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Lo que nadie te dirá de los hoteles de lujo

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Descubrí, de la mano de sus protagonistas, las peores experiencias vividas en hoteles cinco estrellas.

A lo largo de los últimos años he escrito reseñas sobre casi todos los hoteles y centros vacacionales de cinco estrellas que se han abierto recientemente. Trabajo para una próspera empresa que aconseja a sus acaudalados clientes dónde gastar con provecho su dinero. La estrategia de la compañía para saber si un hotel de lujo realmente es lo que asegura ser, es enviar a alguien a alojarse en él… de manera anónima. Estas no son historias que se lean en los diarios ni en las secciones de viajes de las revistas. Las imágenes pueden ser hermosas y el texto muy efusivo, pero ya sabe que no todo lo que reluce es oro. Pero no me malinterpreten: la mayoría de los hoteles y centros vacacionales que visito están a la altura de lo que pregonan, desde su extensa variedad de almohadas hasta su exquisita comida. Además, de vez en cuando visito establecimientos donde las cosas funcionan tan bien que casi parecen de otro mundo. He aquí algunas de mis terribles experiencias.

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Una despedida muy particular

Revisé por última vez mi habitación antes de irme de aquel hotel resort de lujo, sólo para cerciorarme de que no dejaba ningún objeto valioso, noté que algo se movía dentro del baño. Al cruzar la puerta del cuarto elegantemente decorado en el que me había duchado apenas unos minutos antes, me quedé helado, o, más bien, totalmente horrorizado. Retorciéndose dentro de la inmaculada taza de porcelana del inodoro se encontraba lo que parecía ser una enorme serpiente pitón verde, cuyo cuerpo era tan grueso como mi antebrazo. La criatura asomó la cabeza. Con una mirada penetrante escudriñó a su alrededor, tanteó el aire con la lengua y siseó. En vez de deslizarse hasta el piso, apuntó su escamosa nariz hacia abajo, volvió a meterse en la taza y regresó por donde había entrado. Casi pareció despedirse de mí agitando la cola mientras desaparecía por el agujero de desagüe. Sudando frío, salí de la habitación en busca de algún empleado para decirle lo que acababa de ver. La mujer a la que me encontré reaccionó, desde luego, con horror.
—Gracias a Dios que eso le pasó a usted y no a la pareja estadounidense (inmensamente rica) que acaba de salir —me dijo…
Me quedé pensando en eso, y luego me pregunté si la mujer me habría dicho lo mismo si hubiera sabido quién era yo, y qué estaba haciendo allí.

No cuesta nada poner un aviso

Esto pasó una mañana en un flamante centro turístico de un país tropical, que al parecer había abierto sus puertas a los huéspedes demasiado pronto. Ese día, muy temprano, decidí salir a nadar. La piscina estaba hermosa y no había nadie. Me disponía a zambullirme cuando un empleado que pasaba por allí corrió hasta donde estaba yo. Me dijo que no me metiera a nadar, que estaban teniendo problemas serios con la electricidad y que era posible que el agua estuviera “viva”. Me quedé mudo. Di media vuelta y regresé a mi lujosa habitación. No les costaría nada poner un aviso, pensé enojado.

Mucha precaución, pero…

Esta vez los protagonistas son una pareja británica que estaba haciendo el viaje de su vida en una isla idílica y muy costosa en un apartado rincón de Australia. Habían tenido la precaución de guardar sus pasaportes y pasajes de avión en la caja fuerte de su suite, pero cuando trataron de sacarlos, la caja se negó a abrirse: ni para ellos ni para nadie más. Al principio, a los dos huéspedes les hizo gracia, pero al acercarse el día en que debían partir y tomar los vuelos de regreso a Europa, sus niveles de estrés se dispararon. Les dijeron que pronto llegaría una pieza de recambio de la caja fuerte que liberaría sus pasaportes cautivos, y si eso no funcionaba, o si la pieza no llegaba a tiempo, la gerencia ya estaba preparándose para hacer estallar la caja.

Chiquito y ruidoso

Recuerdo cierto hotel boutique de un país tropical que se anunciaba como refugio para turistas exigentes. En una visita anónima descubrí que las habitaciones no sólo eran chicas, sino insoportablemente ruidosas, y el servicio a cuartos prácticamente no existía. Además, el hotel dependía de los clientes que iban allí a altas horas de la noche después de salir de un bar cercano e, incluso, rebajaba las tarifas de las habitaciones a cualquier pareja que necesitara una cama y una ducha después de cierta hora. 
Desde luego, las cosas pueden salir mal hasta en el hotel mejor administrado, y nadie está a salvo de los golpes de mala suerte. Aun así, cuando uno paga más de 1.000 dólares por noche, puede perdonársele que espere que todo salga perfectamente.

 

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