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¿Qué tan honrados somos?

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Para saberlo, «perdimos» 960 teléfonos celulares en 32 ciudades del mundo. ¿Cuántos nos devolverían?

Poner a prueba la honestidad

Una tarde apacible en los bosques de Palermo, el parque más grande de Buenos Aires, mientras practica aerobismo, Marcelo Elías pasa al lado de un teléfono celular abandonado que está sonando. El conserje de 38 años lo contesta. “Sí, encontré su aparato cerca de la pista”, le dice a la mujer que habló. “¿Dónde está usted?”

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La dueña, agradecida, le responde que se encuentra a cinco cuadras de allí. Poco después, Marcelo llega corriendo hasta ella y le entrega el celular.

Del otro lado del mundo, en una plaza del animado y cosmopolita distrito de Soho, en el centro de Londres, se ha extraviado otro celular, junto a la estatua del rey Carlos II. Cerca de allí, un hombre de casi 30 años, que lleva un saco negro informal, les está dando de comer pan a las palomas. Espera a que pase un grupo de turistas japoneses y levanta de repente el teléfono. Mira a su alrededor y se dirige rápidamente hacia la atestada calle Oxford. No hace ninguna llamada a los números guardados en el directorio del aparato, y el dueño de éste no lo ha vuelto a ver.

En la capital húngara de Budapest, Ildikó Juhász, una mujer pensionada de piel bronceada y aspecto juvenil, encuentra otro celular que está sonando en un centro comercial. Lo agarra, habla con la mujer a quien se le cayó y espera pacientemente en un banco a que vaya a buscarlo. “Yo devuelvo todo lo que encuentro”, le dice Ildikó a la mujer. “Una vez encontré una tarjeta del seguro social y me pasé una semana rastreando a la persona a quien le pertenecía”.

En cada uno de estos incidentes, las personas que perdieron su teléfono no eran gente descuidada, como parecía, sino investigadores de Reader’s Digest que hacían un experimento. El año pasado fuimos noticia en todo el mundo cuando medimos los buenos modales alrededor del globo (“Qué tan amables somos”, julio de 2006). Este año pusimos a prueba la honestidad de la gente, y enviamos periodistas a las ciudades más pobladas de 32 países para abandonar 960 teléfonos celulares de precio medio en lugares públicos.

Observamos desde cierta distancia, hicimos sonar los aparatos y esperamos a ver si alguien contestaba y nos los devolvía, si nos llamaba más tarde a los números que habíamos programado en los teléfonos… o si se quedaban con ellos; después de todo, se trataba de celulares nuevos con tarjetas SIM que permitirían a las personas utilizarlos si los conservaban, lo cual era muy tentador.

En Mumbai, donde un hombre tomó un teléfono en un almacén, el dueño movilizó a un grupo de amigos para aprehenderlo.

Luego calificamos la honestidad de cada ciudad de acuerdo con el número de teléfonos que recuperamos. No era un estudio científico, sino una foto instantánea de cómo se comportan las personas comunes y corrientes cuando enfrentan inesperadamente el dilema: ¿lo devuelvo o me lo guardo?

Lo que descubrimos nos sorprendió y nos intrigó

Eslovenia tal vez sea un país joven —ganó su independencia de Yugoslavia apenas en 1991 e ingresó en la Unión Europea en 2004—, pero los habitantes de su capital, Liubliana, poseen un sentido de civismo chapado a la antigua. La pequeña y pintoresca ciudad, situada en las faldas de los Alpes, fue la más chica en nuestra investigación, con una población de apenas 267.000. Tal vez por eso terminó en primer lugar en nuestro ranking de honestidad. Desde una monja en una parada de ómnibus hasta un joven mozo en un bar, que además recuperó una campera de piel que olvidó sin darse cuenta nuestro periodista, sus residentes fueron serviciales casi al ciento por ciento, y solo uno de los 30 celulares abandonados no nos fue devuelto.

¿Podrían ser tan honrados los ciudadanos de una ciudad mucho más grande, con todo su estrés y sus presiones? Los habitantes de Toronto, Canadá (con una población de 5,4 millones) estuvieron muy cerca y devolvieron 28 de los 30 teléfonos que dejamos. “Si uno puede ayudar a alguien, ¿por qué no lo va a hacer?”, dijo el agente de seguros Ryan Demchuk, de 29 años, quien nos entregó un celular que encontró cerca del banco TD en una galería subterránea. “La integridad de esta ciudad es excepcional. Perdí mi cartera y la recuperé, y en dos semanas devolví dos billeteras”.

Seúl, Corea del Sur, ocupó el tercer lugar en nuestra clasificación, seguida por Estocolmo, Suecia, donde, para las personas con quienes hablamos, “hacer lo correcto” era parte de la vida cotidiana. La inspectora de boletos de ferrocarril Lotta Mossige-Norheim, que encontró nuestro celular en una calle comercial y lo devolvió, comentó: “Siempre estoy llamando a personas que se olvidan su teléfono en el tren”.

