Aunque las máquinas que pueden, en teoría, hacerlo todo ya detectan y diagnostican enfermedades, nadie pudo imaginar el impacto que tendrían en nuestras vidas por medio de las redes sociales.
De la misma manera como les pasaba a los niños del último cuarto del siglo XX que no concebían el mundo sin la TV a color, los de hoy tienen dificultades para entrever una sociedad sin laptops, tablets, y teléfonos inteligentes llenos de aplicaciones, pero esa época existió y las computadoras estaban dentro de ella, solo que no eran personales, sino máquinas enormes confinadas en fábricas u organismos estatales. Aún así, había quienes anticipaban este presente. Una parte al menos. Sin la mirada más inocente o temerosa (pero también ingenua en este aspecto) de los 60 sobre el tema, Thomas Hoover contó, en noviembre de 1980, a los lectores por qué creía que ya estábamos en medio de la época dorada de estas máquinas.
Charla con una Computadora
Cuanto tiempo falta, según el lector, para que las computadoras charlen por teléfono con los seres humanos en un lenguaje gramaticalmente correcto, ayuden a los médicos a determinar los síntomas del enfermo y hasta hagan un diagnóstico o sugieran análisis clínicos adicionales, ¿y ganen al póquer a fuerza de analizar el estilo de cada jugador?
Si sitúa estas maravillas en el presente, ha dado en el punto. Tales artefactos ya existen y empiezan a cambiar nuestras vidas. Pertenecen al mundo de la inteligencia artificial (IA), descrito por Marvin Minsky, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, en Cambridge (Massachusetts), como “la ciencia de lograr que las máquinas realicen tareas que requerirían discernimiento si las llevaran a cabo los humanos”.
Durante varios años la IA se limitó al ajedrez electrónico, donde hasta los grandes maestros se vieron en apuros para superar a la computadora. En la actualidad, Nicholas Findler, de la Universidad Estatal de Nueva York en Buffalo, casi ha perfeccionado otro programa con capacidad para doblegar a muchos jugadores de póquer, sea cual fuere su estilo. Este juego es particularmente interesante, ya que exige mucho más que la simple lógica. Por cierto, que los participantes en el programa desconocen a veces cuál de sus contrarios es la computadora, pues suelen jugar aislados y a través de una pantalla de televisor. Por muy triviales que nos parezcan estos entretenimientos, ayudan enormemente a solucionar algunos problemas humanos, y ese es uno de los objetivos fundamentales de la IA.
Ahora que los investigadores han encontrado la manera de traducir los sonidos a un molde digital para almacenarlos dentro de una ficha de circuito integrado, la computadora puede almacenar un léxico copioso. El mercado tiene ya relojes, calculadoras, juguetes educativos hasta 500 palabras. Otro hallazgo, y de los más loables, es una máquina capaz de escudriñar
una página, reconocer letras, palabras y frases, aplicar reglas fonéticas, sintetizarlo todo y leer el texto en voz alta y con un lenguaje comprensible.
Muy pronto crearemos máquinas inteligentes capaces de escuchar y responder comparando órdenes habladas con el vocabulario almacenado en su memoria, hasta que encuentren la combinación conveniente. Ya podemos pedirle a una computadora que organice un grupo de paquetes, que rellene planillas y hasta que lleve la cuenta de las transacciones del mercado de valores. Y está actualmente bajo estudio un sistema que permitirá al piloto charlar con las computadoras del avión.
Quizá nadie reciba tanto beneficio de este progreso como los inválidos, quienes podrán pedir a un robot que ejecute los actos que a ellos les resultan imposibles.
El próximo paso —o, más bien, salto— será idear un aparato capaz de asimilar el lenguaje de todos los días. Muchas compañías trabajan hoy día en el invento de la máquina que es-cribe lo que le dicta la voz del hombre. Mientras tanto, los Laboratorios. Bell, en Murray Hill (en el estado norteamericano de Nueva Jersey), diseñan un sistema cuya computadora aceptará reservaciones de avión por teléfono.
Al llamar el cliente, una voz sintetizada le formulará una serie de preguntas relacionadas con el destino y fecha de su vuelo y, puesto que el interlocutor hablará solo de ciudades y días, la máquina no tendrá que parangonar sus palabras con todas las posibilidades de un diccionario. Por ejemplo, si el interesado responde: “Quiero viajar el día tal”, este tal obviamente no se referirá a una localidad; o, si emplea un verbo, quizá lo acompañe de un sustantivo, una preposición o un artículo, que no de otro verbo. La computadora descifrará su mensaje con lo que ella sabe de gramática, temática y lógica. Este sencillo análisis lingüístico es semejante al proceso de la mente humana, sobre todo en lugares demasiado ruidosos.
Sin embargo, aun no se ha logrado compensar las ambigüedades del lenguaje natural; y están en discusión el contenido y la experiencia. Suele referirse la historia de una máquina que tradujo del inglés al ruso y viceversa el versículo bíblico: “El espíritu está pronto, pero la carne es débil”; al final, el texto decía: “El vino está agradable, pero la carne se ha echado a perder”.
A mediados del decenio de 1960 a 1969 se le ocurrió a Joseph Weizenbaum, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, la idea de adiestrar a una computadora para que aparentara conversar pidiendo una y otra vez aclaraciones y explicaciones. Trascribimos un breve diálogo en el que el invento asume el papel de un psicoterapeuta:
Humano: Estoy deprimido.
Computadora: Cuánto siento escuchar eso
Humano: Es cierto. Necesito ayuda.
