5 fotógrafos viajaron para dar cuenta de una catástrofe natural que supone la desaparición de este magnífico ecosistema. ¡No te pierdas esta aventura!
Una aventura con fin altruista
Cinco de los mejores fotógrafos de naturaleza del mundo unieron sus esfuerzos en una expedición de 12 días para dar fe de la catástrofe natural que supondría la desaparición de los bosques de niebla. Se trató de una RAVE (Rapid Assessment Visual Expedition), expedición en la que participan artistas e intelectuales con el fin de documentar la riqueza natural y las amenazas a un determinado ecosistema, realizada en estos bosques.
Las ganancias obtenidas de cada imagen, libro o calendario vendidos se aportarán al Fondo de Conservación El Triunfo (www.fondoeltriunfo.org), y se invertirán en mantener el delicado equilibrio de ecosistemas que acogen a varias especies amenazadas, entre ellas, el tímido quetzal, para muchos el ave más hermosa del continente americano y un símbolo de Mesoamérica, y el jaguar, el felino más grande de América, en franca extinción.
Unos de los impulsores, Patricio Robles Gil, fundó Sierra Madre y Unidos para la Conservación, organizaciones que promueven el cuidado de la naturaleza en México; Thomas Mangelsen, estadounidense, es reconocido como uno de los 100 fotógrafos más importantes del mundo según la revista American Photo y es miembro honorario de The Royal Photographic Society; el alemán Florian Schulz, promotor de la iniciativa Yellowstone to Yukon para la conservación de los ecosistemas de las Montañas Rocallosas; Jack Dykinga, estadounidense, ha obtenido el prestigioso premio Pulitzer; y Fulvio Eccardi, italiano y biólogo de formación, es vicepresidente del Fondo de Conservación de El Triunfo y fue el primer fotógrafo en captar en México a un quetzal en su entorno natural. Ahora él cuenta los logros de este proyecto.
SRD: ¿Piensa que como fotógrafo puede contribuir a salvar el planeta?
Fulvio: Yo aporto mi granito de arena. La fotografía es importante porque muestra lo que existe y uno no puede amar lo que no conoce, lo que nunca ha visto. La primera foto que saqué del quetzal, hace 27 años, ayudó a desencadenar toda una serie de acontecimientos que resultaron en declarar a El Triunfo como reserva de la biosfera. La mayor parte de mi trabajo está ligado a la conservación.
SRD: ¿Cómo se organizó este proyecto?
Fulvio: Fue idea de Patricio [Robles Gil]. Él fue quien se lo propuso a Cristina Mittermeier, directora de la Liga Internacional de Fotógrafos de Conservación (ILCP). Pasaron tres o cuatro meses, y ya estábamos camino a El Triunfo. Fue muy rápido. Patricio hizo el contacto con los demás fotógrafos: Florian Schulz, Jack Dykinga y Tom Mangelsen. Vinieron también un par de escritores voluntarios, como María José Cruz-Guerrero. Ninguno de nosotros cobró; la idea precisamente era recaudar fondos a partir de las imágenes y difundirlas todo lo posible. La
expedición fue financiada por Nacional Geographic Expeditions, Reforestamos México A.C. y el gobierno de Chiapas. Yo, que llevo muchos años trabajando en El Triunfo y soy vicepresidente
del fondo, organicé el aspecto práctico de la expedición.
SRD: ¿Fue complicado este trabajo de conjunto?
«El mayor obstáculo para la preservación es la falta de educación.»
