió cuando los ejércitos de Napoleón ocuparon Eslovenia, soportó una infestación de filoxera en el siglo XIX que arrasó los viñedos, salió ilesa de dos guerras mundiales, padeció la oscuridad de la posguerra y, finalmente, se cubrió de gloria en 2007 con la creación de la Casa de la Vieja Vid, que es a la vez museo y vinería.
El viaje en tren más sorprendente
La última sorpresa de Eslovenia se hallaba a 55 kilómetros de Liubliana, en la cueva de Postojna. Cerca de un túnel subí con otros turistas a un tren de vía angosta que se internó en las grutas. Del techo colgaban bosques de estalactitas afiladas y amenazadoras, y del suelo brotaban estalagmitas, algunas tan altas como astas de bandera. Nuestra guía, Katia, explicó que los 21 kilómetros de túneles y raras formaciones rocosas son producto de la erosión y los escurrimientos del río Pivka. El tren se detuvo, entonces seguimos a pie entre canales que daban claustrofobia y cámaras que parecían catedrales. Las extrañas formaciones se volvían cada vez más surrealistas: pilas de medusas enormes, mares de coral cerebro, grupos de hongos gigantescos…
Al poco rato vimos una vitrina del tamaño de un camión. En su interior, unas criaturas pálidas semejantes a las salamandras se aferraban a las piedras. Eran ejemplares de Proteus anguinus, animales de cuevas profundas que fueron transferidos a ese hábitat artificial. “Los llamamos ‘peces humanos’ por dos razones”, señaló Katia. “Una es que pueden vivir hasta 100 años, como nosotros; la otra es que tienen piel blanca, como la nuestra”. En el tren de regreso volví a contemplar lo visto: un sitio desconocido, de una belleza misteriosa y poblado de criaturas insólitas. Este mundo subterráneo parecía la metáfora perfecta de la propia Eslovenia.
Consejos de viaje
Eslovenia tiene una eficiente red de trenes y ómnibus, con varias salidas diarias entre Liubliana y Pirán, Maribor y Postojna.
- LIUBLIANA: El Hotel Center (hotelcenter. si) es una opción económica, cerca de las es- taciones de tren y de ómnibus. El Antiq Palace Hotel & Spa (antiqpalace.com) ocupa una lujosa mansión del siglo XVI. El restaurante Gostilna na Gradua (nagradu.si), en el Castillo de Liubliana, sirve nueva cocina eslovena y vino local.
- PIRÁN: El acogedor hotel Miracolo di Mare (miracolodimare.si) ofrece alojamiento y desayuno en el casco antiguo de la ciudad, cerca de la terminal de ómnibus. El restaurante Riva, ubicado en el paseo marítimo, sirve de todo, desde pizzas hasta mariscos frescos.
- MARIBOR: El Hotel Orel (termemb.si/en/) es una excelente opción situada en el centro histórico. Si es amante de la buena comida y la cultura del vino, no se pierda el museo Old Vine House (la Casa de la Vieja Vid); la vina- tería Vinag (vinag.si) y el restaurante Roz- marin (rozmarin.si).
- POSTOJNA: La cueva de Postojna (pos- tojnska-jama.si) se halla a 800 metros del centro. Ofrece recorridos todo el año.