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Ingenio celta

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Los celtas, un pueblo industrioso

Ingenio celta

Los celtas de Bretaña eran habilísimos artesanos. Entre sus posesiones más preciadas estaban los suntuosos torques, collares y brazaletes hechos de tiras retorcidas de oro, que a veces se ofrecían a los dioses de las aguas arrojándolos a ríos y lagos. Los propios romanos, que invadieron Bretaña en el siglo I, se sintieron deslumbrados por los torques celtas y los emplearon para recompensar el valor de los soldados.

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Los torques se confeccionaban fundiendo oro, mezclado con cantidades variables de plata y de cobre, en un horno de arcilla alimentado con carbón. Para avivar las llamas y lograr un calor muy intenso que fundiera los metales, se utilizaban grandes fuelles de cuero.

Oro de los montes Wicklow

Los orfebres colocaban el oro en un yunque de hierro y, sujetándolo con unas pinzas largas, lo laminaban a golpes de pequeños martillos y después lo bruñían con arena y serrín para darle un acabado pulido. A continuación, cortaban las láminas en tiras, colocaban varias tiras entre dos cuñas de madera y las retorcían a mano formando un cordón. Por último, remataban los extremos con grandes esferas, modeladas con herramientas de hueso. Los extremos del torque quedaban a cierta distancia, de manera que el flexible collar de oro se pudiera ajustar a la garganta de quien lo lucía. Se cree que buena parte del oro con el que se confeccionaban los torques de Bretaña procedía de los montes Wicklow de Irlanda. Algunos orfebres también eran comerciantes y recorrían el país vendiendo sus mercancías.

Otros torques estaban hechos con oro importado de Francia: de Cevennes y de los Pirineos. Los primeros torques, del siglo V a. C., pertenecen a una cultura celta específica conocida como La Tène, nombre de una ciudad del noroeste de Suiza donde se han descubierto numerosos objetos. Variaban mucho de peso y tamaño. Los usaban los guerreros y también se enterraban en las tumbas, ciñendo el cuello de mujeres y niñas. A veces se utilizaban como brazaletes y cinturones. Pero estos hermosos objetos no eran un simple ornamento personal: también decoraban los santuarios y los bosques sagrados.

El caballo de Uffington

Extremando las precauciones para no despeñarse por la escarpada ladera, un grupo de celtas de finales de la Edad del Bronce se reunió en lo alto de una colina próxima a la actual Ridgeway, en el sur de Inglaterra. Ocurría esto entre el año 1600 y el 1400 a. C., y el propósito de aquellos hombres era grabar la silueta de un caballo en la ladera. En primer lugar trazaron el perfil, probablemente colocando cuerdas y palos en el prado. Quizá los artistas se sirvieron de un modelo dibujado a pequeña escala sobre madera, cuero o tela. El Caballo Blanco de Uffington, como se le conoce hoy, mide 110 m de longitud y 40 m de altura. Una vez trazado el perfil, rellenarlo era una tarea simple, aunque laboriosa. Pero los artistas no se limitaron a grabar la silueta del caballo en aquella colina cretácea, sino que, sirviéndose de palas de madera y de rascadores de bronce, cavaron fosos en la tierra y los rellenaron con caliza extraída de la colina. Se trata de una imagen muy estilizada: el cuerpo es extrañamente delgado y las patas apenas están esbozadas con unas vigorosas líneas. El resultado tiene un aspecto sorprendentemente moderno, más impresionista que realista.

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