Un hombre pasó 29 años en la cárcel por un crimen que no cometió.
Hace 30 años, dos primos, Josh, de 12 años, y Kate (no son sus nombres reales) de 11, se fueron en bicicleta a la Reserva Rocky River de Cleveland a un día de campo. Mientras caminaban, un hombre salió de entre los árboles y les preguntó si podrían ayudarlo con un venado con una pata rota que había encontrado en el bosque.
Josh lo siguió al bosque. Kate titubeó, y después corrió a reunirse con ellos. Después de que caminaron 46 metros fuera del sendero ciclista —la policía los mediría después— el hombre se dio vuelta y sacó un revólver de la campera que llevaba bajo el brazo y les ordenó que se acuesten. Sin soltar el arma, el hombre agredió sexualmente a Kate. Cuando el hombre se fue, Josh, aterrorizado, salió corriendo del bosque. Encontró a un guardaparques, que llevó a Kate al hospital y pidió por radio a otros guardias que rastrearan la zona. No encontraron pistas del individuo.
Trece días después, el agente de la policía Frank Ferrini detuvo un auto Monte Carlo verde metálico, modelo 1970, después de que pasó una señal de alto. El conductor era un hombre negro, de 23 años, con barba, y se llamaba Raymond Daniel Towler. Mientras Ferrini llenaba el formulario de la multa, revisó el identikit del violador de Kate, hecho a partir de la descripción de Josh. Le preguntó a Towler si podría ir a sacarse unas fotografías. Respondió cortésmente a las preguntas del guardia y accedió a sacarse las fotos. No tenía por qué no hacerlo.
Cuando salió de la sala donde le sacaron las fotos, vio su nombre escrito en un tablero junto a la palabra sospechoso. No sabía qué quería decir eso, pero se fue de allí bastante nervioso. Tres meses después —el 9 de septiembre de 1981— lo enjuiciaron por violar a Kate.
Los argumentos del fiscal dependían solamente de la palabra y la memoria de Kate y Josh, así como de dos testigos que habían visto a un hombre negro en el parque aquel día. Ninguno de los chicos había dicho que su agresor tuviera barba, pero dos semanas después de la violación, ambos eligieron la foto policial de un Towler con barba de entre una selección de once fotos. Un científico forense no encontró restos de fluidos corporales en su ropa, pero concluyó que los cabellos eran “de origen negro”. Eso bastó para que el jurado encontrara a Towler culpable de violación, de dos cargos de agresión a mano armada y dos cargos de secuestro. Después de la sentencia, el fiscal calificó a Towler de “animal” y agregó: “Cualquiera que abusa de los niños debe ser encerrado, y la llave debe perderse”. Towler fue esposado y sacado de la corte para empezar a cumplir su sentencia de cadena perpetua. Pero la llave de su libertad no estaba perdida. Estaba impresa en la tela de la ropa de Kate, que permanecería en un estante de la sala de pruebas durante casi tres décadas.
En los primeros años de encarcelamiento, Towler presentó apelaciones y acciones judiciales. Acudió al gobernador para solicitar la conmutación, escribió cartas a la junta de libertad condicional, pero nunca dejó que su esperanza flaqueara cuando las apelaciones se le negaron repetidamente. Su buena conducta rindió frutos: le bajaron el nivel de seguridad a “medio” y tuvo más libertades. Ahora podía pasar su tiempo libre pintando, tocando la guitarra y el teclado, y estudiando. Obtuvo dos diplomas, en Arte y Negocios.
Después de su quinto año en Marion, Towler reunió por primera vez los requisitos necesarios para solicitar la libertad condicional. Con su impecable historial, se permitió soñar la esperanza de que lo liberarían. La junta no sólo lo rechazó, sino que lo declaró sin derecho a solicitar su libertad por otros 15 años.
En 1994 fue transferido a la Institución Correccional Grafton, donde pasaría sus siguientes 16 años pintando retratos y escribiendo canciones. En 2006 escribió dos melodías para un álbum para niños, producido por los internos de la prisión, titulado Alas de Esperanza. Cuando se difundió la noticia de su producción, su fotografía y los cargos contra él inundaron los medios otra vez. “Agresor sexual lanza un CD de canciones para niños en Ohio”, decía el titular de Fox News. Revivir esa humillación le abrió las heridas a Towler. “Eso fue casi peor que los 15 años que me dio la junta de libertad condicional”, recuerda.
Cuando O.J. Simpson fue enjuiciado en 1995, Towler prestó mucha atención al uso de las pruebas de ADN y empezó a investigar los avances de la ciencia forense. Con la esperanza de que un juez permitiera las pruebas retrospectivas de ADN en su caso, ahorró dinero para los estudios de laboratorio pintando más, vendiendo cuadros a los guardias y a los internos, y enviando retratos a su hermana para que los vendiera afuera.
