Esas pequeñas confusiones de palabras y otros efectos duraderos en el cerebro no son necesariamente producto de un COVID prolongado, sino de la pandemia.
Por Jamie Ducharme, tomado de Time
No hace mucho Mark Chiverton, un británico de 33 años, se dio cuenta de que cometía muchos errores tontos. Confundía palabras al escribir correos electrónicos, o se quedaba en blanco en un término básico al hablar con su mujer. Ninguna de estas meteduras de pata era preocupante por sí sola, pero ocurrían con tanta frecuencia que a Chiverton le preocupaba que, por decirlo sin rodeos, “se estuviera volviendo más tonto”.
“Al principio pensé: quizá sea el envejecimiento, o quizá me golpeé la cabeza y no me di cuenta”, dice. Pero al final se le ocurrió una idea: ¿podría ser el COVID-19 la razón de sus deslices mentales? Chiverton cree que contrajo el virus a principios de 2020, y sabe con certeza que lo tuvo en 2022. Aunque no tiene efectos físicos persistentes de esas infecciones (y tiene períodos de tiempo en los que mejoran sus calambres cerebrales), a veces se pregunta si esos deslices mentales son signos de “COVID prolongado”, nombre que reciben los síntomas crónicos tras una infección.
Las marcas de la pandemia en el cerebro
No es el único que tiene estos problemas, y puede que no se equivoque al afirmar que la culpa es del COVID-19. Solo en los Estados Unidos, alrededor de un millón más de adultos en edad laboral declararon tener serias dificultades para recordar, concentrarse o tomar decisiones en 2023 en comparación con antes de la pandemia, según un análisis del New York Times de los datos de la Oficina del Censo.
Todos los errores mentales no son motivo de preocupación, dice Andrew Petkus, profesor asociado de neurología clínica en la Facultad de Medicina Keck de la Universidad del Sur de California (USC). Errores garrafales como olvidar por qué entraste en una habitación o distraerte en una cita pueden ser partes totalmente normales de ser humanos ocupados, distraídos y a menudo poco descansados. Aunque es probable que antes hiciera esas cosas y las pasara por alto como si no fueran nada, pueden parecer más significativas tras un acontecimiento que altera la vida, como la pandemia.
“Si no tuviéramos COVID, igual te habrías olvidado”, dice Petkus. Aun así, no es descabellado pensar que la pandemia ha tenido un efecto en nuestra mente, dice Jonas Vibell, neurocientífico cognitivo y conductual de la Universidad de Hawai en Manoa. Vibell está intentando medir la inflamación y el daño neuronal tras la pandemia de COVID en los cerebros de las personas que manifiestan síntomas como niebla cerebral, pereza o energía reducida.
Cuando empezó a dar a conocer el estudio, dice, “recibí muchísimos correos electrónicos de muchas personas que decían lo mismo”: que nunca se habían recuperado del todo tras la pandemia.
Pero ¿por qué? Probablemente sea una mezcla de cosas, dice Vibell. El virus SARS-CoV-2 puede afectar directamente al cerebro, como han demostrado ahora muchos estudios. Pero la pandemia también puede haber afectado a la cognición de formas menos evidentes. Los meses o años pasados en casa, viviendo la mayor parte de la vida a través de pantallas, pueden haber dejado una marca persistente. Aunque la sociedad haya vuelto a la normalidad, el trauma de vivir una crisis sanitaria aterradora y sin precedentes puede ser difícil de superar.
Cerebro y SARSCoV- 2
A estas alturas está claro que el SARSCoV- 2 no es solo un virus respiratorio, sino que también puede afectar a órganos de todo el cuerpo, incluido el cerebro. Los investigadores todavía están aprendiendo por qué ocurre esto, pero las principales hipótesis sugieren que el SARS-CoV-2 puede causar una inflamación persistente en el cerebro, daños en los vasos sanguíneos cerebrales, una disfunción inmunitaria tan extrema que afecte al cerebro, o quizá una combinación de todo lo anterior.
Los estudios han descubierto incluso que el cerebro de las personas puede encogerse tras padecer COVID-19, un cambio asociado a problemas cognitivos. La pandemia de COVID-19 se ha relacionado con graves problemas cognitivos, como demencia y pensamientos suicidas. Y la niebla cerebral, un síntoma común del COVID prolongado, puede ser tan profunda que las personas son incapaces de llevar la vida y trabajar como lo hacían antes.
Pero el COVID-19 también parece capaz de afectar al cerebro de formas más sutiles. Un estudio publicado en 2024 en el New England Journal of Medicine comparó el rendimiento cognitivo de personas que se habían recuperado totalmente del COVID-19 con el de un grupo similar de personas que nunca habían tenido el virus. El grupo COVID-19 obtuvo peores resultados, equivalentes a un déficit de unos tres puntos de cociente intelectual.
No es una diferencia dramática. Nuestras capacidades cognitivas fluctúan naturalmente un poco de un día para otro, y en una entrevista en julio de 2024, el coautor del estudio Adam Hampshire, profesor de neurociencia cognitiva y computacional del King’s College de Londres, afirmó que una diferencia de tres puntos en el cociente intelectual está “bien dentro” del rango de esa fluctuación normal y es tan pequeña que algunas personas podrían ni siquiera notarla.
