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La verdad acerca de mitos refutados

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¡Existen mitos en el mundo que están probados como falsos, enterate cuáles son!

Todos sabemos que los esquimales tienen 50 palabras diferentes para decir “nieve”. ¿O son 500? En todo caso, son muchísimas. Es uno de esos sencillos datos que revelan la asombrosa inventiva de los seres humanos. Mientras que nosotros vemos solo nieve, el esquimal percibe un mundo infinitamente diverso en texturas y posibilidades blancas. Maravilloso…
Excepto que no es verdad. Si algún día usted llega a hablar con un esquimal, se dará cuenta de que tiene más o menos la misma cantidad de palabras para designar la nieve que nosotros.
Descubrí esto cuando hice un recorrido en trineo por el Ártico ruso y les pregunté a los nativos. Y eso no fue todo: los esquimales inuit no viven en iglús, ¡y tampoco se besan frotándose nariz con nariz! Cuando me lo dijeron, empecé a preguntarme qué otros mitos hay en torno a los lugares remotos del planeta. Pero volvamos primero a los esquimales…

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Nieve: ¿un alud de palabras?

Para empezar, no existe un idioma esquimal único, sino una variedad de lenguas, aunque eso no ha impedido agruparlas a todas. En los años 40, el lingüista Benjamin Whorf estableció en solo siete el número de palabras esquimales para designar nieve. En la década de los 70, esa cifra había aumentado a 50, y en 1984 el New York Times se atrevió a decir que eran 100 palabras. Sin embargo, aun suponiendo que existiera un solo idioma esquimal, esos números no significan nada.
Cuando describen la nieve (o cualquier otra cosa), los esquimales inuit agregan un prefijo o un sufijo a las palabras raíz, mientras que nosotros quizá digamos “nieve húmeda”, “nieve resbaladiza” o “nieve uniforme, profunda y crujiente”. Sin embargo, lo que ellos logran es agradablemente preciso: qanninq denota nieve que cae; piqsiq es nieve levantada por el viento; uangniut, nieve acumulada por un viento del noroeste, y aniuk, nieve que se usa como agua potable. El idioma castellano también se defiende: nevada, aguanieve, copos, glaciar, nevasca, ventisca, helada, ventisquero…

Los osos polares se cubren la nariz cuando acechan a una presa

Quizá parezca un truco astuto, ya que su nariz negra los delata, pero esta afirmación es infundada, al igual que el mito de que son zurdos. Con todo, los osos sí se yerguen y agitan las garras cuando se enojan. Quizá sea esto lo que ha avivado la fantasía de esquimales y viajeros respecto a su astucia, como el cuento de que construyen muros de hielo para esconderse.

Los íconos iglús

Es cierto que los esquimales inuit construyen refugios con bloques de hielo, como nos gusta imaginarnos, pero rara vez los habitan por períodos largos; es más, conocí ancianos que jamás habían oído hablar de ellos. Como viven en las costas, buscan trozos de madera flotante en el mar, huesos de ballena, piedras y turba para construir sus campamentos; los iglús los reservan para las excursiones de caza y las migraciones.

Camellos de mal carácter

Quizá porque habitan en un mundo tan exótico, los camellos son fuente de muchos mitos: no escupen ni son portadores de sífilis (aunque sí regurgitan comida si los molestan) y sus jorobas contienen grasa, no agua. En cuanto a que son irascibles, es cierto que tienden a alterarse un poco, pero son muy afectuosos cuando uno se gana su confianza. Su reputación tal vez provenga de los ejemplares que ven los turistas, cuando visitan, digamos, las pirámides de Egipto. Gruñen por su triste destino, se levantan despacio y caminan sin ganas por la arena. Para los camellos, esos viajeros —que se untan bloqueador solar, usan sombrero y disparan constantemente sus cámaras— no son un paisaje grato. En el desierto, estos animales tienen que hacer todo lo que aumente su probabilidad de sobrevivir, así que prefieren la compañía de quienes viven con ellos. Todos los demás son un desperdicio de valiosa energía.

