A menudo, las mejores sugerencias no provienen de los expertos ni de nuestros amigos, sino de fuentes más humildes. Solo d
Una mañana de julio de 2011, un taxi esperaba afuera del estadio Petco Park en San Diego, California; Wade LeBlanc, lanzador que estaba pasando por una mala racha, lo tomó.
—Al aeropuerto, por favor —le pidió al conductor. LeBlanc se dirigía a Tucson, Arizona, donde entonces estaba la filial AAA del equipo. Lo habían enviado a las Ligas Menores. Otra vez.
Por octava ocasión en tres años. —Ah, tú eres Wade LeBlanc —notó
el taxista. —Así es.
—Tienes bastante talento.
Esto sorprendió al lanzador: la no- che anterior había tenido una actuación desastrosa.
—Creo que deberías pensar en cambiar algunas cosas —continuó el chofer—. Aunque no sé qué; no soy jugador. Tal vez puedas empezar el lanzamiento por encima de tu cabeza.
¿Qué? Este tipo lo quería… ¿aconsejar? De haber sucedido unos años antes, LeBlanc quizá se hubiera reído. O se hubiera enojado. Sin embargo, ese día, prestó atención. No podía ignorar ninguna sugerencia. Su carrera pendía de un hilo.
Al día siguiente, en Tucson, LeBlanc habló con el entrenador de lanzadores. Le dijo que quería modificar su manera de hacerlo. En vez de iniciar el movimiento con las manos pegadas al pecho, las alzó ligeramente por encima de su cabeza, tal y como se lo sugirió el taxista.
LeBlanc incorporó la mecánica en su próximo juego. Fue brillante: solo permitió un bateo en más de siete entradas. Fue, en retrospectiva, el punto crucial de su carrera. Ocho años después, LeBlanc se convirtió en el lanzador de los Marineros de Seattle. En 2018 extendió su contrato por primera vez en su paso por las Ligas Mayores de Béisbol… a los 33 años.
Los consejos son algo curioso: solemos tomarlos de quien no deberíamos. Es decir, sobrevaloramos los de los expertos acreditados mientras que menospreciamos la opinión de la gente común. LeBlanc fue contra esa tendencia y se benefició.
Una razón por la que a muchos se nos dificulta aceptar consejos es por la importancia que le otorgamos al estatus: demasiada. Una peculiaridad cognitiva llamada sesgo optimista nos brinda a la mayoría una esperanza generalizada de que las cosas nos saldrán bien aunque las probabilidades indiquen lo contrario. Y este prejuicio aumenta cuando se percibe como un experto a quien ofrece el asesoramiento. Las credenciales de esta autoridad incrementan nuestra expectativa de éxito si le hacemos caso: incluso si a menudo caemos en la cuenta de que lo anterior es una equivocación.
“Con frecuencia, los especialistas hacen predicciones inexactas y, de todos modos, la gente les presta atención a sus sugerencias”, concluyeron los psicólogos de la Universidad de Stanford en un estudio de 2018.
Sin embargo, no todos siguen los consejos de los expertos. Entre más exitosas son las personas, más se reduce el grupo de consejeros en los que confían. Quienes detentaban el poder ignoraron casi dos tercios de las recomendaciones que les hicieron, según un estudio de la Universidad Harvard. Otros participantes —los del grupo control, sin tantas facultades—ignora- ron las sugerencias aproximadamente la mitad de las veces. Hizo falta mu- cha modestia para hacer lo que Wade LeBlanc hizo: escuchar el consejo del taxista y aceptarlo como un obsequio.
Hace un par de años, el cineasta M. Night Shyamalan estaba en una situación similar a la de LeBlanc; e igual que él, aprovechó una sugerencia de una fuente humilde. Pero, esta vez fue un crítico de cine.
Tras el enorme éxito de Sexto sentido, la fortuna dejó de sonreírle a Shyamalan. Los ingresos de sus siguientes cintas fueron decentes, pero la crítica se tornó en su contra. Uno comparó La aldea, película de suspenso psicológico, con un episodio de Scooby-Doo. En lugar de ignorar al comentarista, Shyamalan se preguntó si el zarpazo tenía algo de mérito.
Su distintivo como cineasta era darle una suerte de giro inesperado a los géneros: uno cree que está viendo un tipo de largometraje, y se transforma en otro. Un drama resulta ser un suspenso psicológico, que deviene en horror sobrenatural. Cada transición altera la intensidad. Pero para que la técnica funcione, la potencia debe subir. En La aldea no sube.
Shyamalan ignoró su ego y se tomó la crítica en serio. “No hagas como que no te dolió lo que dijo ese tipo”, fue lo que aprendió de esa experiencia. Y decidió hacerle caso.
El director insistió con su estilo metamórfico en la obra, Split, que cuenta la historia de un hombre con 24 personalidades. Su propio agente creyó que no podría venderla, así que el mismo Shyamalan aportó los nueve millones de dólares necesarios para producirla. Recaudó más de 270 millones y se convirtió en uno de los títulos más rentables de 2017. También recuperó a la prensa especializada.
A la mayoría de las personas no nos gusta que nos aconsejen. Tendemos a valorar más nuestras propias opiniones que las de los demás gracias a otra falla cognitiva llamada sesgo egocéntrico. Francamente, es más fácil creer que nuestros críticos son muy estúpidos para entender nuestro genio (o que los celos los corroen o que tienen motivaciones ocultas o…) que admitir que quizá tienen razón.
Asumir la humildad requerida es bastante arduo. La filosofía oriental tiene un truco útil. Según el monje zen coreano Haemin Sunim, uno debe bajar sus defensas, no subirlas, cuando alguien reprueba tus actos. “Aquellos que le hacen pasar un mal momento son maestros disfrazados”.