En 1992, Barry Scheck y Peter Neufeld crearon el Proyecto Inocencia como clínica jurídica en la Universidad Yeshiva de Nueva York. Su misión era aplicar el campo de los análisis del ADN, que avanzaba rápidamente, a posibles casos de condenas injustas. Scheck y Neufeld pedían a estudiantes de Derecho que investigaran historiales y redactaran borradores de solicitudes a la corte bajo la guía de abogados de planta que representaban a los internos. Cuando el Proyecto Inocencia exoneró a varios internos con condenas largas —algunos de los cuales estaban en el corredor de la muerte— las escuelas de Derecho de todo el país empezaron a adoptar el modelo. Ohio inició su propio proyecto en 2003.
Towler presentó todos sus documentos, y un juez aprobó su solicitud y le nombró un abogado defensor llamado John Parker. Este, que buscaba a alguien con mayor pericia, llamó a Mark Godsey, profesor de Derecho Penal en la Universidad de Cincinnati y director fundador del Proyecto Inocencia de Ohio (OIP, por sus siglas en inglés).
En septiembre de 2004, él y Parker hicieron arreglos para que la ropa interior de Kate, las raspaduras de uñas y los dos cabellos se enviaran a un laboratorio de ADN en Nueva Orleans. No se encontraron rastros de semen ni de ADN masculino en la ropa interior, y los sobres que contenían el material de las uñas y los cabellos estaban vacíos. Que las pruebas hayan desaparecido por accidente, sabotaje u otra causa sigue siendo un misterio, pero para Towler el resultado era el mismo: acababa de perder otra batalla.
Los técnicos de un laboratorio de Cincinnati hicieron gratuitamente las pruebas de la ropa interior de Kate. Sí encontraron semen en la tela y ADN de un varón que no era Raymond Towler, pero no pudieron localizar espermatozoides. La fiscalía sostuvo que el ADN pudo haber resultado de la contaminación de las pruebas; por ejemplo, un hombre que abriera la bolsa de las pruebas y estornudara. “Era un argumento idiota —afirma Godsey—, pero no podíamos refutarlo”. Se determinó que el resultado no era concluyente, y Towler siguió tras las rejas.
Después, en cuestión de meses, Godsey oyó hablar de un laboratorio de Texas que había creado una solución para sacar espermatozoides de la tela. Mandó la ropa interior allá en el verano de 2009. Las pruebas se retrasaron hasta abril de 2010, pero los resultados finalmente llegaron. Nunca olvidará el momento en que los vio. “Hemos llegado a un punto en que las pruebas pueden cesar”, escribió Rick Staub, director del laboratorio forense en Dallas.
El ADN que se analizó a partir del esperma, dijo, muestra claramente que NO ES DE RAYMOND TOWLER.
Cuando Towler recibió la noticia en la prisión Grafton. Luego la jueza golpeó el mazo, los flashes de las cámaras destellaron y los funcionarios abrieron la puerta para que él saliera. Era el 5 de mayo de 2010, y después de 28 años, 7 meses y 19 días tras los barrotes, Raymond Daniel Towler, de 52 años, descendió los escalones de la corte y salió al aire fresco de un mundo libre.
A Towler le ha costado trabajo adaptarse. Un ejecutivo de Medical Mutual of Ohio, en Cleveland, hizo caso omiso de la laguna de 29 años en los antecedentes de Towler y le ofreció un trabajo como repartidor de correo en una de las oficinas de la empresa.
Cuando no está trabajando, Towler pinta y toca la guitarra para la Iglesia Baptista Mount Zion en Oberlin, Ohio. Ha formado con otros hombres exonerados una banda llamada Espíritu y Verdad, que ha tocado en un par de eventos para recaudar fondos para el Proyecto Inocencia, y planea grabar un álbum. También ha regresado a la prisión Grafton a actuar para los internos, quienes lo recibieron con una mezcla de calidez, orgullo y desesperación.
En mayo pasado, Towler recibió dinero compensatorio del estado, cuyos actuarios habían determinado que el valor de un año de libertad es de 47.000 dólares. Se le debían más de 1,3 millón de dólares —también pudo haber interpuesto una demanda por salarios caídos— y en realidad recibió considerablemente más, aunque no quiere decir cuánto. A nadie le importa, pero también le parecen absurdas las preguntas de cuánto le “ganó” al estado: ninguna cantidad es una compensación justa.
A este hombre apacible le duele recordar algunas de las cosas que pasaron. “Pero, créeme, no son más importantes que las cosas que me esperan —dice, sonriendo—. Ni de cerca”.