Durante una investigación se descubrió que los pulmones extraían del aire pequeñas partículas que eran absorbidas por la sangre.
Mientras los dos hombres observaban con atención, la alondra que estaba dentro de la campana de vidrio «comenzó a dar muestras de cansancio y a marearse» al cabo de diez minutos, murió. Las manos que habían colocado al pájaro en la campana eran las de Robert Hooke, el joven ayudante del químico y naturalista Robert Boyle. Ambos realizaban un experimento en el laboratorio de Boyle con el objeto de comprobar el efecto de la falta de aire en los seres vivos. Valiéndose de una bomba, extrajeron lentamente todo el aire que había en el interior de la campana. La muerte del pájaro, concluyó Boyle, demuestra que «el aire tiene alguna cualidad, la cual todavía no alcanzamos a comprender, que lo hace necesario para la vida de los animales».
Respirar para «enfriar el corazón»
Aunque se trataba del año 1659, la idea que se tenía de la respiración no había cambiado un ápice desde el siglo II dC, cuando Galeno proclamó que los animales respiraban simplemente para enfriar el corazón por medio del aire.
Las investigaciones del médico británico John Mayow demostraron que, durante la respiración, los pulmones extraían del aire pequeñas partículas que eran absorbidas por la sangre. El aire expulsado por los pulmones no servía para mantener la vida. Un siglo después, Joseph Priestley logró aislar el gas que hace posible la vida animal. Lo que él llamó «aire deflogisticado» se conocería posteriormente con el nombre de «oxígeno».