El lobo feroz te va a comer

Este mito sin duda se remonta a nuestro pasado lejano, cuando el lobo era un archienemigo que atacaba al ganado y amenazaba nuestra existencia. Pero si revisamos la bibliografía científica, encontraremos solo uno o dos registros de ataques a humanos comprobados, e incluso en esos casos no se sabe quién tuvo la culpa. Al contrario, los lobos han aprendido a sobrevivir evitando el contacto con el hombre. Descubrí esto cuando visité a un investigador en Polonia; hacía tres años que estudiaba a una manada de lobos y aún no los había avistado. Los lobos europeos y de otras regiones sí atacan al ganado; lo supe porque los polacos les ponen una “armadura” a sus perros pastores para ayudarlos a combatir. Sin embargo, el único lobo que se acerca realmente al hombre es el perro, el cual aprendió a ser manso y volverse útil hace miles de años.

La séptima ola es la más grande

Es algo que suele decirse, y de niño yo lo creía, incluso antes de leer Papillon. Como recordarán, Papillon, el reo francés, aseguraba que la única forma de escapar de la isla del Diablo (y de los tiburones) era dejarse llevar por esa poderosa séptima ola. Viajé a la isla y esperé largo tiempo. Llegaron muchas olas, pero, en promedio, la séptima no era más grande que la quinta, la sexta o que ninguna otra de cada serie. Desde entonces, en todos mis viajes a la playa he observado el mar y esperado en vano esa gran séptima ola…

“¡Vimos caníbales!”

Es mentira. Recuerdo a un conductor de un programa de televisión que, desde una selva de Nueva Guinea, hablaba de su tarea de esa semana: convivir con los célebres antropófagos. Eran nativos atiborrados de flechas y con un hueso atravesado en la nariz, pero yo había vivido con esa tribu 20 años antes y no eran caníbales. Siempre es lo mismo: un cuento tras otro y ni un solo caso verídico (¿o acaso se comen las pruebas?) Por supuesto, existe el famoso ejemplo de los fores, una etnia de las tierras altas de Papúa Nueva Guinea. Entre ellos hay víctimas de kuru, una infección viral similar al mal de las vacas locas causada por consumir el contenido de cráneos humanos.
También hay relatos creíbles de casos ocurridos en el Congo en la época victoriana, contados por testigos oculares como el respetado misionero inglés George Grenfell, y macabros informes contemporáneos de ejércitos que recurren al canibalismo para envalentonar a sus soldados y amedrentar al enemigo. Pero estas son aberraciones poco comunes, y todo lo demás proviene principalmente de la fantasía de los viajeros. Digo “principalmente” porque existe otra fuente de estos mitos: los propios pueblos indígenas. Al igual que muchos turistas, a veces les resulta útil “exagerar” su reputación. Si usted habita en un fétido pantano o en una selva donde es fácil enfermarse de paludismo, tiene mucho sentido y mérito lograr que lo dejen en paz para que pueda dedicarse a la tarea de sobrevivir. En cuanto a los fores, esos caníbales de Papúa Nueva Guinea que contraen kuru por comerse los sesos de los difuntos, su hábito es una práctica ritual que tiene que ver más con la vida después de la muerte que con sacar el mayor provecho del enemigo. La religión cristiana posee un rito simbólicamente parecido: la eucaristía.

Los camaleones cambian de color para confundirse con el entorno

Si bien muchos camaleones cambian de color, esto a menudo tiene que ver más con el estado de ánimo y el temperamento que con el camuflaje. Si un camaleón siente mucho frío, puede adquirir un color más oscuro para absorber calor. O quizá cambie a un tono más claro para reflejar la luz solar y así refrescarse. Por otra parte, estos reptiles con frecuencia cambian de color de piel para indicar algo; algunos, como el camaleón pantera, se tornan de color anaranjado vivo para ahuyentar a los depredadores, mientras que otros exhiben colores brillantes para atraer una pareja. Cuanto más encendido sea el color que pueda ostentar un macho, tanto más dominante será. De igual manera, puede comunicar sumisión con un tono apagado, y una hembra quizá rechace a los pretendientes no deseados con señales cutáneas poco atractivas. Así, el acto de sobresalir puede resultar más importante que el de mezclarse con el entorno. No obstante, como he comprobado frecuentemente en mis viajes, la realidad es tan interesante como el mito.

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