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Un enemigo invisible en la escuela

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Tu hijo puede ser víctima del acoso de sus compañeros, pero podés ayudarlo.

LAUTARO RÍOS* SENTÍA QUE CUALQUIER rasgo de su cuerpo o de su personalidad podía desatar un martirio para él. Sus compañeros de primer año lo tenían de punto y era el único chico con el que ellos se descargaban. Siempre había un pretexto para pegarle y hacerle bromas pesadas: primero fueron sus aparatos dentales, después sus rulos rebeldes y su aspecto tímido.

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Lo primero que hizo el chico fue hablar con la preceptora, pero fue peor. No sólo no lo ayudó —diciéndole que eran persecuciones sin fundamento— sino que, al día siguiente, las cargadas de sus compañeros fueron peores. Lautaro ya no confiaba en que los adultos pudieran ayudarlo.

La vida de este adolescente se había vuelto un calvario; siempre llegaba a su casa con los útiles rotos, todo desarreglado y con algún que otro moretón. “No aguanto más. Todo sirve para meterse conmigo. Encima, me dijeron que aunque me cambie de colegio, me van a ir a buscar”, escribió el chico, desesperado, en un blog donde varios jóvenes cuentan sus penurias provocadas por el hostigamiento en la escuela.

La negativa de ir al colegio, sin causa justificada, comenzó a despertar sospechas en sus padres. Pero días más tarde, los vómitos que no se debían a ninguna enfermedad fueron la señal de que algo andaba mal dentro del adolescente y en su entorno.

Los padres de Lautaro llevaron a su hijo a un psicólogo y además hablaron con las autoridades de la escuela, pero no lograron solucionar el problema. La única salida que encontraron para este chico fue cambiarlo de colegio.

EL TORMENTO QUE SUFRIÓ LAUTARO sucede bastante a menudo en las escuelas, aunque en la mayoría de los casos no se le presta atención y se lo toma como un juego.

“Pero el acoso escolar entre pares (también conocido como bullying, que viene del término en inglés “bull” como extensión de torear o matonear) no es una cargada ocasional ni una simple rivalidad entre chicos, sino una agresión sistemática, casi siempre contra el mismo individuo, que mina lentamente la personalidad del acosado”, explica la psicopedagoga María Zysman, del Centro de Investigaciones del Desarrollo Psiconeurológico (Grupo Cidep), una de las creadoras del Equipo Bullying Cero Argentina. El bullying puede manifestarse como agresiones verbales, maltrato físico, burlas, pequeños robos, aislamiento y discriminación, ya sea porque el agredido habla de distinta forma, se viste de diferente manera, tiene otro color de pelo, es lindo o es feo, o simplemente porque es tímido o callado. Este hostigamiento se prolonga por largo tiempo y aquellos compañeros más “débiles”, que no pueden (o no saben) defenderse, son las víctimas predilectas.

Si bien no hay cifras oficiales sobre este problema, una encuesta realizada por el Comité de Adolescencia de la Sociedad Argentina de Pediatría de Bahía Blanca, entre abril y junio del año pasado, a 616 adolescentes de escuelas privadas y públicas de Bahía Blanca, Puán y Benito Juárez, determinó que el 9,2 por ciento de los chicos es víctima del bullying. “El estudio reveló que este tipo de acoso aparece con más frecuencia en los varones de entre 14 y 15 años, y en las chicas, entre 12 y 13”, detalló la psicóloga Graciela Wajner de Porcelli Piussi, una de las realizadoras de la encuesta.

El chico que es víctima del acoso escolar va perdiendo de a poco su autoestima.

Este estudio se realizó a propósito de la llamada “Masacre de Carmen de Patagones”, ocurrida en septiembre de 2004, en el aula de primer año de la Escuela Media “Islas Malvinas”, cuando un adolescente entró a su escuela y mató de varios disparos a tres chicos e hirió a otros cinco.

