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En busca del perdón

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Casi 39 años después de haber ofendido a su maestro, un hombre tuvo la oportunidad de disculparse.

Cuando tenía 12 años, Larry Israelson hizo algo que no comprendió hasta mucho tiempo después: que quizá había ofendido a su maestro de séptimo grado, James Atteberry. Como era apenas un chico, no creyó que fuera grave. Posteriormente, cuando creció y se hizo más sabio, quiso localizar al docente para disculparse, pero parecía que el hombre había desaparecido.

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Ese niño, hoy adulto, lo buscó a lo largo de décadas. En 2011, casi 39 años después del incidente, por fin lo halló. Empezó a leer un artículo que había escrito yo para el diario The Oregonian sobre un programa de ayuda a niños en riesgo. Examinó la foto adjunta y, sorprendido, reconoció a uno de los voluntarios: era su maestro. Entonces Larry me envió un correo electrónico donde me pedía ayuda para contactar a su maestro. Me comuniqué con James, y él, intrigado, me pidió que le contestara a su ex alumno para ver qué ocurría.

Cuando les contaba sobre esa carta a otras personas, todas reaccionaban de igual manera: cada una tenía a alguien a quien quería pedirle perdón. Decían que habían tardado muchos años en comprender esa verdad. En mi caso, era alguien que me ha obsesionado por décadas. Mi maestro de tercer grado había organizado un intercambio de regalos navideños. Nos sentamos en círculo, y cada alumno pasó al centro para abrir un elegante paquete que contenía un juguete nuevo. Cuando llegó mi turno, el maestro me entregó un objeto envuelto en un papel arrugado, descolorido y lleno de trozos de cinta adhesiva. Delante de todos, desprendí el papel y saqué un libro barato con las hojas maltratadas y sucias. Había también una nota escrita a mano que identificaba a la nena que me había dado el libro. Cuando pronuncié su nombre, mis compañeros se echaron a reír. El regalo de esa niña era otra señal de lo diferente que la considerábamos del resto de nosotros. Solía llegar tarde a clase, con el cabello húmedo y sin peinar. No tenía amigos, y algunos de los alumnos se burlaban de ella porque era pobre y se vestía con ropa usada.

Aunque este incidente ocurrió hace casi 50 años, recuerdo aquella tarde como si hubiera sido ayer.  En ese momento me preocupaba que mis compañeros pensaran que esa chica y yo éramos amigos, así que no le di las gracias por el regalo y tiré el libro al tacho de basura. Hacía tantos años que quería disculparme con ella, y entonces comprendí por qué Larry estaba tan interesado en localizar a su ex maestro: anhelaba recibir una segunda oportunidad.

Cuando James leyó la carta, se remontó a 1973, cuando daba clases de Historia y Redacción en una escuela secundaria de la ciudad de Huntington Beach, California. Tenía 37 años y sobresalía por la calidad de su enseñanza. Además, era homosexual. “Si se descubría que un maestro era homosexual, no le renovaban el contrato”, me contó. “Los profesores homosexuales mantenían cerrada la boca. La gente de esta época tal vez no lo entienda, pero aquel tiempo fue muy duro. Un maestro de artes de la escuela cometió una indiscreción, y ese fue el final de su carrera. Yo nunca hablaba de mi vida”. Y agregó que sí recordaba a Larry Israelson.

La carta que le había enviado su ex alumno decía: “Lamento mucho haber pedido que me cambiaran de su clase de séptimo grado en el año lectivo 1972-73. Tengo pocos recuerdos de la escuela, pero en una de mis tareas usted anotó: ‘Vas a llegar lejos en la vida. Tu dominio del idioma inglés es excepcional’. Al pensar ahora en el niño que fui, estoy convencido de que me encantaba ser uno de sus alumnos favoritos. Sin embargo, por más cómodo que me sintiera en el aula, la presión de los otros chicos me resultaba abrumadora”. Varios de los alumnos sospechaban que James Atteberry era homosexual.

“Lo elogiaba yo en clase”, dijo James. “Eso fue lo que lo condenó ante los demás”. Los compañeros de Larry empezaron a hostigarlo. Cuando ya no pudo soportar más, se dirigió a la oficina del director y le dijo que necesitaba dejar la clase del maestro Atteberry. El director no entendió la razón, pero firmó una solicitud de cambio de grupo y se la dio al niño. Entonces Larry se dirigió al aula de su profesor, interrumpió la clase y le entregó la hoja firmada. Luego recogió sus libros y salió del salón. “No le di ninguna explicación ni me despedí”, dijo. “Me fui simplemente. Nunca volví a hablar con el señor Atteberry”.

Larry había pasado más de 30 años escribiendo una carta imaginaria a su profesor, pero ahora no sabía cómo disculparse. “Lamento mucho haber pedido que me cambiaran de grupo”, le escribió. “Sé que la edad que tenía entonces es un factor atenuante, pero, cuando me hice adulto, cada vez que recordaba el incidente sentía vergu?enza”.

Cerró el sobre y me lo envió para que yo se lo remitiera a James. No esperaba nada más. Había hecho lo que se había propuesto, y con eso se conformaba. Cuando James leyó la carta, recordó su propia infancia. Como Larry, había sufrido el acoso de sus compañeros. La carta de Larry era una manera de reconciliarse con su pasado: no estaba solo. Nunca dejó de preguntarse por qué ese niño había abandonado su clase. Ahora lo sabía. Dobló la carta, se sentó frente a su computadora y escribió el nombre de Larry en un buscador de Internet. Encontró su dirección y número telefónico.

En una casa situada a más de 1.500 kilómetros de distancia, el teléfono sonó. El dueño contestó, y entonces oyó una voz decirle:
—Larry, soy yo, tu maestro.


El reencuentro

Reader’s Digest facilitó que James Atteberry (derecha) y Larry Israelson se reunieran después de 40 años.  Después de darse un largo abrazo y de ponerse al día respecto a sus vidas, James abordó el tema del artículo publicado en The Oregonian:
—Siempre quise saber por qué dejaste mi clase.
No fue porque te estuviera echando a perder.
—Fue para sobrevivir —le dijo Larry—. En la escuela secundaria, se trata de la supervivencia de los más aptos.

Al final del reencuentro, que incluyó un almuerzo con Conny, la esposa de Larry, este aceptó una invitación para visitar a James y a su pareja el año siguiente. “Es una bendición que podamos volver a nuestro pasado”, dijo James más tarde.

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