Algunos se sorprendieron cuando Nueva York terminó en primer lugar en nuestra clasificación global de la amabilidad del año pasado, pero los neoyorquinos demostraron que no fue una casualidad al empatar en el quinto lugar este año con la ciudad india de Mumbai, y Manila, en las Filipinas. En cada una de ellas, nos devolvieron 24 de 30 aparatos.

Al principio, cuando vio nuestro teléfono junto a una fuente en el Central Park de Nueva York, Derrick Wolf, de 25 años y empleado en el sector tecnológico, lo tocó nerviosamente con el pie antes de agarrarlo y hablar con nosotros. “Esperaba que no fuera una bomba”, nos dijo. “El temor por la seguridad tal vez desaliente a algunos neoyorquinos a levantar un celular abandonado, pero la mayoría son muy honestos”.

En Mumbai, los habitantes estaban tan ansiosos por demostrar la integridad de su ciudad que, cuando un hombre tomó un teléfono que dejamos en el almacén de Manoj Patil y le dijo que iba a quedarse con él, el dueño del negocio movilizó a un grupo de amigos para aprehender al culpable en el local de ropa cercano donde trabajaba como vendedor y llevarlo a afrontar las consecuencias. “Sí, le hubiera devuelto su teléfono”, dijo el hombre en un intento por convencer a nuestro periodista, mientras una turba iracunda lo criticaba por su comportamiento. “Entonces, ¿por qué lo apagó?”, le preguntó nuestro investigador. En ese momento, el hombre se rió, apenado, y huyó.

La capital de Malasia, Kuala Lumpur, y Hong Kong empataron en el fondo de la clasificación con apenas 13 de 30 celulares devueltos.

Además del conserje honesto del comienzo de este artículo, otro de los teléfonos extraviados en Palermo fue recogido por un guardia de seguridad que lo apagó inmediatamente. Poco después encontramos a otros colegas del guardia y les preguntamos inocentemente si habían hallado un celular perdido. Estos se comunicaron por radio con todos los guardias del parque y el resultado fue negativo. “No se haga problema —nos dijeron—. Si lo llega a encontrar uno de nosotros lo dejará en la oficina de Objetos Perdidos”. Pero eso nunca ocurrió.

De hecho, parece que no siempre se puede confiar en alguien uniformado, ya que éste fue uno de los seis guardias de seguridad de centros comerciales, en ciudades desde Hong Kong hasta Sydney, que se guardaron los aparatos y no nos avisaron que los habíamos perdido, según  observaron nuestros investigadores. Sin embargo, para nuestra tranquilidad, todos los agentes de la policía con que nos encontramos actuaron con honradez (para la grata sorpresa de nuestro periodista en San Pablo, Brasil, país donde existe la idea de que los guardianes de la ley son siempre corruptos).

En Bucarest, Rumania, que empató con Amsterdam en el fondo de las clasificaciones europeas, con 16 teléfonos no devueltos, un hombre de treinta y tantos años, vestido con suéter azul, estaba ávido de quedarse con un celular que dejamos en un carrito de supermercado. Colgó cuando nuestro periodista trató de comunicarse con él, luego corrió hasta su auto Skoda, pisó el acelerador hasta el fondo y salió del estacionamiento. De hecho, parece que en la capital rumana hace falta un poder superior para fomentar la honestidad. Stanciu Vica, de 68 años, fue una de varias personas que mencionaron la religión para explicar la ayuda que nos prestaron. “Pero, ¿cómo podría tomar algo que no me pertenece legítimamente? —preguntó—. Dios me convertiría en piedra”.

Un teléfono fue hallado por un guardia de seguridad en Buenos Aires: nunca lo recuperamos.

La riqueza no resultó garantía de honradez

En la próspera Nueva Zelanda, una mujer cincuentona y elegantemente vestida tomó un celular “extraviado” sobre una repisa frente al exclusivo almacén Smith & Caughey’s, en Auckland, se fue corriendo por la calle y jamás intentó contactar a nuestro periodista. En cambio, una joven mujer brasileña, que casi parecía indigente e iba acompañada de tres niños pequeños, nos entregó el celular que recogió en un parque de San Pablo. “Quizá no sea rica —explicó—, pero mis hijos conocerán el valor de la honestidad”.

En muchos países la gente nos comentó que creía que los jóvenes se comportarían peor que sus mayores. Sin embargo, descubrimos que eran igualmente honestos. En la zona de restaurantes de Plaza Universidad, en la Ciudad de México, una pareja de setenta y tantos años pasó junto al celular que habíamos dejado en el piso; luego, el hombre regresó como una flecha y lo levantó. La pareja no atendió el llamado de nuestro investigador y escapó a la mayor celeridad posible por una escalera mecánica.

