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Leymah Gbowee, premio Nobel de la Paz

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Una de las tres ganadoras del Nobel de la Paz, habla de sus esperanzas y sus temores.

La joven liberiana Leymah Gbowee imaginaba un futuro brillante. Quería estudiar Biología y Química en la universidad y llegar a ser pediatra. Pero, como escribe en su libro autobiográfico Mighty Be Our Powers (“Que nuestro poder sea fuerte”), todo lo que había conocido y soñado ya no existía: su país estaba devastado por la guerra civil; su barrio, destruido; su familia, dispersa, y ella había abandonado sus planes personales.

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Aunque Gbowee nunca llegó a ser médica, sí se convirtió en sanadora. Pero primero afrontó años de terror. Mientras los rebeldes, encabezados por Charles Taylor, intentaban derrocar al corrupto presidente Samuel Doe, ambos bandos se trenzaron en una espiral de violencia. Gbowee vio cómo asesinaban civiles en frente de ella. En una iglesia hubo una matanza.

“Entre los bancos, donde cantábamos y orábamos…, ellos violaron, apuñalaron, acribillaron y dieron machetazos”, refiere.

Con algunos parientes, huyó de un albergue improvisado a otro, pasó hambre muchas veces y durante un tiempo vivió en un campamento para refugiados infestado de mosquitos, en Ghana. Las cosas empeoraron. Cuando regresó a Liberia, en 1991, después de que se formó un nuevo gobierno interino, Gbowee vio una devastación total. “La gente había huido y dejado sus casas en manos de los combatientes—cuenta—, y los que regresaron y vieron que sus posesiones habían desaparecido, saquearon lo que quedaba en las viviendas de otros. Mi vida se había reducido a nada”.

Gbowee se relacionó con un hombre llamado Mens que la golpeaba, y justo cuando iba a abandonarlo, descubrió que estaba embarazada. Al verse sin salida, se quedó y tuvo dos hijos más con él. Pero esto no quebrantó su espíritu. Empezó a estudiar en un programa del UNICEF para ayudar a personas traumatizadas por la guerra.

Finalmente, embarazada de nuevo, tomó una decisión. Con ayuda de su familia, dejó a Mens, se hizo cargo ella sola de sus hijos e imaginó un movimiento de mujeres que exigieran la paz en Liberia. En ese entonces, Taylor era presidente y se había desatado otra guerra civil.

Viajando de aldea en aldea, Gbowee empezó a organizar a las mujeres. Contra todas las expectativas, logró que las cristianas y las musulmanas se unieran; bajo su liderazgo, miles de mujeres, todas vestidas de blanco para simbolizar la paz, realizaron protestas y manifestaciones frente a las oficinas de los organismos del gobierno.

Fue el grupo de Gbowee el que aceleró la renuncia de Taylor y el final de la guerra civil, en 2003. Las mujeres exigieron el derecho de votar y triunfaron cuando Ellen Johnson Sirleaf, la primera presidente mujer de África, fue electa en 2005.

La tarea de Gbowee no terminó allí. Apareció en el documental “Oremos para que el demonio regrese al infierno”, y hoy viaja por el mundo como directora ejecutiva de la Red de Mujeres por la Paz y la Seguridad en África. Se reúne con presidentes de países, directores generales de empresas, líderes comunitarios y habitantes de aldeas para abogar por su causa.

Gbowee, de 39 años, y con seis hijos, concedió una entrevista en una visita a Nueva York. Su calidez, sinceridad y deseos de hacer más impresionan.

¿De dónde saca tanto valor?

De mi fe. He llegado a una conclusión: todo lo que soy, todo lo que aspiro a ser, todo lo que fui antes, es por la gracia de Dios. Hay muchas mujeres, dentro y fuera de África, que son más inteligentes que yo. 

Pero algo debió darle el valor para salir de su desesperada situación.

Alguna puerta se le abrió… Ocurrió algo cuando oí a uno de mis hijos decirle a mi madre que le tenía miedo a su papá. Me enojé conmigo misma por permitir que mis hijos vieran tanto abuso. A partir de ese momento juré protegerlos y no seguir atrapada. Incluso ahora, cuando hablamos de los derechos de las mujeres, sé que mis hijas se beneficiarán, aunque a mí no me toque. Cada vez que miro a mi alrededor, la promesa que les hice a mis hijos de protegerlos me da valor. El motivo por el que me importa difundir mi libro es que espero que puedan enviarse miles de ejemplares a África para las mujeres y las jóvenes, para que sepan qué pueden hacer.

¿Alguna vez siente miedo?

A veces. Mi momento más aterrador fue el 23 de marzo, cuando fuimos a Nigeria a protestar en nombre de las mujeres de Costa de Marfil. No temía por mí, sino por las mujeres que estaban en las calles; pensaba en la última serie de ataques represivos. Mis colegas obtuvieron pases para entrar en el centro de conferencias donde los presidentes se habían reunido [para hablar sobre África Occidental]. Mi conciencia jamás me
habría permitido estar sentada adentro mientras las mujeres corrían peligro afuera, así que me uní a la protesta. Si esas mujeres protestaban bajo un sol abrasador, yo, que las junté, debía estar con ellas, en vez de estar sentada en una conferencia aburrida.

Pero a lo que nunca le he tenido miedo es a pararme frente a gente importante y decir realmente lo que pienso. Represento a mujeres que quizá nunca tendrán oportunidad de ir a la Organización de Naciones Unidas (ONU) ni de hablar con un presidente.

¿Qué desea que los lectores entiendan de sus libros?

Quiero romper el mito de las mujeres africanas de senos flácidos con tres niños en la espalda y un plato vacío en las manos. Quiero echar abajo el mito de que somos víctimas todo el tiempo. Aun como víctimas, sobrevivimos. Somos mujeres fuertes que sufrimos mucho, y a pesar de eso nos mantenemos de pie. Yo hablé con un grupo de niños estadounidenses, y un chico de ocho o nueve años me dijo: “Regresa a tu país, perdedora”. ¿De dónde sacó eso? No quiero que ninguna otra mujer africana sea tachada de perdedora en este país. Donde quiera que te encuentres, puedes levantarte. Nada ni nadie puede impedir que seas lo que quieres ser.

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