Los investigadores policiales comentaron que el joven se había cansado de que sus compañeros se burlaran de él por su forma de vestirse y sus gustos musicales. Un típico caso de acoso escolar, pero con un final extremo. Si bien muy pocos casos de bullying terminan de esta manera, es alarmante cómo este tipo de acoso y la violencia escolar en general ha crecido en los últimos años en los establecimientos educativos del país.

Además de crear conciencia sobre la importancia de prestar atención a estas conductas, la masacre de Patagones hizo que el ministerio de Educación de la Nación creara el Observatorio de Violencia en las Escuelas. Esta dependencia realizó una investigación entre 60.000 alumnos de primaria y secundaria: alrededor del 7 por ciento de los estudiantes dijo sentirse excluido y aproximadamente el 10 por ciento confesó sufrir insultos. Es el primer acercamiento al tema de la violencia y, aunque los números no son elevados, el problema comienza a llamar la atención de docentes y autoridades.

La desmedida reacción de Junior es sólo un ejemplo de cómo puede actuar alguien que fue sometido al bullying por un tiempo prolongado. Los resultados son impensados, pero la mayoría de las veces las causas de estas reacciones permanecen de la misma manera en la que fueron horadando a la víctima: en silencio. “Nunca se hace una autopsia emocional. A menos que deje una carta, nadie sabe por qué se suicida un adolescente. Hay riesgo de que estas situaciones de opresión extrema terminen así, por eso hay que intervenir lo más rápido posible”, señala la psicopedagoga Zysman.

“Las consecuencias que puede producir el bullying son variadas, pero uno de los peores efectos es la baja en la autoestima de la víctima, a punto tal que cuando no tiene recursos para defenderse, cree que hay razones para que la agredan. Y, al mismo tiempo, los agresores justifican su violencia en que la provocaba esta actitud”, opina Wajner de Porcelli Piussi.

El bullying tampoco pasa por una cuestión de género: hombres y mujeres acosan. Aunque hay diferencias entre ellos y ellas. “El varón va a la agresión física, pero el aislamiento es típico de las mujeres. Las nenas dejan a otras afuera de un grupo, destacan las diferencias sociales o las cuestiones físicas. El bullying de los hombres es violento pero el de las mujeres destruye la autoestima”, asegura la pediatra Flavia Sinigagliesi, del Equipo Bullying Cero.

Definitivamente esta forma de maltrato no sería posible sin los espectadores silenciosos. Los especialistas los denominan “testigos ciegos” y su falta de compromiso es lo que muchas veces permite que este accionar se prolongue en el tiempo.

“Más de la mitad de los testigos (56 por ciento) tiene una conducta indiferente: un 29 por ciento dice ‘no es mi problema’ y otro 27 por ciento argumenta que ‘nadie interviene’ para justificar el hecho de ver el maltrato y no decir nada”, enuncia Wajner de Porcelli Piussi. Aunque estas conductas no ocurren bajo la mirada de un adulto, tanto maestros como padres tienden a minimizar el tema y se convierten así en testigos ciegos también.

Paradojas de la modernidad

Así como en el caso de Lautaro Internet funcionó como un mecanismo de descarga, ya cuando cae en manos de los acosadores se vuelve una herramienta para hostigar más y más.

Bastó que Elena Vergara* se sentara frente a la computadora para encontrarse cara a cara con la verdad. Su hija, Julia, de 13 años, había dejado el chat funcionando y su madre comprendió en un minuto lo que la chica había estado soportando durante meses: un bombardeo incesante de decenas de insultos y amenazas dejaban al descubierto una agresión que comenzó entre las cuatro paredes del aula y se diseminó en casi todos los espacios que ocupa esta adolescente.

“Antes el tema terminaba en el colegio y los chicos tenían otros grupos de pertenencia. Ahora sigue porque, ya sea a través de los celulares o los programas de chateo, los chicos están siempre conectados con sus compañeros. Después de clase, vacaciones, fines de semana… No hay descanso. Antes era duro pero tenía un límite. Ahora ya no hay límites”, explica Zysman.