Fulvio: No tuvimos ningún problema. Y eso que dentro de la fotografía de naturaleza hay mucho celo. Somos como los pescadores, a ninguno le gusta decir dónde está el mejor lugar para pescar. Decidimos que Tom Mangelsen se quedara más tiempo en el mejor escondite frente al mejor nido de quetzales, porque queríamos asegurarnos de que se llevara buen material. Mangelsen tiene 16 galerías en los Estados Unidos en las que vende impresiones finas, y la idea es que parte del dinero de esas fotos se destine al fondo. El resto de los fotógrafos nos repartimos el tiempo y los demás escondites. Nunca se había hecho algo así, juntar a cinco fotógrafos de naturaleza en el mismo lugar al mismo tiempo. Aunque salimos todos más o menos con el mismo material, cada uno lo moverá en diferentes ámbitos y medios. Cuanto más se difunda, mejor.
SRD: ¿Cómo describiría la experiencia del RAVE en una sola frase?
Fulvio: Nos dio mucha fuerza para seguir trabajando en lo que estamos haciendo. Compartir y sentir lo mismo.
SRD: ¿Qué se siente estar tantas horas en un mismo lugar, quieto, contemplando, en espera de captar el momento ideal?
Fulvio: Es muy emocionante; ser invisible es el sueño de todo fotógrafo de naturaleza. Los blinds son escondites de tela de camuflaje de 2 x 2 x 2 metros, colocados estratégicamente en un lugar cercano al nido, 10 días antes de que el fotógrafo llegue. Sólo sobresale la lente de la cámara. Adentro, uno se sienta en una silla relativamente cómoda, y tan sólo se vuelve todo ojos y oídos, en espera del momento perfecto para la foto. Es un poco como la meditación zen; el tiempo cobra otra dimensión, y uno es consciente de todo lo que sucede a su alrededor, percibe hasta el más diminuto movimiento. El día se hace largo porque hay que esperar a veces hasta 12 horas para captar la foto, pero cuando termina, resulta muy corto. Para fotografiar al quetzal hay que tener un cuidado especial.
Cuando están empollando, la pareja se turna para el cuidado del nido y se llaman, pero todo es muy discreto, muy sutil. Uno ve al pájaro, parpadea y ya no lo ve, aunque siga ahí enfrente.
Se tornan en lo que los rodea. Además, no hay mucha luz. Ése es el drama para los fotógrafos en este bosque, la falta de luz.
SRD: ¿Cuál es el mayor obstáculo para la conservación?
Fulvio: Sin duda, la educación. Y el hecho de que no se comunican las experiencias positivas. Todo va mal, dicen, se acaban las selvas, los bosques. Pero, por supuesto, también hay experiencias positivas: El Triunfo es un gran ejemplo.
SRD: ¿Su trabajo en conservación lo ha hecho pesimista o cree que aún hay esperanza para el planeta?
Fulvio: Yo trabajo en esto porque creo que sí puede haber un cambio, que todavía hay algo de tiempo y podemos evitar llegar a un punto sin retorno. Pero, de pronto, me deprimo, porque veo cosas espeluznantes. Las grandes inversiones del gobierno van en dirección opuesta al conservacionismo. Pero también ha habido cambios positivos. En la década de los 80, cuando conocí El Triunfo, era muy raro ver un pavón, porque los cazaban. Ahora se los ve a 30 metros, tranquilos, te ven y no se van. En este lugar, las nuevas generaciones de animales ya no temen a los humanos. En el último viaje, me encontraba lejos del campamento cuando por radio me dieron la noticia de que mi padre había fallecido. Me senté al lado de un arroyo a meditar qué hacer, cuando de pronto apareció un venado. Me miró, y no se fue. Después se acercó y empecé a sacarle fotos. Estuvo cerca de mí casi una hora. ¿Dónde puede vivir uno esas experiencias?
Estoy seguro de que ese animal nunca se había topado con un humano que le hiciera daño. En conservación hay muchas contradicciones. Grandes empresas que contaminan mucho y venden productos nocivos para la salud son las mismas que financian proyectos de conservación.
El gobierno también tiene doble moral. Realmente, somos muy pocos y con muy pocos recursos los que estamos trabajando para un cambio real. Pero creo que hay esperanza, que todavía estamos a tiempo.