Supere la traición y recupere la fe en los demás.
Lara Harrison* y su padre siempre tuvieron
una relación complicada. “Era una persona difícil”, asegura la propietaria de
una pequeña empresa. Era voluble y solía atacar y criticar. La convivencia con
él resultaba impredecible. Con el paso del tiempo, ella intentó mantener un
trato funcional entre ambos reclamán-dole su conducta y enojándose, pero eso
solo hacía que él se cerrara más. Varias veces se sintió hasta la coronilla de
él y lo evitó por meses. Pese a todo, no lo abandonaba por completo. Aunque
seguía siendo complicado acercársele, él demostraba que ella le importaba
mediante pequeñas acciones: se esforzaba en auxiliarla en tareas como remodelar
su negocio. Harrison deseaba que las cosas mejoraran entre los dos.
Cuando su padre cumplió 70 años, ella
comprendió que si iban a recuperar la confianza, no podían desperdiciar más
tiempo. “Tomé la decisión consciente de cambiar la forma en que respondía a sus
actitudes”, comenta. Si él estaba de mal humor mientras pasaban tiempo juntos,
ella terminaría su interacción agradeciéndole la visita y dándole un abrazo,
algo que no era normal entre ellos. Estas sencillas intervenciones funcionaron:
él se volvió más amable cada vez y su humor se estabilizó. Después, él empezó a
buscarla, enviándole mensajes de texto en los que le preguntaba cómo estaba o
diciéndole lo orgulloso que se sentía de ella: lo que ella siempre había
deseado escuchar. Harrison, por su parte, comenzó a confiar más: “Mi corazón se
suavizó. Era más cariñosa y estaba dispuesta a recibir lo mismo de mi papá”.
La confianza es uno de los pilares
fundamentales de una relación segura, satisfactoria y saludable. Sin embargo,
no es sino hasta que ocurre algo doloroso (la infidelidad de nuestra pareja o
que un jefe nos ridiculice frente a nuestros colegas) que reparamos en ella; la
notamos una vez que la hemos perdido.
Desempeña un papel protagónico en cada una
de nuestras relaciones: ya sea que nos permita preservar nuestros vínculos más
importantes o nos ayude a forjar nuevos. Si bien a veces puede parecer
imposible, comprender cómo renovar nuestra capacidad de fiarnos de los demás es
una habilidad crucial. Si le está costando trabajo reparar una relación tras
una desilusión, quizá las siguientes estrategias le resulten de utilidad.
Supere los obstáculos
Una de las mayores barreras al superar una
traición es la falta del auténtico deseo de hacerlo. “Las personas necesitan
tener disposición hasta para intentar volver a creer en el otro”, apunta Kathy
Offet-Gartner, psicóloga en la Mount Royal University, en Calgary, Canadá. Esto
atañe a ambas partes. “Algunos creen que motivamos a los demás ofreciéndoles
incentivos, amenazándolos o dándoles un ultimátum”, explica. No obstante, es
difícil sostener cualquier promesa que se haga bajo coacción. En lugar de ello,
quienes buscan volver a confiar entre sí deberían enfocarse en mantener abierto
el diálogo.
Comuníquese con eficacia
“Las palabras importan, así como la
intención detrás de ellas”, señala Offet-Gartner. Dado que cada quien tiene su
propia definición de “confianza”, necesitamos poder responder la pregunta:
“¿Qué significa dicho concepto para mí?”. Si no somos capaces de hacerlo,
seguro nos resultará difícil explicar a otros cómo queremos que demuestren que
son dignos de nuestra confidencia.
La comunicación eficaz también incluye
gestos sinceros (grandes o pequeños) que muestren que es posible contar con
nosotros, como cumplir nuestras promesas o facilitarle la vida a un ser querido
ayudándole con sus deberes. Si quiere redefinirse como alguien que puede dar
buena cuenta de su persona, piense en qué puede hacer para propiciar que el
otro “se sienta seguro, escuchado, amado y respetado”, sugiere Offet-Gartner.
Sea tolerante
Cuando sea posible, hacer la vista gorda
ante los errores también es importante, asevera Vicki-Anne Rodrigue, directora
de la región francófona de la Asociación Canadiense de Terapia y Psicoterapia
en Ontario, Canadá. Si dos sujetos han decidido dejar atrás una traición y una
de ellas sale con algo como “si te doy una segunda oportunidad, se acaba si
vuelves a equivocarte”, el progreso logrado podría esfumarse: no inspira
confianza en la parte condicionada. Una declaración con el sentido opuesto
podría tener el mismo efecto. Si quien ha sido ofendido escucha: “Eres
demasiado sensible, ¿por qué no controlas mejor tus emociones?”, sabe que no
existe la voluntad de reconciliarse con respeto. El enojo en sí es una emoción
saludable, puntualiza Rodrigue. “Le indica a un individuo que algo en su
ambiente no está bien”. Pero la frustración constante puede resultar tóxica.