Computadora: ¿Qué pasaría si usted la recibiera?
Humano: Que aprendería a llevarme bien con mi madre, tal vez.
Computadora: Cuénteme más sobre su familia.
El programa ha dominado el léxico psiquiátrico tan bien, que le permite reconocer las palabras de más consecuencia. Comprende, por ejemplo, que “deprimido” supone un estado de ánimo indeseable, y en “madre” admite una alusión a la familia. En el supuesto caso de no poder situar una frase, el sistema sustituye los pronombres y repite el enunciado en forma de pregunta con un implícito “hummm…”.
Terry Winograd, de la Universidad de Stanford, en California, enfocó el problema del lenguaje de una manera por completo diferente. En 1972 creó un mini mundo de cubos, pirámides y cajas de colores en la pantalla televisora de una computadora, e informó al aparato cuanto necesitaba saber sobre dicho mundo: tamaño, forma y color de los objetos, etcétera. Entonces dirigió el programa con palabras sencillas, para que desplazara los de-talles en la pantalla del televisor con una mano de robot simulada. Además, le enseñó la suficiente gramática a fin de que respondiera con un buen lenguaje. Veamos un ejemplo:
Humano: Toma un cubo rojo.
Computadora: Bien.
Humano: Busca un cubo más alto que el que tienes ahora y colócalo dentro de la caja.
Computadora: Supongo que ese “lo” se refiere al cubo más alto que el que tengo ahora.
Humano: Correcto.
Computadora: (El tentáculo suelta el cubo primero y agarra otro, que luego coloca en la caja.)
Humano: Ahora dime qué hay dentro de la caja.
Computadora: La pirámide azul y el cubo azul.
Este diálogo dista mucho de ser profundo, pero al menos la computadora estuvo a la altura de la situación. Y la obra de Winograd demostró que las máquinas podían departir sobre un tema limitado y con un léxico igualmente reducido.
Si bien las aplicaciones de la IA no han tomado al mundo por sorpresa, sí demuestran que las computadoras pueden ir más allá del juego y del simple manejo de datos y cifras: el sistema PROSPECTOR, del SRI International (antiguamente el Stanford Research Institute, o Instituto de Investigaciones de la Universidad de Stanford), ayuda a extraer minerales del suelo; John Myers, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Pittsburgh, en Pensilvania, está desarrollando un programa de diagnóstico para simular juicios clínicos comparando información de enfermedades contra los síntomas específicos de un paciente.
Por último, sabemos que, en la Universidad de Yale, de New Haven, se diseña el FRUMP (por Fast Reading Understanding and Memory Program), que de un vistazo resumirá los puntos esenciales de cualquier artículo periodístico.
El común denominador de estos programas es su estrecha gama de hechos. No es que se pretenda hacer de ellos una réplica de los procesos mentales del hombre; más bien se trata de aprovechar su portentosa memoria y la presteza con que analiza y compara información, que para nosotros sería una montaña de datos. El intelecto humano se vale de la facultad del juicio para concentrarse en lo importante.
Tarde o temprano, las máquinas realizarán quizá muchas tareas del hombre. Si las investigaciones de la IA no han remedado la inteligencia humana, la inteligencia mecánica tiene un potencial casi ilimitado.
Hoy (2020)
Grandes avances luego de un gran freno
Contra la expectativa del artículo de Selecciones de 1980, poco después se produjo lo que los científicos de esa área llaman un “invierno”: obstáculos muy fuertes interrumpieron los avances de las aplicaciones que requieren inteligencia artificial. Y las computadoras, si bien siguieron siendo útiles, no colmaron las expectativas. En esa época un afamado dijo: “Las computadoras están en todas partes, menos en las estadísticas de productividad”.
Hubo que esperar 15 a 20 años, cuando -a partir del continuo avance de la capacidad de los microprocesadores y, de manera más importante, la aparición de nuevas técnicas como redes neuronales, deep learning, machine learning, GAN (Generative Adversarial Networks) e inmensas bases de datos- la computación e Inteligencia Artificial retomaron su paso, para producir las maravillas que tenemos hoy en día, donde ya es común que una persona le dé órdenes de voz al un celular: “Llamar a mi jefe”, sin siquiera presionar una tecla. Esta tecnología está apoyada en los programas de reconocimiento de voz que, si bien les falta mejorar, son lo suficientemente buenos desde muchos puntos de vista.
Pensemos en Siri, la “asistente personal inteligente”. En Selecciones de marzo de 2015, un artículo contaba cómo una madre quedaba maravillada al ver a su hijo autista aprender con su “asistente virtual”.
Gus tiene autismo, y Siri, la “asistente personal inteligente” de su iPhone, hoy día es su amiga íntima y confidente.
Observen este diálogo:
Gus: “Siempre preguntas que si puedes ayudarme. ¿Quieres algo?”
Siri: “Gracias, pero tengo muy pocas necesidades”.
Gus: “Está bien. ¡Buenas noches!”
Siri: “Son las 5:06 de la tarde”.
Gus: “Perdón. Quiero decir adiós”.
Siri: “¡Hasta luego!”
La madre de Gus sostiene: “En un mundo en el que se cree que la tecnología nos aísla, vale la pena tratar de ver el otro lado de la moneda”. El artículo concluye que según los expertos de SRI International —la empresa de investigación y desarrollo que creó a Siri—, los asistentes virtuales de la próxima generación no solo citarán datos, sino que tendrán conversaciones más complejas sobre temas de interés para el usuario.