Por otra parte, en Harlem, Nueva York, un joven negro, de trencitas, levantó el teléfono del asfalto y se puso de acuerdo para verse en una esquina con nuestro periodista por la noche. Johnnie Sparrow, de 16 años de edad, iba acompañado de un grupo de muchachos afroamericanos más jóvenes que, evidentemente, lo admiraban. Cuando el periodista les habló de la prueba secreta a que habíamos sometido a su ejemplar amigo, Johnnie les dijo con orgullo: “Hice lo correcto”.

Las mujeres se mostraron ligeramente más predispuestas a devolver los teléfonos que los hombres. “Ellas tienden a buscar oportunidades para mejorar las relaciones sociales, y una buena acción es una forma de lograrlo”, comenta Terrence Shulman, abogado y fundador del Centro Shulman para el Hurto y Gasto Compulsivos, en Franklin, Michigan. “También son menos propensas a tener una mentalidad delictiva”.

En todo el mundo, la razón más común que dieron las personas para devolver los teléfonos fue que ellas habían perdido alguna vez un objeto valioso y no querían que otros sufrieran como ellas. “A mí me han robado tres autos, e incluso la ropa para lavar, en el sótano”, comentó Kristiina Laakso, de 51 años, quien nos ayudó en Helsinki.

Un niño holandés imploró a sus padres quedarse con el aparato que encontró. Ellos cedieron.

El agente inmobiliario Lewis Lim prefirió devolver un teléfono abandonado en el distrito financiero de Singapur en lugar de dejarlo para que lo descubriera alguien menos escrupuloso. “Perdí un celular y la persona que lo encontró me mandó un mensaje de texto para decirme que me lo entregaría si le daba 200 dólares. Ahora no me atrevo a llevar aparatos caros”.

Otros ciudadanos serviciales estaban conscientes de cuán importante puede ser un teléfono, independientemente de su costo, por la información personal que contiene. Yann, un mensajero que encontró nuestro teléfono cerca de las oficinas del banco HSBC, en París, explicó: “Una vez encontré un celular precioso que pertenecía a un alto funcionario de la embajada de Egipto. Tenía los números telefónicos de gente muy importante, y lo devolví, por supuesto”.

En algunos casos influyeron mucho los padres. “Mi mamá y mi papá me enseñaron que uno no debe tomar  algo que no le pertenece”, dijo Muhammad Faizal Bin Hassan, empleado de un centro comercial de Singapur que contestó nuestro llamado al teléfono.

Muchos adultos que iban acompañados de niños se mostraron deseosos de enseñarles cómo comportarse cuando vieron nuestros teléfonos.

Mohammad Yusuf Mahmoud, de 33 años, iba con sus dos hijas pequeñas cuando contestó a nuestro llamado y confirmó que había encontrado el celular en una concurrida calle comercial solo para peatones. “Me alegro de que mis hijas estuvieran aquí para presenciarlo. Espero que sea un buen ejemplo”, dijo.

Sin embargo, no a todo el mundo le preocupaba causarles una buena impresión a sus hijos. En Amsterdam, un niño holandés de unos diez años les suplicó a sus padres que le permitieran quedarse con un aparato que encontró en la Kalverstraat. Parecían tener dos opiniones distintas, pero después de que el chico besó a su madre en la mejilla y le regaló una amplia sonrisa, cedieron.

¿Cómo se desempeñó el planeta Tierra en nuestra prueba de honradez?

En todas partes nuestros periodistas escucharon comentarios pesimistas respecto a las probabilidades de recuperar los teléfonos. “Todo se ha vuelto muy deshonesto en Alemania”, se quejó Doreen, asistente de ventas de Berlín. Muchos de los tailandeses que entrevistamos en Bangkok pensaban que tendríamos suerte si recobrábamos la mitad de los aparatos. Nuestros investigadores en Milán estaban convencidos de que sus compatriotas serían demasiado “astutos y falsos” para ayudarnos.

Los habitantes de la Ciudad de México opinaron que una mala economía obligaría a la gente a ser egoísta. Con todo, en Berlín y Bangkok devolvieron 21 de 30 teléfonos, y 16 en Buenos Aires.

En total, nos restituyeron 654 celulares, un alentador 67 por ciento. “A pesar de lo que nos dicen los medios, la delincuencia no es la regla”, comenta Paul Ekman, psicólogo de la Universidad de California, autor de Emotions Revealed (“Emociones reveladas”) y especialista en el engaño. “La gente quiere confiar en los demás y que los demás confíen en ella”.

Ferenc Kozma no objetaría tal afirmación. Este húngaro de 52 años, que trabajaba en la construcción, hace seis años que no tiene hogar, pero nunca se le ocurrió quedarse con el teléfono que encontró en una plataforma de tren en Budapest. “Encontramos cosas y las perdemos —dijo Kozma—. Pero nunca pierde uno la honestidad”.

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