Si bien estas conductas empiezan a dibujarse desde los primeros años de escolaridad, los especialistas señalan que es en la preadolescencia cuando se desatan con más virulencia. “Hay una explosión entre los 10 y los 15 años, pero hay chicos de jardín que ya son manipuladores. Si no se frena a tiempo, explota en cuarto o quinto grado cuando el acosador ya tiene una historia grupal que le da poder ante sus pares”, ilustra Zysman. El paso de los años, claro está, no hace sino ahondar la soledad de las víctimas y resquebrajar su autoestima.

¿Cómo pueden darse cuenta los padres de que su hijo es víctima de bullying? Los repentinos cambios de carácter, los trastornos de sueño o de alimentación, la pérdida inexplicable de útiles escolares suelen ser alarmas que vale la pena considerar. “Los chicos que son víctimas vuelven con hambre a casa porque les sacaron la comida o el dinero o van al baño en la hora de clase porque no quieren salir del aula durante los recreos”, comenta Zysman.

A veces esta violencia psicológica se refleja en el cuerpo. “No quieren ir a la escuela y es típico que se enfermen el domingo a la tarde. Llegan al consultorio médico con ansiedad, depresión, dolor de cabeza, úlceras. Cualquiera de estos síntomas puede hablarnos de una crisis”, agrega la pediatra.

Los dos roles dejan entrever conflictos para relacionarse. Tanto el acosado como el acosador son víctimas. Sin embargo, los hostigadores no llegan al consultorio profesional. “Los propios padres suelen verlos como líderes. Pero el acosador también sufre mucho. Tiene que mantener continuamente el liderazgo y, después de todo, está aprendiendo un modelo de relacionarse que no le va a servir”, lamenta Sinigagliesi.

Los maestros y los padres tienden a minimizar el acoso escolar

Con frecuencia, los acosadores crecieron en familias donde la violencia suele ser una estrategia para resolver conflictos, son más fuertes o más grandes que sus compañeros, son extrovertidos, les cuesta valorar los sentimientos de los otros, funcionan como líderes del grupo —ya sea por temor o por admiración—, pueden actuar empujados por la envidia o como transferencia de algún abuso que ellos mismos sufrieron.

Una vez descubierto el acoso, hay algo que los padres no pueden perder: la calma. “Lo que un padre debe transmitir ante una situación de bullying es que hay que encontrar maneras de resolver los problemas que no pasen por la violencia. Hay que aprender a hablar de lo que está pasando y manejar la convivencia: expresar lo que a uno le pasa y escuchar lo que le pasa al otro. Hay que mantener el diálogo en todo momento con el chico, transmitirle la confianza de que puede contar con los padres, sin desbordes”, advierte Zysman.

Una profunda tristeza fue lo que sintió Alejandra Romero* cuando supo que Sofía, su hija de ocho años, estaba sufriendo en silencio lo que ella misma había padecido hacía muchos años. “Es muy fuerte cuando a un hijo le pasa lo mismo que le pasó a uno. Pensás: ¿justo en esto teníamos que parecernos?”, dice Alejandra.

A pesar del dolor, compartir esta experiencia la acercó a su hija: “Es más fácil hablarlo porque lo hacés desde otro lugar y no sólo desde el de mamá… Pero tenés que cuidarte de no pasarle miedos y broncas, tenés que mostrarle un camino alternativo”, confiesa la mujer, de 42 años.

Como una forma de alivio, Alejandra compartió su pena en un blog de Internet. Basta con que alguien cuente su historia en el ciberespacio para descubrir con qué frecuencia ocurre este fenómeno: muchos son los que se solidarizan y comparten —ya sea como víctimas o como padres de quienes lo padecen— situaciones de este tipo.

Pero no siempre la comprensión es el camino que eligen los padres ante una situación de bullying con alguno de sus hijos.

