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De nuevo en casa

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Después de una gran pérdida, esta mujer encuentra una nueva razón para vivir.

Susanne Janson está durmiendo profundamente la mañana siguiente a un agitado día de Navidad cuando el teléfono rompe el silencio de su departamento de Estocolmo. “Ha pasado algo horrible en Tailandia,” le dice su padre con la voz temblorosa. “¿Sabes dónde están las niñas?”

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Las hijas de Susanne Josefin, de 12 años, y Eleonor, de 14, están de vacaciones con su padre y su segunda mujer y su familia en Khao, al sur de Tailandia. La pregunta de su padre llena de inquietud a Susanne. Rápidamente llama a los teléfonos celulares de sus hijas mientras su compañero, Hans Forssell, enciende la televisión. Todos los programas de noticias hablan del terremoto de la costa de Sumatra que ha provocado un muro de agua de 30 metros que finalmente acabará con 300.000 vidas en 14 países del sudeste asiático y este de África.

Los teléfonos de las chicas suenan y nadie responde. Un avance informativo habla de más de una docena de muertos procedentes de Suecia. La falta de información hace que Susanne y Hans, de 35 años, decidan ir a Tailandia y buscarlas.

El caos da la bienvenida a Susanne y Hans cuando aterrizan. En el centro de Phuket, donde se reúnen los voluntarios y las autoridades tailandesas, Susanne y Hans hayan alguna esperanza. El 5 de enero, un representante de las fuerzas aéreas tailandesas, que ha seguido buscando sobrevivientes mucho después de que las ONG dejaran de hacerlo, llega al centro de la ciudad. “No encontraremos a nadie más”, dice el hombre. Las fuerzas aéreas han suspendido la búsqueda.

Susanne todavía tiene esperanzas. Pide ir a Khao Lak, el lugar donde estaban. Allí encuentra una terrible devastación. Susanne se da cuenta de que haber sobrevivido sería poco menos que un milagro. Durante los dos meses siguientes, Hans ve con desesperación cómo Susanne cae en una depresión profunda. Apenas logra salir de la cama. Un día Susanne está en la cama leyendo un artículo que su tía le ha recomendado sobre una familia sueco-tailandesa que ayuda a las víctimas del tsunami con donaciones de los sobrevivientes suecos. Susanne se levanta y tiene una idea: podría ser voluntaria en este hogar en Tailandia y así estar más cerca de Josefin y Eleonor.

Susanne le comunica a Hans su decisión de hacerse voluntaria en el nuevo hogar para niños y familias de Phuket, y él sin dudarlo acepta.  Cuando Susanne y Hans ponen por primera vez un pie en Barnhem (vocablo sueco que significa hogar infantil) a principios de marzo de 2005, de nuevo son recibidos por el caos. Unos seis meses después del tsunami, los cuerpos de Josefin y Eleonor son identificados.

Durante los tres meses siguientes, Hans observa un cambio en Susanne. Se da cuenta de que se despierta llena de energía en vez de aletargada, con ganas de llegar a Barnhem donde puede trabajar. En julio de 2005, los fundadores de Barnhem les piden que se queden permanentemente como empleados y que dirijan el hogar y Hans acepta de nuevo sin dudarlo.

Susanne y Hans se dan cuenta de que con tantos grupos de voluntarios que ayudan a las víctimas del tsunami, pueden dirigir su atención a los muchos tailandeses que vivían en la pobreza mucho antes de que llegara el tsunami. En la actualidad, Barnhem acoge a cualquier niño o familia necesitada, no sólo a las víctimas del tsunami.

Durante los seis años siguientes y mientras se aclimata a su nueva vida y aprende a hablar tailandés, Susanne adopta el papel de matriarca de su nueva familia –hasta 47 niños en un momento dado, diez empleados tailandeses y un puñado de voluntarios, en su mayoría suecos–. Pero Susanne se centra exclusivamente en los niños y atesora los momentos de alegres juegos.

Praew*, una de las primeras niñas no-víctima del tsunami en llegar a Barnhem, es al principio muy tímida y retraída. Susanne pasa muchas horas con ella, hablándole y ayudándola a hacer los deberes. Su padre desapareció y su madre permanece en paradero desconocido. Susanne ve feliz como Praew se va haciendo más extrovertida y mejora en el colegio –pero le sigue preocupando la niña–. ¿Se enamorará de un chico y quedará embarazada? ¿La sacará algún pariente del colegio para ponerla a ganar dinero? A principios de este año, Susanne se sienta con Praew, que ya tiene 15 años y le pregunta si quiere ir a la universidad. Aunque Praew responde dubitativamente, Susanne ve un cambio inmediato en ella. Tras su conversación, Susanne oye que Praew le dice confidencialmente a un voluntario que tiene planes para ir a la universidad cuando termine el colegio.

Fame, de dieciocho años, que llegó cuando tenía 12, es el primero de los niños de Barnhem en mudarse a su propio departamento y empezar la universidad, subvencionado por una familia sueca. Vuelve al orfanato todas las semanas para ayudar a los más chicos. “Esta también es mi familia”, dice. Los penetrantes ojos azules de Susanne brillan mientras habla con él rápidamente en tailandés. Le dice con fingida severidad que tienen que hablar porque se gasta su dinero de bolsillo demasiado rápido. Pero la expresión de afecto de su cara la traiciona.

La vida de Susanne y Hans aquí –despertarse cada mañana en su casa de sencillo estilo tailandés con el ruido de las gallinas– queda lejos de su antiguo y amplio departamento en el centro de Estocolmo y del estresante mundo de la publicidad al que estaba acostumbrada Susanne. Esta nueva vida es muy diferente de aquella que giraba en torno a sus alegres hijas adolescentes, Josefin y Eleonor. “La felicidad es algo que antes tenía gratuitamente”, dice Susanne lentamente, dejando vagar su mirada más allá del patio de Barnhem. “Ahora tengo que trabajar para conseguirla. Y ahora tengo que vivir para tres.”

* Se cambiaron algunos nombres para proteger la vida privada de las personas.

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