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Postales del Editor de Selecciones

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Compartí con él tus experiencias con personajes de tu ciudad, libros y librerías.

Además de la veredas, Buenos Aires tiene ese qué se yo en sus librerías. Refugio en donde velan la noche los incorregibles que esconden su vida detrás de un libro y coto de caza de espíritus inquietos que sueñan los mundos soñados por otros. En un tiempo yo también solía meterme por los pasillos librescos, confundido por los carteles de tres por diez pesos y las ofertas de liquidación. Y en ese territorio deambulaba sin sostén mayor que el de pasar la tarde, como quien espera una brisa fresca en plena siesta de enero. Después la ciudad hizo lo suyo y tiñó todo de prisas y de corridas, de reuniones a última hora, y de para qué.

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De vez en cuando es bueno recorrer nuevamente Corrientes, desde Callao hasta Talcahuano, o la más castiza Av. de Mayo, entre Perú y Tacuarí, y llenarse los pulmones de olor a papel a medio amarillear. De pronto, caminar en círculos lentos y mirar absorto los anaqueles vencidos por revistas de destape, condenadas más a un destino de museo que al bronce de la hemeroteca. En ese planeta, se descubren -en extraña mezcla- historia y ciencia, política y traición, costumbres y futuro, personajes y fotos difícilmente expuestos a la consideración pública en otros reductos. Como si fuese poco, cada cual puede inventar su propia conquista y desembarcar en playas desoladas, en las que muy pocos concurren por la insolencia de los tópicos: ornitología aficionada, origen de las instituciones hispánicas coloniales o práctica y teoría de manejo del computador personal AT.

Sólo basta con hacer memoria y seguramente recordar alguna librería que nos haya marcado la vida, o una parte de ella. Algún lugar en donde íbamos de pequeños a canjear unas revistas viejas, o de estudiantes a sonrojarnos con los primeros desnudos. Librerías de barrio en las que nos conocían por el nombre y en las que jugábamos a ser, por un rato nomás, Jim Hawkins o Mazinger.

La bendición de Internet trajo en definitiva una herramienta más para la búsqueda de estos santuarios perdidos, un poco a lo Indiana Jones y otro poco a lo oráculo de Delfos. Y como quien mira de soslayo, uno empieza a hurgar en sitios ajenos que al cabo los convierte en propios: librerías de referencia, librerías de rarezas e incunables, librerías de tesoros desenterrados a la espera de un Capitán Sparrow. Y es así que aparecen ante nuestros ojos lugares extraordinariamente fantásticos en Mar del Plata, en Rosario, en Tucumán, en Mendoza. Librerías que nada tienen que envidiarle a la más afamada.
La selección de sus contenidos es vasta en títulos y en temas; sus botines van desde libros de viajeros supuestamente agotados hasta primeras ediciones de tratados incontrastables; desde el mundo de la cultura chamánica hasta los O.V.N.I. del Apocalipsis.

Invito a todos ustedes a que me cuenten sus experiencias en sus propias ciudades, en sus pueblos, en la mínima aldea que posea la más diminuta de las librerías. Cuéntenme sus historias, sorpréndanme con sus anécdotas, minimicen mi relato con la potencia de sus vivencias y hagámosle un homenaje a los libros. En su silencio de páginas, todo tributo –verán- será bienvenido. De paso, le rendimos honores a esos personajes entrañables, mitad bibliófilos consumados y mitad boticarios de las letras, que son los libreros.

Anímense.


Consigna: Para comentar tu experiencia con librerías y libros, en tu pueblo, ciudad o barrio, escribile al editor. No más de 850 caracteres. No olvides mencionar desde dónde escribís y, si querés, cuáles son los libros que más te gustan.

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