Confíe en su intuición
Es tentador ir al extremo y simplificar
las infidencias: una parte ofende y le inflige un daño a la otra. A veces, la
culpa es, a todas luces, de una persona, por ejemplo, en el caso de una
agresión sexual o el uso de la violencia. En situaciones excepcionales como
estas, interactuar con el perpetrador no es necesario ni garantiza ser una
experiencia sanadora.
En circunstancias menos traumáticas, sin
embargo, deslindar responsabilidades puede no ser tan sencillo. Atienda a su
barómetro interno. “Aprenda de la vivencia y pregúntese: ‘¿Qué podría hacer de
modo distinto si algo así vuelve a ocurrir?’”, aconseja Rodrigue. Quizá llegue
a la conclusión de que no ha hecho nada mal; tal vez pueda señalar con
exactitud cómo algunas de sus conductas abonaron a la erosión de la confianza.
Familiarizarnos con nuestras propias impresiones también nos ayuda a decidir en
quién podemos confiar en el largo plazo. Offet-Gartner hace una analogía:
cuando enciende la estufa y acerca la mano, siente el calor y el instinto le
ordena apartarla. “La intuición le dicta a uno ciertos mensajes a partir de los
cuales se forma juicios de los demás. Comience a ejercer esta facultad. No dude
en prestar atención”.
El ejercicio puede brindarle claridad
El cuidado personal es de suma
importancia, sobre todo cuando se trata de alguien que ha sido defraudado. El
entrenamiento físico puede incrementar la buena salud mental. Esto es gracias a
las endorfinas, neurotransmisores que mejoran el estado de ánimo, que se
segregan y liberan en el cerebro, creando una sensación de calma a la par que
se reducen las concentraciones de hormonas del estrés, como el cortisol. Esto le
permitirá “meditar con claridad sobre el desaguisado”, afirma Rodrigue. Por
último, unirse a un grupo de apoyo o incursionar en prácticas espirituales
puede ayudar a quienes recelan de todo. Busque a otros que compartan la
experiencia que usted vivió, como un grupo para quienes sufrieron la
infidelidad de su pareja. “Si podemos extraer una lección tras sufrir alguna
vileza —plantea Rodrigue—, es la siguiente:
‘No se aísle. Necesita ser de una comunidad’”.
Tómese su tiempo
Es importante considerar que no volverá a
comer del mismo plato de inmediato. “No se sienta presionado o preocupado si no
está sanando con ‘rapidez’”, advierte Rodrigue. Cuando nos sentimos
traicionados, nuestros cerebros entran en la modalidad de pelear o huir,
circunstancia que dificulta examinar la situación en la que nos encontramos de
manera racional. Tomar tiempo para calmarnos (y alejar el instinto de ponernos
a la defensiva) puede contribuir a ponernos en la disposición de colaborar.
Si ha sido usted quien ha dado mala cuenta
de su persona, considere acercarse a la parte defraudada, pero sea paciente y
respete sus límites. Asegúrele que está consciente de que lo ha perjudicado y
ofrece una disculpa sincera. Deje en claro que, si bien espera enmendar la
relación, está dispuesto a darle su espacio.
A veces es mejor seguir adelante
A pesar de nuestros mejores esfuerzos, la
confianza no siempre puede reconstruirse. Si todos los intentos fracasan,
señala Rodrigue, quizá sea hora de seguir adelante… al menos por el momento.
Apunta que el proceso puede tomar décadas y que a veces las partes se
reconcilian al cabo de los años. “Así que hay razones para tener esperanza”.
Harrison está feliz de haber conservado su
optimismo. Volver a fiar en su padre le ayudó a practicar la autorreflexión. Comprendió
que ella también podía ser testaruda y grosera cuando se sentía amenazada y que
su conexión negativa con su papá la hacía recelosa de otras personas presentes
en su vida. “Por eso nunca me permití forjar vínculos profundos. Ante la
primera dificultad, inculpaba a los demás, me enojaba o, simplemente, me
marchaba”.
“Estar con la guardia en alto en todo
momento requiere un esfuerzo agotador”, confiesa. “Le roba los momentos felices
de la vida”. Hoy está agradecida de tener la capacidad de acercarse a los demás
con más amor y con un corazón abierto.