Viggo se abre exclusivamente para la Revista Selecciones.
Es verano en Buenos Aires, y en el aeropuerto de Ezeiza hay muchos viajeros en el mostrador de American Airlines. De pronto, todos se dan vuelta hacia el sector donde esperan los pasajeros de primera clase. Allí está Viggo Mortensen, el Aragorn de El Señor de los Anillos, el jinete de Hidalgo, el hombre con un pasado oscuro de Una historia de violencia y el doble agente ruso de Promesas del Este. Pasan apenas segundos y el propio Viggo hace que todos se sientan cómodos en su presencia. Con perfecto acento argentino, bromea en español con uno de los empleados de la aerolínea sobre el partido de fútbol entre Boca Juniors y su club preferido, San Lorenzo de Almagro. Acepta de buen grado sacarse fotos con varios en el salón VIP y se toma con buen humor los requerimientos de gente que no está acostumbrada a ver estrellas de Hollywood por allí. Ha sido una visita relámpago para ir a ver jugar a su equipo. Días antes, Mortensen había compartido una hora con Selecciones en Nueva York, donde el actor, pintor, fotógrafo y poeta habló sobre su nuevo proyecto, la película Good. El filme de Vicente Amorim cuenta cómo un profesor universitario, a pesar de su oposición al régimen, se deja arrastrar por la maquinaria nazi hasta terminar al frente de un campo de concentración. También comentó sobre el inminente estreno de The Road, una película basada en la novela homónima de Cormac McCarthy, que describe la relación entre un padre y un hijo en un mundo postapocalíptico. También explicó que fue Henry, su único hijo de 21 años, quien lo convenció para que aceptara la propuesta del productor Peter Jackson y se decidiera, de la noche a la mañana, a mudarse a Nueva Zelanda por un año para filmar El Señor de los Anillos, la película que cambiaría el rumbo de su carrera. Y, además, habló sobre su especial conexión con la Argentina y con el idioma español.
P: Muchos de tus personajes más recientes son hombres que se enfrentan a circunstancias extremas. ¿Buscas este tipo de papeles o es pura coincidencia?
R: Creo que es casual. En mi opinión, la base de una buena historia dramática es cuando pasa algo fue-
ra de lo común. Muchas veces se trata de algo que amenaza tu vida o bienestar. O también, por ejemplo, momentos como los que se dan en Good, donde una persona se da cuenta de que todas sus decisiones fueron erradas, de que el camino que ha elegido no es el correcto y de que todo aquello que consideraba adecuado en realidad no lo es.
En Argentina me siento muy cómodo y tratan como si estuviera en casa.
P: En Good, tu personaje se presta a la situación que está viviendo, mientras que en The Road, el protagonista que interpretas intenta rebelarse frente a los acontecimientos.
R: Mi personaje de Good se rebela en cierta medida frente a lo que le toca hacer: tener que censurar a Proust, tener que unirse al partido, verse forzado a asistir a un desfile militar… Todas son obligaciones que le producen ciertos conflictos morales, pero igual lo hace, como si dijera “que conste que no lo apruebo, pero bueno, sólo por esta vez”.
P: Es interesante cómo la maquinaria lo va atrapando poco a poco…
R: Su actitud, al principio, parecería ser la de un hombre que se pregunta “¿eso es todo lo que quieren de mí, que escriba un ensayo? ¿Quieren que use esta insignia? Bueno, puedo hacerlo”. Sabe que está equivocado, pero son sólo pequeñas cosas que todos hacen; la presión social es tremenda y, además, piensa: “Tengo a mi madre enferma. Debo ocuparme de mis hijos y de mi mujer, que no está ganando nada de dinero. Tengo una pila enorme de trabajos que corregir esta noche después de la cena. La presión es mucha, y un poco de dinero extra no viene nada mal, ¿no? Y, de paso, me saco de encima al gobierno y a la gen-te de la universidad”.
P: Después de El Señor de los Anillos podrías haberte convertido en el nuevo héroe del cine de acción. Sin embargo, da la sensación de que fuiste bastante selectivo.
R: Es que tengo otros intereses además del cine; mi familia, por ejemplo, que está desperdigada por todo el mundo. También tengo una editorial que requiere de cierto trabajo y, en los últimos años, he hecho algunas exhibiciones fotográficas; además, me gusta escribir. Hago muchas otras cosas y, con los años, aprendí que si el dinero no te obsesiona y no tienes deudas, uno es más libre de elegir.
P: ¿Es cierto que estuviste a punto de rechazar The Road?
R: Sí, estaba muy cansado, y no quería aceptar a menos que me sintiera capaz de dar lo mejor de mí. Pero después cambié de opinión, porque la historia es muy buena y trata un tema con el que todo el mundo puede relacionarse. Por otro lado, mi cansancio iba perfecto con el personaje. Es un hombre que, de algún modo, se está muriendo de cansancio, así que el resultado fue muy interesante.
P: Es una historia muy triste…
R: Sí, pero al final, es una hermosa historia sobre la compasión y las lecciones de la vida. El hijo se convierte en maestro, como sucede a menudo en cualquier relación entre padre e hijo. Un día viene tu hijo y te dice: “Tú dices estas cosas, que no está bien hacer esto o aquello, pero luego no haces lo que exiges de los demás”. En ese momento, es él quien te está dando una lección…
P: ¿Dirías que tu relación con tu hijo es un poco así?