Sinigagliesi cuenta las lamentables consecuencias que tuvo para Gabriel Suárez*, uno de sus pacientes de 14 años, cuando sus padres supieron que estaba siendo acosado. “El padre fue a la salida de la escuela y quiso pegarle al hostigador… Este episodio desafortunado hizo que el chico fuera más castigado por los compañeros y que los profesores se pusieran del lado del acosador. Fue un paso atrás en la recuperación de Gabriel”, recuerda.

LAS AUTORIDADES ESCOLARES TAMBIÉN pueden conducir a una solución en el tema del hostigamiento. “La falta de palabra, la indiferencia, el no ser elegido para jugar lastima tanto como el maltrato físico”, dice la psicóloga Mónica Skidelsky, integrante del Equipo de Orientación Escolar N°18 del Ministerio de Educación porteño. Este grupo interviene a pedido de las escuelas, cuando éstas se ven desbordadas por una situación. “Nos reunimos con los chicos y hablamos de estos temas como una manera de llevarlos a reflexionar”, señala Skidelsky.

El diálogo con los chicos es la manera más eficaz de evitar el acoso en la escuela

La estrategia de resolución ante cada caso es casi artesanal. El abordaje es diferente en cada historia, pero las especialistas subrayan la necesidad de trabajar en prevención y capacitar permanentemente a los docentes. “La escuela primaria y el jardín de infantes tienen modalidades de trabajo en las que hay un docente a cargo del grupo y esto permite hacer un seguimiento permanente de las relaciones vinculares. Allí el acoso está más controlado”, opina la trabajadora social Cristina Limardo, del mencionado Equipo de Orientación Escolar. “Por eso no se lo puede dejar pasar. Si la escuela primaria no lo detecta, en el secundario es más complejo descubrirlo”, acota Skidelsky.

Por otra parte, la ausencia de un adulto que ponga fin a esta espiral creciente de maltrato no ayuda en la solución del problema. “Los episodios de violencia se duplican cuando los mayores no intervienen. Los hábitos sociales se aprenden y se deben enseñar. La escuela es un lugar privilegiado para hacerlo”, asegura la licenciada Mara Brawer, a cargo del observatorio del ministerio nacional.

“Lamentablemente, esta agresión es una forma más de la violencia externa que penetró en la escuela, una consecuencia de la falta de respeto por el adulto y por las normas”, subraya Wajner de Porcelli Piussi.

Dejar atrás este modo patológico de relacionarse no es tarea fácil. Es un proceso en el que los chicos involucrados, los padres, los maestros, los compañeros y las autoridades escolares deben comprometerse desde su rol.

“Creo que falta llegar a un consenso entre padres y maestros de que educar en valores, en tolerancia, en el respeto a las diferencias es tan importante como enseñar matemáticas”, considera Zysman.

Todos coinciden en que es imposible eliminar el bullying por completo. Detectarlo rápidamente es un desafío que los adultos deben generar a través de la confianza. Y una vez que ocurre, hay estrategias individuales, aprendizajes grupales y competencias de los directivos que deben ponerse en juego para salir de este laberinto.

Desde 1998, la Fundación Poder Ciudadano lleva a cabo un programa escolar para la resolución de conflictos —que tiene el aval de la Universidad de Harvard— con más de diez mil chicos de secundarias de la Argentina. A través del aprendizaje de técnicas de negociación, los jóvenes interactúan entre sí para alcanzar soluciones a sus problemas.

“Los alumnos aprenden, por medio de juegos y dramatizaciones, herramientas para la resolución pacífica de conflictos”, asegura la licenciada Silvia Dowdall, una de las profesionales a cargo del proyecto.

En las escuelas donde se realiza este programa, disminuyeron las sanciones disciplinarias, se fortaleció la unión de los chicos de la clase ya que tienen un proyecto en común (un viaje, una campaña) y aumentó la participación de los padres en la escuela.

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* Se cambiaron los nombres de los protagonistas de este artículo para preservar su identidad.

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