Pero ¿podría ese descenso ser suficiente para provocar, por ejemplo, más errores tipográficos y despistes? Tal vez. En el estudio de Hampshire, las personas que habían padecido COVID-19 obtuvieron sistemáticamente peores resultados en las pruebas cognitivas que las que no. Si el cerebro sufre cambios “leves pero ubicuos” tras una infección, dice Vibell, esos efectos podrían “repercutir en el cerebro, la conducta y el comportamiento social de muchas maneras sutiles, pero quizá [acumulativamente] bastante malas”.
Virus o pandemia: ¿quién es el responsable?
Incluso para los pocos afortunados que nunca se han infectado, vivir una pandemia puede afectar al cerebro. Para un estudio reciente publicado en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, los investigadores realizaron pares de escáneres cerebrales por resonancia magnética a un pequeño grupo de adolescentes: uno en 2018 y otro en 2021 o 2022.
A lo largo de esos años, observaron un notable adelgazamiento en partes del cerebro de los chicos, incluidas las zonas que controlan tareas de cognición social como el procesamiento de expresiones faciales y emociones. Aunque los investigadores no analizaron los efectos de las infecciones por SARS-CoV-2, llegaron a la conclusión de que el estrés de vivir encerrados en pandemia era probablemente el culpable del cambio, que compararon con cuatro años más de envejecimiento cerebral en las niñas y un año más en los niños.
El estrés y los traumas tienen efectos bien documentados sobre el cerebro. Numerosos estudios demuestran que las personas que sufren traumas tienden a tener un mayor riesgo de deterioro cognitivo a medida que envejecen. Los estudios sugieren que el estrés también puede mermar la capacidad de pensar con claridad, razonar y recordar. “El COVID fue un acontecimiento traumático generacional”, dice Petkus, de la USC. “Todo el mundo estuvo expuesto a él”.
Es factible, pues, que la población en general sufra algunos de estos efectos secundarios del trauma y el estrés. Incluso más allá de la carga mental de vivir una época aterradora, mucha gente tuvo que abandonar hábitos que son buenos para el cerebro —cosas como socializar, y mantenerse activa física y cognitivamente— cuando se quedaron atrapados en casa al principio, dice Petkus. Es pronto para saber si ese período dramático tendrá efectos duraderos, pero cuatro años después de la aparición del virus, algunas cosas siguen sin ser como antes.
Por ejemplo, los resultados de los exámenes de los alumnos se están recuperando, pero todavía no han vuelto a los niveles anteriores a la pandemia; los descensos han sido dramáticos en los distritos escolares de bajos ingresos, así como en los que tenían implantada la enseñanza a distancia desde hace mucho tiempo, dice Sean Reardon, profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de Stanford y uno de los líderes del Education Recovery Scorecard, un proyecto de investigación centrado en la pérdida de aprendizaje por pandemia.
El largo proceso de recuperación probablemente se deba a una combinación de cosas, dice Reardon: los niños no solo faltaron a la escuela presencial durante un tiempo, sino que también experimentaron alteraciones sísmicas en sus vidas, soportaron un períodos de estrés y ansiedad significativos, y ahora se les pide que aprendan material nuevo en la escuela al tiempo que compensan las lagunas de aprendizaje relacionadas con la pandemia.
“Quedarte atrás en tus habilidades matemáticas o de lectura no tiene que ver realmente con un cambio en tu inteligencia”, dice Reardon. “Es un cambio en tus habilidades, en cuánto has tenido la oportunidad de aprender”.
Es difícil decir si las mismas tendencias aparecen entre los adultos, porque ellos no hacen exámenes estandarizados todos los años en el trabajo. Sin duda, los adultos estuvieron expuestos a la misma mezcla de estrés, trauma, aburrimiento y aislamiento que los niños, pero Reardon dice que su corazonada es que a los adultos les puede resultar más fácil recuperarse, puesto que ya han desarrollado las habilidades en las que se apoyan para realizar tareas complejas.
Vuelta a la normalidad tras la pandemia
“Puede que haya habido una conmoción durante unos años, pero las cosas están volviendo a la normalidad”, coincide Petkus. Quienes tengan la sensación de que sus mentes se han derretido un poco durante la pandemia, probablemente se beneficien de adoptar o reanudar el tipo de hábitos que estimulan el cerebro y que se dejaron de lado durante los cierres, como la interacción social y el ejercicio físico y mental, afirma Petkus.
Es más difícil decir si los cambios cerebrales que son resultado directo de las infecciones por SARS-CoV-2 son reversibles, ya que los investigadores lo siguen estudiando. Pero hay signos positivos. Algunas de las causas potenciales de la niebla cerebral crónica — como la inflamación persistente o el daño a los vasos sanguíneos— son teóricamente reversibles. Incluso en el estudio de Hampshire sobre las diferencias de CI después de COVID, había motivos para el optimismo.
Las personas con síntomas de COVID prolongados estaban, de media, unos seis puntos de CI por debajo de las que nunca habían tenido COVID. Pero aquellos cuyos síntomas de COVID prolongado se resolvieron con el tiempo también vieron mejorar sus puntuaciones cognitivas “Podría haber alguna esperanza para las personas que tienen dificultades”, afirma.