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Momentos mágicos

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No se trata solo de ganar. A veces los deportistas añaden otros factores a sus intervenciones olímpicas. No te pierdas estas curiosidades en la historia de los Juegos Olímpicos.

Una leyenda en el agua

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Eric Moussambani, nadador de Guinea Ecuatorial, logró llegar a los Juegos Olímpicos de Sidney 2000 a partir de una invitación especial que permite la participación de atletas de países en vías de desarrollo. Ocho meses antes, apenas podía nadar, pero decidió prepararse y aprendió la técnica de crol (sin ayuda de ningún entrenador) en la piscina de un hotel en su ciudad natal.

 

Al llegar a Sidney, Moussambani se dio cuenta de que no había visto nunca antes una piscina olímpica y la distancia máxima para la que se había entrenado eran 50 metros. En la carrera de clasificación de los 100 metros estilo libre para hombres tuvo que enfrentarse a otros dos competidores, luego descalificados por salidas en falso. Así fue como Moussambani pudo competir solo contrarreloj, ante la mirada de 17.000 espectadores.

 

Parecía haber comenzado bien, nadaba con confianza y se veía bastante rápido durante los primeros 10 o 15 segundos. Pero pronto desaceleró, su avance se convirtió en una odisea y resultaba casi cómico verlo moverse tan lento.

 

Respirando con mucha dificultad, pero aclamado por la multitud, Moussambani finalmente llegó a la meta; 1 minuto, 53 segundos. Fue su mejor marca personal, aunque también el mayor tiempo registrado para una carrera de 100 metros en la historia de los Juegos Olímpicos. De hecho, la marca de Moussambani fue unos siete segundos más que lo que le había llevado al nadador australiano Ian Thorpe nadar exactamente el doble de distancia en la misma piscina el día anterior. Sin embargo, Moussambani se convirtió instantáneamente en leyenda por su coraje y su heroica perseverancia, y así fue como se ganó el cariñoso apodo de Eric, “la anguila”. Tal como comentó Thorpe: “Precisamente de esto se tratan los Juegos Olímpicos”.

 

Un paso adelante

 

En los Juegos Olímpicos de Londres 2012 la corredora Sarah Attar llegó en último lugar y más de medio minuto después que su competidora más cercana en la carrera de clasificación de los 800 metros para mujeres. La respuesta al cruzar la línea de meta fue una ovación de pie por parte de cientos de espectadores. ¿El motivo? Cubierta de la cabeza a los pies y con velo, Attar acababa de convertirse en la primera mujer que competía en un evento olímpico de atletismo en representación de su país, Arabia Saudí. Su determinación fue interpretada como una rotunda victoria para los derechos de la mujer en este país. “Es un honor muy grande y una experiencia maravillosa, por el simple hecho de estar representando a las mujeres”, comentó Attar. “Sé que esto puede marcar una enorme diferencia”.

 

Un acto desinteresado

 

El navegante canadiense Lawrence Lemieux regresó a su casa después de los Juegos Olímpicos de Seúl 1988 con una medalla, pero no precisamente la que buscaba. Cuando llegó la hora de competir en la categoría de regata individual de la clase Finn, las aguas en la ciudad de Busan estaban muy agitadas, el viento soplaba hasta 35 nudos y generaba unas grandes olas. Pero Lemieux logró colocarse a la cabeza, hasta que advirtió un barco de Singapur que había volcado en otra carrera. Los dos tripulantes estaban heridos, uno a la deriva y el otro sujeto al casco del barco. “Tenía que tomar una decisión y cuando comprendí el problema, no hubo nada qué pensar”, explicó más tarde Lemieux. Abandonó su curso para salvar a los dos navegantes, rescató a los dos hombres y los subió a su barco. Y tras dejarlos en un bote de rescate, retomó su propia carrera, y aun así logró terminar en el puesto 22 entre 32 competidores.

 

Esta acción le valió la medalla Pierre de Coubertin del Comité Olímpico Internacional, por un acto de excepcional espíritu deportivo. “Fue algo que cualquiera hubiera hecho. Hice lo que debía hacer”, reflexionó Lemieux posteriormente. “No fue diferente a encontrar a alguien tirado en la ruta… y ver que necesita ayuda”.

 

El poder de la determinación

 

Como muchos, el corredor británico Derek Redmond estaba lleno de lesiones. Se retiró de los Juegos Olímpicos de Seúl 1988 por una lesión en el tendón de Aquiles, pero cuatro años después, en los Juegos Olímpicos de Barcelona, compitió en la categoría de 400 metros. En la primera ronda, logró su mejor marca en cuatro años. En la semifinal, comenzó confiado pero, tras recorrer 250 metros, se detuvo con un terrible dolor por un desgarro en un tendón de su pierna. A pesar del intenso dolor, siguió avanzando. Entre la multitud estaba su padre, quien preocupado por la lesión, se dirigió a la pista y ayudó a su angustiado y sollozante hijo a llegar a la línea de meta. La multitud los aplaudió.

 

Cambio de identidad

 

Tras lesionarse en la competición de salto en los Juegos Olímpicos de Los Angeles 1984, la puertorriqueña Madeline de Jesús tuvo que decidir qué hacía, ya que aún debía competir como parte del equipo de Puerto Rico en la carrera de relevos 4×400 metros.

 

La solución que encontró fue pedir a Margaret, su hermana gemela, también atleta, que la reemplazara en la carrera de clasificación. El plan funcionó, pero tras la carrera, el entrenador de Puerto Rico, Freddie Vargas, descubrió el engaño y decidió retirar al equipo de las finales.

 

Mensaje para el mundo

 

Una imagen emblemática: los velocistas afroamericanos Tommie Smith y John Carlos en el podio en los Juegos Olímpicos de Ciudad de México en 1968, con cabezas inclinadas y puños en alto con guantes durante el Himno Nacional de los Estados Unidos. Su desafiante silencio en señal de protesta contra la desigualdad racial a los seis meses del asesinato del líder de los derechos civiles Martin Luther King, llevó a su suspensión del equipo olímpico de los Estados Unidos por violación al principio de que la política no debe formar parte de los Juegos.

 

Llegó a los titulares de los diarios, lo que les costó hasta amenazas de muerte. Sin embargo, la historia los ha juzgado como héroes, por haber enviado un mensaje al mundo. “Somos solo seres humanos que vimos la necesidad de despertar la atención ante la desigualad que existe en nuestro país”, afirmó Tommie Smith más tarde. John Carlos reflexionó en 2012: “Tenía la obligación de luchar. La moral era una fuerza mucho más potente que reglas y reglamentos”.

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