R: Sí. Henry es un chico muy inteligente y muy considerado. Para mí es un gran ejemplo. De todas las personas que conozco es la más paciente y la más amable. Además, escribe poesía y cuentos. Sabe leer, escribir y componer música… de hecho, a eso se dedica. Hizo algo de teatro y actuación, y le fue bien; podría dedicarse a eso si quisiera, pero creo que tiene otros intereses. Le gusta la ciencia y se está especializando en arqueología. Es muy maduro y muy talentoso.
P: Naciste en los Estados Unidos y tienes sangre norteamericana, danesa y noruega. Te criaste en Venezuela y también en la Argentina, pero por alguna razón, pareciera que te identificas más con este último lugar…
R: Me siento en casa en muchos lugares y, con los años, aprendí que en la vida es más importante quién eres, qué haces y cómo te sientes que el lugar en donde estás. Es verdad que me siento muy ligado a los lugares en los que viví, en especial durante la infancia, como la Argentina y Dinamarca, donde tengo mucha familia, pero también siento una profunda conexión sentimental y nostálgica con otros países del mundo que disfruté visitar.
P: ¿Como cuáles?
R: Me gustaría volver a Islandia, Nueva Zelanda, España, Rusia… Tengo lazos afectivos con muchos, muchos lugares. Aunque, últimamente, descubrí que cuando quiero escribir algo muy íntimo, que en general toma la forma de un poema o de un texto en prosa, ya no lo hago como antaño, cuando escribía la mayoría de las veces en inglés. Ahora, el 90 por ciento de las veces escribo en español.
P: ¿A qué lo atribuyes?
R: A que, en los últimos tiempos, sucedieron algunas cosas en mi familia, en las relaciones que tuve, que me llevaron a descubrir ciertos sentimientos con los que nunca antes había tenido que lidiar y que, de manera instintiva, sentí que podía expresar mejor en español. Estoy seguro de que este cambio se relaciona con que el período de la vida que va desde los tres hasta los diez u once años es muy importante y nunca se olvida.
P: ¿Te ocurre en todos los países hispanoparlantes?
R: Nunca es lo mismo que en la Argentina. Allí me siento muy cómodo y me tratan como si estuviera en casa. Y, aun así, cada vez que voy me sucede algo curioso. A pesar de que, sobre todo en Buenos Aires, hay gente que se parece a mí incluso físicamente, hay personas que me miran y dicen: “Tú no eres de aquí. Suenas como nosotros, pero no eres uno de nosotros. ¿Cuánto sabes realmente de ese equipo de fútbol del que tanto hablas?”. Pero después, una vez que llegan a conocerme, se dan cuenta de que en verdad sí soy como ellos.
Cuando cuentas historias a través de la actuación, lo que haces es mirar al mundo con otros ojos»
P: ¿Por qué crees que mantuviste esta conexión tan especial con la Argentina?
R: Me fui de la Argentina en 1970, poco después del divorcio de mis padres, y no volví hasta 25 años más tarde, en 1995. Sin embargo, cuando regresé, a pesar de que mi vocabulario era un poco anticuado, había preservado un modo de hablar que era casi igual al de los porteños. Además, siempre me las arreglé para orientarme y encontrar los lugares que buscaba, tanto caminando por las calles de Buenos Aires como manejando por el interior.
P: ¿Tu capacidad de convertirte en otras personas como actor tiene algo que ver con el hecho de que también tuviste que convertirte en otro cuando a los once años te mudaste a Nueva York?
R: Convertirse en otro es un modo de adaptarse. Cuando volví a los Estados Unidos tenía pasaporte y primos norteamericanos y, además, no era mi primera vez en el país. Cuando era muy chico viajábamos bastante seguido y nos quedábamos un par de semanas durante el verano. De todos modos, recuerdo que me quedé anonadado cuando, a los once, llegué a los Estados Unidos y vi que daban los mismos programas que yo miraba en la Argentina, pero ¡estaba todo en inglés! Yo creía que “Batman” y los dibujos animados eran en español…
P: ¿Cómo te sentiste al cumplir 50 años?
R: En mi cumpleaños y a fin de año trato de tomarme un tiempo a solas para reflexionar sobre el hecho de que ha pasado otro año de mi vida. Los 50 no me preocupan más que los 40 o los 30. Tampoco estoy ni más ni menos emocionado. Es sólo un número más, una cantidad de años. No me siento más viejo ni nada por el estilo. No me preocupa y, además, no puedo hacer nada al respecto. Creo que el hecho de ser actor, de ser artista en general, ayuda.
P: ¿En qué sentido?
R: Cuando cuentas historias a través de la actuación, si tu trabajo es bueno, lo que haces es mirar el mundo con otros ojos, muchas veces desde puntos de vista muy diferentes al tuyo, con los que incluso puedes no sentirte identificado o, directamente, no estar de acuerdo. Te ves obligado a encontrar el modo de sentirlos propios, de comprenderlos. Es lo que los niños hacen de manera natural cuando juegan: “Soy gaucho. Y yo, princesa. Yo voy a ser un gran futbolista”. Son sus sueños: bombero, policía, ladrón… ni siquiera lo piensan, saben que pueden hacerlo. Como adultos con personalidades ya constituidas, perdemos esa posibilidad. Sólo los locos y los actores lo siguen haciendo. Es un ejercicio muy saludable. Te mantiene joven y abierto.
P: ¿Hay cosas que te arrepientes de no haber intentado?
R: Sí, muchas. Pero nunca es tarde. Me hubiera gustado aprender música desde una edad más temprana, pero hice muchas cosas y tuve mucha suerte con las personas y lugares que conocí en mis viajes, las experiencias que tuve, las personas que amé y que me amaron. No me puedo quejar.