Algunas pautas para agregar años a la vida, y vida a los años.
Muchos vuelven la mirada a sus padres para conocer su futuro. Así, cuando la madre de Karen Petcoff murió de cáncer de pulmón a los 55 años, Petcoff decidió tomar medidas para proteger su salud. Hija de inmigrantes escoceses de la posguerra, fue criada con una dieta de mucha carne y pocas verduras. “Comíamos filetes que llenaban nuestros platos —dice—. Y si había verduras, eran de lata”.
Hoy no se ve carne con grasa en su cocina. Lo que sí se hay son cuencos rebosantes de fruta fresca en los mostradores de su soleada casa de Toronto, Canadá. “Para mí, el viejo adagio es ‘Vives lo que aprendes’. Yo necesitaba desaprender algunos malos hábitos rápidamente”, dice Petcoff, mientras espolvorea una mezcla de nueces tostadas, semillas y fruta seca sobre la montaña de verduras que ocupa la mayor parte de un plato pequeño y cuadrado. “Si fue la dieta de mi madre, el tabaquismo o una combinación de ambas cosas, esas fueron sus elecciones. Yo decidí que no iban a ser las mías”.
Petcoff, de 49 años y madre de dos hijos, se sirve una copa de vino tinto y se sienta a comer. “Para mí, el cambio más grande llegó después de oír hablar a Dan”.
Petcoff habla de Dan Buettner, autor de The Blue Zones (Las zonas azules). Lo conoció en enero de 2009, cuando dio una charla en la Asociación de Neumología de Ontario, donde Petcoff trabaja en marketing y comunicaciones. Cuando Buettner describió el proyecto Zonas Azules, que ha pasado a ser el trabajo de su vida, Petcoff se quedó impresionada. “Dan describía una manera lógica y natural de mejorar la salud pulmonar, la salud cardíaca y el bienestar emocional y espiritual”, comenta.
Y bien que lo sabe: casi dos años después, está cosechando los beneficios del estilo de vida de las zonas azules. “El hecho de que mis concentraciones de colesterol disminuyeran en más de un punto, mi presión arterial bajara a 110/70 y tenga un talle menos es solo un plus”.
En su libro, Buettner describe cuatro de las zonas azules, pequeñas áreas geográficas del mundo donde las personas viven vidas inusualmente largas y sanas: un área montañosa en la isla italiana de Cerdeña, habitada mayoritariamente por pastores; un área en Loma Linda, California, donde vive un grupo de adventistas del séptimo día; una región en las montañas de la península de Nicoya, en Costa Rica, que alberga a un grupo de aldeanos; un área en Okinawa, Japón, habitada por una comunidad de jardineros. Desde entonces, Buettner ha identificado una quinta zona —en la isla de Ikaria, en Grecia— y está considerando agregar una sexta, el área de South Shore, en Nueva Escocia, Canadá.
Entre los habitantes de estas comunidades, las probabilidades de llegar a la edad de cien años son hasta diez veces mayores que para el occidental promedio, mientras que las incidencias de la enfermedad cardiovascular y el cáncer (principales causas de muerte en muchos países) son significativamente menores.
A primera vista, Buettner consideraba a estas zonas increíblemente diversas. Pero cuando él y su equipo de investigadores viajaron por todo el planeta y entrevistaron a cientos de centenarios, les impresionó descubrir similitudes notables en la dieta y en el estilo de vida que llevaban las personas que vivían en estas zonas diferenciadas. Según Buettner, estos factores comunes ofrecen “la mejor y más creíble información que existe para agregar años a la vida y vida a los años”.
Pensemos en la pequeña Gozei Shinzato de Okinawa. Tenía 102 años cuando conoció a Buettner. Shinzato llevaba una vida sencilla en una casa de madera y papel de arroz, y comía ajo, melón amargo, cebollines y cúrcuma, todo cultivado en su jardín. Y, pese a su edad, se ponía de pie y se sentaba con agilidad en la estera donde servía a sus visitas té de jazmín, tofu y sopa de verduras.
Giuseppe Mura, también de 102 años, vivía con su hija de 65, y la familia de ésta en la isla de Cerdeña. Toda su vida agricultor y pastor, Mura bebió cerca de un litro de vino tinto por día. Como la mayoría de los sardos, comía principalmente habas, queso pecorino y pan integral, además de un poco de carne cuando podía pagarla, lo que no ocurría con frecuencia.
Buettner se dio cuenta de que en el centro del estilo de vida de las zonas azules estaba el conocimiento de que los alimentos naturales y no procesados —con muchas verduras y poca carne— lo hacen vivir más que cualquier píldora. Y no es complicado adoptar ese estilo de vida. “La dieta de las zonas azules toma en consideración una diversidad de alimentos de los cuatro grupos principales —afirma Anna Leiper, dietista clínica de Capital Health, un servicio médico de Halifax—. Las recomendaciones son flexibles, y esto es esencial: cualquier dieta que adoptemos tiene que ser algo a lo que podamos apegarnos hasta los 90 años”.
Ideas para mantenerse siempre sano
Solo observe las sencillas pautas de Buettner:
Limite su consumo de carne
Ninguno de los centenarios de las zonas azules son grandes carnívoros. En Loma Linda, la mayoría es vegetariano. En Okinawa, Cerdeña y la península de Nicoya, la carne se reserva para las ocasiones especiales. Buettner recomienda comer carne una o dos veces por semana a lo sumo, y en porciones no más grandes que un mazo de naipes.
Las legumbre aportan mucha nutrición
Junto con la soja, estas legumbres son el plato principal en las dietas de las zonas azules. En la península de Nicoya, los porotos con tortillas son parte de todas las comidas. Los okinawenses, por otra parte, obtienen su proteína de la soja; en las sopas de miso o en el tofu. “Los porotos y el tofu aportan proteína sin el colesterol de un producto animal —dice Leiper—, y también contienen mucha fibra”.